Porque no era una cita, sino salir con un grupo de amigos del trabajo, se dijo. Y él se había dado cuenta de lo importante que era para ella salir con sus amigos, aunque ella intentase simular que no le importaba. La vez anterior había sido un egocéntrico. No permitiría que ello volviese a suceder. Cuando se asegurase de que ella estaba lista para oír lo que tenía que decirle, le diría lo que sentía por ella. Y por Baltazar. Porque sabía que los dos venían en el mismo paquete. Y le parecía perfecto. Baltazar era un buen niño. Un niño del que cualquier padre se sentiría orgulloso.
—Pedro.
El inesperado sonido de su nombre lo sacó de sus ensoñaciones. Candela, que llevaba un fresco vestido blanco con florecillas, lo llamaba desde la acera. Pedro paró la máquina y se dirigió hacia ella.
—¿Qué pasa? —te preguntó.
—Una noticia estupenda —dijo Candela, recorriéndole el cuerpo con una mirada apreciativa antes de mirarlo a los ojos—. Esta noche iré a la cena en vez de mi padre.
—¿De veras? —preguntó Pedro, secándose el sudor de la frente con el dorso de la mano—. ¿Y tu padre?
—Mi madre y él se han ido a Denver esta tarde —dijo Candela—. Mi hermana acaba de tener el niño.
—Dale mi enhorabuena —dijo Pedro, que ni sabía que la hermana de Candela estuviese embarazada—. ¿Su marido no es militar?
—Está en Croacia —dijo Candela, asintiendo con la cabeza—, así que mis padres han ido a ayudarla un poco. Se quedarán unas semanas. Martín no sirvió de mucho cuando Abril nació, pero peor es nada. No puedo imaginarme lo que será tenerlo sola.
Sus palabras hicieron que Pedro recordara a Paula. Tuvo que haber sido difícil para una adolescente sola en una ciudad con un bebé prematuro.
—Entonces, ¿Puedes recogerme? —dijo Candela, mirando a Pedro con expectación.
—Quizá —dijo Pedro, intentando mantener la cara inexpresiva.
—¿Quizá? —se extrañó Candela—. ¿Qué tipo de respuesta es esa? O me llevas a la cena o no me llevas.
—Por supuesto que pasaré a buscarte —le dijo Pedro sin alterarse—. ¿Por qué necesitabas que te llevase?
—Porque mi coche está en el taller. Le están haciendo los frenos — dijo ella, un tanto exasperada—, y no quiero caminar una milla y media con tacones.
—No te enfades —dijo Pedro con una carcajada—. Te dije que te llevaría.
—¿Y Paula?
—¿Qué pasa con ella? —pregunté Pedro sorprendido.
—Se dice que están saliendo juntos —dijo Candela con los ojos brillantes de curiosidad—. ¿Estás segura de que no la molestará que vaya con ustedes?
—Paula no viene.
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