jueves, 5 de septiembre de 2024

Traición: Capítulo 30

 —Qué bien está jugando Baltazar —dijo Pedro.


Paula levantó la vista, sorprendida. Hacía dos semanas que venía a los partidos de Baltazar y era la primera vez que se encontraba con Pedro. Era la primera vez que lo veía desde que él le había preguntado si el niño era su hijo.


—¿Qué haces aquí? —le preguntó.


—He venido a ver el partido —le dijo él—. Toma, sujeta esto.


Pedro le pasó un vaso grande de gaseosa y puso su tumbona junto a la de ella al borde de la cancha.


—No, en serio —le dijo Paula—. ¿Por qué estás aquí?


—Porque —dijo él con una sonrisa cautivadora—. Hay alguien a quien quería ver.


Durante un brevísimo instante, Paula imaginó que iba a verla a ella, hasta que su mirada tropezó con Mateo, calentándose para entrar en el campo. Por supuesto. Había ido a ver jugar a su sobrino.


—Toma —dijo, devolviéndole el vaso de gaseosa.


—¿Quieres un trago? —le ofreció Pedro.


—No gracias. No bebo gaseosa.


Pedro se encogió de hombros y tomó un trago del vaso de plástico.


—A mi hermana tampoco le gusta el sabor.


—No es el sabor lo que no me gasta —dijo Paula, echándose hacia atrás y estirando las largas piernas—, sino las calorías.


—No parece que tengas que preocuparte demasiado por ellas—dijo él.


—Sí, claro —se mofó ella—. Como si fuese una reina de la belleza.


Se había vestido con prisa y llevaba el cabello recogido dentro de una gorra de béisbol, un top que te dejaba el vientre al aire y unos pantalones cortos color caqui. La mirada masculina recorrió lentamente su cuerpo escasamente vestido, haciendo que la piel te ardiera.


—Pues a mí me parece que estás preciosa. 


Paula hizo un esfuerzo para no cruzar los brazos sobré sus pechos.


—Te he echado de menos —dijo él suavemente—. Te hubiese llamado, pero...


—No tienes por qué darme explicaciones —dijo Paula, moviéndose en la silla y lanzando una risilla.


—Bueno, aunque no me echases en falta —dijo Pedro, que se había quedado mirándola un instante, perplejo—, yo sí que te he extrañado. De hecho, estaba pensando si Baltazar y tú querrían venir conmigo a Kansas City esta noche. Quizá podríamos ir a cenar o ver una película.


—Lo siento, pero Baltazar tiene una fiesta de cumpleaños y luego se quedará a dormir en casa de un amigo —dijo Paula.


—¿Y tú?


Fue la expresión insegura de sus ojos y el hecho de que sí lo había echado en falta lo que evitó que Paula mintiese y le dijese que tenía plan. Además, ¿Qué tenía de malo que pasasen la velada juntos?


—Una película sería divertido —dijo—. ¿Puedo elegirla?


Bromearon sobre la elección de la película durante el resto del partido y de camino a llevar a Baltazar a su fiesta de cumpleaños. No fue hasta que llegaron a Kansas City que cedió y la dejó elegir a ella, haciendo cómicos gestos de exasperación cuando ella eligió una «Peli de chicas». Pero después, cuando él quiso comer algo dulce, le dejó elegir el sitio. Él eligió una elegante heladería en un encantador edificio de Country Club Plaza.


—Creía que te encantaba el helado —dijo Pedro, mirando su enorme copa de helado de chocolate con nata y nubes y comparándola con la bolita de vainilla que comía ella.


—Claro que me encanta —dijo Paula, tomando una cucharadita—. Lo que pasa es que ahora tengo un poco más de cuidado que antes. Cuando estaba en el instituto me atiborraba de helado todas las noches. Ya no lo hago más.


—Siempre te gustó comer—dijo Pedro.


—Entonces, la comida era mi forma de enfrentarme a la vida.


—Habrá sido duro —dijo Pedro—, perder a tu madre cuando eras tan pequeña. 

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