jueves, 28 de marzo de 2024

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 12

 -¿Hasta dónde llegaron... Fingiendo ser amantes?


-No demasiado lejos.


-¿Te besó? -siguió preguntando Romina.


-¡No!


Pedro la había llevado a casa y allí se habían despedido. Era de esperar, el pobre chico estaba asustado ante la idea de que ella le pidiera que fuera el padre de su hijo.


-¿No hubo beso? ¡Vaya! Pero no te preocupes, quizá la próxima vez. Mañana, ¿Eh?


Paula sonrió misteriosamente, pero no contestó.


-Bien, cuéntame -insistió Romina impaciente-. ¿Qué ocurrió después de dejar plantadas a sus parejas? Aún no habías llegado a casa a las once, así que algo debió pasar.


-Cenamos juntos y hablamos.


-¿Hasta las once? -siguió preguntando Romina.


Paula asintió. El tiempo había pasado rápidamente. Tras acceder Pedro a ayudarla habían hablado de otros temas. Habían cenado, habían tomado café y se había divertido mucho. Así debían ser las citas, había pensado entonces ella. Y él también parecía haberlo pasado bien, aunque quizá se lo hubiera tomado como la primera lección práctica y simplemente hubiera estado tratando de enseñarle cómo debía ser una cita. Sí, eso debía ser. Y la lección había dado sus frutos: Tenía ya dos ejemplos de citas, una terrible y otra maravillosa. Y todo en una sola noche.


-Bueno, cuenta. ¿Adónde van mañana?


Ya era suficiente. Paula había permitido que su amiga malinterpretara los hechos, pero necesitaba confiarle la verdad a alguien. Y Romina era una de sus mejores amigas.


-En realidad no es lo que tú crees, Romi. No tengo una cita con él. Simplemente me va a dar consejos para salir con otros hombres.


-¿Qué quieres decir?


-Bueno... Él es un mujeriego.


-¿Un mujeriego?


-Sí, sale con una chica distinta cada noche. Se las sabe todas. Puede ayudarme a no hacer el ridículo hasta que aprenda. Me va a enseñar - explicó Paula.


-¿Que ese hombre te va a enseñar a salir con otros hombres?


-Sí... -asintió Paula.


Dicho así el asunto sonaba de lo más absurdo. Durante el transcurso de aquel día Paula había tratado de convencerse de que era de lo más razonable, pero Romina la miraba exactamente igual que Pedro al principio.


-¿Y él accedió? 


-Sí.


-No creo que ningún hombre accediera a una cosa así simplemente por bondad -sacudió la cabeza Romina.


-Voy a pagarle.


-¿Pagarle?


-Sí, lo he contratado como consultor -afirmó Paula. 


-¿Consultor? -repitió Romina-. Comprendo.


-¿Por qué no? Él tiene la experiencia que a mí me falta. Es perfectamente lógico contratar a alguien para que te enseñe las habilidades de las que careces.


-Bueno, lo que es evidente es que él se interesa por tí, lo cual es fantástico. Interesante estrategia, Pau, puede que funcione.


¿Estaba Pedro interesado en ella?, se preguntó Paula. Ni siquiera se le había ocurrido pensarlo, sobre todo después de haberle informado de su intención de formar una familia. ¿Sería posible que hubiera accedido porque ella le interesaba? No, de ningún modo. Nada más pronunciar la palabra hijo él había sentido pánico. Pedro tenía fobia a los compromisos. Aunque ella hubiera sido una mujer irresistible, que no era el caso, la simple mención de la palabra familia bastaba para hacerlo huir.


Mi Destino Eres Tú: Capítulo 11

No preguntes, fueron las primeras palabras que salieron de boca de Paula cuando Romina le abrió la puerta al día siguiente. Le había prometido pasar por su casa para informarla acerca de la cita, pero en lugar de ello casi le exigió una disculpa. Enseguida, sin embargo, se dio cuenta de que Romina estaba enfadada y la miraba con desaprobación.


-¿Qué ocurre? Pareces enfadada.


-¿Que qué ocurre?, ¿Cómo puedes preguntarme qué ocurre? -replicó Romina casi a gritos-. ¡Anoche te llamé mil veces, me quedé despierta hasta las once esperando noticias tuyas!


-Lo siento, mami, no sabía que había toque de queda.


-Entra, llevo horas esperándote. ¿En qué diablos estabas pensando? -exigió saber Romina.


-¿De qué estás hablando?


-Volviste a casa con él, ¿Verdad? -siguió preguntando Romina, cerrando de un portazo. 


-¿Con Julián? De ningún modo. 


-No estoy hablando de Julián.


-Ah, así que te has enterado. 


-Puedes apostar a que sí.


-Bueno, tampoco volví a casa con él. No suelo llevarme extraños a casa. Probablemente sea ése el problema -añadió Paula en un murmullo.


-No me engañes, Paula, no estoy hablando de ningún extraño. Estoy hablando de Nicolás.


-¿Nicolás? -repitió Paula.


-Has vuelto con Nicolás, ¿Verdad? Te fuiste a casa con él, ¿No es cierto? Por eso no habías llegado a las once y diez -declaró Romina sacudiendo la cabeza disgustada-. Te has acostado con él, ¿No es eso? ¿Es que has perdido la cabeza?


-¿Nicolás? ¿De qué diablos estás hablando, Romina?


-No te hagas la inocente, Pau. Lucas me ha llamado desde el trabajo. Se enteró de lo de Nicolás por Julián. Se presentó en medio de la cena y te fuiste con él.


-¡Ah! -exclamó Lea echándose a reír-. No, no fue él. Hace casi un año que no lo veo. Tranquila, Romi, no he vuelto con él. Ni pienso hacerlo.


-¡Vaya! -musitó Romina-. Me alegro, pero, ¿Cómo es que me han informado tan mal? Porque vamos a ver, ¿Es que no puede uno fiarse ni de los rumores de la oficina? ¿Y quién se habrá inventado algo así?


Paula estaba indecisa, no sabía si contarle lo de Pedro.


-No lo sé, pero no pienso darte las gracias por arreglarme la cita con Julián.


-¿No te gustó? -preguntó Romina.


-¡Trató de meterme el pie por debajo de la falda antes incluso de que nos sirvieran el primer plato!


-¿El pie? -repitió Romina- ¡Vaya, lo siento! ¿Sólo eso o hay más?


-No, me rescataron antes de que la cosa fuera a más -confesó al fin Paula sin querer-. De ahí es de donde surgió el rumor acerca de Nicolás. Julián ha debido contarle a Lucas que me raptó mi ex -explicó.


-¿Te raptó o te salvó?


Paula sonrió al recordarlo. La experiencia había sido emocionante.


-Había un tipo en la mesa de al lado que también estaba allí en una cita a ciegas y tampoco estaba muy a gusto, así que fingimos ser novios y nos escapamos juntos...


-¡Dios! -exclamó Romina abriendo la boca atónita-. ¿Quieres decir que dejaron a sus respectivas citas plantadas y huyeron?


-Sí.


-¡Vaya! -volvió a exclamar Romina impresionada-. Eso no ocurre muy a menudo, no sabía que fueras capaz de algo así -añadió sirviendo té-. ¿Por qué a mí no me ha ocurrido nunca nada tan emocionante? ¡No es justo, estoy furiosa!


Paula miró a Milo, que reptaba e intentaba subir por la pata de la mesa.


-A mí me parece que tu vida es muy emocionante -declaró Paula sonriendo al niño.


-Cuéntame cosas de ese tipo, parece interesante. Tienes su número de teléfono, ¿No? Espero que sí. Así que te rescató... No serás tan tonta como para dejar escapar a un héroe así, ¿No?


-Voy a verlo otra vez mañana por la noche -afirmó Paula.


-¡Vaya!, ¡Es fantástico! ¡Suéltalo todo! Quiero todos los detalles.


-Bueno, no ocurrió nada realmente. 

