jueves, 30 de mayo de 2024

Inesperado Amor: Capítulo 26

El instinto urgía a Paula a que echara a correr, pero sus piernas no respondían. El cuerpo entero le temblaba y se tapó la boca con la mano para no gritar. ¿Qué le había pasado a Pedro? Las marcas donde su piel había sido arrancada no se parecían a nada que ella hubiera visto antes. Ni a nada que quisiera volver a ver. Gimió y se apoyó contra la puerta, casi cayéndose de bruces cuando él volvió a abrirla, esa vez vestido con un albornoz.


—¿Estás bien? —le preguntó. La agarró con tanta fuerza por los brazos que sus dedos se le clavaron en la carne.


Ella no se quejó. Ni por un momento creyó que lo hiciera a propósito. Simplemente asintió y él aflojó la presión para que la sangre volviera a circular, pero no la soltó. Tal vez porque era él quien necesitaba un punto de apoyo, pensó Paula al ver su rostro cansado y enjuto, como si no hubiera dormido en mucho tiempo.


—¿Y bien? —la apremió él—. ¿Qué querías que no podía esperar? ¿Has localizado a Bianca?


Demasiado tranquilo. Demasiado frío y despreocupado, aunque ella habría pensado otra cosa por la dolorosa presión en sus brazos.


—No. Es demasiado pronto para llamar a la agencia —dijo, y como él no parecía interesado en saber lo que no había hecho, sino en qué demonios pretendía al entrar en su habitación sin llamar, respiró hondo para intentar calmarse y continuó—. No te estaba buscando. Buscaba el cuarto de los niños. Ali... Alicia me dijo que allí tal vez encontrara ropa adecuada para Valentina. Me dijo que es... Estaba arriba, la quinta puerta del pasillo...


Le daba igual lo que Alicia hubiera dicho y lo que Valentina llevara puesto, siempre que no pasara frió. Pero tenía que saber qué eran esas marcas...


—Pedro...


—Alicia asumió que subirías por la escalera principal —la interrumpió él—. Es por aquí —la hizo retroceder por el pasillo, agarrándola firmemente por el codo—. Esta es —abrió una puerta y se giró bruscamente para marcharse.


—¡Pedro!


Él se detuvo en la puerta de su habitación, pero no la miró.


—No preguntes —le advirtió.


Por un momento ninguno de los dos se movió ni habló. Y entonces, aparentemente satisfecho de haber dejado clara su postura, Pedro entró en la habitación y cerró la puerta.




Habiéndose decidido finalmente por el tafetán rosa, Valentina no quedó impresionada con la ropa que había encontrado Paula.


—Huele —dijo, arrugando la nariz con disgusto.


—Sólo huele porque ha estado guardada mucho tiempo. Y no te estoy pidiendo que te la pongas. No hasta que se haya lavado. Sólo quiero asegurarme de que te queda bien.


—No me quedará bien.


—Seguramente no —corroboró Paula—. Tu madre debió de ser más alta que tú.


—No, no lo era. Me dijo que medía lo mismo que yo a mi edad.


—Oh, entonces seguro que te está bien, ya que era de tu madre.


—Oh, vamos... —dijo Valentina, recuperándose rápidamente de su error. Agarró una sudadera con un personaje de dibujos animados estampado y la sostuvo a lo largo del brazo—. Mi madre jamás se habría puesto algo así.


Habiendo previsto aquella reacción, Paula sacó una foto que había encontrado en el cuarto de los niños, clavada en un tablero. Estaba curvada por los bordes y muy descolorida, y sin duda estaba allí por el cachorro que una Brenda Alfonso muy joven apretaba en sus brazos, más que por razones estéticas. O tal vez fuera porque, tras ella, estaba su primo mayor, alto y protector, Pedro. La razón no importaba. Lo que importaba era que en aquella foto Brenda Alfonso llevaba aquella sudadera.


—¿Por qué guardó esta sudadera tan horrible? —preguntó Valentina.


—¿Tu nunca has guardado un vestido, después de que ya no pudieras ponértelo, aunque sólo fuera para recordar cómo te sentías al llevarlo?


Valentina se encogió de hombros.


—Sí, supongo... ¿Ése que está con mi madre es Pedro?


Paula volvió a mirar la fotografía y se la tendió a la niña.


—¿Por qué no se lo preguntas?


—No —respondió Valentina, sin tomar la foto—. Es él.


Pensándolo bien, era obvio por qué Brenda había mantenido la foto donde pudiera verse. Aquel hombre podía tener muchos defectos, pero su prima lo había venerado de niña. Y seguro que aquella mano en su hombro también habría hecho especial la sudadera.

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