jueves, 12 de septiembre de 2024

Traición: Capítulo 40

 —¿De veras? —dijo Pedro—. ¿Cómo está?


Paula notó con cierto recelo la aparente indiferencia de Pedro.


—Supongo que bien —dijo—. Al menos, a mí me lo pareció. Hablamos poco. Vive con su mujer en Overland Park y tienen dos varones.


—Entonces él y Daniela siguen juntos —murmuró Pedro.


—Si quieres, quizá podamos reunimos con ellos...


—No me parece una buena idea —dijo Pedro, interrumpiéndola—. Javier y yo éramos amigos en el instituto, pero de eso hace ya mucho tiempo.


Aunque Paula no comprendió qué pasaba, no insistió. Después de todo, Javier nunca le había gustado demasiado, así que ¿Por qué iba a molestarla que Pedro no quisiese relacionarse con él? Lo importante era que iba a ir con ella al partido de golf de la empresa. Titubeó, incómoda por su inseguridad después de todo ese tiempo.


—Entonces, a la fiesta de la Cámara, ¿Tienes que ir acompañado? — preguntó, simulando que no le interesaba demasiado—. Porque si lo es, a mí no me importaría cambiar de planes, suponiendo que quisieras que te acompañase.


Pedro se removió en la silla.


—Me encantaría que vinieses, pero como seré el maestro de ceremonias, no podré estar mucho tiempo contigo, así que mejor sigue adelante con tus planes.


—A mí no me importaría —dijo Paula, en tono frívolo—. Podría ser divertido. Ya sabes, comer pollo de plástico y reírme del maestro de ceremonias —acabó con una maliciosa sonrisa.


—Está claro que eres una experta en el tema —dijo Pedro.


—En serio, si quieres que te acompañe, iré.


—Te lo agradezco mucho —dijo Pedro, alargando una mano por encima de la mesa para estrecharle la suya—. Pero no te pediré que canceles una salida con tus amigos por algo como esto. Bastante es haberte dejado plantada.


La desilusión pesaba como una losa en la boca del estómago de Paula. ¿No quería que fuese con él? Le escrutó el rostro, pero no estuvo segura de ello.


—La única pega de salir con mis amigos es que el plan era para parejas —dijo, sin perder la esperanza de que él la invitase a la cena de la Cámara. Pero él no dijo nada—. Supongo que podré pedirle a uno de los chicos de la empresa que me acompañe —añadió, intentando llenar el extraño silencio—. Alguien dijo que Pablo, el de Contabilidad, vendría.


Pedro tensó la mandíbula, y Paula sintió una absurda satisfacción. Esperó que protestara diciéndole que no le gustaba que ella saliese con otros hombres, pero él tomó otro sorbo de té.


—Es bueno conocer gente de otras áreas de la empresa —dijo, mirándola a los ojos—. ¿Por qué no se lo dices?


Paula se lo quedó mirando un rato.


—Es verdad, ¿Por qué no se lo digo? 




En vez de volver al banco después de salir de la casa de Paula, Pedro se fue a su casa y sacó la máquina de cortar el césped del garaje. Le llevó solo dos vueltas alrededor del jardín convencerse de que decididamente se había vuelto loco. ¿Qué otra explicación podía haber para su comportamiento? Cortar el césped con el calor y la humedad que hacía tente tanto sentido como alentara la mujer que amaba a que saliese con otro hombre. Se detuvo en seco al darse cuenta de que se había enamorado de Paula Chaves y se preguntó luego por qué le resultaba tan sorprendente. Ella tenía todo lo que siempre había deseado en una mujer. ¿Por qué, entonces, le había dado su bendición? 

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