jueves, 30 de mayo de 2024

Inesperado Amor: Capítulo 28

 —No lo he visto, pero tampoco estaba prestando atención —dijo él, y señaló el correo desperdigado por el escritorio—. Tal vez encuentres algo bajo todo esto.


Ella agarró un puñado de propaganda y la tiró directamente a la papelera. Después de haberla llevado a la casa, lo menos que podía hacer era separar el correo personal y las facturas en montones diferenciados. Entonces se percató de que la estaba mirando.


—¿Qué?


—Sigue. Estás haciendo un buen trabajo.


—Es bueno saber que soy útil en algo, aunque sólo sea en tirar la basura —dijo ella—. Tendrías que hacer algo para que dejaran de enviarte tanta propaganda inútil —tiró el último folleto a la papelera y ordenó los papeles de la mesa—. No está aquí —observó, empezando a sentirse un poco desesperada—. Esto es increíble. Tiene que estar en alguna parte. ¿Te importaría levantarte? 


Él obedeció y ella buscó entre el respaldo y los laterales del sillón, calentado por su cuerpo. Un calor provocado por el duro trasero y los muslos que tenía a escasos centímetros del rostro...


—No está aquí —dijo, retirándose.


—Tal vez haya caído al suelo.


Paula ya se había arrodillado antes de darse cuenta de que, en vez de permanecer de pie, Pedro había hecho lo mismo. Y al levantar la mirada, esperando no ver nada más peligroso que sus rodillas, se encontró mirando directamente a sus ojos. Lo apropiado habría sido sonreír y mantenerle la mirada. Pero la cercanía de sus ojos leonados le provocó tanto calor que se vio obligada a retroceder. Al hacerlo, se chocó con el borde de la mesa y cayó sobre sus rodillas con un grito de dolor. Lo siguiente que supo fue que estaba sentada en el sillón de Pedro y que él estaba agachado frente a ella, mirándola atentamente.


—¿Paula?


—No pasa nada... —dijo, intentando levantarse—. Estoy bien.


Él le puso una mano en el hombro para que no se moviera.


—Estate un minuto sin moverte. Te has dado un buen golpe.


—No, de verdad que no —insistió, pero se sentía como si le hubiera explotado la cabeza y tenía las rodillas muy débiles—. Estaré bien enseguida.


—Mírame —le ordenó él—. ¿Cuántos dedos hay?


Tras quedar convencido de que Paula no veía doble, se levantó y le apartó suavemente el pelo de la frente.


—¿Eres médico? —le preguntó ella.


—Sí, y puedo decirte que el pronóstico es dolor de cabeza y un chichón del tamaño de un huevo.


—Eso también podría decirlo yo... —le costaba trabajo hablar—. ¿De verdad eres médico?


—He perdido un poco de práctica —admitió él—, pero podré ocuparme de un pequeño bulto en la cabeza.


—¡Pequeño! —exclamó ella.


—Bien, ya casi te has recuperado por completo. Iré por una bolsa de hielo.


—No es necesario.


—¿Cuestionas mi diagnóstico? ¿También eres médico?


—Tu sarcasmo sobra —espetó ella—. Has leído mi curriculum y sabes exactamente lo que soy.


—Me he hecho una idea, pero me gustaría saber por qué dejaste la carrera de Enfermería —dijo, pero levantó un dedo para que no hablara, casi rozándole los labios—.Guarda silencio y no te muevas. Enseguida vuelvo.


—Sólo iba a decirte que no te metieras en lo que no te importa — murmuró ella testarudamente, pero sólo cuando él hubo salido del despacho. 


Estaba claro que Pedro sabía de lo que estaba hablando al aconsejarle que no hablara, porque nada más hablar deseó haberlo obedecido.


—Alicia está preparándote una taza de té —dijo él al regresar un par de minutos después, con hielo triturado y envuelto en un trapo. Se lo presionó suavemente contra la frente—. ¿Qué tal?


—Frío —respondió ella—. Maravillosamente frío —añadió, ya que lo primero no sonaba muy agradecido. Sin embargo, la idea del té le provocaba náuseas, aunque no se lo dijo—. Gracias —levantó una mano para sostener el hielo, y los dedos se entrelazaron brevemente con los de Pedro al intercambiar posiciones—. ¿Qué está haciendo Valentina? — preguntó, más como distracción que porque realmente le interesara saberlo.


—Siendo Valentina.


Era extraño, pero Paula comprendió exactamente a lo que se refería.

Inesperado Amor: Capítulo 27

 —Bueno, fuera hace un tiempo de perros, así que de momento no puedes salir a jugar. Aprovecharé para lavar la ropa, y si esta tarde sale el sol, podría sacarte una foto con esta sudadera. No hubo respuesta.


—¿Y con uno de los cachorros? Seguro que a tu madre le encantaría.


—Sólo si Pedro aparece también en la foto —insistió Valentina—. Para que sea exactamente igual.


—Es una magnífica idea —dijo Paula, aunque no estaba segura de que Pedro pensara lo mismo.


—¿Se lo pedirás por mí?


—Sí, cariño. Claro que se lo pediré.


—Antes de que me ponga la sudadera.


Valentina era pequeña, pero desde luego era una niña precoz. Paula se libró de un duelo inmediato en el que poner a prueba sus habilidades negociadoras, ya que Pedro no se quedó esperando para hablar con ella. Después del desayuno, dejó a la niña «Ayudando» a Alicia en la cocina y fue a llamar a Sandra. Al abrir la puerta del despacho, Pedro levantó la vista del montón de cartas que había sacado de bolsa y la miró con tanta fiereza que Paula dió un paso atrás.


—Lo siento. No pretendía molestarte.


—Tu presencia en esta casa molesta hasta el aire —declaró él, y respiró hondo, como si estuviera contando hasta diez—. Sin embargo, he de aceptar que no puedes hacer nada al respecto, así que, ¿Puedes dejar de ir de puntillas a mi alrededor, por favor?


—Ayudaría mucho si no me miraras como si te ofendieras al verme — señaló ella.


—Yo no... —empezó él con irritación, pero se interrumpió y desechó el asunto con un gesto, como dando a entender que Paula era demasiado sensible—. ¿Has dejado tu aquí este montón de basura?


—Si te refieres al correo, sí. La mujer de la tienda del pueblo me pidió que te lo trajera cuando me detuve para preguntarle el camino.


—Pues cuando te marches te sugiero que se lo devuelvas y le digas que...


—Tengo una idea mejor —lo interrumpió ella, cansada de su malhumor—. ¿Por qué no hablas tú mismo con ella? —se atrevió a preguntarle, y decidió cambiar rápidamente de tema—. ¿Has sabido algo de tu prima?


Él negó con la cabeza.


—Y supongo que tú no has recibido ninguna alegría de la agencia.


—Estaba a punto de llamar.


—Adelante.


Empujó el teléfono hacia ella y Paula levantó el auricular, pero no parecía haber línea.


—No hay línea.


Él le quitó el auricular y se lo pegó a la oreja.


—¿Me equivoco? —le preguntó ella con engañosa dulzura.


Podía ser que la grosería de Pedro Alfonso fuese un escudo contra la compasión. De ser así, estaba funcionando. Él masculló algo incomprensible, pero ella no le pidió que lo repitiera. No creía que fuese algo que quisiera ni debiera oír.


—Ocurre todo el tiempo aquí arriba —dijo en voz alta—. Es una sueñe que tengas móvil.


—¿Quieres que informe de la avería?


—Si crees que debes hacerlo...


En realidad, Paula estaba contenta de dejarlo sin comunicación con el mundo exterior, y estaba convencida de que el mundo exterior se lo agradecería. Pero no tenía sentido expresar su opinión y enfadarlo aún más, y menos cuando tenía que pedirle un favor. Pero lo primero era llamar por teléfono. Si las noticias que recibía eran buenas, Pedro estaría de mejor humor. El único problema era que no recordaba dónde había metido su móvil. Dejó a Pedro en el despacho y buscó en sus bolsillos, que era donde lo llevaba durante el día, y en la mesilla de noche, donde sólo encontró el brazalete de plata. Se abrochó la cadena en la muñeca y miró bajo la cama, por si acaso el aparato había caído al suelo. Nada. Tampoco estaba en la cocina, y Valentina, ataviada con un gran delantal y con las mejillas cubiertas de harina, no supo responderle cuando le preguntó si lo había visto. Sólo quedaba el despacho, ya que era el último lugar donde recordaba haber estado, así que no tenía más remedio que entrar en la guarida del león por segunda vez aquella mañana. Aunque esa vez tuvo la precaución de llamar a la puerta antes de abrir.


—¿Y bien? —preguntó Pedro, levantando la mirada.


—No encuentro mi móvil por ninguna parte. No sé dónde más buscar.

Inesperado Amor: Capítulo 26

El instinto urgía a Paula a que echara a correr, pero sus piernas no respondían. El cuerpo entero le temblaba y se tapó la boca con la mano para no gritar. ¿Qué le había pasado a Pedro? Las marcas donde su piel había sido arrancada no se parecían a nada que ella hubiera visto antes. Ni a nada que quisiera volver a ver. Gimió y se apoyó contra la puerta, casi cayéndose de bruces cuando él volvió a abrirla, esa vez vestido con un albornoz.


—¿Estás bien? —le preguntó. La agarró con tanta fuerza por los brazos que sus dedos se le clavaron en la carne.


Ella no se quejó. Ni por un momento creyó que lo hiciera a propósito. Simplemente asintió y él aflojó la presión para que la sangre volviera a circular, pero no la soltó. Tal vez porque era él quien necesitaba un punto de apoyo, pensó Paula al ver su rostro cansado y enjuto, como si no hubiera dormido en mucho tiempo.


—¿Y bien? —la apremió él—. ¿Qué querías que no podía esperar? ¿Has localizado a Bianca?


Demasiado tranquilo. Demasiado frío y despreocupado, aunque ella habría pensado otra cosa por la dolorosa presión en sus brazos.


—No. Es demasiado pronto para llamar a la agencia —dijo, y como él no parecía interesado en saber lo que no había hecho, sino en qué demonios pretendía al entrar en su habitación sin llamar, respiró hondo para intentar calmarse y continuó—. No te estaba buscando. Buscaba el cuarto de los niños. Ali... Alicia me dijo que allí tal vez encontrara ropa adecuada para Valentina. Me dijo que es... Estaba arriba, la quinta puerta del pasillo...


Le daba igual lo que Alicia hubiera dicho y lo que Valentina llevara puesto, siempre que no pasara frió. Pero tenía que saber qué eran esas marcas...


—Pedro...


—Alicia asumió que subirías por la escalera principal —la interrumpió él—. Es por aquí —la hizo retroceder por el pasillo, agarrándola firmemente por el codo—. Esta es —abrió una puerta y se giró bruscamente para marcharse.


—¡Pedro!


Él se detuvo en la puerta de su habitación, pero no la miró.


—No preguntes —le advirtió.


Por un momento ninguno de los dos se movió ni habló. Y entonces, aparentemente satisfecho de haber dejado clara su postura, Pedro entró en la habitación y cerró la puerta.




Habiéndose decidido finalmente por el tafetán rosa, Valentina no quedó impresionada con la ropa que había encontrado Paula.


—Huele —dijo, arrugando la nariz con disgusto.


—Sólo huele porque ha estado guardada mucho tiempo. Y no te estoy pidiendo que te la pongas. No hasta que se haya lavado. Sólo quiero asegurarme de que te queda bien.


—No me quedará bien.


—Seguramente no —corroboró Paula—. Tu madre debió de ser más alta que tú.


—No, no lo era. Me dijo que medía lo mismo que yo a mi edad.


—Oh, entonces seguro que te está bien, ya que era de tu madre.


—Oh, vamos... —dijo Valentina, recuperándose rápidamente de su error. Agarró una sudadera con un personaje de dibujos animados estampado y la sostuvo a lo largo del brazo—. Mi madre jamás se habría puesto algo así.


Habiendo previsto aquella reacción, Paula sacó una foto que había encontrado en el cuarto de los niños, clavada en un tablero. Estaba curvada por los bordes y muy descolorida, y sin duda estaba allí por el cachorro que una Brenda Alfonso muy joven apretaba en sus brazos, más que por razones estéticas. O tal vez fuera porque, tras ella, estaba su primo mayor, alto y protector, Pedro. La razón no importaba. Lo que importaba era que en aquella foto Brenda Alfonso llevaba aquella sudadera.


—¿Por qué guardó esta sudadera tan horrible? —preguntó Valentina.


—¿Tu nunca has guardado un vestido, después de que ya no pudieras ponértelo, aunque sólo fuera para recordar cómo te sentías al llevarlo?


Valentina se encogió de hombros.


—Sí, supongo... ¿Ése que está con mi madre es Pedro?


Paula volvió a mirar la fotografía y se la tendió a la niña.


—¿Por qué no se lo preguntas?


—No —respondió Valentina, sin tomar la foto—. Es él.


Pensándolo bien, era obvio por qué Brenda había mantenido la foto donde pudiera verse. Aquel hombre podía tener muchos defectos, pero su prima lo había venerado de niña. Y seguro que aquella mano en su hombro también habría hecho especial la sudadera.

Inesperado Amor: Capítulo 25

 —Por supuesto. Pero antes de que se vaya, ¿Puedo hacerle una pregunta?


—Pregunte —dijo la mujer con cierto recelo—. Pero no le prometo que responda.


—Valentina no ha traído ropa para salir al campo. No tiene nada en su habitación, y el señor Alfonso no parece saber dónde guarda sus cosas.


—¿Por qué habría de saberlo?


—No lo sé. La verdad es que no sé nada.


Tal vez la humildad fuera la respuesta adecuada, porque la expresión de Alicia cambió.


—Bueno, siempre está vagando de un sitio a otro. Pueden pasar meses, incluso años, sin que sepa nada de él, hasta que de pronto aparece.


Vaya suerte la suya, pensó Paula, de que sus visitas a High Tops hubieran coincidido. Le habría gustado obtener más detalles, pero Susan ya se dirigía hacia la puerta.


—¿Lo sabe usted? —le preguntó, en un último y desesperado intento.


La mujer reflexionó un momento, pero negó con la cabeza.


—No —respondió secamente.


—Tal vez podría buscarla yo misma. ¿Por dónde podría empezar?


—Ya se lo he dicho; no guarda ninguna ropa aquí —agarró un abrigo del perchero—. Su última niñera siempre traía todo lo que necesitaba —dijo, sin ocultar su cinismo.


—Pues yo no he tenido ese privilegio. Tengo que arreglármelas con lo único que hay: Tafetán rosa y seda amarilla.


—Supongo que podría echar un vistazo en el viejo cuarto de los niños — dijo Alicia, sacando un pañuelo para la cabeza del bolsillo del delantal—. Quizá encuentre algo de la señorita Bianca. Está arriba... —pensó por un momento—. La quinta puerta del pasillo.


—Gracias, Alicia —respondió Paula con una sonrisa—. Espero que esté lista para un sándwich de beicon cuando vuelva, para acompañar a su té.


La mujer le devolvió la sonrisa.


—De acuerdo. Si insiste, estaré de vuelta en media hora.


Paula subió las escaleras y recorrió el largo y ancho pasillo, iluminado por una serie de ventanas que, en un día despejado, seguro que ofrecían una hermosa vista. Una alfombra turca cubría el suelo encerado, y las paredes estaban repletas de cofres antiguos y cuadros. A pesar de su descuidado aspecto exterior, aquélla había sido sin duda la residencia de un caballero. Lástima que ahora la ocupara un caballero semejante, pensó mientras contaba las puertas hasta llegar a la quinta. Estaba junto al final de un tramo de escaleras, en lo que parecía la parte principal de la casa. Le pareció extraño que el cuarto de los niños estuviera allí, pero se encogió de hombros y abrió la puerta. Aún era muy temprano y la niebla que rodeaba la casa oscurecía las habitaciones, así que buscó el interruptor de la luz. La estancia se iluminó y vió enseguida que sus sospechas no eran infundadas. Aquélla no era la habitación de los niños, sino el dormitorio principal. Amueblado al estilo regencia, elegante, caro y con una enorme cama de columnas. Se dió la vuelta con la intención de salir inmediatamente... Y se encontró con Pedro Alfonso, que estaba de pie frente a un aparador, buscando ropa interior. Ya era bastante embarazoso haber entrado sin llamar, pero a  eso había que añadir que él acababa de salir de la ducha y que estaba desnudo, salvo una toalla envolviéndole las caderas. Y al girarse para mirarla, la toalla se soltó y cayó al suelo. Él no hizo el menor movimiento para recuperarla, y ella, a pesar de abrir la boca con intención de disculparse, fue incapaz de emitir sonido alguno. Era hermoso y esbelto, esculpido en fibra y músculo; la clase de cuerpo que los pintores ansiaban como modelo. De sus cabellos caían gotas de agua, que resbalaban sensualmente por sus hombros y su pecho hasta fundirse con su carne. Representaba la perfección del David de Miguel Ángel. Y esa perfección hacía aún más terrible las cicatrices que cubrían su espalda. Unas cicatrices que Pedro no fue lo suficiente rápido en ocultar. Sin pensar en lo que hacía, alargó un brazo dispuesta a tocarlo, como si quisiera traspasar el dolor a su propio cuerpo. Pero antes de que sus dedos tomaran contacto, él le sujetó la muñeca y, en un rápido y brusco tirón, la sacó de la habitación.


—Quédate ahí. No te muevas —sin esperar a ver si lo obedecía, le cerró la puerta en las narices.

martes, 28 de mayo de 2024

Inesperado Amor: Capítulo 24

 — ¿Es usted Alicia? —le preguntó, contenta de encontrar a una posible aliada—. Soy Paula. La niñera de Valentina. Temporalmente —no tenía sentido crear más confusión intentando explicar cuál era exactamente la situación—. ¿Le ha explicado el señor Alfonso el malentendido?


— ¿El señor Pedro? No, pero la verdad es que lo evito tanto como puedo —respondió la mujer, secándose las manos en su delantal—. Sólo vengo a diario porque la señora se negó a marcharse hasta que le prometí que me encargaría de todo. Y que me aseguraría de que él tuviera algo que llevarse a la boca —se encogió de hombros—. Como es natural, me he enterado de que alguien se presentó ayer por la tarde con la señorita Valentina.


A Paula no la sorprendió lo rápidamente que se propagaban los cotillees por el pueblo.


—Esperaba encontrar aquí a la señora Alfonso. El plan era que Valentina se quedara con ella mientras su madre estaba de viaje.


— ¿Ah, sí? No sé nada de eso. La señora se fue a Nueva Zelanda, ¿Sabe? A visitar a su hermana.


—El señor Alfonso me dijo que estaba fuera.


—Él lo pagó todo. Incluso un billete en primera clase.


—Qué generoso...


—Sí, supongo que sí —dijo la mujer, sin mucha convicción.


— ¿No le dijo que Valentina vendría para quedarse?


—Pues no. La señorita Bianca no hizo preparativos para eso.


Paula frunció el ceño.


— ¿Cuándo se marchó a Nueva Zelanda la señora Alfonso?


—En noviembre.


— ¡Pero de eso hace cinco meses!


—Correcto. Y parte del trayecto la hizo en barco. Aunque llegó a tiempo para la Navidad.


—Oh.


—No tendría sentido recorrer un camino largo para quedarse sólo cinco minutos, ¿Verdad?


—Eh... No. ¿Y tiene previsto volver pronto?


—No que yo sepa. En su última carta decía que, siempre que al señor Pedro no le importe ocuparse de todo, se quedará una temporada.


— ¿Y el señor Pe... El señor Alfonso está de acuerdo?


—Bueno, no está precisamente contento, pero al menos no tiene prisa por marcharse. Esto es lo más parecido que tiene a un hogar.


Paula se obligó a refrenar su curiosidad. Una pregunta en falso sería cotillear.


—No entiendo por qué la señorita Alfonso ha enviado a Valentina aquí. Debería haber sabido que su madre no estaba.


—Vive en su propio mundo. Siempre ha sido así.


—Aun así, es difícil creer que alguien pueda cometer un error semejante. ¿Quiere una taza de té? —le ofreció Paula.


—No, gracias. Voy a ocuparme de las gallinas. Pero tomaré una cuando vuelva, si no le importa. Esta mañana hace mucho frío ahí fuera.


Le echó una mirada reprobatoria a su ropa y se dirigió hacia la puerta. Paula no pudo evitar sentirse decepcionada. No le gustaban los cotillees, pero había esperado mantener una conversación agradable que respondiera a las preguntas que no le habían dejado dormir por la noche.

Inesperado Amor: Capítulo 23

 —Y ahora que hemos aclarado ese pequeño detalle —siguió él—, y que gracias a la tecnología moderna Bianca puede enviar por fax su autorización a la agencia, ¿Cuál es su segunda objeción?


—Valentina quiere quedarse aquí. Y mi trabajo... Es hacerla feliz —decidió que no era el mejor momento para decirle que no le estaban pagando por eso—. ¿Por qué no llama a su nueva amiga, la señora Campbell, y le pregunta si estaría preparada para confiar en que lo haga? — anticipándose a una respuesta negativa, decidió no perder más tiempo y marcharse—. Buenas noches, señor Alfonso —se despidió, dirigiéndose hacia la puerta—. Que duerma bien.


—Llámame, Pedro, por favor —dijo él de improviso—. Creo que hemos intercambiado los suficientes insultos para tuteamos, ¿No?


Paula tuvo que admitir que se sentía tentada. Y no era para menos. Aquel hombre era la tentación encamada. Con un buen corte de pelo y un afeitado, sería pura dinamita. Qué lástima que no tuviera un corazón digno de ese cuerpo.


— ¿Se está rindiendo, señor Alfonso?


Él apretó brevemente la mandíbula, y Paula tuvo la impresión de que era ella la que tenía la lengua más afilada. Era imposible que un hombre de su estatura y su personalidad pudiera sentirse vulnerable, pero ella deseó haber mantenido la boca cerrada por una vez y haber respondido a su invitación con una sonrisa alentadora.


—No, señorita Chaves —dijo él—. Simplemente estoy ofreciendo una tregua por esta noche.


Por lo visto no se sentía afectado en absoluto. Seguía siendo el mismo de siempre. Jacqui podía estar atrapada en una colina brumosa con una princesita y un ogro, pero aquello no era un cuento de hadas. Y aunque el café le salía bastante bueno, iba a hacer falta algo más que una taza para transformar a Pedro Alfonso en el príncipe azul. ¿Un beso, quizá?


—En ese caso —se apresuró a decir—, y hasta que se reanuden las hostilidades al amanecer, buenas noches, Pedro.


Por un momento, pareció que él iba a responder, y Paula esperó con la mano en la puerta, confiando en que se ablandara y le ofreciera algomás.


—Buenas noches, Paula —fue todo lo que dijo.


A Paula no le quedó más elección que cerrar la puerta y alejarse, pero al subir las escaleras la acompañó una sensación de arrepentimiento. Tenía la inquietante certeza de que se había acercado a algo importante, pero había estado demasiado ocupada defendiéndose a sí misma como para identificar de qué se trataba. Fue a ver a Valentina, que dormía plácidamente. Le estiró las sábanas y la contempló un rato más antes de retirarse a su habitación. 


Pedro permaneció inmóvil durante largo rato. El café se le enfrió en la taza y en la cafetera, mientras él aguardaba a que las aguas volvieran a su cauce. Finalmente, un gato se estiró y salió por la puerta de la cocina, en busca de su caza nocturna. El perro de caza también se levantó y se acercó a Pedro para rozarle la mano con el hocico, sugiriéndole que era hora de dar un paseo. Los animales no parecían conscientes del remolino que había provocado la presencia de Paula. Un remolino que lo había alterado todo; el aire, la atmósfera, la soledad, a él mismo... Salió rápidamente de la cocina, agarrando el abrigo del perchero y se internó en la oscuridad. Los viejos labradores se dieron la vuelta al cabo de un rato, pero el sabueso permaneció a su lado mientras Pedro recorría los campos con la única determinación de sacar a Paula de su cabeza. Y de su corazón.


Paula dejó a Valentina decidiendo entre el tafetán rosa y la seda amarilla, y bajó las escaleras con la intención de buscar una ropa más adecuada para ella misma. Miró en el despacho, pero no había ni rastro de Pedro Alfonso. Ni tampoco parecía que hubiese estado allí, pues la bolsa con el correo seguía en el mismo lugar donde ella la había dejado. Tuvo más suerte en la cocina, donde había una mujer mayor ocupada en vaciar el lavavajillas.

Inesperado Amor: Capítulo 22

 —Como si fuera una espina en su colchón —dijo—. Iba a España — añadió para cambiar rápidamente de tema, respondiendo a su pregunta anterior.


— ¿España? —repitió él—. Ah, sí, sus vacaciones. ¿Se iba sola?


Paula tomó un sorbo de té, pues se había quedado con la boca seca.


— ¿Importa eso?


—Si fuera con su novio, imagino que estaría harto.


—Si fuera con mi novio, créame, sería yo la que estuviese harta. Pero no se preocupe. Ningún hombre fuera de sí va a presentarse en su puerta para empeorar aún más la situación.


Pedro no pareció especialmente aliviado, aunque un hombre fuera de sí posiblemente hubiera sido un aliado para él.


—Hay muchos vuelos a España —dijo—. Sólo habrá perdido un día.


Paula no se dejó engañar. No era que Pedro Alfonso se preocupara por su bienestar. Simplemente, quería que se marchara de allí lo antes posible.


—Me temo que no es tan sencillo. Era una oferta de última hora. Si no me presento, pierdo el billete y su importe.


— ¿No puede cambiarlo?


¿Pero en qué planeta vivía ese hombre?


—No se moleste en intentar buscar una solución. Su prima y la agencia me compensarán por todo. Me han prometido que no perderé el dinero.


—Me alegra oírlo, pero no recuperará el dinero hasta dentro de un par de semanas, ¿Verdad?


—No importa. En estos momentos sólo me dedico a hacer trabajos temporales, así que puedo programar mis vacaciones como mejor me convenga.


—Eso no me parece justo. Si le sirve de algo, yo correré con sus gastos y luego lo solucionaré con Bianca.


—Santo Dios, sí que está desesperado por librarse de mí —dijo ella, intentando poner una mueca divertida—. Primero se ofrece a pagar la reparación de mi coche, y ahora a compensar la pérdida de mis vacaciones.


—Sólo intento hacer lo que es más razonable.


— ¡Razonable! Razonable sería lamentarse por las molestias y ofrecerle que se quedara en la casa mientras su incompetente familia solucionaba aquel desaguisado.


—No lo entiende, ¿Verdad?


— ¿Entender el qué?


Paula tomó un sorbo de té y se arriesgó a mirarlo sobre el borde de la taza. No parecía tan insensible, sino más bien un poco desesperado, pero ella no quería sentirse culpable. No tenía motivos para ello. Era él quien se comportaba como un cretino.


—Tiene que entender que no podré ir a ninguna parte hasta asegurarme de que Valentina se queda en buenas manos.


—En ese caso le sugiero otra cosa, señorita Moore. Váyase a España y llévese a Valentina con usted —sugirió, y aguardó en silencio, como esperando una respuesta entusiasta que, obviamente, no se produjo—. De ese modo cobrará por estar tomando el sol.


Ella se echó a reír.


—Obviamente, tiene usted una idea muy limitada de lo que implica cuidar a un niño.


—Le pagaré la diferencia.


—Lo siento —dijo ella, sin lamentarlo en absoluto—. Pero, por muy atractiva que sea su oferta, hay dos buenas razones que me impiden aceptarla. Una, necesitaría contar con la autorización de la responsable legal de Valentina antes de sacarla del país... Algo que seguro que hasta usted comprende que es indispensable. ¿Tiene idea de cómo se trafica con niñas pequeñas en el negocio de las adopciones ilegales?


—Creo que tengo bastante más idea que usted —respondió él—. Y como no soy el estúpido por el que usted me toma —siguió, sin darle tiempo a asimilar la primera respuesta—, he llamado a su agencia esta tarde y le he pedido a la encantadora señora Campbell que me enviara un e—mail con su curriculum y sus cartas de recomendación.


— ¿Y se lo ha enviado?


— ¿Por qué dejó la universidad a mitad del segundo año?


—Se lo ha enviado.


Lo dejó en eso. Él no quería una respuesta a su pregunta. Simplemente había sido un juego de poder, una demostración de que lo sabía todo sobre ella, mientras que Paula no sabía casi nada sobre él. No podía decir que estuviera teniendo un buen día.

Inesperado Amor: Capítulo 21

 — ¿La gallina vive en la cocina? —preguntó, diciéndolo primero que se le pasó por la cabeza—. ¿O es que está enferma?


—Uno de los gatos la trajo un día que estaba lloviendo, cuando aún era un polluelo, y la trató como a una más de su carnada.


— ¿Está diciendo que la gallina cree ser un gato?


—Ésa es la teoría de tía Dora —dijo él, aunque su expresión sugería otra cosa.


— ¿Usted no se lo cree?


—No he notado ningún problema de identidad cuando el gallo se acicala las plumas, pero si usted tuviera que elegir entre una cesta frente a la estufa o el gallinero, ¿Con qué se quedaría?


—Es un punto de vista bastante cínico.


— ¿Ésa es su respuesta?


—Es una gallina muy lista. Aunque seguro que los huevos confunden a los gatos.


¡Al fin! No fue exactamente una sonrisa, pero los labios de Pedro se curvaron en una mueca delatora. Él se apresuró a agarrar la cafetera y servirse una taza de café. Típica maniobra de distracción, pensó Paula. Ella habría hecho lo mismo si quisiera ocultar una carcajada. O un llanto. Tal vez aún había esperanza para Pedro Alfonso.


— ¿Adonde se dirigía? —le preguntó él, mirándola de reojo.


—A ningún sitio —respondió ella, ligeramente turbada porque la hubiese pillado mirándolo.


Él se giró y se apoyó contra la encimera, clavándole la mirada.


—Para sus vacaciones.


Oh, eso... Se había olvidado por completo de España. Además, en aquella cocina hacía bastante calor para tostarse la piel. La bata era demasiado cálida. Y también demasiado corta. Nunca había creído que tuviera que taparse los tobillos. Pero en esos momentos, unos tobillos desnudos sugerían unas piernas desnudas, y unas piernas desnudas sugerían un sinfín de posibilidades. La bata era de su talla, pero había sido lavada a menudo y había encogido. Paula tuvo la incómoda sensación de que se le estaba abriendo a la altura de los muslos. No se atrevió a bajar la mirada para comprobarlo, pues con eso sólo conseguiría desviar la atención de Pedro hacia sus piernas. Pero él parecía concentrado en la abertura de la batasobre sus pechos. No la miraba con lujuria. Más bien parecía que intentaba recordar algo... Se estaba volviendo loca. Se recordó que bajo aquella bata era la imagen de la pura modestia. Cuando había que levantarse en mitad de la noche para atender a un niño inquieto y asustado, lo más sensato para una niñera era dormir con pijama. En esos momentos sólo llevaba unos shorts y un top con finísimos tirantes, pero habría llevado aún menos ropa en una playa española. Pero no estaba en una playa. Estaba en una casa aislada del mundo con un hombre al que no conocía. Y esehombre le estaba mirando el escote. Una situación bastante comprometida. Pero su escote estaba respondiendo.



-¿Quiere leche? —preguntó, pero no esperó su respuesta y se acercó al frigorífico, aprovechando para apretarse más el cinturón de la bata mientras estaba de espaldas a él.


—No, gracias —respondió cuando ella le ofreció la jarra. No esbozó ninguna sonrisa desdeñosa, pero Paula tuvo la sensación de que sabía lo que había hecho.


— ¿No es un poco tarde para tomar el café solo? —dijo, vertiendo leche en su propia taza.


Él no respondió, aunque su mirada le indicó a Paula que estaba caminando por una cuerda muy floja. Pero, a fin de cuentas, no la había mirado de otro modo desde su llegada.


—Es sólo mi opinión profesional —añadió.


—Guárdesela para Valetina, Mary Poppins.


Si quería que ella agachara la cabeza, tendría que hacerlo mejor. Después de todo, Mary Poppins era prácticamente perfecta en todo.


—La falta de sueño puede poner de malhumor a cualquiera —dijo, negándose a retroceder.


Mantener su mirada le estaba causando estragos en las rodillas, pero una vocecita no dejaba de susurrarle insidiosamente en su cabeza: «Tócalo. Necesita a alguien que lo abrace...»


—Pero tiene razón —añadió, intentando acallar la voz interior—. No es asunto mío. Pero luego no me culpe si no puede dormir.


— ¿Por qué no? Los dos sabemos que será usted la causa que me mantenga despierto...


Hizo una pausa, como si la imagen evocada por sus palabras lo hubiera pillado por sorpresa, haciéndole olvidar lo siguiente que iba a decir. El tiempo se ralentizó y Paula tomó conciencia de cada centímetro de su piel, mientras en su cabeza se formaba la imagen de Pedro Alfonso tendido en una cama, desnudo de cintura para arriba, pensando en ella... No fueron sólo sus rodillas, sino todo el cuerpo lo que respondió a la inquietante imagen. Los pechos se le hincharon y los pezones se le endurecieron dolorosamente contra la bata. Había estado tan inmersa en un trabajo que lo exigía todo, que había olvidado las reacciones físicas de su cuerpo, y cómo éstas podían superar su fuerza de voluntad y dominar sus pensamientos...

jueves, 23 de mayo de 2024

Inesperado Amor: Capítulo 20

Pedro se sintió como si tuviera los pies soldados al suelo. Su cabeza lo urgía a marcharse. No sabía cómo tratar a las personas. Y mucho menos a esa mujer, que pasaba de ser un monumento de tentadoras curvas a una lengua afilada y reprobatoria. Era demasiado compleja. Demasiado difícil. Él pensaba y se comportaba de una manera mucho más simple, centrándose en la supervivencia. Y para sobrevivir tenía que estar solo. No había otra manera. Pero su cuerpo no parecía dispuesto a obedecer la más sencilla de las órdenes. Había exigido la comida que ella había cocinado, y ahora parecía incapaz de marcharse, atrapado entre la posibilidad de subir al cielo y la seguridad de permanecer en el infierno. Paula aguardaba su reacción, sintiendo cómo el silencio se estiraba como un elástico a punto de romperse. No se imaginaba por qué a él le costaba tanto responder a una pregunta tan simple, pero percibía la batalla que se estaba librando en su cabeza. Dió un respingo cuando él se movió finalmente para agarrar su plato y llevarlo al fregadero. Tiró los restos al cubo de la basura y lo enjuagó antes de meterlo en el lavavajillas.


—Es usted una mujer muy irritante, ¿Lo sabía? —dijo, cerrando el electrodoméstico con tanta fuerza que hizo vibrar el resto de la vajilla.


Él tampoco era un dechado de virtudes, pensó ella, pero los buenos modales, y el instinto de supervivencia, sugerían que no era aconsejable decirlo. De modo que se limitó a agarrar la tetera y llenarla de agua.


—Una buena cocinera, pero irritante —continuó él.


—Una de dos no está mal. Podría haber sido irritante y pésima cocinera —puso la tetera al fuego y se volvió hacia él—. Entonces nada me habría salvado.


Él no pareció tener respuesta para eso.


— ¿Está Valentina en la cama?


—Son casi las diez. Por supuesto que está en la cama.


—«Por supuesto» no. Normalmente se queda levantada hasta medianoche, dando vueltas y siendo mimada por los ridículos amigos de Bianca.


— ¿En serio? —preguntó Paula, nada sorprendida—, Bueno, ha tenido un día agotador. Ni siquiera llegó al final del cuento antes de quedarse dormida.


—Increíble.


—Valentina no le gusta mucho, ¿Verdad?


—Bianca debería limitarse a rescatar animales —dijo él, lo que no respondía a la pregunta—. Puede abandonarlos aquí una vez que se ha hecho las fotos para la prensa y nadie sufre.


¿Qué...? ¿Acaso estaba insinuando que...?


—Valentina no ha sido abandonada —declaro con vehemencia.


— ¿No? ¿Entonces cómo lo llamaría?


—Estoy segura de que lo que ha pasado hoy no es más que un malentendido —dijo, y no iba a permitir ninguna conclusión hasta conocer todos los hechos—. Quería preguntarle una cosa. ¿Sabe si tiene ropa aquí? ¿Ropa para jugar o para salir al campo? En su habitación no hay nada, aunque eso parece la gruta de un hada. Sin duda la tela vaquera estropearía la ilusión.


—Sin duda. Me temo que no puedo ayudarla. Pero Valentina no necesitará ropa, puesto que no va a quedarse.


Paula no era una mujer violenta, pero si él hubiera sido un par de centímetros más bajo, lo habría zarandeado por los hombros. Hizo acopio de paciencia e intentó sonreír... No, no tenía sentido perder el tiempo sonriendo. Lo que tenía que hacer era evaluar la situación y razonar con él. La tetera empezó a silbar en ese momento, distrayéndola. Vertió el agua en una taza con una bolsita de té y preparó el café para Pedro Alfonso. Pero si intentaba razonar y fracasaba, él se mantendría con más firmeza en su postura. Y cada vez que dijera que la niña no iba a quedarse, le sería más difícil retractarse. Y ella quería quedarse. Lo mejor sería esperar hasta que Sandra hubiera hablado con Brenda Alfonso y todo se resolviera. Mientras tanto, se ocuparía de la crisis actual. Al menos, por una vez, él parecía reacio a marcharse corriendo, y Paula sabía que no tendría una oportunidad mejor para hablar. No tenía intención de amenazarlo, lo que sería bastante extraño teniendo en cuenta que el ogro era él, no ella, sino únicamente de buscar un acercamiento.


Inesperado Amor: Capítulo 19

Sintió que Pedro estaba dudando, debatiéndose entre el deseo de comer algo que no estuviese enlatado y el impulso de mandarla al infierno.


—Gracias —fue todo lo que dijo.


No era exactamente decepción lo que atenazó el corazón de Paula. Pero, por un momento, había esperado que él apartara una silla y se uniera a ellas en la cena. Se había imaginado a Valentina y a Pedro congeniando mientras comían. Y a ella haciendo el papel de hada. Patético. La niña era la única persona que tenía alas en aquella casa. Sin embargo, él seguía en la cocina. Paula estaba concentrada en la salsa, pero podía sentir su presencia tras ella.


—Encontrará helado en el congelador, por si Valentina quiere un poco — dijo—. A menos, claro está, que sea capaz de preparar también el postre.


Con aquel comentario casi había sido amable. Casi. Paula se dispuso a recompensarlo con una sonrisa, pero cuando se dió la vuelta, Pedro se había marchado. Bañó a Valentina y la preparó para acostarse, dejándola abrazada a un osito de peluche y leyéndole un cuento de los muchos que ocupaban la estantería. Era una divertida historia sobre la hora de dormir de un osito. Nada que pudiera provocarle pesadillas. Valentina se quedó dormida mucho antes que el osito, y Paula se quedó sentada a su lado durante un rato, contemplándola. Finalmente, le estiró la manta y bajó la luz hasta dejarla en un débil resplandor. En alguna parte, al otro lado del mundo, otra niña estaría a punto de comenzar un nuevo día. Despeinada y gruñona, esperando un abrazo de otra mujer... Parpadeó furiosamente y se tocó el brazalete. Un baño. Necesitaba sumergirse en agua caliente y perfumada. Olvidar y sonreír. No lo creía posible, pero quizá pudiera concentrarse en el placer, en vez de la angustia. Como viajaba ligera de equipaje y no se había molestado en llevar un albornoz, se puso uno que colgaba de la puerta del baño y bajó a la cocina a prepararse una bebida caliente. Sólo estaba encendida la luz de la encimera, dejando el centro de la cocina escasamente iluminado. La gallina se agitó y cloqueó desde la cesta. Se mantuvo a distancia. No le gustaban mucho las gallinas, ni siquiera de mascotas. Los gatos no se movieron, pero el perro, siempre esperando recibir comida, se deslizó por el suelo de baldosas y la hizo girarse. Pedro Alfonso había estado presumiblemente sentado a la mesa, acabando su cena. Pero ahora estaba de pie, y era difícil saber cuál de los dos estaba más sorprendido.


—Lo siento —dijo ella—. Pensaba que habría acabado hace rato.


—Sí, bueno, pero los malditos burros me han retrasado. Esas bestias desagradecidas salieron huyendo cuando fui a darles de comer —explicó, apartando la silla—. Cuando conseguí reunirlas de nuevo, estaba cubierto de barro.


Eso explicaba por qué su pelo oscuro estaba mojado y peinado hacia atrás, aunque donde se estaba secando empezaba a formar rizos, y por qué llevaba vaqueros limpios y una camisa de color azul marino.


— ¿Y la llama? —preguntó ella—. ¿También es una bestia desagradecida?


— ¿Quién le ha hablado de la llama?


—La mujer de la tienda me advirtió que tuviera cuidado con ella en la carretera.


—Estaba buscando compañía. Dora le encontró un hogar con una pequeña manada al otro lado del valle.


—Oh, pensé que se lo había inventado.


—Ojala —dijo él—. ¿Qué quiere?


—Nada. No quiero molestarlo.


—Ya me ha molestado, así que será mejor que se aproveche. ¿Qué quiere?


Sus modales no habían cambiado en absoluto, observó Paula.


—Iba a prepararme una bebida caliente para llevármela arriba.


—Haga lo que quiera. Yo ya he acabado —dijo él, dejando su plato a medio terminar.


— ¿Puedo prepararle algo? —ofreció ella, sintiéndose fatal por haber interrumpido su cena, aunque momentos antes hubiera deseado que se le atragantara. Pero uno de los dos tenía que esforzarse por ser educado, y estaba claro que no iba a ser él.


—Jugando a ser una buena ama de casa no hará que cambie de opinión, señorita Chaves —replicó él—. Soy perfectamente capaz de preparar mi propio café.


—En realidad, iba a preparar un poco de té —dijo ella, obligándose a mantener la calma. —. Sin embargo, aun reconociendo sus indudables aptitudes domésticas, no me supondría ningún problema prepararle un café al mismo tiempo, ya que, de todos modos, tengo que calentar el agua. Puede bajar cuando yo haya subido y servirse usted mismo, si no quiere esperar ahora.


Hubo un momento de silencio total en el que las palabras parecían haber quedado suspendidas en el aire. Ni siquiera el perro se movió.

Inesperado Amor: Capítulo 18

 —Hay botas de agua y abrigos en la cocina —sugirió Valentina—. Pruébatelos hasta que encuentres algo que te sirvan.


—De acuerdo. Dejaré mi bolsa en la habitación de al Lado y veremos qué encontramos.


La habitación contigua no se había beneficiado de ningún decorador en los últimos cincuenta años, por lo menos. Pero era cálida y confortable. Paula decidió que dejaría las camas para más tarde. Lo más importante en esos momentos era ir a ver al poni. Diez minutos más tarde las dos estaban caminando por el patio. Paula, con botas altas, no quiso buscar unas botas de agua que le vinieran bien, pero había tomado prestado uno de los viejos chubasqueros de la cocina.  También había tomado otro para Valentina. Aun siendo el menor de todos, tuvo que arremangárselo para que pudiera sacar las manos, y no pudo evitar una sonrisa al ver a Valentina saltando por el patio con un par de enormes botas verdes, la falda blanca asomando bajo el chubasquero y la tiara todavía coronándole los rizos oscuros. Valentina Alfonso podía ser una niña precoz, pero desde luego no era aburrida.


— ¿Adonde van? —espetó Pedro Alfonso, apareciendo en la entrada de la cochera. Con un trapo se limpiaba las manos, manchadas de grasa.


—Valentina quería saludar a Fudge —explicó Paula a la defensiva—. Su pony —añadió cuando él no pareció saber de qué estaba hablando.


— ¿Así se llama? De acuerdo. Pero no se puede vagar por ahí con esta niebla. Es muy fácil perderse.


—Y supongo que no habrá ninguna posibilidad de que se pierda usted, ¿Verdad?


Nada más decirlo se arrepintió, incluso antes de que él la fulminara con la mirada.


— ¿Ésa es su idea de un chiste?


Si lo era, y no estaba preparada para analizar el comentario, había fracasado en su intento, pues Pedro no había soltado precisamente una carcajada.


—Sí... No... Lo siento —se disculpó sinceramente.


Él asintió con la cabeza hacia el extremo del patio.


—El poni está en la caseta del fondo. No le des azúcar —le dijo a Valentina—. Es viejo y sus dientes no toleran más abusos. Encontrarás zanahorias en una red colgada de la pared.


Valentina echó a correr, pero Paula permaneció inmóvil. Por muy incómoda que se sintiera, no iba a darle la satisfacción de salir huyendo.


— ¿Cuál es su opinión sobre el coche?


—No soy mecánico, pero diría que su tubo de escape está completamente inutilizado. Voy a llamar al taller. Tranquila. No se lo cobraré.


—Gracias.


—Creo que por hoy ya ha sufrido bastante por culpa De los Alfonso — repuso él encogiéndose de hombros—. ¿No debería ir a asegurarse de que Valentina no acabe pisoteada por su poni?


—El animal no se atrevería a pisotearla —dijo ella.


Aquel comentario logró un atisbo de sonrisa en Pedro. Por unos segundos ninguno de los dos se movió del sitio


—Será mejor que vaya a llamar a...


—Debería ir a vigilar a...


Él se movió primero y volvió a la casa sin decir más. Ella lo observó durante un momento y, controlando sus hormonas, fue a ver a Valentina.


— ¿Ha encontrado algo para el té de Valentina?


Paula levantó la mirada de la salsa que estaba removiendo al fuego. No había visto a Pedro desde que él la dejara junto a la cochera, y no había esperado con impaciencia su próximo encuentro, pero en esos momentos no parecía muy amenazador. Ojala pudiera ella dejar de decir estupideces y conseguir que estuviera de su parte...


—Sí. gracias. Estoy preparando unos espaguetis carbonara.


Él arqueó las cejas.


—El té de las cinco ha mejorado bastante desde mi infancia. Lo máximo a lo que yo podía aspirar era macarrones al gratén.


—Las niñeras evolucionan con el tiempo, igual que todo el mundo, señor Alfonso. Y también lo hacen los niños. Por lo visto, éste es uno de sus platos favoritos, y como en la cocina tenía todos los ingredientes a mano...


—No sabía que supiera cocinar.


La tentación de responderle con algún comentario mordaz fue muy fuerte, pero Paula se contuvo. Valentina quería quedarse allí, por lo que no serviría de nada enfadarlo.


— ¿Tiene hambre? —le preguntó, concentrándose en la salsa para no tener que mirarlo—. He hecho más de lo que Valentina y yo podamos comer. Dejaré un plato para usted en la nevera. Así podrá calentárselo cuando nosotras no estemos.

Inesperado Amor: Capítulo 17

 —Sólo le he preguntado a qué hora cena para que no lo molestemos — dijo ella, demostrando una calma impresionante—. Como es natural, será bienvenido si quiere tomar con nosotras el té de las cinco.


—No va a encontrar palitos de pescado en mi nevera.


— ¿No? Bueno, seguro que nos arreglaremos.


Él se encogió de hombros,


—Valentina tiene una habitación en la torre este —dijo reprimiendo su impulso natural de agarrar las bolsas y llevarlas dentro. Cuanto peor fuera la opinión de Paula hacia él, más probable sería que se mantuviera a distancia—. Ella sabe dónde está. Usted puede quedarse en la habitación contigua. No se ponga muy cómoda, pues no va a permanecer aquí ni un minuto más de lo necesario.


— ¡Extraordinario! Habría dicho que no teníamos nada en común, pero ¿Sabe que es precisamente eso lo que le prometí a Valentina? —preguntó, pero él la miró con el ceño fruncido, sin comprender—. Le prometí que sólo me quedaría hasta que encontráramos a alguien que fuera de su agrado para cuidarla —volvió a sonreír, como si supiera algo que él ignoraba.


—Me alegro de saberlo. Deme sus llaves. Llevaré el coche a la cochera.


—Oh, estupendo —dijo ella, claramente desconcertada por el ofrecimiento—. Gracias.


—Un trasto tan viejo no debe permanecer toda la noche la intemperie. Le echaré un vistazo al tubo de escape. No quiero que nada retrase su marcha por la mañana.



A Paula le temblaban tanto las piernas por su enfrentamiento con Pedro Alfonso que apenas podía subir las escaleras. Por suerte, Valentina iba dando brincos alegremente delante de ella, indicándole el camino, y sin parecer en absoluto afectada por la falta de bienvenida.


—Ésta es mi habitación —anunció, abriendo la puerta.


Paula pudo ver por qué la niña quería quedarse a pesar de Pedro Alfonso. La habitación, situada en lo alto de la torre, parecía sacada de un cuento de hadas, con su pequeña cama de columnas con cortinas de encaje y muebles pintados con flores malvas y moradas. Y Pedro Alfonso debía de haber arreglado la caldera, porque la estancia estaba caldeada, y a pesar del mal tiempo, no había ni rastro de humedad en la cama.


—Es preciosa, Valentina. ¿Tu abuela hizo todo esto para tí?


—No digas tonterías. Mi madre contrató a un decorador —corrió hacia la ventana—. Desde aquí puedes ver a Pudge.


Paula la siguió, preparada para colmar de alabanzas a un pequeño pony, pero la niebla empañaba el cristal, ocultando la vista.


—Seguro que tiene frío ahí fuera —dijo Valentina con el ceño fruncido.


— ¿No está en el establo?


—A lo mejor. ¿Podemos ir a comprobarlo?


Paula habría preferido mantenerse lejos de las dependencias. Pedro Alfonso le había dicho que le echaría un vistazo al coche, y ella no tenía el menor deseo de encontrarse con él hasta que pudiera olvidarse de sus groserías. Pero sospechaba que la niña no tenía por costumbre aceptar un no por respuesta.


—Bueno, está bien, pero creo que deberías cambiarte de ropa. ¿Tienes algo más... Adecuado? Ya sabes, algo para montar.


— ¿Pantalones, por ejemplo? —sugirió la niña, y abrió la bolsa para buscar ella misma. No había vaqueros. 


Ni siquiera unos pantalones de montar. De hecho, no había pantalones de ningún tipo. Ni de botas ni un casco. Sólo más pares de zapatillas de satén que hacían juego con los vestidos. Incluso había metido en la bolsa un par de alas para alguna ocasión especial. Adornadas con abalorios de plata y con los inevitables bordados malvas. Muy bonitas, pero no precisamente adecuadas para montar.

martes, 21 de mayo de 2024

Inesperado Amor: Capítulo 16

No le resultó muy difícil. La camisa gris de lana le colgaba holgadamente de los hombros, sugiriendo, aunque pareciera imposible, una pérdida de peso y músculo. Los vaqueros, en cambio, se ceñían a unos muslos poderosos, y la cinturilla se extendía sobre un vientre liso.


— ¿Y bien? —la increpó él, devolviéndola bruscamente a la realidad.


Ella tragó saliva.


—Bueno, señor Alfonso. Esto es un coche, esto es una bolsa, y lo que hago es sacar lo segundo de lo primero.


Pedro se dió cuenta de que el sarcasmo había sido una equivocación. Lo había sabido desde que abrió la boca. Que Paula Chaves fuera rubia y guapa no la convertía en una mujer estúpida. A pesar de su carnoso labio inferior y el atractivo sexual que irradiaba, era una niñera, y las niñeras no aceptaban tonterías de nadie. Para confirmarlo, Paula lo miró fríamente con sus ojos grises, dejándole muy claro que no aceptaría nada de él.


— ¿Por qué? —preguntó Pedro. Era una pregunta justa.


— ¿No lo imagina? —dijo ella, sacudiendo la cabeza. Su melena se meció suavemente, invitando a tocarla—. No parece tonto —añadió, sacando una segunda bolsa del coche.


Pedro no quería discutir. Ya había hablado bastante.


—No puede quedarse aquí.


Ella sonrió.


— ¿Lo ve? Tenía razón. Sabía cuál iba a ser su respuesta.


—Lo digo en serio.


—Lo sé, y de verdad que lo siento. Pero mi coche está averiado, Valentina está cansada, y cómo usted mismo dijo, no puede ocuparse de ella.


—Eso no es lo que yo... —se detuvo a tiempo. Si declaraba ser capaz de cuidar a una niña pequeña, Paula se marcharía y dejaría que lo hiciera.


Él había ido a High Tops en busca de paz y soledad. Para pensar en su futuro. Ella tenía que irse y llevarse a la niña. Enseguida.


— ¿No tenía un avión que tomar? —preguntó.


—Siempre podré tomar otro —respondió ella, y alargó una mano como si fuera a tocarle el brazo—. Tranquilo, señor Alfonso. Le aseguro que lo molestaremos lo menos posible.


Él apartó el brazo antes de que pudiera entrar en contacto.


— Esto es intolerable. Hablaré con Bianca y la haré entrar en razón.


—Tendrá que ponerse a la cola. Hay más gente esperando para hablar con ella, pero nadie podrá hacerlo hasta mañana. Su prima está de camino a China.


— ¿A China?


— De donde viene la seda —dijo una voz infantil.


Los dos se volvieron y vieron a Valentina en la puerta.


— ¿Estabas escuchando? —le preguntó Paula, pero sin reprenderla ni acusarla.


—No —respondió Valentina, mirándola con expresión inocente— Estaba esperando a que acabaras —se dió la vuelta y entró en la casa, seguida por el perro.


— ¿Cuándo llega Bianca a China? —preguntó él.


— No tengo ni idea —respondió Paula. Agarró otra cerró la puerta del coche—. Mañana, supongo. Puede que oiga los mensajes antes, si hace escala. Aunque aquí será de noche, así que seguramente esperará a una hora más propicia para llamar.


—En otras palabras, no me queda más remedio que aguantarlas esta noche.


—Muchas gracias por su calurosa bienvenida —dijo ella con una sonrisa. Pero no era una sonrisa cálida ni efusiva. Era una sonrisa que sugería que, a su debido tiempo, él se arrepentiría de ser tan grosero—. Y por el té. Al menos no estaba frío cuando lo tomé. ¿A qué hora cena?


—A la hora que usted quiera preparar la cena, señorita Chaves. El té es la única labor doméstica que hago —mintió, sin molestarse en cruzar los dedos. Sólo quería que se fuera, y no le importaba lo que tuviera que hacer para conseguirlo.


Ella lo miró fijamente.


— ¿Alguien le ha metido en la cabeza un chip con todos los clichés machistas?


—No es necesario —respondió él—. Siempre he creído que es un rasgo genético.


—No, eso es lo que se inventan, los hombres despreciables para no compartir las tareas domésticas.


—Es posible —admitió él—. Aunque mi teoría es que se lo inventaron las mujeres patéticas para justificar su incapacidad para controlarlos.


Vió que sus ojos adquirían el color de la plata fundida, una clara señal de que su temperamento se estaba calentando.

Inesperado Amor: Capítulo 15

 —Sí que lo es —corroboró Paula, agachándose junto a la niña y acariciando al cachorro en la cabeza—. ¿Cómo se llama?


—No sé si tiene nombre.


—Entonces deberías pensar en uno —le sugirió, levantándose—. Pero debe de estar echando de menos a sus hermanos. Tengo que hablar con el señor Alfonso.


—Ha vuelto al sótano —dijo Valentina, devolviendo el cachorro a la cesta donde estaban los demás perritos—.Creo que está arreglando la caldera.


— ¿Ah, sí?


—Es una pérdida de tiempo. Mi abuela dice que está definitivamente estropeada. Por eso ella... —se interrumpió.


— ¿Por eso qué, Valentina?


—Por eso va a comprar una nueva.


—Oh, claro. En ese caso, será mejor que no volvamos a molestarlo. Iré a sacar nuestras cosas del coche.


—Puedes llevar el coche hasta la parte trasera para no tener que cargar con las cosas. Es lo que hace todo el mundo.


—Bien pensado, Valentina.


—Puedes dejarlo en la cochera, si quieres.


—Mejor espero a que Pedro lo sugiera —dijo ella. Antes de tomarse más libertades, tenía que ver la reacción de Harry cuando supiera que iban a quedarse—. No tardaré. No te muevas de aquí mientras estoy fuera. Y no toques nada.


—No, Paula.


— ¿Lo prometes?


La niña la miró y sonrió, y en ese instante Jacqui supo que su destino estaba sellado. No se iría a ninguna parte hasta que Valentina hubiera acabado con ella.


—Lo prometo.



Pedro Alfonso levantó la cabeza al oír el motor de un coche. El ruido demostraba sin lugar a dudas que el tubo de escape había sufrido bastante en el camino de la montaña. Le había prometido a su tía que arreglaría la caldera antes de que ella volviese de sus vacaciones. Y lo haría. Lo último que necesitaba era recibir visitas. Incluso había convencido al cartero para que le dejara el correo en la tienda del pueblo. Maldición, se había refugiado allí para evitar toda compañía. Quería estar solo. ¿Acaso era pedir demasiado? Soltó la llave inglesa y se dirigió hacia las escaleras. Si Paula Chaves bajaba el camino con el tubo de escape medio suelto, no quedaría nada de él cuando alcanzara la carretera. Pero cuando abrió la puerta principal, no vió ni rastro de su coche. Escuchó con atención, pero no oyó nada, lo cual lo sorprendió. Debería haber sentido alivio, pero caminó hacia la verja, casi esperando ver cómo Paula detenía el coche en el camino. No, no sentía alivio. Sólo culpa. Al día siguiente volvería a estar solo. Mientras tanto, llamaría al taller del pueblo y se preocuparía en ofrecerle ayuda. Uno de los perros, grande y mestizo con pretensiones de sabueso, se unió a él con la esperanza de otro paseo.


—Olvídalo, chucho —espetó Pedro, volviendo a la casa. Tuvo que agarrar al perro por el collar para que no traspasara la puerta—. Mejor vamos a la parte de atrás. Susan nos matará a los dos si manchamos de barro su suelo inmaculado —cerró la puerta y siguió al perro a la parte de atrás.


Entonces se detuvo en seco cuando vió el VW apartado en el patio. Alertada por el perro al lanzarse hacia ella, Paula Chaves se apartó con un respingo del asiento trasero, Como si la hubieran pillado en un delito.


— ¿Qué demonios cree que está haciendo? —masculló, olvidando por un momento que su primera intención hacía sido impedir que se fuera y ayudarla.


Una pregunta estúpida, pues podía ver perfectamente lo que hacía. Estaba descargando sus cosas del coche.


— ¿Le importaría no usar ese lenguaje delante de Valentina? —replicó ella, dándole a la niña una pequeña bolsa blanca.


—Lo siento —dijo él. Se acercó más y llamó al perro antes de que las pusiera perdidas de barro—. Lo preguntaré otra vez. ¿Qué demonios cree que está haciendo?


Paula se inclinó hacia el interior del coche, presumiblemente para agarrar otra bolsa, pero en realidad para ganar espacio. Entendía que Pedro Alfonso no las quisiera allí. Lo entendía y lamentaba ser una molestia, pero su primera preocupación era Valentina. Odiaba los enfrentamientos, pero como no le quedaba otra opción, lo mejor sería acabar cuanto antes.


—Lleva tu bolsa dentro, Valentina. y quédate junto a la estufa —le ordenó a la niña, y a continuación le dedicó toda su atención a Pedro.

Inesperado Amor: Capítulo 14

 —Lo siento mucho, pero estaba desesperada. No sabía cómo hacerte ver que estás hecha para esto. Pero no soy ninguna estúpida. Lo último que quiero es que te enfades y nunca vuelvas a hablarme ni a trabajar para la agencia.


—Pues no parece que lo estés consiguiendo...


—Sé que no lo parece, pero tienes que creerme.


Paula no quería pensar en eso de momento.


— ¿Qué ha salido mal? Aunque las fotos de madre e hija fueran una tapadera para las revistas del corazón, no puedo creer que Brenda Alfonso se desentienda de su hija hasta este punto. Tuvo que haber hablado con su madre antes de enviar aquí a la niña.


— ¿Sinceramente? No tengo ni idea. Tal vez su secretaria o su agente, o cualquiera de sus lacayos se equivocó al hacer los preparativos. ¿Quién hay en la casa?


—El primo de Brenda, pero dejar a Valentina con él no es una opción. No he visto a nadie más, aunque la niña me ha asegurado que una mujer viene todos los días a limpiar.


—Y tú tienes un vuelo que tomar.


—Y yo tengo un vuelo que tomar. Bueno, ¿Dónde estás? Porque supongo que vendrás de camino, ¿No? —le preguntó, aunque la señal era demasiado clara como para Sandra estuviera hablando por el manos libres del coche.


—Paula, por favor, intenta entenderlo. Si pudiera irme naturalmente que lo haría, pero ya he tenido que aplazar una reunión vital por culpa de esto. No podré salir antes de las seis, y... —se calló de repente.


— ¿Y?


—Nada.


—Dímelo, Sandra.


— Me han regalado unas entradas para la ópera. Es una Gala en Covent Garden, pero si pudiera escaparme a tiempo para hacer algo, me habría sacrificado...


— ¡Calla! Por favor, no te maldigas a mi costa. El Asunto es que, a menos que Mary Poppins se presente en menos de media hora, puedo ir olvidándome de mis dos semanas de descanso.


— Lo siento. De verdad que lo siento. Por supuesto, Brenda Alfonso te pagará el dinero de tus vacaciones...


— No regatees con su dinero.


— Si quiere contratar otra vez los servicios de la agencia pagará lo que haga falta.


— Si bueno, tendrá que correr con los gastos, ya que no creo que mi seguro de viaje cubra esta circunstancia tan especial. Pero lo que menos importa ahora es el precio del billete. Aquí hay una niña pequeña sin nadie para cuidarla.


—Tú estás ahí. Y ya que has perdido el vuelo, podrías ocuparte de ella.


Vaya, qué sorpresa. Paula ni siquiera se molestó en sugerirle que buscara una sustituía. Y además, le había prometido a Valentina que se quedaría.


— ¿Cuánto tiempo?


—No lo sé. El trabajo sólo consistía en dejar a la niña. Pero hablaré con Brenda mañana. Hasta entonces, me tienes en tus manos, Paula.


