-Lo siento, Julián, pero éste es... Mi novio -explicó Paula-. Habíamos roto, pero... -Paula se aferró al brazo de su salvador y alzó la vista sonriente hacia él-: Fue un error. Estamos hechos el uno para el otro.
La rubia, que acababa de volver del baño, se unió a ellos. Parecía furiosa.
-¿Qué diablos ocurre aquí?, ¿Quién es ésa?
-Lo siento, Candela -dijo él-, pero estamos enamorados. Siempre lo estuvimos. Creí que todo había terminado, pero al volver a verla...
El señor Ojos Azules bajó la vista en su dirección. Su mirada era tan apasionada, su expresión tan amorosa, que hasta Paula estuvo a punto de creerlo.
-De verdad, Candela... Lo siento. Creí que podía salir con chicas, pero cuando volví a verla supe que... Lamento terminar tan pronto nuestra cita. Lo comprendes, ¿Verdad?
-Por supuesto -respondió la rubia abriendo inmensamente los ojos-. ¡Oh, es tan romántico...!
La rubia se lanzó en brazos de ambos y le dió a Paula una lección de perfumes.
-¡Enhorabuena! -añadió Candela.
-Gracias, Candela -contestó Ojos Azules-. Gracias por ser tan comprensiva.
Paula desvió la vista hacia Julián. Él no sería tan generoso. Seguramente se pondría a gritar. Parecía enfadado, su mente debía estar calculando el modo de salvar su orgullo. Miró a Candela, ignorando a Paula y a Ojos Azules, se puso en pie e hizo un gesto hacia la silla vacía, diciendo:
-Bien, ya que los dos nos hemos quedado solos, ¿Por qué no cenas conmigo?
-¡Estupendo! Gracias -respondió Candela sin pensarlo ni un momento.
Paula se despidió mientras su salvador insistía en pagar la cena de los cuatro. Luego él puso un brazo sobre su hombro y la guió a la salida, pero antes de llegar a la puerta todo el mundo se puso a aplaudir. Ojos Azules se volvió y saludó. Se ruborizó, lo tomó de la mano y tiró de él. El público interpretó la huida como era de esperar, y se oyeron risitas.. Así que así eran las citas, se dijo. Definitivamente no era lo suyo. Demasiado arriesgado, demasiado perturbador. Lea miró al hombre al que agarraba de la mano. ¿Demasiado excitante?
-¡Vaya! -suspiró Paula nada más salir-. ¿Ha ocurrido de verdad o estoy soñando?
-Ha ocurrido -respondió él sonriendo y soltándole la mano-. Nos hemos librado. Gracias por el rescate.
-Gracias a tí -contestó Paula-. Lo mío era mucho peor que los globos de chicle verde.
-Sí -asintió él-, ya ví que jugabais al perro y al gato debajo de la mesa.
-¡Dios! -rió Paula-. Esos juegos no son habituales en el ritual de las citas, ¿No?
-¿Ritual? -repitió él confuso-. No, que yo sepa.
-No salgo mucho, ¿Sabes? Pero me alegro de saberlo. ¡Pobre Candela! No deberíamos haberla dejado sola con él, no podemos abandonarla.
-No te preocupes, Candela sabe manejar a los hombres. Se las sabe todas. Si ese tipo intenta pasarse, se llevará una sorpresa. Me llamo Pedro Alfonso -añadió el desconocido extendiendo la mano.
-Paula Chaves.
-Encantado de conocerte -sonrió Pedro-. ¿Quieres que te pida un taxi, te acompaño a tu coche, o prefieres que te lleve a casa?
-Un taxi, gracias. Estoy ansiosa por llegar a casa.
-¿Tan terrible ha sido?
-Tengo las huellas de los dedos de sus pies en los tobillos. Gajes del oficio -musitó Paula-. Me temo que las citas no se me dan bien.
-Sí, son un arte -convino él-. Una habilidad que se aprende. Y no todo el mundo es capaz.
-Hablas como un experto.
-Bueno -sonrió Pedro-, la práctica lleva a la perfección. Se entrena uno mucho cuando no le interesan los compromisos.
-¿La práctica lleva a la perfección? -repitió Paula pensativa.
No estaba borracha, pero había tomado un par de copas con el estómago vacío. Tenía delante a un hombre al que no le interesaban los compromisos, un mujeriego. Una persona con experiencia, una persona que lo sabía todo acerca del cuándo y del cómo. Era perfecto.
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