—Hay botas de agua y abrigos en la cocina —sugirió Valentina—. Pruébatelos hasta que encuentres algo que te sirvan.
—De acuerdo. Dejaré mi bolsa en la habitación de al Lado y veremos qué encontramos.
La habitación contigua no se había beneficiado de ningún decorador en los últimos cincuenta años, por lo menos. Pero era cálida y confortable. Paula decidió que dejaría las camas para más tarde. Lo más importante en esos momentos era ir a ver al poni. Diez minutos más tarde las dos estaban caminando por el patio. Paula, con botas altas, no quiso buscar unas botas de agua que le vinieran bien, pero había tomado prestado uno de los viejos chubasqueros de la cocina. También había tomado otro para Valentina. Aun siendo el menor de todos, tuvo que arremangárselo para que pudiera sacar las manos, y no pudo evitar una sonrisa al ver a Valentina saltando por el patio con un par de enormes botas verdes, la falda blanca asomando bajo el chubasquero y la tiara todavía coronándole los rizos oscuros. Valentina Alfonso podía ser una niña precoz, pero desde luego no era aburrida.
— ¿Adonde van? —espetó Pedro Alfonso, apareciendo en la entrada de la cochera. Con un trapo se limpiaba las manos, manchadas de grasa.
—Valentina quería saludar a Fudge —explicó Paula a la defensiva—. Su pony —añadió cuando él no pareció saber de qué estaba hablando.
— ¿Así se llama? De acuerdo. Pero no se puede vagar por ahí con esta niebla. Es muy fácil perderse.
—Y supongo que no habrá ninguna posibilidad de que se pierda usted, ¿Verdad?
Nada más decirlo se arrepintió, incluso antes de que él la fulminara con la mirada.
— ¿Ésa es su idea de un chiste?
Si lo era, y no estaba preparada para analizar el comentario, había fracasado en su intento, pues Pedro no había soltado precisamente una carcajada.
—Sí... No... Lo siento —se disculpó sinceramente.
Él asintió con la cabeza hacia el extremo del patio.
—El poni está en la caseta del fondo. No le des azúcar —le dijo a Valentina—. Es viejo y sus dientes no toleran más abusos. Encontrarás zanahorias en una red colgada de la pared.
Valentina echó a correr, pero Paula permaneció inmóvil. Por muy incómoda que se sintiera, no iba a darle la satisfacción de salir huyendo.
— ¿Cuál es su opinión sobre el coche?
—No soy mecánico, pero diría que su tubo de escape está completamente inutilizado. Voy a llamar al taller. Tranquila. No se lo cobraré.
—Gracias.
—Creo que por hoy ya ha sufrido bastante por culpa De los Alfonso — repuso él encogiéndose de hombros—. ¿No debería ir a asegurarse de que Valentina no acabe pisoteada por su poni?
—El animal no se atrevería a pisotearla —dijo ella.
Aquel comentario logró un atisbo de sonrisa en Pedro. Por unos segundos ninguno de los dos se movió del sitio
—Será mejor que vaya a llamar a...
—Debería ir a vigilar a...
Él se movió primero y volvió a la casa sin decir más. Ella lo observó durante un momento y, controlando sus hormonas, fue a ver a Valentina.
— ¿Ha encontrado algo para el té de Valentina?
Paula levantó la mirada de la salsa que estaba removiendo al fuego. No había visto a Pedro desde que él la dejara junto a la cochera, y no había esperado con impaciencia su próximo encuentro, pero en esos momentos no parecía muy amenazador. Ojala pudiera ella dejar de decir estupideces y conseguir que estuviera de su parte...
—Sí. gracias. Estoy preparando unos espaguetis carbonara.
Él arqueó las cejas.
—El té de las cinco ha mejorado bastante desde mi infancia. Lo máximo a lo que yo podía aspirar era macarrones al gratén.
—Las niñeras evolucionan con el tiempo, igual que todo el mundo, señor Alfonso. Y también lo hacen los niños. Por lo visto, éste es uno de sus platos favoritos, y como en la cocina tenía todos los ingredientes a mano...
—No sabía que supiera cocinar.
La tentación de responderle con algún comentario mordaz fue muy fuerte, pero Paula se contuvo. Valentina quería quedarse allí, por lo que no serviría de nada enfadarlo.
— ¿Tiene hambre? —le preguntó, concentrándose en la salsa para no tener que mirarlo—. He hecho más de lo que Valentina y yo podamos comer. Dejaré un plato para usted en la nevera. Así podrá calentárselo cuando nosotras no estemos.
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