—Al gigante no va a gustarle nada —dijo ella—. No soporta la compañía.


— ¿El gigante? ¿Ése es el hombre con quien no dejarías a Valentina? ¿Van a estar bien? Tal vez deberías llevar a la niña al hotel más cercano y...


—Maisie quiere quedarse aunque no le guste el gigante, lo que indica que es más gruñón que peligroso...—la voz se le quebró ligeramente al recordar sus ojos, sus manos, el tacto de su camisa. Tragó saliva. Sí había peligro—. Permaneceremos lo más lejos de él que sea posible hasta que tú o Brenda encuentren una solución.


—Eres un sol, Paula. Me aseguraré de que quede reflejado en tus honorarios.


—Oh, no, no vas a convencerme con eso. Estoy de vacaciones. Hace seis meses te dije que no volvería a hacer esto por dinero, y lo dije en serio.


—Pero...


—Pero nada. Limítate a localizar a Brenda Alfonso y averigua en qué demonios estaba pensando, qué va a hacer con su hija y, lo más importante, cuándo va a volver a casa. Mientras tanto, yo iré a decirle a Pedro Alfonso que tiene invitadas.


—Te lo debo, Paula.


”Sí. me lo debes”, pensó ella mientras colgaba. Levanto la mirada y vió a Valentina en la puerta, sosteniendo en brazos una bola de pelo negro.


— ¡Mira, Paula! —exclamó, reluciendo de alegría—. ¡Es precioso!

Inesperado Amor: Capítulo 13

 —Lo prometo. Valentina.


—Está bien. Y si no encuentras a nadie más, te quedarás y cuidarás de mí hasta que vuelva mi madre, ¿Verdad?


— ¿Encontró todo lo que necesitaba?


Paula no creía que pudiera alegrarse tanto de ver a Pedro Alfonso, pero así fue.


—Sí —respondió, levantándose rápidamente—. Gracias.


—Será mejor que vaya a calentarse a la cocina —dijo él, y bajó la mirada hasta la niña—. Hola, Valentina.


Paula sintió cómo Valentina le apretaba la mano.


—Hola —respondió, sin mirarlo—. ¿Puedo ver los cachorros de Daisy? Cachorros, conejos, burros y su propio poni. No era extraño que la niña quisiera quedarse allí. ¿Y dónde estaría la llama?


—Están en el establo. Pero no voy a sacarte con esa ropa.


—Puede cambiarse —dijo Paula—. Si fuera tan amable de traer su bolsa de mi coche... No está cerrado.


Pedro Alfonso la miró con dureza, advirtiéndole que no lo tomara por tonto.


— Llevaré los cachorros a la cocina —dijo, y se alejó sin esperar respuesta.


Al entrar en la cocina, Paula vió que en la mesa había puesto una tetera y un pastel de cerezas.


— ¿Quieres un poco de té, Valentina? ¿O prefieres leche?


— Té. por favor. Y un poco del pastel de Alicia.


Puala le sirvió una taza de té y le añadió una buena cantidad de leche. Mientras estaba cortando el pastel, el móvil empezó a sonar. Era Vickie. Le tendió el plato a Valentina y se llevó el teléfono al despacho para poder hablar libremente.


—Bueno, Sandra, ¿Qué tienes?


— No he podido localizar a Brenda, pero le he dejado un mensaje pidiéndole que me llame enseguida. En cuanto lo haga, me dirá qué alternativas tiene.


— Buen intento, pero Valentina dice que su madre está de camino a China. No oirá el mensaje hasta mañana.


— Oh…. —murmuró Sandra, y soltó una palabra que ninguna niñera respetable usaría, ni siquiera en privado.


— ¿Qué pasa? Sandra? ¿Creías que no lo averiguaría?


—Te juro que no sabía adónde iba su madre. Éste era un simple trabajo de... ¿Has dicho a China?


—De donde viene la seda —respondió Paula mordazmente—. Va a pasearse por la Gran Muralla con una ropa que ni tú ni yo podremos permitimos nunca. Debes tener un contacto de emergencia.


—Por supuesto —dijo Sandra, carraspeando—. Su abuela. En High Tops.


—Oh, vamos...


— ¡Lo digo en serio! Mira, es verdad que quiero tenerte en mi base de datos. Has nacido para ser niñera. Pero no soy tan tonta como para creer que podía engañarte.


— ¿Ah, no? ¿Entonces qué hago aquí?


—Está bien, está bien. Admito no haber jugado del todo limpio al encargarte el trabajo. Simplemente quería recordarte cuál era tu papel antes de que te fueras a la playa a meditar sobre tu futuro. Y admito también que me aproveché de este encargo hasta tener el trabajo adecuado para tí...


—Podría demandarte —espetó Paula.

jueves, 16 de mayo de 2024

Inesperado Amor: Capítulo 12

Paula se sintió como si acabara de recibir un mazazo. El hecho de que Valentina fuese negra no tenía la menor importancia para ella, pero era posible que su adopción por Brenda Alfonso la hubiese expuesto a toda clase de comentarios desagradables de la gente celosa y desconsiderada. Y había estado tan inmersa en sus propios problemas, que se había dejado engañar por la aparente seguridad de la niña, creyendo que nada de lo que sucedía su alrededor la afectaba. Lo último que necesitaba en esos momentos era ser responsable de la hija de otra persona. Pero eso no importaba. Con su madre volando hacia el otro extremo del mundo y su abuela de vacaciones, la única persona que quedaba para cuidarla era el gigante. Y eso no iba a ocurrir nunca. Valentina necesitaba seguridad, e iba a tenerla, sin importar cómo afectara eso a sus propios planes.


—No, Valentina. No tiene nada que ver con que seas adoptada —le aseguró con firmeza—. Simplemente es…


Valentina levantó la cabeza y la miró a los ojos.


—Creo que es por eso por lo que Pedro no me quiere.


A Paula se le encogió el corazón al oírla.


—Oh, estoy segura de que eso no es cierto —respondió automáticamente, pero recordaba la fría expresión del gigante al ver a Valentina esperando en el coche, y cómo la niña se había ocultado en el asiento, como si quisiera esconderse de Pedro Alfonso.


Pedro. El nombre no encajaba con él. Era un nombre para un hombre que abrazaba a alguien en apuros, que supiera cómo ofrecer ánimo y consuelo. No para un hombre que rechazaba a una niña pequeña sólo porque fuese adoptada. En realidad, no se le ocurría ningún nombre lo bastante horrible para una persona tan malvada. Paula quería abrazar a Valentina, demostrarle que al menos había una persona en el mundo que se preocupaba por ella. En otras palabras, la suya era una reacción emocional que le salía directamente del corazón. No podía dejarse llevar por las emociones, así que reprimió el deseo de abrazar a Valentina y se sentó en un escalón para estar al mismo nivel que la niña. La tomó de las manos y se dirigió a ella con el tono más serio que pudo adoptar.


—Escúchame, Valentina Alfonso. Para mí no supone ninguna diferencia el color de tu piel. Me daría igual que fueras rosa o azul, con el pelo verde y manchas moradas, ¿Entendido?


Valentina la miró en silencio durante un largo rato, hasta que finalmente se encogió de hombros, como si aquello no le importara nada.


—Sí.


No era una muestra excesiva de confianza, pero ¿Qué podía esperarse? Paula sabía muy bien que con los niños no había resultados inmediatos. Tendría que demostrarle que su preocupación era sincera. Y como sospechaba que no conseguiría nada quitándole importancia a la situación, empezaría contándole la verdad.


—Eres una niña muy inteligente, así que no voy a mentirte. Tenemos un problema. El plan era muy sencillo. Tenía que traerte aquí y dejarte con tu abuela. Y tú sabes que no debería quedarme aquí ni un minuto más, ¿Verdad?


Valentina volvió a encogerse de hombros, mirándose los zapatos.


—Sí, supongo.


—No es porque no me gustes, no es porque seas negra. Es porque tengo que tomar un avión dentro de...—miró su reloj y vio que el tiempo pasaba demasiado deprisa—. Dentro de muy poco.


—Como mi madre —dijo la niña en un tono desprovisto de toda emoción, sugiriendo que también ella iba a abandonarla. No era justo, pero Jacqui supuso que, si estuviera en el lugar de Valentina, tampoco le importaría mucho lo que fuera justo.


—No, como tu madre no —replicó. Brenda Alfonso estaría volando en primera clase, y llegaría a Beijing más fresca y descansada de lo que ella llegaría a España tras pasar tres horas en un vuelo chárter—. Tu madre está trabajando, y eso es muy importante para ella. Yo sólo me iba a España... —ya estaba hablando en pasado—. De vacaciones.


—Oh —pareció momentáneamente alicaída, pero enseguida se animó— . ¿Tienes que irte a España? Es estupendo pasar las vacaciones aquí... Normalmente —añadió como si acabara de recordar que Pedro estaba en la casa.


—Estoy segura. Cuando tu abuela se encuentra aquí. Y puedes montar tu poni.


—Hay muchos animales más. No tenemos ninguno en casa, porque Londres no es un buen lugar para ellos, pero mi madre siempre los está recogiendo de la calle y los envía aquí, porque mi abuela tiene mucho sitio. Hay perros, gatos, gallinas, patos y conejos —se le iluminórepentinamente el rostro y levantó las manos—. También hay burros, para pasear a los niños por una playa. Pero si tienes que irte —su expresión se ensombreció y dejó caer las manos—, lo entenderé.


Maldición.


—Gracias, Valentina, pero no me voy a ninguna parte hasta que haya alguien para cuidarte. ¿Entendido?


Valentina no la miró a los ojos y se limitó a clavar la punta del pie en la alfombra deshilachada.


— ¿Aunque pierdas el avión?


—Aunque pierda el avión —le aseguró Paula.


— ¿Lo prometes?


«Lo prometo». Una simple promesa que, una vez pronunciada ante una niña, no podía romperse. Una promesa que debía hacerse con sumo cuidado, porque no siempre podía mantenerse. Pero Valentina esperaba ansiosa su respuesta, y la verdad era que no iba a irse a ninguna parte hasta asegurarse de que la niña quedaba en buenas manos. No era un compromiso para toda la vida.


Inesperado Amor: Capítulo 11

No se quedó para esperar una respuesta. Se dió la vuelta para poder ver dónde pisaba y subió las escaleras en busca de su carga. Valentina, con las manos en las caderas y las medias enrolladas por los tobillos, la miraba con el ceño fruncido desde la puerta del baño.


— ¿Dónde estabas? ¡Llevo horas esperándote! ¡Te dije que tenía que ir al baño!


—Lo sé —admitió Paula con más suavidad—. Pero no vuelvas a desaparecer, ¿De acuerdo?


—Está bien —murmuró Valentina.


—Lo digo en serio.


— ¡Está bien! Ya te he oído.


—Así me gusta.


Le colocó las medias a Valentina y, mientras la niña se lavaba las manos, aprovechó para usar las toallas que le había ofrecido Alfonso. Con suerte, su ropa se secaría en la cocina y no pillaría una neumonía pero viendo cómo estaba siendo su suerte, no contaba con ello.


—Muy bien, Valentina, vamos a ver si podemos solucionar este lío.


— ¿Qué lío?


—Bueno, tu abuela no se encuentra aquí...


—Ya lo sé.


— ¿Lo sabes?


—Lo he oído —dijo Valentina—. No importa. Puedo quedarme hasta que venga mi madre. Tengo una habitación en una de las torres, ¿Sabes? Se decoró especialmente para mí. Las paredes son malvas y las cortinas de encaje, y tiene vistas al campo donde viven el poni y los burros. El poni es mío.


— ¿En serio? A tu edad yo también tenía un pequeño poni.


— ¿Sí?


—Aja. Se llamaba Applejack. Era de color naranja con manzanas pintadas en el trasero.


Valentina la miró con lástima.


—Mi poni es de verdad. Se llama Fudge. ¿Te gustaría conocerlo?


—No creo que haya tiempo para eso, Valentina. El caso es que necesitas algo más que una habitación...


—Tengo más...


—Más que una habitación y un poni. Necesitas a alguien que cuide de tí.


—Están Pedro... Y Alicia.


— ¿Alicia? —repitió Jacqui. ¿El gigante se llamaba Pedro y tenía una esposa? Bueno... estupendo. Si Pedro Alfonso estaba casado, o si aquella mujer era su novia, las cosas podrían solucionarse. Suponiendo que Sandra pudiera contactar con Brenda Alfonso antes de que ésta saliera del país—. ¿Quién es Alicia?


—Viene todas las mañanas a limpiar.