Mi Destino Eres Tú: Capitulo 10

 -No -negó Pedro-. Yo prefiero hablar claro.


-De todos modos no te cuento todo esto para que me compadezcas, Pedro -continuó Paula encogiéndose de hombros-. Ya lo he superado. Lo único que me pesa es mi propia estupidez por haber seguido con él tanto tiempo.


-Pero eso es natural, el amor se asocia con el corazón, jamás con la cabeza.


-No creo que estuviéramos realmente enamorados -objetó Paula-. Sencillamente  estábamos acostumbrados el uno al otro. Estábamos juntos porque era lo más sencillo, no porque fuéramos felices. Da igual, el caso es que él era agente de bolsa. Durante años mi estado de ánimo dependió del índice Dow. Lo consultaba en el trabajo antes de volver a casa, y sabía perfectamente qué noche me esperaba. Pero tú no eres él... Lamento haberte prejuzgado.


-No importa.


-Y bien, ¿Qué respondes?, ¿Serás mi consultor? -preguntó ella una vez más.


Pedro se inclinó hacia delante para ver mejor su rostro y se preguntó por qué no se había negado.


-Dime una cosa primero: ¿Qué es exactamente lo que quieres de mí?


-Varias cosas -respondió Paula-. Lo primero, que me ayudes a encontrar al hombre adecuado. Me gustaría evitar las citas a ciegas, y no sé cómo. Además necesito tu consejo durante las primeras citas, necesito que me des pistas para saber qué hacer y qué no. Quisiera que me respondieras a ciertas preguntas estúpidas que mis amigas no pueden responder, que me ayudes a sentirme más segura, a ponerme en forma.


-¿Ponerte en forma?


Otra vez la misma torpeza, se dijo Pedro. El efecto que aquella mujer tenía sobre él era notable, y lo peor de todo era que no tenía la excusa del alcohol.


-Sí, entrenarme. Como esta noche, por ejemplo. Ni siquiera sabía qué hacer cuando Julián comenzó a comportarse como si fuera un pulpo por debajo de la mesa, estaba demasiado preocupada pensando en que tenía que besarlo antes de despedirnos -explicó Paula.


-Quizá te preocupes demasiado por cómo deban ser las cosas, quizá debas dejar que sucedan de una forma natural.


-¡Por eso precisamente! -exclamó ella-. Yo no sé cómo suceden las cosas de forma natural en una cita, para mí la situación no tiene nada de natural.  Comprendo que te cueste creerlo, pero te aseguro que para mí es un misterio.


-Entiendo.


-¿Me ayudarás? -volvió a preguntar Paula-. Dí sí o no, no voy a presionarte. Y no hace falta que me expliques la razón si no quieres hacerlo.


Paula esperaba que le dijera que no. Era evidente por su forma de dejar caer los hombros con desilusión. Y por supuesto él diría que no. ¿Qué otra cosa podía hacer? En el mejor de los casos les arrancaría la piel a tiras a él y a Romina cuando descubriera todo el asunto. Y a él con mayor motivo, por ocultarle su identidad y permitir que le contara uno de sus secretos más íntimos creyendo que estaba con un completo extraño. Le diría que no, y con un poco de suerte no volverían a verse y el problema estaría resuelto.


-Sí -contestó Pedro en cambio-, te ayudaré.


¿Qué había hecho?



Tras ducharse y ponerse cómoda Paula agarró a la gata dormida y la llevó al dormitorio. Necesitaba compañía. El ronroneo satisfecho de la gata la hacía sentirse mejor, la calmaba. Incluso la ayudaba a pensar con claridad. Probablemente hubiera una explicación psicológica para su comportamiento, tenía que haberla. Frida ni siquiera se despertó. Abrió la boca, bostezó, y volvió a hacerse un ovillo a los pies de la cama. Comprobó las llamadas en el contestador automático de la mesilla y vió que Romina había telefoneado varias veces. Era demasiado tarde para devolverle la llamada. Pasaría por su casa al día siguiente y le explicaría punto por punto su definición de un hombre «Horrible». Estaba demasiado nerviosa como para irse a la cama, así que se dirigió a la ventana y apoyó la frente contra el cristal. Lo de aquella noche había sucedido realmente, no había sido un sueño, pero una vez pasada la risa a causa del famoso rescate no sabía qué pensar. Le había pedido a un extraño que le diera lecciones sobre citas. También se le había pasado el efecto del vino, y comenzaba a sospechar que no se sentiría muy satisfecha de sí misma a la mañana siguiente. A Pedro debía haberle parecido que era una solterona desesperada por encontrar marido. Paula golpeó la cabeza contra el cristal. Además, ¿Por qué había accedido él?, ¿Por diversión?  Parecía un buen chico. Se había sentido instantáneamente atraída hacia él, pero estaba decidida a no hacer caso, ya que Pedro era todo lo contrario de lo que buscaba. Apartó a la gata de los pies de la cama y la dejó sobre la almohada.


-¿Sabes, Frida? Si mi plan tiene éxito, quedarás de nuevo exiliada del dormitorio.


Frida parpadeó varias veces.


-Sí, ya lo sé -continuó Paula acariciándola-. Ya sé que no te gusta que te traslade cuando estás durmiendo, pero es que necesito hablar. ¿Crees que he hecho bien? Yo jamás había abordado a un extraño de ese modo, Pedro debe pensar que estoy loca. ¡Hasta yo lo pienso! Pero a veces una mujer tiene que hacer lo que tiene que hacer. Tenemos una misión en este mundo, Frida, y yo voy a cumplirla. Además, ¿Qué me importa lo que piense Pedro? Nada, no me importa nada en absoluto. Él sólo es un medio para conseguir una meta. 


Paula rodó por la cama. Si al menos sus ojos no fueran tan azules... 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 9

 -Bien, pero entonces, ¿Cómo es que yo puedo ayudarte? -preguntó Pedro poco satisfecho con el puesto que ella le había asignado. 


-Es fácil. Tú lo sabes todo sobre las citas, y yo tengo que recorrer el camino entero para encontrar a esa persona. Puedes ayudarme a tomar un atajo.


-No te sigo.


-Es muy sencillo -declaró ella inclinándose sobre la mesa con ojos sinceros-. Realmente yo jamás he tenido citas en mi vida, y quiero que me enseñes cómo hacerlo. Necesito saber cuáles son las reglas, cómo comportarme, qué tengo que hacer en determinadas ocasiones, cómo saber qué piensan los hombres, qué quieren, qué significa realmente lo que dicen... Para mí todo eso es un misterio. Además, no confío en mi propio juicio. Los hombres cambian de la noche a la mañana, quizá haya pistas que permitan averiguar por adelantado lo que puede ocurrir.


-Comprendo.


-Te preguntarás qué sacas tú -continuó Pedro-. Quiero contratarte como consultor. En mi empresa contratamos consultores todo el tiempo, te pagaré lo mismo que les pagan a ellos. Que es una pequeña fortuna, dicho sea de paso. Además, para tí también podría ser una experiencia muy educativa. Podrías ver las cosas desde el punto de vista de una mujer.


-No quiero tu dinero.


-No te estoy pidiendo un favor, te estoy contratando -insistió Paula-. Te pagaré. Necesito tu experiencia. Para mí esto no es un juego.


-¿Y por qué precisamente yo?


-Tú sabes lo que haces, ¿No? Conoces todos los detalles, sabes qué debe hacerse y qué no. Sabes cómo funciona la mente masculina, yo no. ¿Lo harás? -preguntó Paula tras una pausa.


-No lo sé...


Pedro apenas podía articular palabra. Paula se encogió de hombros desilusionada.


-No es necesario que lo decidas inmediatamente, puedes tomarte un tiempo para pensarlo -añadió ella.


-Sigo sin comprender por qué piensas que soy perfecto para el trabajo.


