martes, 19 de marzo de 2024

Acuerdo: Capítulo 49

 –Yo no bebo –comentó–. No más que tú.


–Ya me he fijado. Eso me gusta.


–¿Entonces…?


–Paula, eres demasiado vulnerable.


–Acabas de decir que no tienes que preocuparte por mí.


–Pero no puedo evitar hacerlo.


–¡Pues yo también estoy preocupada por tí! Te acuestas con personas que ni siquiera te gustan.


–Eso fue un error… Olvídalo.


Pedro suspiró.


–No podemos acostarnos juntos, ¿de acuerdo? No puedo permitir que empieces a pensar que esto es real.


–¿El sexo haría que esto fuese más o menos real? Los matrimonios tienen sexo. ¿Tienes miedo a que, si nos acostamos juntos, yo desee que te enamores de mí?


–Sí.


Paula se cruzó de brazos, dolida, porque ya lo deseaba.


–No puedo asegurarte que eso no vaya a ocurrir –admitió–. Siempre he deseado que alguien me quisiera.


–No es tan idílico como parece. Yo he sufrido mucho la pérdida de mi madre, porque la quería. Y mi padre no lo soportó. Fue una pesadilla. Él me advirtió que no amase jamás porque se sufría demasiado.


Pedro se acababa de abrir a ella y Paula se lo imaginó de niño, sin madre, con un padre alcohólico y solo. Solo hasta que empezó a ganar dinero y todo el mundo se acercaba a él por interés. Se quitó los pendientes y se acercó a devolvérselos.


–Me encantan, son preciosos, pero no me los voy a quedar salvo que tú quieras que los tenga. Tú me has dado cosas que necesitaba, Pedro. Me has escuchado, me has preparado un baño y me has dicho que soy inteligente. Eso vale mucho más que cualquier objeto que pueda comprarse con dinero. Y jamás te lo voy a poder recompensar.


Él separó los labios para protestar.


–Solo puedo ofrecerte lo que tengo, lo que soy –continuó Paula–. No pasa nada si no me amas, pero quiero acariciarte y abrazarte, y sentir como solo tú me haces sentir. Quiero saber cómo me sentiría si alguien me amase. Por favor.


-Solo soy un hombre -le respondió él-. Cuando esto se vaya al infierno, quiero que recuerdes este momento. He intentado respetarte. 


-¿De verdad? –preguntó ella emocionada e inquieta al mismo tiempo.


–Llevo toda la noche deseando arrancarte ese vestido –le dijo él, devorándola con la mirada.


–¡No lo hagas! Me encanta.


–Te han puesto en este mundo para volverme loco. Enciérrate en tu habitación ahora mismo o ven a la mía.


Ella corrió escaleras arriba mientras Pedro las subía también de dos en dos. Paula rió y fue directa a la habitación de Pedro, y una vez allí se giró a esperarlo. Él llegó con la camisa ya abierta y se quitó los pantalones. Paula dió un grito ahogado al ver su pecho fuerte y bronceado. Él se acercó y la agarró por las caderas antes de besarla apasionadamente.


–Dime que quieres hacerlo –le pidió Pedro–. Porque estoy perdiendo el control de la situación.


–Quiero hacerlo –respondió ella, acariciándole los hombros.


–Entonces, quítate el vestido.


Ella tragó saliva, se quitó la cinta que se lo sujetaba a los pechos y después se giró y se apartó el pelo de la espalda para que Pedro le bajase la cremallera.


–Tu olor me vuelve loco –admitió–. Quiero lamer cada centímetro de tu piel.


Le mordisqueó el lóbulo de la oreja mientras el vestido caía al suelo y ella echó la cabeza hacia atrás y apoyó el cuerpo en el de él.


–Quiero verte –le pidió Pedro.


Y ella se giró y retrocedió. Pedro la recorrió con la mirada y después volvió a sus ojos. Paula se humedeció los labios y esperó. Él sonrió con satisfacción y bajó una mano para acariciarla entre los muslos.


–¿Es esto lo que quieres? –le preguntó.


–Sí –respondió ella, gimiendo con satisfacción–. Por favor.


–Está bien. Siéntelo.


Ella lo abrazó por el cuello y lo besó. Intentó decirle que lo deseaba, que quería sentirlo en su interior, pero de repente estalló de placer por dentro y se quedó temblando.


–Lo sabía –comentó Pedro–. Sabía que sería así entre nosotros.


Paula se dejó llevar a la cama, no tenía fuerza. Él terminó de desnudarla y recordó ponerse un preservativo a pesar de que solo podía pensar en ella, en estar dentro de su cuerpo. Pero antes la besó. Le besó la barbilla, bajó al cuello y al suave escote. Y llegó a los deliciosos pechos.


–Pedro –gimió ella, enterrando los dedos en su pelo con desesperación.


Pero él siguió torturándola con sus besos y sus caricias hasta que sintió que no podía más. Entonces se colocó encima y buscó la parte más íntima de su cuerpo. La besó, notó cómo Paula se relajaba y le acariciaba la base de la espalda. Él continuó adentrándose en su calor y pensó que ella era suya, y que le parecía un intercambio justo. Porque él era suyo también. Completamente suyo. 

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