jueves, 7 de marzo de 2024

Acuerdo: Capítulo 37

Les cambiaron el plato por un cuenco de agua caliente y aromatizada en el que se lavaron las manos.


–Deberíamos bailar –comentó Pedro al ver que Paula miraba hacia donde alguien tocaba el piano.


Ella negó con la cabeza.


–Dí clases de ballet hace años, pero eso solo me ayudó con la postura corporal. Nunca he bailado de verdad.


–¿Con un hombre, quieres decir? ¿No te parece suficiente motivo para hacerlo?


Pedro se puso en pie y le tendió la mano.


–Deja el bolso ahí. No te lo van a quitar.


Ella se levantó nerviosa y le dió la mano. Los siguieron con la mirada, pero Paula mantuvo la vista fija en el lóbulo de la oreja de Pedro mientras avanzaban entre las mesas. De repente, se preguntó cómo sería mordisqueárselo y si a él le gustaría. ¿Y a ella? Gimió en silencio solo de pensarlo. Además del piano había un chelo y un violín. Cuando Pedro se giró hacia ella en la pista, Paula se sintió como en una película.


–Eres perfecta –le dijo Pedro, guiándola por la pista–. Tienes a todo el mundo hipnotizado.


–¿Era ese el objetivo?


–No puedo negar que estaba desando ver su reacción.


–¿Por qué? –quiso saber ella, sintiendo vergüenza.


–Porque son personas acostumbradas a rodearse de belleza, pero nunca habían visto a alguien como tú.


–¿Eso soy? ¿Una obra de arte que acabas de adquirir?


¿Era ese el motivo por el que Pedro todavía no había comentado el tema del beso?


–No.


–Entonces, ¿Qué? ¿Un proyecto? ¿Un porcentaje?


–No tengo ni idea. Nunca me había encontrado a alguien así.


–Pero te gusta hacerme girar y exhibirme.


–Me gusta sentirte entre mis brazos –susurró él.


En todo caso, consiguieron seguir bailando sin chocarse con nadie mientras Paula intentaba descifrar aquella mirada profunda.


–No has dicho nada desde que te lo conté –le recordó.


–¿Es verdad? –le preguntó Pedro.


–Necesito que me orientes porque no tengo ni idea de lo que estoy haciendo –le dijo ella.


–Ojalá pudiese creerte.


–¿Qué motivo tendría para mentirte?


–¿Los veinte millones que me acabo de gastar en ropa y zapatos, por ejemplo?


–No es posible.


Paula dejó de bailar, pero el mundo siguió girando a su alrededor.


–Por favor, dime que no ha sido tanto.


–Si contamos el anillo, casi treinta. Estamos en París, Paula. ¿Qué pensabas?


Ella sintió que se mareaba.


–Mírame –le pidió Pedro–. ¿Estás bien?


–Creo que voy a vomitar. 

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