Paula se sintió como si acabara de recibir un mazazo. El hecho de que Valentina fuese negra no tenía la menor importancia para ella, pero era posible que su adopción por Brenda Alfonso la hubiese expuesto a toda clase de comentarios desagradables de la gente celosa y desconsiderada. Y había estado tan inmersa en sus propios problemas, que se había dejado engañar por la aparente seguridad de la niña, creyendo que nada de lo que sucedía su alrededor la afectaba. Lo último que necesitaba en esos momentos era ser responsable de la hija de otra persona. Pero eso no importaba. Con su madre volando hacia el otro extremo del mundo y su abuela de vacaciones, la única persona que quedaba para cuidarla era el gigante. Y eso no iba a ocurrir nunca. Valentina necesitaba seguridad, e iba a tenerla, sin importar cómo afectara eso a sus propios planes.
—No, Valentina. No tiene nada que ver con que seas adoptada —le aseguró con firmeza—. Simplemente es…
Valentina levantó la cabeza y la miró a los ojos.
—Creo que es por eso por lo que Pedro no me quiere.
A Paula se le encogió el corazón al oírla.
—Oh, estoy segura de que eso no es cierto —respondió automáticamente, pero recordaba la fría expresión del gigante al ver a Valentina esperando en el coche, y cómo la niña se había ocultado en el asiento, como si quisiera esconderse de Pedro Alfonso.
Pedro. El nombre no encajaba con él. Era un nombre para un hombre que abrazaba a alguien en apuros, que supiera cómo ofrecer ánimo y consuelo. No para un hombre que rechazaba a una niña pequeña sólo porque fuese adoptada. En realidad, no se le ocurría ningún nombre lo bastante horrible para una persona tan malvada. Paula quería abrazar a Valentina, demostrarle que al menos había una persona en el mundo que se preocupaba por ella. En otras palabras, la suya era una reacción emocional que le salía directamente del corazón. No podía dejarse llevar por las emociones, así que reprimió el deseo de abrazar a Valentina y se sentó en un escalón para estar al mismo nivel que la niña. La tomó de las manos y se dirigió a ella con el tono más serio que pudo adoptar.
—Escúchame, Valentina Alfonso. Para mí no supone ninguna diferencia el color de tu piel. Me daría igual que fueras rosa o azul, con el pelo verde y manchas moradas, ¿Entendido?
Valentina la miró en silencio durante un largo rato, hasta que finalmente se encogió de hombros, como si aquello no le importara nada.
—Sí.
No era una muestra excesiva de confianza, pero ¿Qué podía esperarse? Paula sabía muy bien que con los niños no había resultados inmediatos. Tendría que demostrarle que su preocupación era sincera. Y como sospechaba que no conseguiría nada quitándole importancia a la situación, empezaría contándole la verdad.
—Eres una niña muy inteligente, así que no voy a mentirte. Tenemos un problema. El plan era muy sencillo. Tenía que traerte aquí y dejarte con tu abuela. Y tú sabes que no debería quedarme aquí ni un minuto más, ¿Verdad?
Valentina volvió a encogerse de hombros, mirándose los zapatos.
—Sí, supongo.
—No es porque no me gustes, no es porque seas negra. Es porque tengo que tomar un avión dentro de...—miró su reloj y vio que el tiempo pasaba demasiado deprisa—. Dentro de muy poco.
—Como mi madre —dijo la niña en un tono desprovisto de toda emoción, sugiriendo que también ella iba a abandonarla. No era justo, pero Jacqui supuso que, si estuviera en el lugar de Valentina, tampoco le importaría mucho lo que fuera justo.
—No, como tu madre no —replicó. Brenda Alfonso estaría volando en primera clase, y llegaría a Beijing más fresca y descansada de lo que ella llegaría a España tras pasar tres horas en un vuelo chárter—. Tu madre está trabajando, y eso es muy importante para ella. Yo sólo me iba a España... —ya estaba hablando en pasado—. De vacaciones.
—Oh —pareció momentáneamente alicaída, pero enseguida se animó— . ¿Tienes que irte a España? Es estupendo pasar las vacaciones aquí... Normalmente —añadió como si acabara de recordar que Pedro estaba en la casa.
—Estoy segura. Cuando tu abuela se encuentra aquí. Y puedes montar tu poni.
—Hay muchos animales más. No tenemos ninguno en casa, porque Londres no es un buen lugar para ellos, pero mi madre siempre los está recogiendo de la calle y los envía aquí, porque mi abuela tiene mucho sitio. Hay perros, gatos, gallinas, patos y conejos —se le iluminórepentinamente el rostro y levantó las manos—. También hay burros, para pasear a los niños por una playa. Pero si tienes que irte —su expresión se ensombreció y dejó caer las manos—, lo entenderé.
Maldición.
—Gracias, Valentina, pero no me voy a ninguna parte hasta que haya alguien para cuidarte. ¿Entendido?
Valentina no la miró a los ojos y se limitó a clavar la punta del pie en la alfombra deshilachada.
— ¿Aunque pierdas el avión?
—Aunque pierda el avión —le aseguró Paula.
— ¿Lo prometes?
«Lo prometo». Una simple promesa que, una vez pronunciada ante una niña, no podía romperse. Una promesa que debía hacerse con sumo cuidado, porque no siempre podía mantenerse. Pero Valentina esperaba ansiosa su respuesta, y la verdad era que no iba a irse a ninguna parte hasta asegurarse de que la niña quedaba en buenas manos. No era un compromiso para toda la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario