jueves, 14 de marzo de 2024

Acuerdo: Capítulo 46

No era la primera vez que Pedro decepcionaba a una mujer, pero sí era la primera que se sentía como un cretino. No obstante, seguía pensando lo que le había dicho a Paula. No era práctico tenerla gestionando los bienes de su abuela solo por mantenerla ocupada. Aunque también era cierto que nunca le habían dado completamente la responsabilidad. Con el tiempo podría mejorar su asertividad y tener éxito, pero ya le buscaría él otra actividad. Mientras tanto, se temió que volviese a intentar bloquearlo para que no pudiese acceder a las cuentas de Sara. Al parecer, Paula no era rencorosa, porque volvió de las compras con una tableta de chocolate y le ofreció un poco.


–Te encontraré algo –le prometió Pedro.


–No quiero nepotismos. Nadie me respetaría, ni siquiera yo misma – protestó ella mientras se metía una onza en la boca–. Antes de empezar a trabajar con Sara lo único que conocía eran los concursos de belleza y volveré a encontrar otra salida sola. No tienes que darme trabajo solo para que me sienta útil.


Pedro respetaba su deseo de independencia, pero todavía quería cuidarla. Era un tema peligroso. Deseaba poder verla como a una empleada, como a un proyecto o como a una criatura exótica a la que acariciar y con la que jugar, con la que sentirse satisfecho después de haberla rescatado y rehabilitado. Pero no podía evitar verla como a una mujer incluso cuando se vestía como un hombre. Se la llevó al trabajo con él cuando aterrizaron en Nueva York. Todavía se estaba ocupando de las inversiones de Sara y tenía algunas ideas para utilizar sus habilidades, pero antes necesitaba poner algunas cosas en orden. La había llevado con él, sobre todo, porque no soportaba la idea de dejarla sola en su ático todo el día. Paula lo había visto vestido de traje y se había puesto también un traje de pantalón de raya diplomática y una camisa blanca. Se recogió el pelo y tomó el maletín que costaba tanto como el ordenador que contenía. Y, para terminar, tomó prestada una corbata de Pedro y se la colocó suelta al cuello. No podía estar más sexy. El estilo masculino de su ropa contrastaba con sus interminables curvas femeninas. Tras una semana haciendo lo posible por evitarla vestida con pantalones ajustados, camisetas, y con sudor entre los pechos, tuvo que concentrarse para comportarse de manera civilizada y no como una bestia desesperada por aparearse. Pero no sabía cuánto tiempo más iba a aguantar. Todo el mundo se giró a mirarla cuando llegaron a sus oficinas.


–Esa es la reunión que estaba teniendo cuando me llegó tu mensaje –le explicó a Paula señalando una sala de juntas donde lo esperaba una docena de personas–. Entra a buscarme si me necesitas. Voy a estar encerrado varias horas.


Después se dirigió a una puerta abierta que había junto a su despacho.


–Paula, éste es Juan.


–Señor.


Un hombre latino, guapo y bien vestido, dejó de escribir al ordenador y se puso en pie. Era algo mayor que Paula y la miró con interés mientras se acercaba a ellos.


–Enhorabuena por su matrimonio, señor –añadió–. Y gracias por el ascenso. Le agradezco mucho que se acordase de mí.


Le dió la mano a Pedro y sonrió a Paula y le apretó la mano también.


–Bienvenida, señora Alfonso.


–Encantada –murmuró Paula con timidez, fijándose en que se veía el Central Park por la ventana–. ¿Me quedo aquí y compruebo cómo va todo por Singapur mientras tú estás ocupado?


Pedro la miró y pensó que era adorable.


–Paula, ya hemos hablado de eso –la reprendió él.


Ella se ruborizó, incómoda. 

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