martes, 5 de marzo de 2024

Acuerdo: Capítulo 36

 –¿Por qué no querías volver a casa?


–Mi padre bebía y no era divertido tenerlo cerca.


–Lo siento.


–No es culpa tuya.


Paula se fijó en que la camisa se le pegaba de repente al pecho, como si se hubiese puesto tenso a pesar de que su voz era tranquila y relajada.  He leído que eres cinturón negro de kung-fu.


–Es una buena manera de hacer deporte y me libera la mente.


–¿Cuándo empezaste?


–Cuando los matones del colegio empezaron a llamarme Kung-Fu Kid –le contó él, señalándose los ojos rasgados–. Fui al dojo más cercano y ofrecí mis conocimientos de informática a cambio de clases. Fue otra buena manera de evitar estar en casa.


–¿Y les diste una lección a esos matones?


–Mi shifu me enseñó a no hacerles caso.


–¿Nunca te defendiste?


¿Para qué le había servido el cinturón negro entonces?


–En una ocasión tiré a un chico al suelo. Se corrió la voz y me dejaron en paz. Después vendí mi aplicación y todo el mundo quería ser mi amigo.


–Tenías doce años, ¿No? ¿Era un juego?


–Por eso nunca me molesto en hablar de mí. Ya está todo en Internet –le dijo él, comiéndose la carne de un mordisco.


–No sé mucho más, salvo que ganaste un premio de jóvenes emprendedores y llamaste la atención en Silicon Valley. ¿Te pagaron un millón de dólares?


–Lo que también llamó la atención de mi abuela, que me avisó de que no permitiera que mi padre se hiciese con el dinero. Mi padre, a su vez, me advirtió que no me fiase de ella. Tuvieron una acalorada discusión y no volví a tener noticias de ella hasta que vino al funeral de mi padre.


–¿No intentó ayudarte? ¿Sabía que tu padre tenía un problema con el alcohol?


–A juzgar por lo furiosa que estaba con mi madre, supongo que sí.


–¿Y mantuviste el control de tu dinero? –le preguntó.


–Más o menos. Contraté a un asesor y le dije a mi padre que pagaría la hipoteca. Seguí el consejo de mi abuela.


–El sector inmobiliario se le daba muy bien.


–A mí, también. Cuando vendí más aplicaciones, invertí mucho en vivienda. Me resultaba sencillo. Con quince años contraté a un profesor particular para tener flexibilidad con mi educación. Terminé pronto el instituto y con veinte años ya tenía un título universitario. Predije la crisis económica y fui uno de los pocos que salió de rositas de ella.


–¿Y tu padre…? 


–Murió de una insuficiencia renal, pero vivió bien hasta entonces. Yo lo apoyé, le pagué varias veces la rehabilitación, pero no funcionó.


–¿Tenía familia? ¿Tienes primos?


–Nadie quería saber nada de él, pero fueron saliendo parientes de la nada para pedirme dinero para montar sus negocios. Algunos tuvieron éxito, otros, no. Es otro de los motivos por el que mantenía las distancias con mi abuela. Es difícil decirle que no a la familia, pero decir que sí puede ser un error. ¿Tú tienes a alguien, además de tus padres? ¿Tu padre vive?


–No he tenido noticias suyas. Solo sé que mi padre fue a la cárcel por corrupción un par de años después de que yo llegase a Singapur. Supongo que sus hijos son mis hermanastros, pero no los conozco. E imagino que se parecen a él. La familia de mi madre era muy pobre, nunca hablaba de ella. No sabría por dónde empezar si tuviese que buscarla, ni tengo ningún motivo para hacerlo.


Le resultó extraño hablar de ella misma. Nadie le había preguntado por su vida desde hacía años.

No hay comentarios:

Publicar un comentario