martes, 5 de marzo de 2024

Acuerdo: Capítulo 35

Pedro le contó de qué actriz se trataba. Era bastante famosa, pero tenía edad suficiente para ser su madre. Les llevaron una botella de vino y les llenaron las copas. Paula no supo adónde mirar. ¿Hacia fuera, hacia las cámaras? ¿Hacia el interior del restaurante? Porque si miraba a Pedro, sabía que ya no podría apartar la vista de él.


–Supongo que ya se ha hecho público quién era tu abuela –murmuró, estudiando la copa de cristal labrado y con tallo de plata.


–Mi parentesco con ella afecta a las personas que hacen negocios con Chen Enterprises. Yo, en realidad, ya soy rico, y a nadie le importa que lo sea un poco más.


–Pero has dicho que los paparazzi solo te prestan atención si estás con alguna mujer famosa. Y no saben quién soy yo.


–Exacto –le respondió él, esbozando una sonrisa cínica–. Los camareros se van a ganar una buena propina a cambio de tu nombre, pero no se lo he dicho a nadie.


–De todos modos, mi nombre no les habría dicho nada. No soy nadie.


El camarero les llevó un aperitivo, una cuchara con un huevo de codorniz sobre una cama de champiñón y con una mini zanahoria glaseada al lado.


–Qué más les da quién sea –continuó ella–. Aunque reconozco que a mí también me gustaba hojear las revistas que compraba tu abuela y ver las fotografías de las bodas de la realeza y esas cosas y… ¡Oh!


–Ya te has dado cuenta. Enhorabuena –le dijo él en tono burlón–. Todo el mundo está deseando hacerse con la noticia de mi boda y averiguar con quién me he casado.


–Supongo que eres noticia.


Y ella también lo era.


–¿No esperarían verte con otra persona? ¿Estás saliendo con alguien?


Paula pensó que tenía que haber hecho aquellas preguntas varios besos antes.


–Solo contigo –le contestó Pedro en tono seco–. Hoy saldrá un comunicado de prensa explicando que había estado cortejando discretamente a la gerente comercial de mi abuela y que lo hemos hecho oficial.


–Nadie se va a creer eso. Ni siquiera se van a creer que yo fuese la gerente comercial de Sara.


Paula pensó en el mayordomo y en lo mal que había hablado de ella a la menor oportunidad.


–No importa lo que piensen, lo importante es lo que sé yo. Mientras jugabas a los disfraces, he accedido a los archivos de seguridad y me he dado cuenta de que has hecho algunos ajustes muy oportunos. Es cierto que gestionabas el negocio de mi abuela.


–A Sara le gustaba que yo estuviese siempre alerta.


–Pero lo hacías sobre todo a través del ordenador. He visto los scripts que ejecutabas para que te alertasen cuando algo se salía de tus parámetros. Llevas mucho tiempo jugando con mi programa.


Era cierto, pero así dicho sonaba casi sugerente. Les cambiaron los platos. Una capa blanca de algo que podría ser huevo formaba una cesta dentro de la cual había un muslo de pichón, media docena de guisantes y otra cosa que resultó ser una espuma de nabo, todo bañado con una salsa de chili y decorado con violetas.


–Si has llegado hasta ahí –comentó ella, bajando la mano al bolso que tenía sobre el regazo–. Ya no me necesitas para nada.


–Es cierto, pero me niego a tomar el camino más corto. No voy a permitir que me derrotes.


–¿Porque soy una mujer?


–Soy competitivo, no sexista.


–¿Cómo aprendiste tú a codificar? –le preguntó Paula.


–En mi colegio había tres extraescolares: Informática, arte y gimnasia. Yo no quería volver temprano a casa, así que escogí una. Soy capaz de hablar delante de una pequeña multitud, pero no tengo la más mínima creatividad. Correr no se me daba mal, pero no me interesaban los deportes. No obstante, me encantaba aislarme frente a una pantalla de ordenador. 

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