-Bueno, tú tienes costumbre de salir con mujeres, y es evidente que tienes mucha confianza en tí mismo. Has demostrado mucho valor montando esa escena, me has dejado impresionada -explicó Paula echándose a reír-. Tú no sabías cómo iba a reaccionar yo. Y además eres el perfecto ligón: Guapo,elegante, suave... 


-Gracias -la interrumpió él.


A pesar de lo positivo de aquellos adjetivos, Pedro era perfectamente consciente por el tono de voz de Paula de que no lo estaba elogiando. Y, la verdad, prefería no seguir escuchando. Pero ella continuó:


-Tienes fobia a los compromisos, ni siquiera buscas a la mujer ideal.


Pedro asintió de mala gana. Paula lo tenía catalogado.


-¿Lo ves? Eres perfecto. Apuesto a que eres un hombre de negocios. Agente de bolsa, ¿Verdad? El índice Dow te sube la presión sanguínea, ¿cierto?


-¿El índice Dow...?


-Bueno, lo siento, ni siquiera te conozco -se disculpó Lea bajando la voz-. No debería juzgarte así, pero es que mi ex era precisamente todo eso. Lo admito, puede que haya bebido una copa de más.


-Si saliste con él durante años, es imposible que fuera un mujeriego.


-Eso crees tú -respondió Paula frunciendo el ceño-. Mantuvimos una larga relación, pero él jamás se sintió preparado. Bueno, se mudó a mi departamento, pero conservó el suyo. Y a mí no me dejó llevar más que el cepillo de dientes. 


Giró la copa de vino, observó el líquido, y añadió: 


-Cometí un error. O pensándolo mejor quizá no fuera un error. Lo cierto es que empecé a presionarlo. Le dije que pagar dos departamentos era tirar el dinero. ¿Mencionaste la posibilidad de tener hijos? Eso hace huir a los hombres comentó Pedro, a quien todo aquello le sonaba familiar, De hecho él había volado al otro extremo del mundo en una ocasión. No era algo de lo que se sintiera particularmente orgulloso, pero recordaba la sensación de pánico y asfixia al sentirse atrapado.


-Lo pensé, pero jamás lo hice -contestó Paula sacudiendo la cabeza-. Aunque puede que me leyera el pensamiento. El tuvo una aventura, y sabía que yo lo descubriría. Se sintió terriblemente aliviado cuando lo mandé al infierno. Supongo que quería deshacerse de mí, pero no tenía agallas. Por eso decidió hacer algo que me obligara a abandonarlo.


-¡Qué desgraciado! -exclamó Pedro con disgusto-. Es un golpe bajo. Ni siquiera él habría utilizado un truco tan sucio. 


Los ojos de Paula brillaron con cinismo.


-¿No harías tú lo mismo en su situación?

martes, 26 de marzo de 2024

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 8

 -No... Lo siento... cuando dijiste que era hormonal... -Pedro gruñó.


-No estoy embarazada, simplemente estoy sensible. A las mujeres les pasa eso. Todo el tiempo. Y tú, como buen mujeriego, deberías saberlo.


-Lo siento -se disculpó Pedro acercándole de nuevo la copa-. Bebe, tómate la mía también -añadió pasándole la otra copa-. Yo prefiero pasar directamente a algo más fuerte.


-Tranquilo, Pedro -sonrió Paula con ojos brillantes-, es natural que lo pensaras.


-Bien, ibas a pedirme algo. Y ya que hemos llegado hasta aquí...


-Tienes razón -suspiró Paula-. De todos modos ya he hecho el ridículo, así que, ¿Qué más da? ¿Prometes no echarte a reír?


-Lo prometo -contestó Pedro sonriendo sin poder evitarlo ante una exigencia tan pueril.


-Quiero tener un hijo -afirmó Paula.


Pedro estuvo a punto de caerse de la silla del susto. Paula no explicó nada más, simplemente lo miró. Estaba tan tranquila. Quizá no hubiera oído bien.


-¿Qué?


Paula no respondió. Lo miró como el lobo a Caperucita.


-Quieres tener un hijo -afirmó él mirando a su alrededor.


No podía tratarse de lo que pensaba, era imposible que le estuviera pidiendo a un extraño que fuera el padre de su hijo. Las mujeres no hacían ese tipo de cosas. Ni borrachas.


-Quieres tener un hijo. Bien, hasta ahí te sigo.


-Lo deseo tanto, que es una locura -añadió ella al fin-. No sé de dónde sale ese impulso, debe tratarse de algo biológico. Y, ¿Sabes?, ya soy mayorcita. No creo en los romances, no creo en el hombre perfecto. Si acaso existe, se ha casado con otra. No aparece. Y tengo que ser práctica, no puedo permitirme el lujo de esperar.


-Comprendo.


-Tengo treinta años. Bueno, casi -se corrigió Paula-. El año pasado rompí una larga relación, la única que he mantenido en la vida. Mi lista de citas se reduce a la de esta noche.


-¿Y qué tengo yo que ver con eso? -preguntó Pedro. 


Sencillamente se negaría. Paula no podía forzarlo a... Donar esperma o lo que fuera que hubiera pensado. Escucharía su ruego y contestaría educadamente que no. Pedro se inclinó hacia delante esperando oír la pregunta. Su rostro debía expresar aprensión, porque Paula soltó una carcajada.


-¡Oh, no! -exclamó ella sacudiendo la cabeza-. En absoluto, no se trata de eso.


-¿De qué?, ¿De qué no se trata? -preguntó Pedro poco dispuesto a admitir que le había leído el pensamiento.


-Tranquilo, Pedro, no estoy a punto de pedirte que seas el padre de mi hijo.


-¿No?


Los ojos de Paula brillaron. Ella dejó de reír, se mordió el labio y dijo:


-No. Lo siento, no pretendía asustarte. No estoy tan loca. ¡Dios!, Jamás le pediría algo así a un extraño. Y menos a una persona como tú.


-¿Una persona como yo?


-Un mujeriego, un ligón. Tú no tienes intención de comprometerte, ¿Verdad?


-Ah, bien, cierto.


-Exacto -asintió Paula-. Yo no quiero tener relaciones con hombres así, estás perfectamente a salvo de mí. Lo que quiero es una familia, una persona estable y responsable. Alguien que quiera lo mismo que yo -sonrió aumentando su curiosidad a pesar de la aprensión.


-Vamos a ver si he comprendido: ¿Quieres encontrar a una persona con la que tener hijos?


-Sí -asintió Paula-. Quiero lo que tiene todo el mundo: Una familia. No es demasiado pedir, ¿No crees? Todo el mundo lo consigue sin demasiado esfuerzo. Me refiero a mantener una relación seria y estable que finalmente dé lugar a una familia, no simplemente a encontrar a alguien que me deje embarazada.


Paula había dicho eso último como si se tratara de algo inconcebible, pero Pedro no acababa de creerla. No parecía que ella estuviera buscando el amor de su vida.


Mi Destino Eres Tú: Capítulo 7

El camarero interrumpió a Paula. Tras tomar nota de lo que iban a cenar y marcharse, ella respiró hondo y miró a su alrededor. Habían conseguido una mesa bastante retirada, pero a pesar de todo ella bajó la voz.


-Te parecerá raro, pero lo mejor es ir directo al grano.


Pedro sonrió. Se sentía más intrigado a cada segundo.


-Tranquila, estoy acostumbrado a las chicas raras.


-Bien, seré sincera contigo -continuó Paula poniendo las manos sobre la mesa-. En resumen, lo que quiero de tí es contratarte para un trabajo, Pedro.


-¿Un trabajo?, ¿Qué quieres decir?


-Un trabajo confidencial. Muy confidencial. Y ésa es la otra razón por la que eres perfecto. Somos dos extraños, ni siquiera tenemos amigos comunes, y eso facilita mucho las cosas.


Pedro se sintió culpable. Debía contarle lo de Romina antes de que fuera demasiado tarde.


-¿Sabes? Mis amigas no me comprenden -continuó Paula-. Me buscan pareja, me obligan a citarme a ciegas... Por eso estaba esta noche con Julián. Su intención es buena, pero estoy harta.


No podía decírselo. No sin permiso de Romina. Según ella, Paula se pondría furiosa si se enteraba de que le había puesto una carabina. No podía estropear la amistad entre las dos.


-Te parecerá una locura, pero no veo otra solución -añadió Paula interrumpiéndose y observándolo como si esperara algo por su parte.


-Te escucho -aseguró Pedro.


Paula respiró hondo y preguntó:


-¿Prometes no contarle nada a nadie? 


-Lo prometo.


Paula escrutó su rostro con ansiedad. Eso le hizo sentir más curiosidad.


-Quizá no sea tan buen idea -dijo ella tras una pausa.


De pronto Pedro sintió la necesidad de hacerle comprender que podía confiar en él. Por qué, no lo sabía. Al fin y al cabo eran dos extraños. Paula buscaba un pañuelo en el bolso para enjugarse las lágrimas. ¿Estaba llorando? Él puso la mano sobre la de ella un segundo y dijo:


-Paula... Tú no me conoces, pero si te sirve de algo te diré que sé guardar un secreto. ¿Tienes algún problema? 


-Lo siento -se disculpó Lea guardando el pañuelo y sonriendo con valentía- . Es absurdo, últimamente estoy muy sensible. Probablemente sea hormonal.


-Comprendo -dijo Pedro reclinándose sobresaltado sobre el respaldo de la silla.


Sensible, hormonal... Por supuesto, estaba embarazada. ¿Por qué no lo había mencionado Romina? Quizá no lo supiera. Pedro miró a su alrededor y trató de tomarse la noticia con filosofía. Bueno, tampoco era para tanto. Paula le gustaba, pero acababa de conocerla y el mundo seguía lleno de mujeres. Aquélla era la primera cita de ella, lo cual significaba que sus relaciones con el padre se habían roto. Quizá el trabajo consistiera en ayudarla a recuperarlo.


-No es propio de mí -rió Paula violenta-. No debería haber bebido. Estoy a punto de cruzar el límite entre la euforia y la borrachera.


¿Vino? No, no debía beber en su estado. Pedro agarró su copa y la retiró, poniéndola a un lado de la mesa.


-Tienes razón, no deberías beber. ¿Qué quieres?, ¿Agua mineral?, ¿Soda?


-No estoy tan bebida -afirmó ella mirándolo extrañada-. Simplemente quería decir que puede que esté algo más que eufórica... De otro modo jamás habría sido tan directa.


Paula alargó el brazo para tomar la copa, pero él fue más rápido y la apartó.


-No bebas, no es bueno para el bebé -aseguró Pedro.


-¿Qué bebé?


-Es peligroso -insistió Pedro-. Es mejor no tentar al destino. Sólo son nueve meses, no es tanto sacrificio.


-¿De qué estás hablando, Pedro?


-Del bebé...


Pedro vaciló y se preguntó si no debía escurrirse de la silla y esconderse debajo de la mesa. Paula alzó una ceja que confirmó la sospecha.


-¡Ah!


-Sí, exacto, ¡Ah!


-Entonces... ¿No estás embarazada?


-He engordado, pero no creí que fuera para tanto -contestó Paula llevándose una mano al estómago. 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 6

 -Absolutamente -declaró Pedro-. Puede incluso que le enseñe un poco de educación a ese tipo.


-No parecías muy contento de estar con ella.


-Candela es buena chica -aseguró Pedro echándose a reír-. Es amable, en serio. Pero es demasiado joven. O quizá yo me esté haciendo viejo. Sólo hablaba de famosos, y yo ni siquiera había oído hablar de la mitad de ellos.


-¿Y cómo es que sales con ella?


-Igual que tú, por una cita a ciegas. Mi hermanastra lo planeó todo. A mí no me gustan esas citas, pero ella insistió.


Eso era cierto, pero no era toda la verdad. Sin embargo no le estaba permitido decir nada más. Se lo había prometido a Romina. Y eso lo hacía sentirse culpable.


-¿Candela es amiga de tu hermanastra?


-No, es la hermana pequeña de un amigo de su marido, creo. Algo así.


-Comprendo -contestó Paula pensativa-. Así que... Eres un soltero convencido, ¿Eh? Te resistes a todos los intentos de emparejarte. 


Playboy, ligón, soltero convencido... Paula tenía un montón de etiquetas bajo las cuales clasificarlo.


-No, mi único crimen es seguir soltero. Y feliz -añadió Pedro.


-¿Y cómo es eso? -preguntó Paula haciendo una mueca-. Lo siento, no es asunto mío.


-No importa, sencillamente me gusta mi vida tal y como es -contestó Pedro soltando su respuesta habitual en esos casos-. Por supuesto, si le preguntas a mi hermanastra o a cualquier casamentera te dirá que el problema es que aún no he encontrado a la mujer ideal.


-Ésa no es razón para seguir soltero -razonó Paula-. Si lo piensas bien, a nuestra edad la mayor parte de la gente está casada... A pesar de no haber encontrado nunca a la persona ideal.


-Eso es un poco cínico, ¿No crees?


-Pero es cierto.


-Sí, supongo -convino Pedro-. Y muchos se han divorciado.


La conversación se interrumpió mientras Pedro estacionaba ante la puerta del restaurante y el camarero los guiaba a una mesa, pero Paula enseguida la retomó donde la habían dejado. Apoyó la cabeza en los codos y le dirigió una mirada penetrante. Tenía los ojos muy verdes, observó él. De un verde que se oscurecía cuando se emocionaba o entusiasmaba. Le gustaba aquel tono esmeralda.


-Bien... ¿Quieres decir entonces que se debe esperar a. encontrar a la pareja perfecta en lugar de casarse con otro cualquiera... Menos perfecto quizá?


-Yo no lo expresaría de ese modo -sonrió Pedro-. Suena demasiado romántico y poco viril, ¿No crees?


-¡Al contrario! -exclamó Paula-, las mujeres prefieren a los hombres románticos. Bueno, yo al menos. Pero es un lío, ¿Verdad? Es complicado eso de reconocer a la persona perfecta. Apuesto a que todas esas parejas divorciadas estaban convencidas de que su amor duraría eternamente.


-Bueno, pero la gente cambia, ocurren cosas. La vida sigue.


-Sí, y luego están las parejas inseparables, como mi amiga Romina y su marido. Ni la división de los continentes podría separarlos.


-Algunos tienen suerte.


-Y otros no -suspiró Paula-. Así es la vida, ¿Verdad? Cuestión de suerte.


-Tengo la sensación de que tras ese suspiro hay toda una historia -comentó Pedro con curiosidad-. ¿Se trata de esa larga historia que mencionaste antes?


-Sí, te contaré la versión abreviada: Creí encontrar a la persona perfecta, pero resultó que no.


-Lo siento.


-Rompimos hace un año -continuó Paula-. Me tomé mi tiempo para superarlo, pero ya es agua pasada, así que ahora voy a empezar a salir por primera vez en la vida. Y a juzgar por lo de esta noche, no va a ser muy divertido.


-Puede ser divertido -rió Pedro-. Mucho. Pero también horrible. Lo bueno es que las aventuras terribles se convierten luego en excelentes historias que contar.


-¿Lo ves? Por eso te necesito.


-¿Cómo?, ¿quieres que te cuente mis aventuras terribles? -preguntó Pedro.


-No exactamente... 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 5

Había rescatado a la damisela en apuros más preciosa del mundo, pero seguía sin comprender por qué había sido necesaria su intervención. ¿Por qué ella no le había arrojado el vino a la cara y lo había dejado plantado? Tampoco terminaba de comprender qué locura lo había poseído para montar esa escena. No formaba parte del trato, él simplemente debía llamar a Romina por teléfono si las cosas se ponían feas. Ella se ocuparía del resto. Telefonearía a Paula y fingiría una emergencia que le permitiera escapar. Pero algo lo había impulsado a intervenir: Quizá el aburrimiento, quizá el fascinante guiño de Paula al comunicarse en silencio con él de mesa a mesa para compartir sus respectivos dilemas. Y ahí estaban. Lo malo era que no sabía muy bien qué hacer. Romina lo había amenazado si se atrevía a contarle a Paula que le había puesto una carabina para su cita a ciegas. Ése era su papel, Romina le había ordenado simplemente vigilarla. Según decía, Paula no estaba acostumbrada a salir. Lo malo era que Romina había olvidado mencionar que su amiga, «La solterona», era fascinante. Hubiera debido presentársela mucho antes. Tenía un cabello castaño precioso y ojos verdes tan expresivos, que en media hora había visto reflejados en ellos multitud de emociones. Quizá debiera aprovecharse de la situación, se dijo Pedro. ¿Por qué no? Abrió la boca para decir algo, pero la expresión de los ojos de Paula lo detuvo. Su gratitud inicial había sido sustituida por otra emoción. Lea frunció el ceño con un aire calculador. ¿Por qué lo miraba como el lobo a Caperucita Roja?


-¿Dices que la práctica lleva a la perfección? -repitió Paula lentamente-. Es genial, eres exactamente lo que necesito. ¡Por fin el destino se pone de mi parte! ¡Ya era hora!


-¿Soy lo que necesitas?


-¡Sí! -exclamó Paula.


-¿Y qué necesitas? -siguió preguntando Pedro no muy convencido de querer averiguarlo, observando la expresión alocada de los ojos de Paula.


-Un chico como tú. Ya sabes, un mujeriego empedernido. Un playboy.


-¿Un playboy? -repitió Pedro dando un paso atrás-. Yo no soy ningún playboy.


-Bueno, quizá no sea ésa la palabra adecuada, no conozco la terminología de moda. Anoche tomé un cursillo acelerado por Internet. Es sorprendente la de cosas que se pueden encontrar buscando la palabra «Cita». Un «Ligón», así es como te llaman, ¿No?


-¿Qué?


-Ligón -repitió Paula con paciencia-. Hombre soltero al que le gusta tantear el terreno sólo por diversión. Se llaman así, ¿No?


-Eh... No sé. ¿Nos llaman...? ¿Se llaman así?


-Oye, al final no hemos cenado, así que seguro que tienes hambre. ¿Puedo invitarte a cenar en alguna parte? Quiero hablar contigo. Lo siento -añadió Paula vacilante-, debo de parecerte un poco loca, ¿No?


Pedro se echó a reír aliviado. Ningún loco confesaba serlo. Quizá el comportamiento de Lea tuviera una explicación, lo cual sería una suerte porque aquella damisela lo intrigaba infinitamente más que Candela.


-Bueno, a mí también se me había ocurrido.


-Es que tengo un problema, y creo que tú puedes ayudarme a resolverlo - añadió Paula haciendo una pausa-. Es una larga historia. ¿Qué dices? De todos modos tenemos que cenar.


-Estupendo, estoy hambriento. Y tú no pegas los chicles al plato, ¿Verdad?


La sonrisa de Paula era impresionante, aunque no la hubiera lucido mucho durante la cena.


-No, te lo prometo. ¿Adónde podemos ir?, ¿Conoces este barrio?


-No -contestó Pedro-, pero sé un lugar en el que aún deben quedar mesas libres. Tengo el coche aquí, está a unos quince minutos -explicó él vacilando un momento-. Pensándolo bien... Supongo que preferirás ir en taxi.


-No, vamos en tu coche.


Paula hubiera debido ser más prudente y no meterse en el coche de un extraño, pensó Pedro. Y sin embargo entró con él en el oscuro estacionamiento subterráneo sin pensárselo dos veces. El no era una un psicópata, pero ella no podía saberlo.


-¿Seguro que Candela estará bien? -preguntó Paula mientras se abrochaba el cinturón de seguridad-. Me siento culpable por haberla dejado sola con Julián. 

jueves, 21 de marzo de 2024

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 4

 -Lo siento, Julián, pero éste es... Mi novio -explicó Paula-. Habíamos roto, pero... -Paula se aferró al brazo de su salvador y alzó la vista sonriente hacia él-: Fue un error. Estamos hechos el uno para el otro.


La rubia, que acababa de volver del baño, se unió a ellos. Parecía furiosa.


-¿Qué diablos ocurre aquí?, ¿Quién es ésa?


-Lo siento, Candela -dijo él-, pero estamos enamorados. Siempre lo estuvimos. Creí que todo había terminado, pero al volver a verla...


El señor Ojos Azules bajó la vista en su dirección. Su mirada era tan apasionada, su expresión tan amorosa, que hasta Paula estuvo a punto de creerlo.


-De verdad, Candela... Lo siento. Creí que podía salir con chicas, pero cuando volví a verla supe que... Lamento terminar tan pronto nuestra cita. Lo comprendes, ¿Verdad?


-Por supuesto -respondió la rubia abriendo inmensamente los ojos-. ¡Oh, es tan romántico...!


La rubia se lanzó en brazos de ambos y le dió a Paula una lección de perfumes.


-¡Enhorabuena! -añadió Candela.


-Gracias, Candela -contestó Ojos Azules-. Gracias por ser tan comprensiva.


Paula desvió la vista hacia Julián. Él no sería tan generoso. Seguramente se pondría a gritar. Parecía enfadado, su mente debía estar calculando el modo de salvar su orgullo. Miró a Candela, ignorando a Paula y a Ojos Azules, se puso en pie e hizo un gesto hacia la silla vacía, diciendo:


-Bien, ya que los dos nos hemos quedado solos, ¿Por qué no cenas conmigo?


-¡Estupendo! Gracias -respondió Candela sin pensarlo ni un momento.


Paula se despidió mientras su salvador insistía en pagar la cena de los cuatro. Luego él puso un brazo sobre su hombro y la guió a la salida, pero antes de llegar a la puerta todo el mundo se puso a aplaudir. Ojos Azules se volvió y saludó. Se ruborizó, lo tomó de la mano y tiró de él. El público interpretó la huida como era de esperar, y se oyeron risitas.. Así que así eran las citas, se dijo. Definitivamente no era lo suyo. Demasiado arriesgado, demasiado perturbador. Lea miró al hombre al que agarraba de la mano. ¿Demasiado excitante? 


-¡Vaya! -suspiró Paula nada más salir-. ¿Ha ocurrido de verdad o estoy soñando?


-Ha ocurrido -respondió él sonriendo y soltándole la mano-. Nos hemos librado. Gracias por el rescate.


-Gracias a tí -contestó Paula-. Lo mío era mucho peor que los globos de chicle verde.


-Sí -asintió él-, ya ví que jugabais al perro y al gato debajo de la mesa.


-¡Dios! -rió Paula-. Esos juegos no son habituales en el ritual de las citas, ¿No?


-¿Ritual? -repitió él confuso-. No, que yo sepa.


-No salgo mucho, ¿Sabes? Pero me alegro de saberlo. ¡Pobre Candela! No deberíamos haberla dejado sola con él, no podemos abandonarla.


-No te preocupes, Candela sabe manejar a los hombres. Se las sabe todas. Si ese tipo intenta pasarse, se llevará una sorpresa. Me llamo Pedro Alfonso -añadió el desconocido extendiendo la mano.


-Paula Chaves.


-Encantado de conocerte -sonrió Pedro-. ¿Quieres que te pida un taxi, te acompaño a tu coche, o prefieres que te lleve a casa?


-Un taxi, gracias. Estoy ansiosa por llegar a casa.


-¿Tan terrible ha sido?


-Tengo las huellas de los dedos de sus pies en los tobillos. Gajes del oficio -musitó Paula-. Me temo que las citas no se me dan bien.


-Sí, son un arte -convino él-. Una habilidad que se aprende. Y no todo el mundo es capaz.


-Hablas como un experto.


-Bueno -sonrió Pedro-, la práctica lleva a la perfección. Se entrena uno mucho cuando no le interesan los compromisos.


-¿La práctica lleva a la perfección? -repitió Paula pensativa.


No estaba borracha, pero había tomado un par de copas con el estómago vacío. Tenía delante a un hombre al que no le interesaban los compromisos, un mujeriego. Una persona con experiencia, una persona que lo sabía todo acerca del cuándo y del cómo. Era perfecto. 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 3

Sólo que la estrategia no parecía funcionar, así que se puso en pie y se dirigió al servicio. Quizá debiera seguirla y hablar con ella en privado, se dijo Paula. Aquella chica podía responder a sus preguntas acerca de todos aquellos detalles que tan nerviosa la ponían. Como, por ejemplo, si se esperaba que besara al caballero en la primera cita. Observó a su pareja y decidió que definitivamente no tenía ganas de besarlo. Julián maltrataba a otro camarero, aunque al menos eso lo distrajera de la estrategia del pie. Según parecía había un error en la carta. Su tono agresivo atraía cada vez más la atención de los vecinos, incluido el hombre sentado frente a la rubia, que la miraba con simpatía. ¡Hasta los extraños la compadecían! Entonces, dejándose llevar por un impulso, lo miró a los ojos y pronunció con los labios, sin voz, las palabras «Cita a ciegas». Y se encogió de hombros. El hombre frunció el ceño, pero instantes después sonrió. Y contestó del mismo modo: «Yo también». No le habría importado besar a aquel otro hombre. Tenía unos ojos azul oscuro preciosos, según parecía a esa distancia. Y la sonrisa era aún mejor. La rubia no tenía motivos para quejarse. Una vez resuelto el incidente con el camarero Julián pasó de nuevo al ataque y comenzó a escarbar en sus zapatos con los dedos de los pies. Paula volvió a cruzar las piernas y a recogerlas debajo de la silla, pero en lugar de captar la indirecta Julián pareció considerar simplemente que se hacía la dura, y comenzó a acariciarle la pantorrilla. Se maldijo por su falta de experiencia. ¿Era aquél uno más de los juegos habituales que se practicaban en la primera cita, o debía arrojar la servilleta y dejarlo plantado? No quería montar una escena, así que decidió probar con algo menos sutil.


-Perdona, pero, ¿Podrías dejar de darme patadas? No hay mucho sitio bajo esta mesa tan pequeña.


Por fin. Julián se quedó helado y retiró inmediatamente el pie. Pero también se puso serio. Y no volvió a decir una palabra. Paula trató de entablar conversación, pero él respondió reiteradamente con un frío y escueto «Sí» o «No». Hasta que ella se dió por vencida.  A la pareja de al lado tampoco le iba mucho mejor, aunque el hombre de ojos azules no parecía compartir la afición por las caricias con el pie de Julián. Se reclinaba en el respaldo y miraba a la rubia con cierto horror. Ella hacía globos con el chicle entre frase y frase. Hablaba en voz muy alta, y su tema de conversación favorito debía ser el cotilleo de los famosos. De pronto se puso en pie, pegó el chicle en el plato y corrió al baño. El señor Ojos Azules respiró aliviado y se restregó la cara con las dos manos. Alzó la vista en dirección a Paula, y ambos suspiraron al unísono. Julián comenzó a llamar a gritos al camarero, así que ella se puso en pie.


-Voy a... Enseguida vuelvo -explicó haciendo un gesto hacia el baño. Permanecería encerrada allí hasta que cesaran los gritos, decidió Paula.


-¡Cariño... Lo siento! Lo siento tanto...


Paula se sobresaltó. El desconocido de ojos azules se dirigía a ella, ponía una mano sobre su hombro. Su tono de voz era de arrepentimiento. Dos locos en una sola noche. De pronto él le guiñó un ojo.


-¿Podrás perdonarme? -siguió rogando él con ojos suplicantes y cierto humor.


Ciertamente sus ojos eran azules, observó Paula vagamente antes de que él la distrajera con un beso en el dorso de la mano.


-Te he echado mucho de menos, cariño -añadió él en voz alta para que Julián lo oyera-. Me estaba volviendo loco. Al verte otra vez he comprendido que fue un error romper contigo.


Paula vaciló. ¿Qué hacer? Desvió la vista hacia el señor Pie Atrevido y se decidió. Era preferible lo malo desconocido que lo malo conocido.


-Yo también lo siento -contestó Lea arrojándose en brazos del extraño y reprimiendo la risa.


El desconocido la abrazó, y Paula sintió su aliento en el pelo. El asunto resultaba de lo más interesante, no era de extrañar que la gente se citara constantemente.


-¿Qué ocurre aquí? -exigió saber entonces Julián.


Paula se apartó del extraño y trató de esbozar un gesto de arrepentimiento y felicidad al mismo tiempo. Era fácil, escapar de las garras del señor Pie Audaz la hacía delirantemente feliz. Y el vino también ayudaba. 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 2

No sabía por qué, pero lo cierto era que le molestaba compartir sus sentimientos con sus viejas amigas. Todas tenían su vida hecha, tenían marido e hijos. Al principio sólo le hacían preguntas inocentes, pero con el tiempo se mostraban cada vez más críticas. ¡Al diablo con la emancipación femenina! Según parecía, el deber sagrado de toda mujer soltera seguía siendo cazar marido. Desde luego tenía sus ventajas: era el único modo de conseguir un bebé. Sin embargo salir con hombres le producía escalofríos.


-¿Otra vez? Conocí a Nicolás nada más comenzar el bachiller, jamás he salido con nadie más.


-Bueno, no puede ser tan difícil. Todo el mundo lo hace.


-¿Sí? -sacudió Paula la cabeza en una negativa-. ¿Has leído revistas de mujeres últimamente? Hay artículos de diez páginas hablando sólo del primer beso. Hay reglas sobre lo que se debe o no se debe hacer en la primera cita, ¿Puedes creerlo? No se puede hacer esto a menos que él haga eso otro, y sólo si previamente has hecho otra cosa antes...


-¿Reglas? -repitió Romina irónica-. ¿Qué tipo de cosas no puedes hacer a menos que él haga qué otras?, ¿Quién ha inventado esas reglas?, ¿Y cómo sabes que funcionan? Además, ¿Cómo puedes saber si el chico con el que sales las conoce?; ¿Y qué ocurre si uno de los dos las rompe?


Paula se negó a echarse a reír. De ningún modo iba a tomarse aquello a broma.


-No lo sé.


-¿Había esquemas explicativos o resúmenes abreviados para la mesilla?


-No lo sé -repitió Paula molesta.


-Ni falta que hace, eso son tonterías.


-No sé, pero a mí me asusta -confesó Paula-. Salir con un hombre hoy en día se ha convertido en una cosa muy complicada. ¡Sólo de pensarlo me dan escalofríos!


-Bueno, pero tu hombre no aparecerá por arte de magia, tienes que salir a buscarlo -razonó Romina-. Le preguntaré a Lucas si hay alguien en su trabajo con quien puedas citarte. Tiene miles de compañeros, alguno te gustará.


-¡No! -exclamó Lea negándose a citarse a ciegas-. Anne, no estoy preparada. ¡Ni siquiera he estudiado a fondo ninguno de esos artículos! Tengo que investigar un poco antes de meterme de lleno.


-Jamás estarás preparada, Pau. Las cosas no funcionan así. Tienes que hacerlo. Una sola cita no te matará -contestó Romina alargando los brazos para tomar a su hijo-. Sólo una, ¿De acuerdo? Para ir calentando, como entrenamiento.


Paula sacudió la cabeza en una negativa, pero entonces Milo alzó el rostro hacia su madre y sonrió, y sintió que su corazón se licuaba. Si quería tener un hijo tendría que buscar marido. Era imprescindible no sólo para la concepción, sino también para cuidar del bebé. Porque jamás había sentido deseos de ser madre soltera. Romina tenía razón, había llegado la hora. ¿Quién sabía cuántos años podía tardar? No disponía de todo el tiempo del mundo.


-Está bien, pero sólo como entrenamiento -accedió Paula-. Pero elige a alguien que no sea... Horrible.


-¿Y qué entiendes tú por horrible? -preguntó Romina.


¿Podía ser peor? Paula juró entre dientes mientras su pareja volvía a intentar la estrategia del pie. Se enderezó y cruzó las piernas, escondiéndolas bajo la silla. La primera impresión no había sido mala comparada con las terribles historias de citas a ciegas sobre las que había leído. Julián no era feo y su conversación era medianamente interesante, aunque elegía temas demasiado parecidos entre sí. Pero ahí acababa lo bueno. Y lo malo... Para empezar, gritaba a los camareros. No por mala educación, sino para conseguir que lo atendieran. Con el primer grito ella había saltado del asiento. Al segundo, las miradas de todos los comensales del restaurante estaban fijas en ellos. Incluso un par de personas se habían acercado a ver qué ocurría. Había estado a punto de escurrirse de la silla y meterse debajo de la mesa. Entonces lo había rozado con el pie sin querer, y a raíz de eso había comenzado todo. A partir de ese momento todo había ido cuesta abajo, y aún estaban en el aperitivo. Romina y Lucas oirían hablar de aquella cita durante mucho, mucho tiempo. Había otra pareja dos mesas más allá que también disfrutaba de su primera cita, a juzgar por lo poco que podía oír de su conversación. Y también iban por el aperitivo. Los observó mientras Julián gritaba por cuarta vez. Él debía tener algo más de treinta años y no gritaba, y tampoco tenía mal aspecto en absoluto. La mujer era bastante más joven, era rubia y reía casi a gritos. Parecía dominar la situación a la perfección, conocer los intríngulis de la misteriosa cultura de las citas. El espectáculo era fascinante. Inclinaba el pecho hacia delante mostrando el amplio escote, ladeaba la cabeza y sonreía con coquetería. 

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 1

Los niños eran una lata, decidió Paula mientras mecía al hijo de su amiga en el regazo. Una verdadera lata. Traerlos al mundo suponía horas de sufrimiento, y además eran escandalosos, sucios y agobiantes, y jamás te daban un respiro. Consumían la vida de sus padres sin dejarles tiempo ni energías para otra cosa, y después crecían y se convertían en adolescentes desagradecidos y problemáticos que, tras proporcionar años de mala vida a sus padres, abandonaban el nido sin molestarse jamás en llamar por teléfono o ir a visitarlos con sus hijos. Sí, eran una lata, pero, ¡Cuánto deseaba tener uno! Las lágrimas nublaron le  a vista impidiéndole ver al pequeño Milo de once meses. ¿Qué le ocurría? Sacó un pañuelo del bolso y se las enjugó fingiendo limpiar el plátano triturado de la nariz del niño.


-¿Va todo bien? -preguntó Romina mientras guardaba la compra.


-¿Y por qué no iba a ir todo bien? -contestó Paula nerviosa.


De pronto se sentía frágil, incapaz de contestar a las preguntas de su amiga. Romina la miró sorprendida.


-A veces Milo rechaza el plátano, y en ocasiones lo escupe todo -explicó Romina-. Simplemente me preguntaba si se estaba portando bien.


-Lo siento, no pretendía ser brusca. Sí, se lo está comiendo todo.


Bueno, era un modo de hablar. El niño tenía plátano en la cabeza, en la cara y en el pecho. Por no mencionar su propia camisa. Pero sí, parte del plátano debía haber pasado a su estómago. Aunque no un porcentaje muy alto. Otra pega más que añadir a las razones por las que no debía tener un niño.


-En realidad come mejor cuando se lo da un desconocido -añadió Romina-. Se distrae observándolo y tira menos la comida.


Paula le metió otra cucharada en la boca y observó cómo la mitad del contenido se le escurría por la barbilla. Milo aplastó el resto con el puño y lo pegó a la pared.


-Da mucho trabajo, ¿Verdad?


-Sí, no acabo nunca -confirmó Romina sonriendo y sentándose a su lado-. Pero más trabajo dará cuando camine. Aunque al menos ahora duerme toda la noche seguida, ¿te lo había dicho? La noche del sábado dormí siete horas sin interrupción, no podía creerlo cuando me desperté y ví qué hora era.


-Sí, ya me lo dijiste.


Romina la había llamado el sábado a las siete de la mañana para contárselo. Estaba feliz. Otra pega más: La falta de sueño. Sí, definitivamente estaba mejor sin niños. Por mucho que su reloj biológico se empeñara en lo contrario.


-Deja a Milo en la silla si quieres, así te mancharás menos -aconsejó Romina.


-No importa, me gusta tenerlo en brazos.


En realidad no quería soltarlo. Aquella tarde, al tomarlo en brazos, Paula había identificado por fin el agobiante sentimiento de vacío que la invadía últimamente. Quería tener un hijo. Lo necesitaba. Pero no tenía sentido. No estaba casada, ni siquiera tenía novio. Tenía un buen trabajo, satisfactorio aunque estresante, y ninguna razón para sentir un deseo como ése en aquel momento de su vida. Sin embargo así era. La naturaleza era clara, y la lógica no tenía nada que hacer frente a ella. Los años pasaban, y su cuerpo contaba uno a uno los óvulos que había desperdiciado. El anhelo era tan intenso que la asustaba. Y todo por culpa de su próximo cumpleaños, pensó suspirando. El fatídico día se acercaba. Pronto cumpliría treinta años, y además aquella semana hacía exactamente un año que había roto con Nicolás. Su príncipe encantado había resultado ser una rana. Había malgastado años junto a un hombre inadecuado, ¿Y qué había sacado en claro? Una profunda desconfianza en la naturaleza humana y una increíble falta de seguridad en sí misma. Era el momento de ponerse en marcha, de conocer a gente nueva. Hombres. Lo malo era que desconocía incluso los rudimentos básicos. ¿Cómo se entablaba amistad en los tiempos que corrían?, ¿Dónde encontrar al hombre adecuado? Porque desde luego no aparecían por arte de magia.


-Así que, ¿Sales con alguien?


-No, con nadie en especial -contestó Paula encogiéndose de hombros.


-Pues hace siglos que rompiste con esa rata, ya es hora de que salgas con alguien otra vez, ¿No? -insistió Romina en tono de reproche. 

Mi Destino Eres Tú: Sinopsis

Después de aquel beso, los dos tuvieron que plantearse qué querían  realmente.



Paula estaba a punto de cumplir los treinta y había sonado la alarma de su reloj biológico. Quería un marido... Inmediatamente. Pero, ¿Cómo iba a encontrar al hombre perfecto una mujer que sólo había tenido un novio?



Pedro salía con muchísimas mujeres y no tenía la menor intención de sentar la cabeza. Quizá no fuera de los que se casaban, pero se le daba muy bien dar consejos, sobre todo a Paula... 

martes, 19 de marzo de 2024

Acuerdo: Capítulo 53

Había tenido un día terriblemente largo, pero Paula hizo un esfuerzo, separó los labios y puso gesto sensual junto a su compañero, un impresionante modelo italiano que miraba de reojo a Juan cada vez que hacían una pausa, pero que a ella la agarraba con pasión para la sesión.


–¿Qué demonios están haciendo?


La voz de Pedro retumbó en el estudio y el modelo la sujetó con más fuerza mientras la apartaba de él, que avanzaba con paso decidido.


–¡Señor! –exclamó Marco, intentando interceptarlo.


–¡Pedro! ¿Qué estás haciendo aquí? –le preguntó Paula sorprendida.


–¿Qué estás haciendo tú?


–Trabajar, como es evidente.


Pedro miró mal al italiano y preguntó.


–¿Por qué?


