–¿Cómo falleció ella? Sara nunca lo mencionó.
–Tuvo complicación con un embarazo. No permitió que le sacaran al bebé y murieron los dos.
–Lo siento mucho. Es horrible.
Recordó el gesto inexpresivo de Sara las pocas ocasiones en que se había referido a su hija e imaginó que debía de haber contenido mucho dolor. Su máscara de indiferencia era parecida a la de Pedro mientras le señalaba hacia el otro lado del puente. Pero Paula no obedeció.
–También perdiste a un hermano o hermana –comentó.
Él se encogió de hombros.
–No le desearía mi niñez a nadie.
Paula inclinó la cabeza y recordó que Pedro le había contado que lo habían acosado en el colegio.
–¿Porque eras hijo de una pareja mixta? Pensé que en Estados Unidos había de todo y que aceptaban a todo el mundo.
–Todo eso da igual, no fui nadie hasta que me convertí en otro ideal estadounidense: El hombre hecho a sí mismo –le respondió Pedro en tono irónico.
–Yo odio la sensación de no encajar –admitió ella–. Mi escuela era un lugar muy competitivo, pero al menos allí todas éramos parecidas. En casa de Sara siempre me he sentido diferente y ahora, contigo, lo mismo.
–Encajar está sobrevalorado.
–Es cierto.
Paula pensó que se parecían mucho, en muchos aspectos.
–Yo siempre intento convencerme de que no quiero lo que no puedo tener.
Él guardó silencio y Paula lo miró. Parecía estar muy lejos de allí y a ella se le encogió el corazón.
–Lo que quiero decir es que intentaba convencerme de que no pasaba nada por no tener dinero propio porque todas mis necesidades estaban cubiertas – intentó explicarse–. Es una estrategia de autoayuda. La utilizaba, sobre todo, cuando veía todo el dinero que tenía Sara cuando en realidad lo que quería no era dinero, sino una hija.
Pedro continuó en silencio.
–No pretendo decirte que estás equivocado –añadió–. Sara era una persona complicada. Supongo que era muy controladora y que se había aislado después de perder a su hija. Tal vez tu madre se agobió y la apartó de su vida, pero no pienso que tu nacimiento fuese un acto de rebeldía por su parte. Es probable que tu madre quisiera formar una familia. Si no hubiese fallecido y hubieses tenido hermanos, tal vez vuestra relación no habría sido tan distante.
–Es tarde. Deberíamos irnos a dormir –le dijo él, tocándole el hombro.
Paula dudó.
–¿Juntos?
–No me parece buena idea –le respondió él.
La mirada de Paula reflejó el dolor que le causaban aquellas palabras.
–Te lo advertí –le dijo Pedro.
Y ella se dió cuenta de que había tenido razón. Se fue a la cama desolada.
Pedro no la oyó moverse por la casa al amanecer. Había pasado la noche dando vueltas en la cama, sabiendo que podía tenerla, que solo tenía que pasar por alto los pocos principios que tenía. Había ido demasiado lejos en la piscina, se había convencido de que le estaba haciendo un favor al ayudarla a adquirir la experiencia que Paula tanto ansiaba. Había rebasado los límites. La había seducido y había querido hacer todo lo que habían hecho y más. Todo. Y estaba casi seguro de que ella habría accedido también. Él se había dado cuenta nada más verla vestida para la cena, con su dulce sonrisa. Y se había pasado las siguientes horas intentando dar marcha atrás. Porque no era como los demás y no quería una esposa y una familia. «Siempre intento convencerme de que no quiero lo que no puedo tener». Aquellas palabras de Paula se le habían atragantado a pesar de que era una persona honesta, en especial, con él mismo. Y siempre había pensado que prefería vivir solo. O había conseguido convencerse de que prefería vivir solo. Y era consciente de que también se estaba aferrando a aquella idea mientras la observaba en vez de quedarse solo en su cama. Paula llevaba puestos unos pantalones de pijama anchos y una camiseta sin mangas y tenía la vista clavada en el horizonte por el que salía el sol. La vió frotarse las manos y respirar varias veces. Después separó las manos con los dedos relajados y empezó a dibujar una esfera invisible. Pedro juntó las manos y empezó a construir su propia bola de energía mientras salía en calzoncillos y se sentaba a su lado.
Paula lo miró, pero no dijo nada. Pedro había tomado muchas clases de artes marciales, pero hacía años que no practicaba tai chi. No obstante, le resultó sencillo seguir los movimientos de ella y acompasar su respiración. La energía fue girando entre ambos con cada movimiento como las corrientes del mar o del viento, o como la lava en el interior de la tierra. Y él pensó que así sería hacer el amor con ella. Puro zen. Por un momento, se imaginó que aquella sensación impregnaba sus vidas, juntos. Pero supo que era una ilusión. Otro intento de racionalizar el sexo que habían tenido. La noche anterior había visto dolor en los ojos de Paula, sabía lo vulnerable que era. Ésta giró hacia el norte antes de terminar, unió los pies, apoyó el puño cerrado en la palma de su otra mano y finalizó con una inclinación. Con el cuerpo doblado, Pedro le dió las gracias por la sesión y por lo que le había enseñado. No era un hombre sin anhelos, sino un hombre que fingía no tenerlos. No obstante, no podía satisfacerlos a expensas de otra persona. Así que no satisfaría el deseo que sentía por ella. Haría un ejercicio de disciplina y se resistiría. Se puso recto y fue directo a refrescarse a la piscina.
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