—Te dije que no estábamos cerca —le recordó Valentina.
—Cierto, me lo dijiste.
—Está a muchos kilómetros. Allí arriba —añadió la niña, apuntando en dirección a las colinas cubiertas de niebla.
—Gracias, Valentina. Por favor, no te muevas mientras salgo a preguntar.
—Yo conozco el camino. Te lo he dicho. Está allí arriba.
—Estupendo. Enseguida vuelvo.
La niña se encogió de hombros y volvió a colocarse los auriculares mientras Paula salía del coche.
— ¿High Tops? ¿Se dirige usted a High Tops? —le preguntó la dependienta de la tienda, con una expresión de incertidumbre nada reconfortante.
— ¿Podría indicarme el camino? —insistió Paula.
— ¿La están esperando?
Como buena chica de ciudad, Paula estuvo a punto de preguntarle qué demonios le importaba eso, pero se contuvo. En los pueblos todo el mundo se consideraba con derecho de conocer los asuntos ajenos. Y además, necesitaba las indicaciones.
—Sí, me están esperando.
—Oh, bueno, entonces no hay problema. ¿Podría llevarles el correo por mí?
Sin esperar respuesta, la mujer le tendió una bolsa llena de cartas.
—De acuerdo —aceptó Paula—. Y ahora, si puede indicarme el camino, por favor... Tengo un poco de prisa.
—La gente de ciudad siempre con tantas prisas... Pero no puede correr por esos caminos. Nunca se sabe lo que se puede encontrar ahí arriba. Una vez ví una llama... —la sacó de la tienda y apuntó hacia la derecha—. Es muy fácil. Siga recto por ahí, tome el primer desvío a la izquierda pasando la escuela y siga el camino hasta alcanzar la cima. Es la única casa que hay. No tiene pérdida.
—Muchas gracias. Me ha sido de gran ayuda.
—Tenga cuidado. Hoy hay mucha niebla y ese camino está lleno de baches —miró dubitativa el VW y vió a Valentina sentada en el asiento trasero—. ¿Ésa es...? Oh, sí. Su madre era igual a su edad. Siempre iba vestida como una princesita oliendo a rosas.
—Gracias por las indicaciones y sus consejos —dijo Paula—. Tendré cuidado con los baches y con las llamas.
El consejo de la mujer no era para ser desoído. Con los dientes apretados y aferrando con fuerza el volante. Paula se esforzaba por avanzar lentamente entre la niebla y los peligrosos baches del camino ascendente.
—Ya casi estamos —se murmuró a sí misma para darse ánimos. Valentina parecía ajena a los tumbos y sacudidas, imperturbable como una duquesa.
Mucho más tranquila que Paula cuando el coche pasó por un profundo bache lleno de agua, derramándola a ambos lados del camino. Genial. Un tubo de escape roto era lo último que necesitaba. El suplicio continuó durante un kilómetro, aumentando la tensión en sus hombros. Finalmente, cuando empezaba a pensar que había dejado atrás la casa o que se había desviado del camino correcto, una vieja verja le bloqueó el paso. Parecía que no había sido abierta en años. Sobre ella había dos letreros. Uno era tan viejo que apenas podía leerse «High Tops», pero el otro era bastante nuevo y su mensaje estaba muy claro: «Prohibido el paso». Salió del coche y, evitando los charcos y el fango, levantó el pesado cierre metálico y se puso debajo para oponer una previsible resistencia. Pero casi cayó de bruces, pues el cierre se deslizó fácilmente sobre unas bisagras bien engrasadas. Valentina no dijo nada mientras Paula se limpiaba el barro de los zapatos y volvía a sentarse tras el volante. Aparentemente seguía absorta con su CD, pero su sonrisa de autosatisfacción revelaba lo que estaba pensando.
Princesita, 1. Adulta estúpida, 0.
Paula condujo durante unos cien metros más, hasta que vio surgir de entre la niebla una impresionante mansión recubierta de hiedra, con torres en cada esquina y tejados con almenas, que le conferían un aspecto más parecido al de una fortaleza que al hogar de una abuela. A pesar de que nunca se había acercado antes a High Tops, el lugar le resultó vagamente familiar y le provocó una extraña sensación de miedo. Sin duda sería por la combinación de niebla y lodo. Tal vez no estuviera totalmente de humor para el sol, la arena y la sangría, pero sabía muy bien qué opción habría elegido de tener oportunidad. Casi sentía lástima por Valentina. Qué tontería, se recriminó a sí misma. En cualquier momento la puerta se abriría y la niña sería acogida por su querida abuela. Sin embargo, la puerta permaneció cerrada.
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