jueves, 7 de marzo de 2024

Acuerdo: Capítulo 39

 –¿Adónde ibas a llevarme en helicóptero? –le preguntó Paula veinte minutos después, cuando Pedro salió con ella a la terraza del ático.


A sus pies brillaba el Sena con las luces de la ciudad y la Torre Eiffel se veía tan grande que Paula tenía la sensación de que podría tocarla si alargaba la mano. Seguía abrumada por la sensación.


–Iba a llevarte a mi château. ¿Quieres algo? Podría pedir unos fideos y cerdo asado, que supongo que te resultará más familiar.


–¿Tienes un ático y una casa aquí?


–Llevo restaurando el château desde que lo compré, hace dos años, pero nunca me he quedado en él. Fue construido en el siglo XVI, para la amante del rey. Tengo que hacer algo con mi dinero.


–¿Y por qué querías llevarme allí? –le preguntó ella.


–Porque es un lugar muy bonito y he pensado que te gustaría, pero eso ha sido cuando he visto que te divertías gastando mi dinero.


–¿Por qué me has permitido hacerlo? No entiendo qué quieres de mí – admitió Paula con voz temblorosa–. ¿Soy como un elefante blanco, una maldición más que una bendición? ¿Un adorno? ¿Se supone que debo acostarme contigo porque me has salvado? ¿O porque estamos casados?


–Sea como sea, tú ya ibas a salvarte a ti misma, yo solo estoy acelerando todo el proceso –le respondió él con voz firme.


–¿Por qué?


–Porque eres un enigma y me encantan los puzles.


–Quiero ser una mujer. Quiero ser yo misma.


Pero estaba empezando a darse cuenta de que una cosa era marcharse de casa de Sara y, otra muy distinta, tener una vida independiente. Él suspiró.


–Si te veo como a una mujer, querré acostarme contigo.


Paula se abrazó y se frotó los brazos a pesar de que no hacía frío. De hecho, tenía calor. Se sentía vacía y deseaba que Pedro la abrazase y la besase y le provocase todas aquellas sensaciones que hacían que el mundo fuese un lugar mágico.


–¿Y qué tiene eso de malo?


–Dijiste que estabas reservando tu virginidad –le recordó Pedro–. ¿Para quién?


–No lo sé. Se supone que hay que esperar, ¿No? ¿A la noche de bodas?


Se hizo un largo y tenso silencio.


–Yo no he esperado.


Paula suspiró pesadamente.


–Pensé que podría ser importante para la otra persona, que podría tener cierto valor. Y que, tal vez, si estaba muy desesperada…


–La virginidad no es algo con lo que se deba comerciar, Paula –la interrumpió él de manera brusca–. Ni el cuerpo. Resérvate para una relación que te importe, para alguien especial.


–Entonces… ¿No me deseas? ¿Porque soy virgen?


–¿Te has mirado al espejo? Por supuesto que te deseo, pero te estoy diciendo que no tengas sexo con el primer hombre con el que te cases.


Ella se echó a reír porque se dió cuenta de que aquello era una broma, porque él era el primer hombre con el que se había casado.


–Me hablaste de casarte con un hombre mayor y no sé por qué pensé que tenías experiencia, pero dado que no es así… –Pedro se interrumpió un instante–. No sé qué pasaría después. Terminarías por pedirme lo que todas quieren y eso no te lo puedo dar.


–¿Hijos? Yo no quiero tener hijos. Al menos, por el momento. Así que no me importa que no puedas tener hijos.

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