—Aún sigue aquí —dijo él. Era una afirmación, no una pregunta. No estaba nada contento de verla, pero al menos tampoco parecía sorprendido.
—Valentina tenía que ir al baño —explicó ella—. Jamás se me habría ocurrido entrar, pero me temo que la niña decidió por sí misma... Y entró por la puerta trasera. «Dejándome sin más opción que seguirla», pensó. «Conozco su modo de operar. Lo aprendió de una experta» .
—Ésta es la casa de su abuela —continuó.
Odiaba disculparse cuando era él quien debía hacerlo por sus bastos modales. Valentina tenía tanto derecho como él a estar allí. Y, en cualquier caso. ¿Qué estaba haciendo él allí?
—Por desgracia —replicó el hombre—, su abuela no se encuentra aquí para hacerse cargo de ella.
—Es obvio que ha habido un malentendido.
—Eso es algo que tendrá que hablar usted con Bianca. Yo ya tengo bastante con cuidar a sus animales perdidos mientras su madre está fuera.
—Sí bueno, eso es lo que intento hacer —dijo Paula mostrándole el móvil para hacerle ver que sus intenciones eran buenas.
¿De dónde habría surgido tan repentinamente? Sin duda había oído el grito de Valentina, pero ¿Cómo había aparecido tras ella?
—En ese caso dejaré que lo haga —dijo él—. Tengo que ocuparme de un problema en el sótano —se dió la vuelta y abrió una puerta escondida en los paneles de la pared.
Una escalera de piedra bajaba a los cimientos de la casa. Con su imaginación y su corazón desatados, Paula no preguntó qué clase de problema tenía en el sótano. No quería saberlo. Sólo quería que el gigante se fuera.
— ¡Paula! ¿Dónde estás?
El gigante miró hacia las escaleras.
—Será mejor que no haga esperar a su alteza —le aconsejó.
—No —admitió ella retrocediendo hacia las escaleras—. Tiene razón — añadió, consciente de que parecía estar calmando a una bestia peligrosa.
Era absurdo. La irritación en la mirada de aquel hombre era evidente, pero no había nada amenazador en su comportamiento. Se trataba sólo del hecho de que fuera inquietantemente... Grande. Y de que estuviera allí. Aunque, puestos a pensar en ello, debería estar agradecida. Si la casa hubiese estado cerrada y desierta, no habría tenido más remedio que volver a Londres y despedirse de sus dos semanas al sol. Sabía que un clima más cálido no aliviaría el dolor de su corazón, pero necesitaba alejarse de su familia y sus amigos, que la trataban como si alguien hubiese muerto.
—Yo... Eh... Iré a ayudar a Valentina —dijo, retrocediendo otro paso.
Entonces tropezó con el primer escalón, perdió el equilibrio y dejó caer el teléfono para agarrarle a la barandilla buscando apoyo. La mano se cerró en el aire, pero, justo cuando aceptó que nada impediría su caída, el gigante la sujetó y la sostuvo con lo que parecían ser unas manos muy seguras. Muy seguras... Y muy grandes. Era absurdo imaginarse que esas manos estaban abarcándole la cintura. Su cintura no era muy estrecha, sino más bien una cintura práctica equipada con un par de buenas caderas, útiles para apoyar contra ellas a niños pequeños. Pero por un momento sintió que las manos la rodeaban, y comprendió finalmente por qué las mujeres sensatas del pasado se habían permitido agonizar con los pequeños corsés en busca de un aspecto frágil. Al encontrarse con la mirada de unos ojos dorados y felinos, se sintió muy, muy frágil. Sabía que era una tontería, naturalmente, y que debería hacer un esfuerzo por ponerse de pie antes de provocarle daños en la espalda a aquel pobre hombre. No tuvo que hacer absolutamente nada, pues él era más que capaz de hacerlo por ella y enseguida la tuvo de pie, con el rostro presionado contra la suave lana de su camisa, inmersa en los penetrantes olores de la ropa limpia, de sudor masculino, de aceite hirviendo... Muchos hombres se habrían aprovechado de la situación, tirando de ella para conseguir un mayor roce. Pero el gigante, sin embargo, no perdió tiempo en poner espacio entre ambos. Sus fuertes manos permanecieron en la cintura de Paula, pero sólo como medida de precaución mientras ella recuperaba el equilibrio y el aliento... Algo que lellevó más tiempo del deseado. Lo achacó al hecho de que no era una experiencia habitual tener que levantar la vista para mirar a nadie, y que ese alguien mereciera una inspección más detallada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario