martes, 28 de mayo de 2024

Inesperado Amor: Capítulo 23

 —Y ahora que hemos aclarado ese pequeño detalle —siguió él—, y que gracias a la tecnología moderna Bianca puede enviar por fax su autorización a la agencia, ¿Cuál es su segunda objeción?


—Valentina quiere quedarse aquí. Y mi trabajo... Es hacerla feliz —decidió que no era el mejor momento para decirle que no le estaban pagando por eso—. ¿Por qué no llama a su nueva amiga, la señora Campbell, y le pregunta si estaría preparada para confiar en que lo haga? — anticipándose a una respuesta negativa, decidió no perder más tiempo y marcharse—. Buenas noches, señor Alfonso —se despidió, dirigiéndose hacia la puerta—. Que duerma bien.


—Llámame, Pedro, por favor —dijo él de improviso—. Creo que hemos intercambiado los suficientes insultos para tuteamos, ¿No?


Paula tuvo que admitir que se sentía tentada. Y no era para menos. Aquel hombre era la tentación encamada. Con un buen corte de pelo y un afeitado, sería pura dinamita. Qué lástima que no tuviera un corazón digno de ese cuerpo.


— ¿Se está rindiendo, señor Alfonso?


Él apretó brevemente la mandíbula, y Paula tuvo la impresión de que era ella la que tenía la lengua más afilada. Era imposible que un hombre de su estatura y su personalidad pudiera sentirse vulnerable, pero ella deseó haber mantenido la boca cerrada por una vez y haber respondido a su invitación con una sonrisa alentadora.


—No, señorita Chaves —dijo él—. Simplemente estoy ofreciendo una tregua por esta noche.


Por lo visto no se sentía afectado en absoluto. Seguía siendo el mismo de siempre. Jacqui podía estar atrapada en una colina brumosa con una princesita y un ogro, pero aquello no era un cuento de hadas. Y aunque el café le salía bastante bueno, iba a hacer falta algo más que una taza para transformar a Pedro Alfonso en el príncipe azul. ¿Un beso, quizá?


—En ese caso —se apresuró a decir—, y hasta que se reanuden las hostilidades al amanecer, buenas noches, Pedro.


Por un momento, pareció que él iba a responder, y Paula esperó con la mano en la puerta, confiando en que se ablandara y le ofreciera algomás.


—Buenas noches, Paula —fue todo lo que dijo.


A Paula no le quedó más elección que cerrar la puerta y alejarse, pero al subir las escaleras la acompañó una sensación de arrepentimiento. Tenía la inquietante certeza de que se había acercado a algo importante, pero había estado demasiado ocupada defendiéndose a sí misma como para identificar de qué se trataba. Fue a ver a Valentina, que dormía plácidamente. Le estiró las sábanas y la contempló un rato más antes de retirarse a su habitación. 


Pedro permaneció inmóvil durante largo rato. El café se le enfrió en la taza y en la cafetera, mientras él aguardaba a que las aguas volvieran a su cauce. Finalmente, un gato se estiró y salió por la puerta de la cocina, en busca de su caza nocturna. El perro de caza también se levantó y se acercó a Pedro para rozarle la mano con el hocico, sugiriéndole que era hora de dar un paseo. Los animales no parecían conscientes del remolino que había provocado la presencia de Paula. Un remolino que lo había alterado todo; el aire, la atmósfera, la soledad, a él mismo... Salió rápidamente de la cocina, agarrando el abrigo del perchero y se internó en la oscuridad. Los viejos labradores se dieron la vuelta al cabo de un rato, pero el sabueso permaneció a su lado mientras Pedro recorría los campos con la única determinación de sacar a Paula de su cabeza. Y de su corazón.


Paula dejó a Valentina decidiendo entre el tafetán rosa y la seda amarilla, y bajó las escaleras con la intención de buscar una ropa más adecuada para ella misma. Miró en el despacho, pero no había ni rastro de Pedro Alfonso. Ni tampoco parecía que hubiese estado allí, pues la bolsa con el correo seguía en el mismo lugar donde ella la había dejado. Tuvo más suerte en la cocina, donde había una mujer mayor ocupada en vaciar el lavavajillas.

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