—Oh. ¡Genial! —exclamó, borrando la sonrisa de su rostro. No había nada por lo que sonreír—. Mira, Valentina, ha habido una pequeña confusión. Pero no tienes que preocuparte por nada. La señora Campbell va a llamar a tu madre desde la agencia, y seguro que encuentra una solución.


Valentina suspiro.


—No podrá hacerlo. Mi madre estará ahora en el avión, y hay que apagar el móvil cuando se viaja en avión.


— ¿Sabes adonde va tu madre?


—Pues claro. Va a hacerse una sesión de fotos a la Gran Muralla China. Está al otro lado del mundo, ¿Sabes?


—Sí, eso he oído.


—Mi madre me dijo que se tarda una eternidad en llegar.


No exactamente una eternidad, pensó Paula, pero estaba claro que Brenda Alfonso no respondería a llamadas personales hasta el día siguiente. Valentina la miró con los ojos muy abiertos y expresión solemne.


—Está bien. Puedes quedarte y cuidar de mí.


—¡No!


— ¿Por qué no esperamos a ver lo que dice la señora Campbell? — sugirió Paula, apartando la ridícula idea de que la niña formara parte de aquella conspiración. 


Estaba rozando la paranoia. Además, no habían pasado más de dos horas desde que su madre la había dejado en la agencia. Mientras que la mayoría de los mortales necesitarían todo ese tiempo para llegar al aeropuerto y facturar, estaba segura de que para las personas como Brenda Alfonso el tiempo era infinitamente más flexible. Era posible que el avión aún no hubiese despegado.


— ¿No quieres cuidar de mí? —le preguntó Valentina.


—No se trata de lo que yo quiera —respondió ella. 


Quizá en otro tiempo, en otra vida...


Valentina la miró fijamente.


— ¿Es porque no soy hija de mi madre? ¿Porque soy de un color distinto al de ella?

Inesperado Amor: Capítulo 10

No eran sólo sus extraordinarios ojos ni la anchura de sus hombros. Ni tampoco su estatura. Ahora que Paula estaba al mismo nivel que él, podía ver que su altura no parecía tan abrumadora. Ciertamente, incluso con tacones habría tenido que levantar la mirada, pero no tanto, y por primera vez desde que superó en altura a todas las chicas y profesores de la escuela, se sintió a gusto con su estatura.


— ¿Se encuentra bien? —le preguntó él.


—Muy bien —consiguió responder ella, aunque sin mucha convicción.


— ¿Seguro? —insistió, sin soltarla.


—Seguro.


—Debería controlar sus nervios. Paula Chaves—dijo él, soltándola.


—Ha sido un día muy difícil —replicó ella, temblando de frío por la humedad que empapaba su ropa y su pelo.


—Cualquier día que incluya a mi prima es un día difícil —dijo él—. Está tiritando.


—Un poco. Es por la humedad. La niebla es muy penetrante. No puede ser saludable vivir en una nube.


—Hay sitios peores, créame, y la niebla de las montañas tiene sus ventajas. Las visitas indeseadas, por ejemplo, rara vez se quedan más tiempo del necesario.


—Lo creo y usted también puede creerme cuando digo que no tengo el menor deseo de abusar de su hospitalidad un segundo más de lo necesario —dijo ella duramente—. Tengo un avión que tomar.


—Entonces será mejor que deje de tropezar por la casa y haga lo que deba hacer para salir de aquí cuanto antes, ¿No?


Encantador. Realmente encantador. Aunque tampoco el gigante de los cuentos había sido muy pródigo en sonrisas.


—Debo ocuparme de Valentina antes de empezar a llamar por teléfono — dijo, volviendo a la realidad y disponiéndose a recoger su móvil del suelo.


Él se le adelantó y agarró el teléfono antes que ella. Se lo tendió y Paula volvió a fijarse en sus manos. Y a punto estuvo de volver a dejar caer el móvil cuando sus largos dedos rozaron los suyos.


—Será mejor que se seque usted también. Encontrará toallas en el cuarto de baño.


Ella intentó hablar; quería demostrarle que, al contrario que él, sabía cómo comportarse. Pero tuvo que carraspear unas cuantas veces antes de poder articular palabra.


—Gracias, señor... Señor...


—Alfonso.


Paula esperó a que le diera su nombre completo, pero él no lo hizo. Bueno, no importaba. No le interesaba lo más mínimo su nombre de pila. Si él quería respetar los formalismos, por ella no había ningún problema. La había salvado de una caída únicamente para que ella no tuviese ninguna excusa para retrasar su marcha. Pero ahora que estaba en la casa no pensaba irse a ninguna parte hasta haber resuelto el futuro inmediato de Valentina.


—Bueno, señor Alfonso, le pido disculpas por abusar de su hospitalidad de esta manera, pero como me va a llevar bastante tiempo solucionar todo esto, y como molestarlo parece inevitable, ¿Sería posible que me ofreciera una taza de té? —le preguntó, sin recibir respuesta—. Mientras iré a ocuparme de Valentina. O quizá prefiera ocuparse usted personalmente de ella y así yo podré irme a tomar mi avión.


—No puede dejarla aquí conmigo.


— No, estaba claro que no podía hacerlo. 


Pero ¿Sería su negativa una reacción de pánico por su fobia a los niños? ¿O acaso sabía de lo que estaba hablando? Paula tenía que admitir que no parecía muy asustado. Al contrario, hablaba como un hombre decidido y sin miedo. Conociera o no las leyes sobre la protección de los niños, no era un asunto de importancia para él. Simplemente estaba declarando las cosas como eran.


—Es usted el único familiar disponible —señaló ella, aunque eso no suponía ninguna diferencia. 


No podía dejarle a Valentina sin la autorización expresa de Brenda Alfonso. A diferencia de una madre irresponsable, la agencia no podía dejar a la niña con cualquiera y desaparecer. Por suerte, él no pareció darse cuenta de la situación, y guardó silencio durante unos segundos mientras sopesaba las alternativas. Finalmente, se encogió casi imperceptiblemente de hombros.


— ¿Indio o chino?


—Indio, por favor —dijo ella sin perder la sonrisa—. Es un momento para tomar algo tonificante, más que refinado, ¿No cree?

Inesperado Amor: Capítulo 9

 —Aún sigue aquí —dijo él. Era una afirmación, no una pregunta. No estaba nada contento de verla, pero al menos tampoco parecía sorprendido.


—Valentina tenía que ir al baño —explicó ella—. Jamás se me habría ocurrido entrar, pero me temo que la niña decidió por sí misma... Y entró por la puerta trasera. «Dejándome sin más opción que seguirla», pensó. «Conozco su modo de operar. Lo aprendió de una experta» .


—Ésta es la casa de su abuela —continuó. 


Odiaba disculparse cuando era él quien debía hacerlo por sus bastos modales. Valentina tenía tanto derecho como él a estar allí. Y, en cualquier caso. ¿Qué estaba haciendo él allí?


—Por desgracia —replicó el hombre—, su abuela no se encuentra aquí para hacerse cargo de ella.


—Es obvio que ha habido un malentendido.


—Eso es algo que tendrá que hablar usted con Bianca. Yo ya tengo bastante con cuidar a sus animales perdidos mientras su madre está fuera.


—Sí bueno, eso es lo que intento hacer —dijo Paula mostrándole el móvil para hacerle ver que sus intenciones eran buenas.


¿De dónde habría surgido tan repentinamente? Sin duda había oído el grito de Valentina, pero ¿Cómo había aparecido tras ella?


—En ese caso dejaré que lo haga —dijo él—. Tengo que ocuparme de un problema en el sótano —se dió la vuelta y abrió una puerta escondida en los paneles de la pared.


Una escalera de piedra bajaba a los cimientos de la casa. Con su imaginación y su corazón desatados, Paula no preguntó qué clase de problema tenía en el sótano. No quería saberlo. Sólo quería que el gigante se fuera.


— ¡Paula! ¿Dónde estás?


El gigante miró hacia las escaleras.


—Será mejor que no haga esperar a su alteza —le aconsejó.


—No —admitió ella retrocediendo hacia las escaleras—. Tiene razón — añadió, consciente de que parecía estar calmando a una bestia peligrosa.


 Era absurdo. La irritación en la mirada de aquel hombre era evidente, pero no había nada amenazador en su comportamiento. Se trataba sólo del hecho de que fuera inquietantemente... Grande. Y de que estuviera allí. Aunque, puestos a pensar en ello, debería estar agradecida. Si la casa hubiese estado cerrada y desierta, no habría tenido más remedio que volver a Londres y despedirse de sus dos semanas al sol. Sabía que un clima más cálido no aliviaría el dolor de su corazón, pero necesitaba alejarse de su familia y sus amigos, que la trataban como si alguien hubiese muerto.


—Yo... Eh... Iré a ayudar a Valentina —dijo, retrocediendo otro paso.


Entonces tropezó con el primer escalón, perdió el equilibrio y dejó caer el teléfono para agarrarle a la barandilla buscando apoyo. La mano se cerró en el aire, pero, justo cuando aceptó que nada impediría su caída, el gigante la sujetó y la sostuvo con lo que parecían ser unas manos muy seguras. Muy seguras... Y muy grandes. Era absurdo imaginarse que esas manos estaban abarcándole la cintura. Su cintura no era muy estrecha, sino más bien una cintura práctica equipada con un par de buenas caderas, útiles para apoyar contra ellas a niños pequeños. Pero por un momento sintió que las manos la rodeaban, y comprendió finalmente por qué las mujeres sensatas del pasado se habían permitido agonizar con los pequeños corsés en busca de un aspecto frágil. Al encontrarse con la mirada de unos ojos dorados y felinos, se sintió muy, muy frágil. Sabía que era una tontería, naturalmente, y que debería hacer un esfuerzo por ponerse de pie antes de provocarle daños en la espalda a aquel pobre hombre. No tuvo que hacer absolutamente nada, pues él era más que capaz de hacerlo por ella y enseguida la tuvo de pie, con el rostro presionado contra la suave lana de su camisa, inmersa en los penetrantes olores de la ropa limpia, de sudor masculino, de aceite hirviendo... Muchos hombres se habrían aprovechado de la situación, tirando de ella para conseguir un mayor roce. Pero el gigante, sin embargo, no perdió tiempo en poner espacio entre ambos. Sus fuertes manos permanecieron en la cintura de Paula, pero sólo como medida de precaución mientras ella recuperaba el equilibrio y el aliento... Algo que lellevó más tiempo del deseado. Lo achacó al hecho de que no era una experiencia habitual tener que levantar la vista para mirar a nadie, y que ese alguien mereciera una inspección más detallada.

martes, 14 de mayo de 2024

Inesperado Amor: Capítulo 8

En aquel momento se dio cuenta de lo que estaba pasando. Sandra le había dicho que la nueva niñera que había elegido para Brenda Alfonso estaba de vacaciones. Era obvio que ella, Paula, era esa niñera. ¡Qué tonta había sido! Se había percatado de la coincidencia y aun así había picado. «Llévala a casa de su abuela...». Eso era todo lo que le había pedido que hiciera. No «Llévala con su abuela». Nunca había habido una abuela en aquella casa. Y cuando, horror, resultó que no había ninguna viejecita encantadora esperándolas, sino un hombre refunfuñón que ni siquiera les había permitido pasar, Sandra confiaba en que su instinto de niñera la ayudara a hacerse cargo de la situación. Sabía que Paula renunciaría a sus vacaciones para cuidar de la niña hasta que regresara su madre. Después de todo, ¿Qué otra cosa podía hacer?


— ¿Paula? ¿Sigues ahí?


—Oh sí. Sigo aquí, pero no por mucho tiempo. He tardado un poco pero al fin he descubierto tu jugada, Sandra Campbell. Y te aseguro que no va a funcionar.


— ¿De qué estás hablando?


¡Qué inocente parecía! Como si realmente no tuviera ni idea...


—De tu malévolo plan para volver a incluirme en tu base de datos y hacerte ganar dinero, cariño, de eso estoy hablando. No voy a hacerlo más, Sandra. Ya te lo dije. No puedo...


—Paula, pareces turbada. ¿Has tenido un accidente? ¿Valentina está bien?


— ¿Valentina? ¿Estás preocupada por ella?


Y mientras tanto, ¿Dónde estaba la princesa fugitiva? Abrió otra puerta. Un despacho pequeño y desordenado. Paula no estaba segura de qué sensación predominaba: Gratitud por no haberse encontrado aún al ogro, irritación por la desaparición de Valentina o simplemente disgusto consigo misma por ser tan ingenua.


—Me preocupo por las dos —dijo Sandra.


