Como en bikini pensó que iba a sentirse demasiado expuesta, Paula se decidió por un tankini compuesto de un culote negro y un top que se ataba al cuello y cuyos dibujos en tonos fluorescentes realzaban sus pechos. La pequeña piscina estaba situada en una terraza privada que había en la habitación principal, en la que se había instalado Pedro. Estaba iluminada por cuatro antorchas que despedían un aroma cítrico que, probablemente, tenía la función de espantar a los insectos. Él estaba en el agua, con los brazos estirados sobre el bordillo, el pelo mojado y apartado del rostro. Ella bajó de puntillas por las escaleras, dio un sorbo a su copa de champán y después la apoyó en el borde. Se preguntó cómo sería esa semana de incómoda, intentando dar conversación a un hombre que se expresaba tan poco.
–Pensé que la piscina también tendría vistas a la puesta de sol –murmuró Paula, fijándose en que estaban rodeados de arbustos.
–Como el lugar es tan íntimo, uno puede elegir si quiere usar traje de baño o no.
Ella lo fulminó con la mirada y Pedro se echó a reír.
–No pongas esa cara. Llevo traje de baño –le aclaró él, poniéndose en pie para que Paula pudiese verlo.
Era negro y marcaba todas las líneas de su espectacular cuerpo. Paula apartó la vista de él y tomó de nuevo la copa porque se le había quedado la boca seca. Tuvo la sensación de que Pedro se volvía a reír, pero solo lo vió girándose a tomar la botella que había dejado en una cubitera con hielo. Después le hizo un gesto para que se acercase a él y pudiese rellenarle la copa. Y Paula se dió cuenta de que estaba tenso.
–¿Estás enfadado porque hemos tenido que venir aquí? –le preguntó.
–No tengo por qué hacer nada –le dijo él–. Ni tú, tampoco.
Con aquello Paula comprendió que la tensión que sentía era la misma que ella, tensión sexual.
–¿Y si quiero hacerlo?
Al fin y al cabo, era su luna de miel. Pedro alargó el brazo para dejar la copa en el bordillo y echó la cabeza hacia atrás. Inspiró hondo y volvió a espirar.
–¿Sabes cómo se hacen los bebés, Paula?
–¿Por qué me preguntas eso? Sí –respondió ella, poniendo los ojos en blanco.
–Dado que eres virgen, supongo que no utilizas ningún tipo de anticonceptivo.
–Pero he oído hablar de los preservativos –le respondió ella–. Y siento curiosidad.
–Está bien sentir curiosidad –le contestó él, agarrándola de la cintura y sentándola en su regazo–. Lo que yo siento es más que curiosidad. Estoy obsesionado con averiguar cómo será ese fuego que arde entre nosotros.
Un fuego que estaba empezando a consumir a Paula en esos momentos.
–Está bien –le dijo ella.
Y Pedro la agarró con fuerza por las caderas.
–Pero en ocasiones ocurren accidentes. Firmé nuestro acuerdo prematrimonial pensando que algún día me darías un heredero, pero, sí tú no quieres tener hijos, no voy a obligarte. No obstante, yo voy a necesitar hijos, así que tendremos que divorciarnos para que pueda casarme con otra mujer que me dé herederos.
Ella se mordió el labio, consternada.
–¿Ves? No hablaba completamente en broma cuando te dije que no debías entregar tu virginidad al primer hombre con el que te casases. ¿Hasta dónde quieres llegar, sabiendo que este matrimonio no va a durar?
–¿Qué pensará mi segundo marido si no llego a ese matrimonio virgen? Tú te quedaste horrorizado y…
–No me quedé horrorizado, pero tu inexperiencia te hace vulnerable.
–En ese caso, dame esa experiencia –le pidió ella, casi llorando–. Nunca he tenido novio ni he hecho nada. Estoy aquí, casada, de luna de miel, ¿Y no tengo nada? Mi vida siempre ha sido así.
Intentó apartarse de él, pero Pedro la sujetó.
–Quédate –le dijo en tono duro, pero no enfadado–. Bésame. Haz lo que quieras.
Ella deseó preguntarle si lo decía de verdad, pero no fue capaz de articular palabra mientras lo miraba a los ojos. Él movió los dedos de manera casi imperceptible, pero le acarició las caderas con los pulgares y la acercó más a él. Paula apoyó las manos en sus hombros y se dió cuenta de que todavía tenía la copa de champán, así que la dejó. Después lo abrazó por el cuello y lo besó. Lo besó como Pedro la había besado a ella, con movimientos largos y lentos. Estaba delicioso, mucho mejor que el champán. Y el modo en que él le devolvió el beso fue mágico. Paula quiso quedarse allí para siempre, boca con boca, apartándose y volviéndose a acercar. Tuvo la sensación de que quería estar todavía más pegada a él. Cambió de postura, se apretó contra su cuerpo y notó su erección entre los muslos. Él la devoró con la mirada y le soltó el nudo que ataba el top a su cuello. Ella se lo sujetó instintivamente y después tragó saliva y asintió. Bajó las manos despacio, llevándose la tela y dejando sus pechos al descubierto, parcialmente sumergidos en el agua. Pedro se quedó unos segundos mirándolos, respirando con dificultad, y entonces le dijo:
–Quiero probarlos.
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