martes, 5 de marzo de 2024

Acuerdo: Capítulo 33

Y, no obstante, debían de gustarle el sexo y las mujeres. Se dijo que seguro que había comprado ropa para otras, ya le habían dicho que era un buen cliente. La sensación de odiar a mujeres a las que no conocía le resultó extraña, pero estaba ahí. «Los celos son un signo de inseguridad y baja autoestima», recordó que le había dicho su madre. Y se propuso disfrutar al máximo de todo lo que tenía.


–Éste –dijo, refiriéndose al vestido que acababa de probarse.


Era un modelo de noche que dejaba un hombro al descubierto, de seda color arándano, con la falda de raso corta y una capa de gasa encima cuyos extremos se abrían al andar, como si se tratase de las alas de un hada.


–Tiene buen ojo y el cuerpo ideal para las creaciones de madame – comentó entusiasmada la costurera.


Paula aceptó unos zapatos de tacón de color plateado y con la suela color vino y después pasó a la sala en la que la iban a peinar y a maquillar. Le secaron el pelo y le hicieron la manicura, le limpiaron bien la cara y le pusieron una base de maquillaje. Cuando la esteticista iba a continuar con los ojos, la detuvo.


–Yo lo haré.


Habían pasado muchos años, pero se acordó de ponerse el eyeliner líquido y de cómo realzar los rasgos de su rostro. No obstante, una vez vestida y preparada, se miró al espejo y vió a una extraña. Ya no tenía catorce años, sino veintidós. Ya no parecía una niña disfrazada, sino una mujer. Una mujer segura de sí misma y muy bella. «Actúa como si te lo creyeras», se aleccionó ella sola.


–El señor Alfonso ya está aquí –anunció la costurera–. Ooh, là, là. ¡Se va a desmayar al verla!


–Gracias –respondió Paula al cumplido, tal y como su madre la había enseñado.


Lo contrario habría sido muestra de que se creía inferior. Se miró por última vez al espejo, corrigió su postura y se puso bien recta. Entonces pensó en el perrito con el que había jugado de niña. No recordaba de quién había sido, pero sí que siempre la había llenado de felicidad. Nunca se había sentido tan feliz. Dudó. ¿De verdad no había tenido ni un momento de felicidad desde entonces?


–¿No prefiere este bolso? –le preguntaron, ofreciéndole un bolso de fiesta negro, de piel de cocodrilo, con un broche dorado.


Ella seguía con la cartera en la mano. No la había soltado ni un momento por miedo a que desapareciese. Cambió todos los documentos de lugar y le dio la cartera vacía a la otra mujer, que le prometió que la pondría con el resto de sus pertenencias. Estuvo a punto de volver a emocionarse al ser consciente de lo que Gabriel le había dado con unos documentos. Opciones, posibilidades, mucho más que cualquier vestido de alta costura, que un bolso de diseño o que una tarjeta de crédito sin límite. Era un milagro. Entonces se dió cuenta de que sí había tenido recientemente un momento de felicidad. Aquel. Cerró el bolso y decidió demostrarle su agradecimiento a Pedro. Y con toda la gracia que poseía, se dirigió hacia la entrada. 


Pedro dió las últimas instrucciones de que preparasen todo lo posible para la mañana siguiente, se giró y, de repente, sintió que se quedaba sin aire en los pulmones. Hacia él se acercaba una diosa balanceando suavemente las caderas. Su rostro era el de un ángel, luminoso y puro, a pesar del ligero maquillaje. Sus pestañas ya eran de por sí largas y espesas, él se había fijado en ellas mientras Paula dormía en el avión. Llevaba los suculentos labios pintados de un rosa suave y brillante. Y su sonrisa era exultante. Y tenía razón.


Paula se detuvo antes de llegar a su lado, hizo una pose y giró sobre sí misma para enseñarle el vestido, que flotaba a su alrededor.


–Espero que te guste, si no, tendremos que empezar de cero –comentó, mirándolo a los ojos, sonriendo.


No podía estar más sexy. «Y es virgen», se recordó él. Dado que aquella era la única cosa queimpedía que la devorase allí mismo. Paula estaba esperando su opinión y, aunque parecía relajada, Pedro se dió cuenta de que en realidad estaba tensa, expectante. 

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