No eran sólo sus extraordinarios ojos ni la anchura de sus hombros. Ni tampoco su estatura. Ahora que Paula estaba al mismo nivel que él, podía ver que su altura no parecía tan abrumadora. Ciertamente, incluso con tacones habría tenido que levantar la mirada, pero no tanto, y por primera vez desde que superó en altura a todas las chicas y profesores de la escuela, se sintió a gusto con su estatura.
— ¿Se encuentra bien? —le preguntó él.
—Muy bien —consiguió responder ella, aunque sin mucha convicción.
— ¿Seguro? —insistió, sin soltarla.
—Seguro.
—Debería controlar sus nervios. Paula Chaves—dijo él, soltándola.
—Ha sido un día muy difícil —replicó ella, temblando de frío por la humedad que empapaba su ropa y su pelo.
—Cualquier día que incluya a mi prima es un día difícil —dijo él—. Está tiritando.
—Un poco. Es por la humedad. La niebla es muy penetrante. No puede ser saludable vivir en una nube.
—Hay sitios peores, créame, y la niebla de las montañas tiene sus ventajas. Las visitas indeseadas, por ejemplo, rara vez se quedan más tiempo del necesario.
—Lo creo y usted también puede creerme cuando digo que no tengo el menor deseo de abusar de su hospitalidad un segundo más de lo necesario —dijo ella duramente—. Tengo un avión que tomar.
—Entonces será mejor que deje de tropezar por la casa y haga lo que deba hacer para salir de aquí cuanto antes, ¿No?
Encantador. Realmente encantador. Aunque tampoco el gigante de los cuentos había sido muy pródigo en sonrisas.
—Debo ocuparme de Valentina antes de empezar a llamar por teléfono — dijo, volviendo a la realidad y disponiéndose a recoger su móvil del suelo.
Él se le adelantó y agarró el teléfono antes que ella. Se lo tendió y Paula volvió a fijarse en sus manos. Y a punto estuvo de volver a dejar caer el móvil cuando sus largos dedos rozaron los suyos.
—Será mejor que se seque usted también. Encontrará toallas en el cuarto de baño.
Ella intentó hablar; quería demostrarle que, al contrario que él, sabía cómo comportarse. Pero tuvo que carraspear unas cuantas veces antes de poder articular palabra.
—Gracias, señor... Señor...
—Alfonso.
Paula esperó a que le diera su nombre completo, pero él no lo hizo. Bueno, no importaba. No le interesaba lo más mínimo su nombre de pila. Si él quería respetar los formalismos, por ella no había ningún problema. La había salvado de una caída únicamente para que ella no tuviese ninguna excusa para retrasar su marcha. Pero ahora que estaba en la casa no pensaba irse a ninguna parte hasta haber resuelto el futuro inmediato de Valentina.
—Bueno, señor Alfonso, le pido disculpas por abusar de su hospitalidad de esta manera, pero como me va a llevar bastante tiempo solucionar todo esto, y como molestarlo parece inevitable, ¿Sería posible que me ofreciera una taza de té? —le preguntó, sin recibir respuesta—. Mientras iré a ocuparme de Valentina. O quizá prefiera ocuparse usted personalmente de ella y así yo podré irme a tomar mi avión.
—No puede dejarla aquí conmigo.
— No, estaba claro que no podía hacerlo.
Pero ¿Sería su negativa una reacción de pánico por su fobia a los niños? ¿O acaso sabía de lo que estaba hablando? Paula tenía que admitir que no parecía muy asustado. Al contrario, hablaba como un hombre decidido y sin miedo. Conociera o no las leyes sobre la protección de los niños, no era un asunto de importancia para él. Simplemente estaba declarando las cosas como eran.
—Es usted el único familiar disponible —señaló ella, aunque eso no suponía ninguna diferencia.
No podía dejarle a Valentina sin la autorización expresa de Brenda Alfonso. A diferencia de una madre irresponsable, la agencia no podía dejar a la niña con cualquiera y desaparecer. Por suerte, él no pareció darse cuenta de la situación, y guardó silencio durante unos segundos mientras sopesaba las alternativas. Finalmente, se encogió casi imperceptiblemente de hombros.
— ¿Indio o chino?
—Indio, por favor —dijo ella sin perder la sonrisa—. Es un momento para tomar algo tonificante, más que refinado, ¿No cree?
No hay comentarios:
Publicar un comentario