Paula asintió, pero Pedro sacudió la cabeza y la agarró de la mano, añadiendo:
-No, no confío en ti. Tienes que venir conmigo.
Paula sonrió en medio de aquella confusión mientras Pedro la arrastraba al coche y sacaba una enorme caja del asiento de atrás.
-¿Qué es?
-Ábrelo.
Pedro la arrastró de nuevo a casa, pero volvió a salir inmediatamente al tropezar con Romina, que los miraba intrigada.
-¡Maldita sea, aquí no hay intimidad! -musitó Pedro mirando a su alrededor y llevándola por fin al garaje.
-Pedro, ¿Qué hacemos en el garaje?
-Abrir el regalo -contestó Pedro abriendo la puerta, encendiendo la luz y volviendo a cerrar-. Bueno, ya puedes abrirlo.
Paula lo miró suspicaz, pero tiró del lazo y abrió el paquete sobre el suelo. Alzó el objeto que había dentro cuidadosamente y le quitó el plástico.
-¿Qué es esto?
-¿Qué parece?
-Bueno, parece lo que tú llamarías una horrible obra de arte -repuso Paula.
-Sí, la he comprado con el cheque que me diste.
-¿Has comprado esta horrible escultura con el cheque? -repitió Paula.
-Sí -sonrió Pedro-, es de las que a tí te gustan, ¿No?
Paula dió vueltas a la escultura y añadió:
-Pero tú detestas el arte abstracto, ¿Por qué la has comprado?
-La he comprado para tí. ¿La has mirado bien?
Paula volvió a mirarla. Varias veces.
-Sí, ¿Y?
-¿Qué ves? -preguntó Pedro.
-Una pompa -respondió Paula alzando la vista hacia él y comprobando que Pedro esperaba una respuesta más elaborada-. Bueno, son unas cuantas pompas todas juntas.
-¡Exacto! ¿No ves el simbolismo? -preguntó Pedro.
-Pues... No -negó Paula volviendo a observar la escultura.
-Se llama «Familia» -explicó Pedro suspirando.
-Ah.
-Aún quieres tener marido e hijos, ¿No?
Paula sacudió la cabeza en una negativa que la sorprendió incluso a sí misma, y luego contestó:
-Te quiero a tí.
Pedro la tomó de la muñeca, y Paula dejó la escultura en la caja antes de que él la abrazara y dijera:
-La he comprado porque creo que me gustaría formar una familia contigo.
-Pero aún no has cumplido los treinta y cinco, tú no querías tener hijos hasta los treinta y cinco -objetó Paula.
-Me falta poco -sonrió Pedro-. Entre la luna de miel, lo que tardemos intentando tener un hijo, y luego el embarazo... ¡Demonios, puede que para entonces tenga treinta y cinco!
-¿Sabes qué?
-¿Qué? -preguntó Pedro.
-Creo que es perfectamente posible que me haya enamorado de tí, maldito mujeriego.
-¿Maldito mujeriego? -rió Pedro-. ¿Quién te ha enseñado esas palabras?
-¡No tiene ninguna gracia! -exclamó Paula enfadada.
Ella le abría su corazón, y él se reía. Trató de soltarse, pero él no se lo permitió.
-Creo que yo también me he enamorado, Paula.
Los ojos de Paula, inundados de lágrimas hacía rato, rebosaron por fin.
-Bien, comprendo -repuso Pedro-. Ya veo que no querías oírme decir eso.
-Sí quería -lo contradijo ella-. Quiero oírlo. Es maravilloso, Pedro.
-Te quiero, Paula.
Paula lo miraba a los ojos y sonreía a pesar de que las lágrimas resbalaban por sus mejillas. Por lo general Pedro detestaba ver llorar a las mujeres, pero aquellas lágrimas eran lo más precioso que había visto jamás.
-¿Entonces sabes ya si estás enamorado?
-Sí, fue anoche. Esa cosa roja... Fuera lo que fuera, lo conseguiste -contestó Pedro.
-¿Cómo puedes bromear en un momento así? -preguntó Paula fingiendo ofenderse.
-Creí que te gustaría saber que tu compra logró el efecto deseado.
-Sí -afirmó Paula apoyando la cabeza en su hombro-. ¿Quieres tener un niño dentro de nueve meses?
¿Nueve meses? Pedro estaba preparado, pero no tanto. Se quedó helado. Pero entonces vió la sonrisa maliciosa en los labios de Paula, y la acorraló contra la puerta poniendo ambas manos a los lados de su cabeza.
-Me estás tomando el pelo, ¿Verdad?
-Yo jamás haría algo así, Pepe.
-Mentirosa. Tendremos niños. Pero ahora mismo no, ¿De acuerdo? Quiero tenerte para mí solo un tiempo primero. No quiero que nuestro hijo venga a la luna de miel.
-¿Luna de miel?, ¿Es que vamos a casarnos? -preguntó Paula.
-Bueno, vas a pedírmelo, ¿No?
-¿Que si voy a...? -repitió Paula tratando de soltarse-. ¡Suéltame, tengo que darte un puñetazo!
-Pelea cuanto quieras, yo soy más fuerte. Además, eso me da una idea.
-Sólo iba a arrodillarme -añadió Paula sin dejar de luchar-. Ya sabes, para regalarte un anillo de diamantes. Suéltame y te lo enseñaré.
-Me encantan las mujeres emancipadas.
Paula se quedó quieta al fin, se apartó el pelo de los ojos y lo miró. Los ojos de Pedro la contemplaban fija e intensamente.
-Pedro, ¿Hablas en serio sobre eso de la familia?
-Sí, pero es un proceso complicado. Puede que tardemos un poco.
-Tienes razón -musitó Paula-. Hay muchos factores a tener en cuenta.
-Seguiremos practicando a ver qué tal se nos da, ¿De acuerdo? -sugirió Pedro.
Paula sonrió maliciosamente, dándole a entender que la fiesta ni siquiera había comenzado, y contestó:
-Perfecto.
FIN
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