Paula Chaves escudriñaba el tortuoso camino a través de la niebla, intentando conducir su preciado vehículo entre los amenazantes muros de piedras y lamentándose por centésima vez por haber aceptado aquel trabajo.
—Sólo es un trabajo ocasional de niñera, Paula —le había dicho Sandra Campbell—. Es pan comido para alguien tan experimentada como tú.
—Yo ya no soy niñera. Ni siquiera ocasional.
—Sólo serán un par de horas, como mucho —continuó Sandra, como si Paula no hubiera hablado—. No te lo pediría si no fuera una emergencia. Y Brenda Alfonso es una dienta muy especial.
— ¿Brenda Alfonso?
—Vaya, veo que he captado tu atención. ¿Sabes que ha adoptado a una niña refugiada?
—Sí, he visto su foto en Celebrity...
—Nosotros le suministramos su personal.
— ¿En serio? Entonces, ¿Por qué no tiene a una de tus fantásticas niñeras para cuidar de su hija?
—La tiene. O al menos la tendrá. Ya tengo a alguien preparada, pero está de vacaciones.
— ¡De vacaciones! Qué casualidad. Recuerda que me pediste que me pasara de camino al aeropuerto... —re calcó la última palabra con un énfasis especial—. Dijiste que tenías algo para mí.
—Oh, por supuesto —dijo Sandra. Abrió el cajón de su escritorio y sacó un sobre con el matasellos de Hong Kong—. Lo han mandado los Gilchrist.
Con el pulso acelerado. Paula tomó el sobre y lo abrió. Un brazalete de plata le cayó sobre la palma, y una tarjeta cayó al suelo. Aterrada, recogió la tarjeta y leyó el mensaje.
— ¿Paula?
Paula sacudió la cabeza y parpadeó frenéticamente mientras se apresuraba a guardar la tarjeta en el bolso.
— ¿Qué es? ¿Los Gilchrist te han mandado un recuerdo?
—Algo así —respondió, incapaz de definir lo que habían hecho los Gilchrist.
Sandra agarró la pulsera de su mano.
—Oh, es preciosa. Han empezado tu colección con un pequeño corazón... Parece que tiene algo grabado —dijo, acercándola a la luz—. Tengo que graduarme la vista, pero creo que dice... «Olvida y sonríe» — frunció el ceño—. ¿Qué significa?
—Es una cita de Christina Rossetti —explicó Paula, anonadada—. «Es mejor olvidarse y sonreír que recordar y estremecerse».
—Oh. Entiendo... Bueno, tal vez sea un buen consejo.
—Sí —se limitó a decir Paula.
—Sé lo doloroso que es perderla, Paula. Ella nunca te olvidará. Ni todo lo que hiciste por ella.
Paula sabía exactamente lo que había hecho. Por eso mismo nunca volvería a correr el riesgo.
— ¿Quieres que te la ponga? —le sugirió Sandra.
Paula permitió que le abrochara la cadena alrededor de la muñeca, porque habría parecido muy extraño que rechazara la pulsera junto a la tarjeta.
—Bueno —dijo, carraspeando—. Si eso es todo, será mejor que me vaya.
—No tan deprisa. Tu vuelo no sale hasta dentro de unas horas —replicó Sandra con una sonrisa alentadora—. Y viendo con qué clase de compañía barata vas a volar y de qué aeropuerto perdido vas a salir, no hay duda de que necesitas el dinero. Hace meses que no trabajas.
—Hace meses que no trabajo para ti —corrigió Paula—. He estado trabajando como secretaria en una oficina muy agradable. Con un horario normal y un sueldo decente.
Sandra puso los ojos en blanco. Su expresión era de absoluta incredulidad. De acuerdo, tal vez «Agradable» fuera decir demasiado.
—Me han pedido que me quede —siguió Paula—. Como empleada fija.
—No tendrás ni que molestarte —dijo Sandra, ignorando el comentario por completo.
Paula se desenvolvía muy bien en los empleos temporales haciendo los trabajos aburridos y rutinarios que nadie quería. A ella tampoco le gustaban, pero era su penitencia particular. Sin embargo, sus seis meses de autoflagelación no habían ayudado. Iba a tener que intentar otra cosa y tal vez su familia tuviera razón: un par de semanas en soledad, sin ninguna presión, le dieran tiempo para decidir lo que quería hacer con el resto de su vida.
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