El camarero interrumpió a Paula. Tras tomar nota de lo que iban a cenar y marcharse, ella respiró hondo y miró a su alrededor. Habían conseguido una mesa bastante retirada, pero a pesar de todo ella bajó la voz.
-Te parecerá raro, pero lo mejor es ir directo al grano.
Pedro sonrió. Se sentía más intrigado a cada segundo.
-Tranquila, estoy acostumbrado a las chicas raras.
-Bien, seré sincera contigo -continuó Paula poniendo las manos sobre la mesa-. En resumen, lo que quiero de tí es contratarte para un trabajo, Pedro.
-¿Un trabajo?, ¿Qué quieres decir?
-Un trabajo confidencial. Muy confidencial. Y ésa es la otra razón por la que eres perfecto. Somos dos extraños, ni siquiera tenemos amigos comunes, y eso facilita mucho las cosas.
Pedro se sintió culpable. Debía contarle lo de Romina antes de que fuera demasiado tarde.
-¿Sabes? Mis amigas no me comprenden -continuó Paula-. Me buscan pareja, me obligan a citarme a ciegas... Por eso estaba esta noche con Julián. Su intención es buena, pero estoy harta.
No podía decírselo. No sin permiso de Romina. Según ella, Paula se pondría furiosa si se enteraba de que le había puesto una carabina. No podía estropear la amistad entre las dos.
-Te parecerá una locura, pero no veo otra solución -añadió Paula interrumpiéndose y observándolo como si esperara algo por su parte.
-Te escucho -aseguró Pedro.
Paula respiró hondo y preguntó:
-¿Prometes no contarle nada a nadie?
-Lo prometo.
Paula escrutó su rostro con ansiedad. Eso le hizo sentir más curiosidad.
-Quizá no sea tan buen idea -dijo ella tras una pausa.
De pronto Pedro sintió la necesidad de hacerle comprender que podía confiar en él. Por qué, no lo sabía. Al fin y al cabo eran dos extraños. Paula buscaba un pañuelo en el bolso para enjugarse las lágrimas. ¿Estaba llorando? Él puso la mano sobre la de ella un segundo y dijo:
-Paula... Tú no me conoces, pero si te sirve de algo te diré que sé guardar un secreto. ¿Tienes algún problema?
-Lo siento -se disculpó Lea guardando el pañuelo y sonriendo con valentía- . Es absurdo, últimamente estoy muy sensible. Probablemente sea hormonal.
-Comprendo -dijo Pedro reclinándose sobresaltado sobre el respaldo de la silla.
Sensible, hormonal... Por supuesto, estaba embarazada. ¿Por qué no lo había mencionado Romina? Quizá no lo supiera. Pedro miró a su alrededor y trató de tomarse la noticia con filosofía. Bueno, tampoco era para tanto. Paula le gustaba, pero acababa de conocerla y el mundo seguía lleno de mujeres. Aquélla era la primera cita de ella, lo cual significaba que sus relaciones con el padre se habían roto. Quizá el trabajo consistiera en ayudarla a recuperarlo.
-No es propio de mí -rió Paula violenta-. No debería haber bebido. Estoy a punto de cruzar el límite entre la euforia y la borrachera.
¿Vino? No, no debía beber en su estado. Pedro agarró su copa y la retiró, poniéndola a un lado de la mesa.
-Tienes razón, no deberías beber. ¿Qué quieres?, ¿Agua mineral?, ¿Soda?
-No estoy tan bebida -afirmó ella mirándolo extrañada-. Simplemente quería decir que puede que esté algo más que eufórica... De otro modo jamás habría sido tan directa.
Paula alargó el brazo para tomar la copa, pero él fue más rápido y la apartó.
-No bebas, no es bueno para el bebé -aseguró Pedro.
-¿Qué bebé?
-Es peligroso -insistió Pedro-. Es mejor no tentar al destino. Sólo son nueve meses, no es tanto sacrificio.
-¿De qué estás hablando, Pedro?
-Del bebé...
Pedro vaciló y se preguntó si no debía escurrirse de la silla y esconderse debajo de la mesa. Paula alzó una ceja que confirmó la sospecha.
-¡Ah!
-Sí, exacto, ¡Ah!
-Entonces... ¿No estás embarazada?
-He engordado, pero no creí que fuera para tanto -contestó Paula llevándose una mano al estómago.
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