—Yo también, pero sobre todo me preocupa perder mi vuelo — respondió ella—. Era una oferta de último minuto. No me devolverán el dinero. Te advierto que tendrás que compensarme con creces si la pierdo... —suavizó un poco el tono—. Espero que Brenda Alfonso entienda por qué un simple trabajo de dos horas le cueste tan caro —abandonó la búsqueda y recurrió a toda la fuerza de sus pulmones—. ¡Valentina! ¿Dónde estás?


— ¿Paula? ¿La has perdido? —preguntó Sandra. Empezaba a mostrarse preocupada, lo cual agradó bastante a Paula.


—Sólo temporalmente. Te la encontrarás sana y salva cuando vengas a recogerla.


— ¿Yo? No puedo ir a recogerla. Tengo una cita con el director del banco y... ¿Dónde estás, exactamente?


— ¿Exactamente? En un pasillo de High Tops. Valentina también está por aquí, pero dónde exactamente no lo sé. La única persona que no está en High Tops es su abuela.


—No lo entiendo. ¿Dónde está?


—En Nueva Zelanda.


— ¿Se puede saber qué está haciendo en Nueva Zelanda?


—Supongo que estará... De vacaciones —respondió Paula con soma.


—Está bien. Está bien. Lo siento...


—No lo sientas y ven enseguida. Tardarás una hora y media en llegar. Si sales ahora mismo hay posibilidad de que pueda tomar mi vuelo. Si lo consigo, tal vez te perdone.


—Paula sé razonable. No puedo irme en este momento...


—Me temo que tendrás que hacerlo. El tiempo corre. Ya has perdido otro minuto...


— ¡Dame diez minutos! Intentaré localizar a Brenda y averiguar qué está pasando.


—Buen intento, pero no podrás volver a engañarme. Voy a dejártelo muy claro: No hay nada que puedas decirme ni ofrecerme para que acepte ser la niñera de Valentina Alfonso.


—Pero...


—Por cierto, lo del ogro ha sido un detalle muy agradable. ¿De dónde lo has sacado? No, no me lo digas. Del casting para la representación local de Jack y las judías mágicas. Con esa cara no le haría falta maquillaje.


—De acuerdo, dale el teléfono a una enfermera para que pueda decirme en qué hospital estás ingresada y...


— ¡Paula! ¿Dónde estás? Se me han enredado las medias...


El grito de Valentina procedente de la planta alta devolvió a Paula a la realidad.


-High Tops en Little Hinton. Sandra. No es el pequeño desvío que me hiciste creer, pero te darán las indicaciones en la tienda del pueblo... Después de someterte al tercer grado. Conduce con cuidado al subir —le advirtió—. Los baches son profundos, y una vez que dejes atrás la civilización, los nativos no son exactamente... —se dió la vuelta y vió que ya no estaba sola. El ogro, sin duda alertado de su presencia por el grito de Valentina le bloqueaba el paso—... hospitalarios. 


Paula se enorgullecía de ser una mujer moderna y sensata que nunca sucumbía a los nervios, cualquiera que fuese la provocación, pero ante aquella inesperada aparición el corazón estuvo a punto de salírsele del pecho. Lo que sí le salió fue un chillido, no muy fuerte pero sí expresivo. La clase de chillido que emitiría un ratón al verse, no frente a un gato doméstico bien alimentado sino ante un tigre salvaje y hambriento.

Inesperado Amor: Capítulo 7

 -¡Oh, demonios! 


Paula no tuvo más remedio que olvidarse de la llamada y seguir a Valentina. Al rodear la casa vio un inmenso patio pavimentado con un establo. La atrapó justo cuando la niña iba a entrar por la puerta trasera, que, a pesar del tiempo, estaba abierta.


— ¿Qué estás haciendo?


—Nadie entra por la puerta principal —respondió Valentina.


— ¿No?


—Pues claro que no. Te lo habría dicho si me hubieras preguntado.


Completamente ajena al barro que le manchaba los zapatos, entró en la casa como si fuera la dueña. Sin poder hacer otra cosa, Paula la siguió por una habitación llena de botas, paraguas y chubasqueros, y entraron en una inmensa cocina caldeada por una vieja estufa de combustible sólido. Junto a la estufa había una gran cesta para perros, ocupada por una gallina y dos o tres gatos atigrados. Estaban tan unidos que era casi imposible distinguirlos. Un perro grande y peludo, de aspecto deprimido, yacía al lado, secándose las garras llenas de barro. De no ser por la gallina, se habría sentido tentada de unirse a ellos.


—A veces es mejor no esperar a que te lo pregunten—dijo volviéndose hacia Valentina—. Por si acaso la persona que debería preguntártelo no se acuerda de hacerlo...


Se calló. Aquélla no era la clase de conversación que una niñera mantenía con una niña de seis años. Pero ella ya no era una niñera. Y Valentina que no era precisamente la típica niña de seis años se encogió de hombros.


—No me escuchaste cuando te dije que conocía el camino —dijo—. No creí que me escucharas si te decía lo de la puerta.


Paula rezó en silencio pidiendo paciencia a la deidad responsable del bienestar de las niñeras no practicantes, fuera cual fuera.


—Vamos —dijo Valentina, y sin esperar respuesta, abrió otra puerta.


Paula siguió a la niña por un pasillo con corrientes de aire que conducía a una escalera ascendente. El tipo de escalera usada por el servicio.


—Por aquí.


— ¿Qué? —espetó Paula, estremeciéndose por el frío que acentuaba la humedad de su ropa. Enseguida recordó que Valentina sólo tenía seis años y que ella era la adulta responsable—. Lo siento. No era mi intención hablarte de mala manera.


—Está bien.


No, no estaba bien, pensó Paula cerrando los ojos. Sólo era el último de la larga serie de errores que había cometido aquel día el mayor de los cuales había sido responder a la llamada de Sandra. Lo había hecho creyendo que podría convencerla de que ya no se dedicaba a hacer de niñera. Había roto todas las reglas y había sido castigada por ello, pero no tan duramente como se estaba castigando a sí misma. Y luego Sandra le había dicho que tenía un paquete para ella y Paula había descubierto que no era tan objetiva ni tan fuerte como pensaba. Respiró hondo, abrió los ojos y descubrió que había cometido otro error. Valentina había desaparecido.


— ¡Oh, genial!


Seis meses trabajando en una oficina habían atontado su instinto. Los ordenadores no hacían travesuras, ni desaparecían en cuanto se apartaba la vista de ellos. Había perdido su preciado autocontrol. Miró alrededor. Había media docena de puertas para elegir. Abrió la más cercana y se encontró con una enorme despensa repleta de estanterías y conservas suficientes para alimentar a una familia numerosa durante meses. Pero ni rastro de Valentina. Mientras se movía hacia la puerta siguiente, su móvil empezó a sonar. Miró la pantalla y se dió cuenta de que, en su loca carrera tras la princesita, no se había detenido para cortar la llamada a la oficina.


—Sandra, tienes un verdadero problema... —empezó a decir, sin ningún preámbulo, tras llevarse el móvil a la oreja.


— ¿Paula? ¿Eres tú?


—Sí, Sandra, soy yo —confirmó, abriendo la segunda puerta. Otra despensa—. Paula, a quien has enviado a hacer el tonto.


La tercera puerta, ligeramente entreabierta, reveló una pequeña sala de estar. Dos viejos perros labradores ocupaban el sofá, y a juzgar por la cantidad de pelo desperdigado por los cojines, lo consideraban de su exclusiva propiedad.


—Calma, chicos —dijo Paula cuando los perros menearon el rabo—. Paula —volvió a repetirle a Sandra, quien había caído en la cuenta de que estaba irritada y no había querido interrumpirla—. La que va a mandarte una factura por un tubo de escape nuevo.


— ¡Un tubo de escape! —exclamó Sandra sin poder contenerse.


—Paula que está perdida en medio de ninguna parte con una niña precoz de seis años que no sólo viste como una princesa, sino que cree serlo.

Inesperado Amor: Capítulo 6

 —Imposible. Me temo que ha perdido el tiempo. Paula Chaves—dijo él—. Mi tía...


— ¿Su tía?


—Mi tía, la señora Alfonso, la abuela de Valentina —respondió con una mueca burlona—, está visitando a su hermana en Nueva Zelanda.


— ¿Qué? No... —se interrumpió y respiró hondo—.Está claro que aquí hay un malentendido —dijo intentando convencerse a sí misma. Sandra podía ser taimada, pero no era ninguna estúpida y se tomaba su negocio muy en serio—. La señora Alfonso trajo a su hija a la oficina esta mañana. Yo estaba allí cuando llegó.


—Suerte para usted.


—Simplemente estaba sugiriendo que no lo habría hecho si su madre estuviese fuera. Tiene que haber hablado con ella y haber buscado la solución más conveniente...


—Eso es lo que seguramente habría hecho cualquier persona —dijo él. Su boca volvió a curvarse en lo que parecía una sonrisa, pero no había el menor atisbo de regocijo en sus ojos—. Pero incluso de niña, Bianca... Brenda estaba convencida de que sus deseos eran órdenes. Nunca aprendió a pedir las cosas con educación. Aunque supongo que cuando se tiene un aspecto como el suyo no hace falta pedir nada.


—Pero...


—No obstante, en esta ocasión va a tener que olvidarse de su vida social y jugar a ser madre por una vez en su vida.


—Pero...


La puerta se le cerró en las narices a Paula. Pedro Alfonso cerró la puerta y se apoyó de espaldas contra ella. El sudor le empapaba la nuca, y no tenía nada que ver con una caldera. Maldita Bianca. Maldita Paula Chaves. Malditos fueran todos... Se irguió, respiró hondo y se giró hacia la puerta, justo antes de que volviera a sonar la campana. Pero, cualquiera que fuese el juego al que su familia estaba jugando, él no iba a participar. Cuidar de los animales de Bianca era un precio muy bajo por su soledad. Los animales no hablaban, no hacían preguntas, no lo miraban como si hubiera perdido el juicio. Valentina era otra cosa. Aquella mujer era otra cosa. De repente la campana dejó de sonar, pero Pedro no cayó en la trampa de creer que se habían marchado. La señorita Paula Chaves, quien con sus vaqueros ceñidos y top amoldado a sus curvas no se parecía en nada a las niñeras que habían bendecido la infancia de Pedro, no había arrancado el coche, y una vez que llamara a la oficina y pidiera instrucciones, volvería a exigir refugio para la niña y un poco de cortesía para ella misma. Mientras tanto, él no iba a quedarse de brazos cruzados. Tenía una caldera que arreglar. 


Paula oyó abrirse la puerta del coche. Se volvió y vió a Valentina evitando un charco mientras se bajaba del asiento.


—Valentina, quédate en el coche... —le gritó. Necesitaba pensar. No, necesitaba llamar a Sandra. Alguien tenía que presentarse allí para hacerse cargo de la situación.


—Tengo que ir al baño —dijo la niña—. Ahora.


¿Sería una emergencia de verdad o sólo una advertencia temprana? En la mayoría de los niños era difícil saberlo, pero Paula sospechaba que Valentina no se arriesgaría a estropear su aspecto inmaculado esperando hasta el último momento para ir al baño. Contempló con recelo la campana. Si hubiera tenido la oportunidad de elegir entre llamar otra vez y ordenarle a Valentina que cruzara las piernas, habría elegido lo segundo. Por desgracia, no se trataba de ella. Tendría que ser valiente. Y pronto.


—Espera un momento. Valentina —le ordenó, consciente de que cualquier signo de debilidad sería aprovechado por la niña. Se apartó un mechón  empapado de la mejilla y sacó su móvil del bolso. Estremeciéndose de frío, marcó el número de la oficina. Antes de enfrentarse otra vez al gigante, tenía que hablar con Sandra y averiguar qué demonios estaba pasando.


—Y quiero beber algo —añadió Valentina, sin hacer caso de la orden.


—Por favor —corrigió Paula automaticamente.


Valentina suspiró.


—Por favor.


—Hay zumo en mi bolsa. Está en el asiento delantero...


—Una bebida caliente.


Princesita, 2. Adulta estúpida, 0.


Pero la niña tenía razón. La propia Paula empezaba a sentir la necesidad de tomar algo caliente y descansar un poco.


—Oye, dame un minuto, ¿Quieres? Tengo que hacer una llamada y luego pensaremos en lo que podemos hacer.


Valentina se encogió de hombros y Paula devolvió la atención al teléfono.


—Vamos, vamos... —murmuró, impaciente—. Tienes que esperar en el coche, Valentina. Hace frío y tu vestido se estropeará con este tiempo —dijo apelando a las prioridades de la niña.


Al no recibir respuesta, giró la cabeza a tiempo para ver un vestido blanco desapareciendo por un lateral de la casa.