-No... Lo siento... cuando dijiste que era hormonal... -Pedro gruñó.
-No estoy embarazada, simplemente estoy sensible. A las mujeres les pasa eso. Todo el tiempo. Y tú, como buen mujeriego, deberías saberlo.
-Lo siento -se disculpó Pedro acercándole de nuevo la copa-. Bebe, tómate la mía también -añadió pasándole la otra copa-. Yo prefiero pasar directamente a algo más fuerte.
-Tranquilo, Pedro -sonrió Paula con ojos brillantes-, es natural que lo pensaras.
-Bien, ibas a pedirme algo. Y ya que hemos llegado hasta aquí...
-Tienes razón -suspiró Paula-. De todos modos ya he hecho el ridículo, así que, ¿Qué más da? ¿Prometes no echarte a reír?
-Lo prometo -contestó Pedro sonriendo sin poder evitarlo ante una exigencia tan pueril.
-Quiero tener un hijo -afirmó Paula.
Pedro estuvo a punto de caerse de la silla del susto. Paula no explicó nada más, simplemente lo miró. Estaba tan tranquila. Quizá no hubiera oído bien.
-¿Qué?
Paula no respondió. Lo miró como el lobo a Caperucita.
-Quieres tener un hijo -afirmó él mirando a su alrededor.
No podía tratarse de lo que pensaba, era imposible que le estuviera pidiendo a un extraño que fuera el padre de su hijo. Las mujeres no hacían ese tipo de cosas. Ni borrachas.
-Quieres tener un hijo. Bien, hasta ahí te sigo.
-Lo deseo tanto, que es una locura -añadió ella al fin-. No sé de dónde sale ese impulso, debe tratarse de algo biológico. Y, ¿Sabes?, ya soy mayorcita. No creo en los romances, no creo en el hombre perfecto. Si acaso existe, se ha casado con otra. No aparece. Y tengo que ser práctica, no puedo permitirme el lujo de esperar.
-Comprendo.
-Tengo treinta años. Bueno, casi -se corrigió Paula-. El año pasado rompí una larga relación, la única que he mantenido en la vida. Mi lista de citas se reduce a la de esta noche.
-¿Y qué tengo yo que ver con eso? -preguntó Pedro.
Sencillamente se negaría. Paula no podía forzarlo a... Donar esperma o lo que fuera que hubiera pensado. Escucharía su ruego y contestaría educadamente que no. Pedro se inclinó hacia delante esperando oír la pregunta. Su rostro debía expresar aprensión, porque Paula soltó una carcajada.
-¡Oh, no! -exclamó ella sacudiendo la cabeza-. En absoluto, no se trata de eso.
-¿De qué?, ¿De qué no se trata? -preguntó Pedro poco dispuesto a admitir que le había leído el pensamiento.
-Tranquilo, Pedro, no estoy a punto de pedirte que seas el padre de mi hijo.
-¿No?
Los ojos de Paula brillaron. Ella dejó de reír, se mordió el labio y dijo:
-No. Lo siento, no pretendía asustarte. No estoy tan loca. ¡Dios!, Jamás le pediría algo así a un extraño. Y menos a una persona como tú.
-¿Una persona como yo?
-Un mujeriego, un ligón. Tú no tienes intención de comprometerte, ¿Verdad?
-Ah, bien, cierto.
-Exacto -asintió Paula-. Yo no quiero tener relaciones con hombres así, estás perfectamente a salvo de mí. Lo que quiero es una familia, una persona estable y responsable. Alguien que quiera lo mismo que yo -sonrió aumentando su curiosidad a pesar de la aprensión.
-Vamos a ver si he comprendido: ¿Quieres encontrar a una persona con la que tener hijos?
-Sí -asintió Paula-. Quiero lo que tiene todo el mundo: Una familia. No es demasiado pedir, ¿No crees? Todo el mundo lo consigue sin demasiado esfuerzo. Me refiero a mantener una relación seria y estable que finalmente dé lugar a una familia, no simplemente a encontrar a alguien que me deje embarazada.
Paula había dicho eso último como si se tratara de algo inconcebible, pero Pedro no acababa de creerla. No parecía que ella estuviera buscando el amor de su vida.
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