Con un suspiro de resignación, decidió irse a la cama. Al pasar frente a la puerta de Baltazar, se detuvo. Ella y él nunca se habían ido a la cama enfadados.
—Baltazar —dijo, golpeando levemente la puerta—, ¿Me dejas pasar?
Cuando él no respondió, volvió a golpear.
—¿Cielo? Solo quiero darte las buenas noches.
No esperó una respuesta. Abrió la puerta sin esfuerzo y se dirigió sin hacer ruido a la cama de su hijo. Le tocó el hombro, pero la mano se le hundió en algo blando. Retiró la manta. Lo que parecía el cuerpo de su hijo no era más que unas almohadas artísticamente colocadas. Su hijo había tratado que ella creyese que estaba en la cama durmiendo. Recorrió la habitación con la mirada, deteniéndose en un trozo de papel blanco apoyado contra el espejo de la cómoda. Se acercó apresuradamente y lo abrió. "Mamá: Lo siento, pero no me voy. No te preocupes, puedo cuidarme. Te quiero. Baltazar" Paula sintió tal opresión en el pecho que se le cortó la respiración. Volvió a leer la nota y luego la arrugó. ¿Dónde se habría ido? Bajó las escaleras corriendo y se dirigió a la puerta. Rápidamente miró en el garaje antes de salir y pasar a casa de Ana Alfonso, pero estaba todo oscuro y nadie respondió a su llamada. Volvió corriendo a su casa y llamó a la policía. Cuando informó de la desaparición de su hijo, se le quebró la voz y contuvo un sollozo. Dios santo, ¿Qué haría si no lo encontraban? Juan llegó con su ayudante cuando acababa de llamar a los otros vecinos. La última pregunta que le hizo fue directa y sin tapujos: ¿Había alguna posibilidad de que fuese el padre de Baltazar? Sobresaltada, Paula dijo que no sin pensárselo, pero después de que se fuese el sheriff, comenzó a preguntarse si quizá el niño habría ido a casa de Pedro. Llamó a Pedro, pero no comunicaba. Ahogando una imprecación, se metió el móvil en el bolsillo y agarró las llaves del coche. En cinco minutos estaba en el porche de él, agradeciendo a Dios que las luces estuviesen encendidas. Al menos estaba en casa. El timbre no había acabado de sonar cuando se abrió la puerta de golpe. La expresión de sorpresa del rostro de Pedro se trocó rápidamente en una de alegría.
—Paula, me alegro de que hayas venido.
—Entonces, ¿Está aquí? —preguntó esperanzada.
—¿Quién?
—Baltazar —dijo ella estirando el cuello para ver detrás de él.
—No, no lo he visto desde el sábado —dijo Pedro, con expresión preocupada.
—Gracias, de todas formas —dijo ella, desilusionada.
Sacó el teléfono del bolsillo para cerciorarse de que seguía encendido. No quería que el sheriff la llamase y no diese con ella. Se dió la vuelta para irse, pero Pedro la agarró del hombro.
—Un momento. ¿Qué pasa? ¿Dónde está Baltazar?
—No lo sé —dijo ella hundiéndose de repente. Los ojos se le llenaron de lágrimas—. Se ha... Se ha ido de casa.
—¿Estás segura? —preguntó Pedro, poniéndose pálido.
—Dejó una nota —dijo Paula asintiendo con la cabeza.
—¿Porqué?
—Estaba enfadado —dijo Paula, sin poder mirarlo a los ojos—, pero nunca pensé que haría esto.
—¿Has llamado al sheriff?
—Sí, y también a los vecinos y a los amigos de Baltazar. Pero... Nada —levantó la mirada hasta la de él—. No te imaginas lo mucho que deseaba que estuviese aquí —le dijo con labios temblorosos.
—Entonces, le dijiste que soy su padre y no le cayó bien —dijo Pedro.
—No, todavía no lo sabe.
—Entonces, ¿Por qué se ha enfadado?
Paula titubeó.
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