martes, 28 de mayo de 2024

Inesperado Amor: Capítulo 24

 — ¿Es usted Alicia? —le preguntó, contenta de encontrar a una posible aliada—. Soy Paula. La niñera de Valentina. Temporalmente —no tenía sentido crear más confusión intentando explicar cuál era exactamente la situación—. ¿Le ha explicado el señor Alfonso el malentendido?


— ¿El señor Pedro? No, pero la verdad es que lo evito tanto como puedo —respondió la mujer, secándose las manos en su delantal—. Sólo vengo a diario porque la señora se negó a marcharse hasta que le prometí que me encargaría de todo. Y que me aseguraría de que él tuviera algo que llevarse a la boca —se encogió de hombros—. Como es natural, me he enterado de que alguien se presentó ayer por la tarde con la señorita Valentina.


A Paula no la sorprendió lo rápidamente que se propagaban los cotillees por el pueblo.


—Esperaba encontrar aquí a la señora Alfonso. El plan era que Valentina se quedara con ella mientras su madre estaba de viaje.


— ¿Ah, sí? No sé nada de eso. La señora se fue a Nueva Zelanda, ¿Sabe? A visitar a su hermana.


—El señor Alfonso me dijo que estaba fuera.


—Él lo pagó todo. Incluso un billete en primera clase.


—Qué generoso...


—Sí, supongo que sí —dijo la mujer, sin mucha convicción.


— ¿No le dijo que Valentina vendría para quedarse?


—Pues no. La señorita Bianca no hizo preparativos para eso.


Paula frunció el ceño.


— ¿Cuándo se marchó a Nueva Zelanda la señora Alfonso?


—En noviembre.


— ¡Pero de eso hace cinco meses!


—Correcto. Y parte del trayecto la hizo en barco. Aunque llegó a tiempo para la Navidad.


—Oh.


—No tendría sentido recorrer un camino largo para quedarse sólo cinco minutos, ¿Verdad?


—Eh... No. ¿Y tiene previsto volver pronto?


—No que yo sepa. En su última carta decía que, siempre que al señor Pedro no le importe ocuparse de todo, se quedará una temporada.


— ¿Y el señor Pe... El señor Alfonso está de acuerdo?


—Bueno, no está precisamente contento, pero al menos no tiene prisa por marcharse. Esto es lo más parecido que tiene a un hogar.


Paula se obligó a refrenar su curiosidad. Una pregunta en falso sería cotillear.


—No entiendo por qué la señorita Alfonso ha enviado a Valentina aquí. Debería haber sabido que su madre no estaba.


—Vive en su propio mundo. Siempre ha sido así.


—Aun así, es difícil creer que alguien pueda cometer un error semejante. ¿Quiere una taza de té? —le ofreció Paula.


—No, gracias. Voy a ocuparme de las gallinas. Pero tomaré una cuando vuelva, si no le importa. Esta mañana hace mucho frío ahí fuera.


Le echó una mirada reprobatoria a su ropa y se dirigió hacia la puerta. Paula no pudo evitar sentirse decepcionada. No le gustaban los cotillees, pero había esperado mantener una conversación agradable que respondiera a las preguntas que no le habían dejado dormir por la noche.

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