—A veces. Pero generalmente tenía tanta prisa por verte, que Candela tenía que contentarse con un beso o dos ante su puerta.
—¿Contentarse? —preguntó Paula, burlona.
Pedro sonrió con modestia y se concentró en conducir. Después de una curva, salió del asfalto y se metió en un camino de grava.
—¿En serio que me llevas allí? —preguntó Paula.
—A menos que no quieras... —dijo Pedro, mirándola de soslayo.
—No. Vayamos —dijo Paula. Se enderezó y miró hacia delante con las mejillas como dos tomates—. Nunca he subido de noche.
Pedro metió el cambio, ¿qué era lo que su madre siempre decía? Ah, sí. Todavía falta lo mejor. Sonrió y apretó el acelerador. Con los dedos entrelazados detrás de la cabeza, Paula miraba el cielo. Se había preguntado qué intenciones tendría Pedro al sacar una manta del maletero, pero cuando él le explicó que conocía un sitio con hierba que les permitiría mirar mejor las estrellas, suspiró aliviada. Conversaron un rato sentados, pero cuando él sugirió que se echaran hacia atrás y se relajasen, el pulso se le aceleró. Hasta aquel momento, lo único que habían hecho era relajarse. Y, por supuesto, mirar las estrellas.
—¿En qué piensas?—preguntó Pedro suavemente, rompiendo el silencio.
Paula sintió cómo se ponía colorada y agradeció la oscuridad
—Me preguntaba qué tendría de especial venir aquí arriba.
—¿No te gusta?—preguntó Pedro, incorporándose sobre un codo.
—Está bien —dijo Paula, haciendo un encogimiento de hombros—. Pero es un poco aburrido.
—Oh, ya comprendo —dijo Pedro. A pesar de la poca luz, Paula vió cómo le relucían los ojos—. La señorita quiere un poco de acción.
Sin decir nada más, el brazo de Pedro se deslizó sobre Paula y la apretó contra sí. Ella lanzó una risilla, sintiéndose nuevamente como una estudiante. Se arrebujó contra él e inspiró su aroma.
—¿Ahora está mejor? —preguntó Pedro con voz ahogada en su oído.
—Abrazarse es bonito —concedió ella.
—¿Bonito? —dijo Pedro con fingida indignación—. Es nuestra primera cita. Intentaba ser caballeroso.
—Es nuestra segunda cita. Y no es necesario que seas caballeroso hasta ese extremo —dijo Paula, envalentonada por el deseo de sentir sus labios contra los suyos—. Puedes besarme si quieres. No me importaría.
—No es necesario que lo pidas dos veces —dijo Pedro.
—No te lo he pedido...
Los labios de Pedro ahogaron sus palabras y Paula decidió que no importaba quién lo había pedido, porque había conseguido lo que quería. Los labios de él eran suaves y dulces y ella se relajó en sus brazos, disfrutando con su contacto. La besaba como si hubiesen tenido todo el tiempo del mundo. Se le hizo un nudo en la garganta al darse cuenta de lo mucho que lo había extrañado todos aquellos años.
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