Pedro se sintió como si tuviera los pies soldados al suelo. Su cabeza lo urgía a marcharse. No sabía cómo tratar a las personas. Y mucho menos a esa mujer, que pasaba de ser un monumento de tentadoras curvas a una lengua afilada y reprobatoria. Era demasiado compleja. Demasiado difícil. Él pensaba y se comportaba de una manera mucho más simple, centrándose en la supervivencia. Y para sobrevivir tenía que estar solo. No había otra manera. Pero su cuerpo no parecía dispuesto a obedecer la más sencilla de las órdenes. Había exigido la comida que ella había cocinado, y ahora parecía incapaz de marcharse, atrapado entre la posibilidad de subir al cielo y la seguridad de permanecer en el infierno. Paula aguardaba su reacción, sintiendo cómo el silencio se estiraba como un elástico a punto de romperse. No se imaginaba por qué a él le costaba tanto responder a una pregunta tan simple, pero percibía la batalla que se estaba librando en su cabeza. Dió un respingo cuando él se movió finalmente para agarrar su plato y llevarlo al fregadero. Tiró los restos al cubo de la basura y lo enjuagó antes de meterlo en el lavavajillas.
—Es usted una mujer muy irritante, ¿Lo sabía? —dijo, cerrando el electrodoméstico con tanta fuerza que hizo vibrar el resto de la vajilla.
Él tampoco era un dechado de virtudes, pensó ella, pero los buenos modales, y el instinto de supervivencia, sugerían que no era aconsejable decirlo. De modo que se limitó a agarrar la tetera y llenarla de agua.
—Una buena cocinera, pero irritante —continuó él.
—Una de dos no está mal. Podría haber sido irritante y pésima cocinera —puso la tetera al fuego y se volvió hacia él—. Entonces nada me habría salvado.
Él no pareció tener respuesta para eso.
— ¿Está Valentina en la cama?
—Son casi las diez. Por supuesto que está en la cama.
—«Por supuesto» no. Normalmente se queda levantada hasta medianoche, dando vueltas y siendo mimada por los ridículos amigos de Bianca.
— ¿En serio? —preguntó Paula, nada sorprendida—, Bueno, ha tenido un día agotador. Ni siquiera llegó al final del cuento antes de quedarse dormida.
—Increíble.
—Valentina no le gusta mucho, ¿Verdad?
—Bianca debería limitarse a rescatar animales —dijo él, lo que no respondía a la pregunta—. Puede abandonarlos aquí una vez que se ha hecho las fotos para la prensa y nadie sufre.
¿Qué...? ¿Acaso estaba insinuando que...?
—Valentina no ha sido abandonada —declaro con vehemencia.
— ¿No? ¿Entonces cómo lo llamaría?
—Estoy segura de que lo que ha pasado hoy no es más que un malentendido —dijo, y no iba a permitir ninguna conclusión hasta conocer todos los hechos—. Quería preguntarle una cosa. ¿Sabe si tiene ropa aquí? ¿Ropa para jugar o para salir al campo? En su habitación no hay nada, aunque eso parece la gruta de un hada. Sin duda la tela vaquera estropearía la ilusión.
—Sin duda. Me temo que no puedo ayudarla. Pero Valentina no necesitará ropa, puesto que no va a quedarse.
Paula no era una mujer violenta, pero si él hubiera sido un par de centímetros más bajo, lo habría zarandeado por los hombros. Hizo acopio de paciencia e intentó sonreír... No, no tenía sentido perder el tiempo sonriendo. Lo que tenía que hacer era evaluar la situación y razonar con él. La tetera empezó a silbar en ese momento, distrayéndola. Vertió el agua en una taza con una bolsita de té y preparó el café para Pedro Alfonso. Pero si intentaba razonar y fracasaba, él se mantendría con más firmeza en su postura. Y cada vez que dijera que la niña no iba a quedarse, le sería más difícil retractarse. Y ella quería quedarse. Lo mejor sería esperar hasta que Sandra hubiera hablado con Brenda Alfonso y todo se resolviera. Mientras tanto, se ocuparía de la crisis actual. Al menos, por una vez, él parecía reacio a marcharse corriendo, y Paula sabía que no tendría una oportunidad mejor para hablar. No tenía intención de amenazarlo, lo que sería bastante extraño teniendo en cuenta que el ogro era él, no ella, sino únicamente de buscar un acercamiento.
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