–¿Por qué? ¿Qué?


–Señor… –lo reprendió el fotógrafo, visiblemente molesto.


–Lo siento, le he envidado un mensaje yo –admitió Juan, mirando a Paula–. Ha sido culpa mía. Estaba preocupado.


Luego se dirigió a Pedro.


–Ya casi han terminado, podemos esperar fuera.


–Yo esperaré aquí –dijo Pedro, cruzándose de brazos.


A Paula no debía haberle sorprendido que Juan le hubiese contado a Pedro que su madre había fallecido. Después de años sin saber nada de ella, había leído en una publicación venezolana que había fallecido tras una complicación de salud. Se lo había mencionado a Juan y le había pedido que preparase una nota de prensa por si los medios de comunicación descubrían su relación. Él le había informado que su contrato le permitía viajar por una emergencia familiar. Tenía que haber imaginado que Juan avisaría a Pedro de una posible tormenta mediática. ¿Se habría filtrado la noticia a la prensa? ¿Sería ese el motivo por el que él estaba allí? Treinta minutos después había terminado la sesión y se estaba cambiando cuando oyó que Pedro le preguntaba a Juan qué pretendían vender con una imagen tan caliente. Volvieron al hotel en silencio y, una vez allí, él fue el primero en hablar.


–¿Por qué te ha enfadado que Juan me lo contara?


–¿Por qué estás enfadado tú?


–Porque me hubiese gustado que me lo contarás tú. ¿Por qué no lo has hecho?


–Porque no pensé que te importase.


Él cerró los ojos, dolido.


–No pretendo hacer que te sientas culpable –murmuró Paula–. No pretendo hacerte sentir nada.


–Y, no obstante, me siento fatal –le respondió él–. Tu madre no merece que la llores.


–Lo sé, pero no puedo evitar estar triste. ¡No puedo evitar sentir lo que siento, Pedro!


–¡Yo tampoco! Por eso estoy enfadado. Conmigo mismo. He sabido que estarías mal y no estaba aquí para apoyarte.


–Tú eres el primero que me has hecho daño –le recordó ella.


–Lo sé. Nos hemos hecho daño el uno al otro. Y lo odio.


Sus miradas se cruzaron y ella se giró porque no soportaba la sensación.


–Por favor, no lo digas –le rogó.


–¿El qué? ¿Que te quiero? Te quiero, Paula.


–¿Qué?


Paula se giró, aturdida, segura de que había oído mal.


–Pensé que ibas a decir que se había terminado.


–De eso nada. Esto no se terminará jamás –sentenció Pedro.


Se acercó a ella en dos zancadas y tomó sus manos.


–El amor te obliga a sentir los latidos del corazón de la otra persona.  Cuando ella llora, tú lloras. Cuando le haces daño, ese dolor rebota en tí multiplicado por diez.


La acercó a él y apoyó una de sus manos en su pecho, para que Paula pudiese sentir los latidos de su corazón.


–Pero cuando es feliz, tú también lo eres. Cuando te da su corazón, no hay espacio suficiente en el pecho para los dos. Tienes que entregar tu corazón para que el desequilibrio no acabe con los dos.


–Mi corazón es tuyo.


–Lo sé. Y es mucho mejor que el que yo tenía. Mucho más ligero y suave, y mucho más bonito. Acepta el mío, arréglalo, hazlo brillar.


A Paula le temblaban los labios y tenía los ojos llenos de lágrimas, pero se sentía feliz.


–Te quiero, Pedro. Te quiero con toda mi alma y siempre te querré.


–Y yo a tí. Para siempre.


Sus palabras impregnaron el ambiente, ganaron fuerza con los susurros y los roces de sus cuerpos al abrazarse, con sus miradas y con el silencioso deseo que les hizo dirigirse juntos al dormitorio, a celebrar su unión en la más antigua y gloriosa de las maneras. 






FIN

Acuerdo: Capítulo 52

Pedro la llevó a su despacho y cerró la puerta.


–Sé que te he sorprendido –reconoció–, pero necesitaban una cura de humildad y quería que te aceptasen por tu trabajo.


–Puedes dirigir tu negocio como quieras, pero a mí no me metas sin preguntarme antes.


–Querías un trabajo –le recordó Pedro–. Te he ofrecido un buen puesto.


–¡Es demasiado! Pedri, ya me has oído esta mañana con la doncella. Si me ha costado pedirle que planchara una falda, ¿Cómo voy a dirigir todo un departamento?


–Estás cualificada para el puesto. Conoces las vulnerabilidades del programa y sabrás solucionarlas. Cuando uno sabe lo que quiere, lucha por ello. Lo harás bien.


–Ese es el problema, que yo no quiero ese trabajo.


–En Singapur quisiste demostrarte tu valía y lo has hecho. ¿Por qué rechazas el trabajo que te estoy ofreciendo?


–¿Por cuánto tiempo, Pedro? –inquirió ella en tono triste–. ¿Seguirás queriéndome aquí cuando estemos divorciados? ¿Confiarás en mí? En realidad, no quieres tenerme en tu vida, por eso te pasas el día evitándome.


–Nuestro matrimonio podría funcionar, Paula.


–Si accediese a darte hijos y a no esperar a cambio nada más que la satisfacción de mis necesidades físicas. Tengo otras necesidades, Pedro.


Él se giró hacia la ventana. Poco después oyó acercarse a Paula, que lo abrazó por la cintura y apoyó la cabeza entre sus hombros.


–Siempre me voy a preguntar quién soy. No la persona en la que mi madre, Sara o tú me habéis convertido, sino la persona en la que me he convertido yo sola. Tengo que hacerlo.


–¿Convirtiéndote en un objeto delante de las cámaras?


–Tal vez. Al menos, sería mi decisión.


Pedro bajó la vista a las manos de Paula, a la alianza. Podía darle su corazón o darle la libertad. Tragó saliva, tomó sus manos y se las besó.


–Entonces, haz lo que necesites hacer –le dijo–. Yo encontraré a otra persona.


–Gracias. Oh, vaya, te he manchado la camisa de pintalabios. Vas a tener que cambiarte, lo siento.


Él la agarró por la cintura.


–¿Sabes lo que van a pensar si me cambio la camisa después de haber estado encerrado en el despacho con mi esposa?


–¿Que sin querer te he tirado un café? –le preguntó ella, sonriendo de manera seductora.


Luego lo abrazó por el cuello y pegó los pechos a los de él. Pedro la agarró por el trasero, levantándole la falda, y ella lo abrazó con las piernas por la cintura. Podía haberla llevado al sofá, pero la llevó a la mesa. Era una locura, permitir que el recuerdo de Paula impregnase su espacio de trabajo, pero no le importó porque no podía desearla más. Y quería poder recordar su olor, la suavidad de su pelo, sus mordiscos en el hombro, su aliento en el oído. Necesitaba todo aquello porque algún día no tendría nada más. La idea hizo que se detuviese. Quería desnudarla y hacerla suya, pero, de repente, sintió una necesidad mucho mayor. Una que le exigía tomarse su tiempo, disfrutar de cada caricia, de cada beso. Quiso decirle lo guapa que era, y cómo deseaba darle placer, pero tenía un nudo en la garganta. Se sentía vacío y sabía que solo había un modo de aliviar aquel dolor. Estando dentro de ella mientras la besaba lentamente. Y cuando la notó temblar, el tiempo se detuvo y el mundo dejó de existir y supo que siempre formaría parte de su vida. 




Tres semanas después Paula se estaba haciendo fotografías para crear su book. Cuando se lo enseñó a Pedri, lo único que comentó este fue que era muy fotogénica. Ella no había esperado un aluvión de cumplidos, pero sí algo más. Desde el día que habían hecho el amor en su despacho, se habían empezado a distanciar. Aunque Pedro le había prometido que no estaba enfadado porque hubiese rechazado el puesto de trabajo que le había ofrecido. Ella había intentado acercarse a él en la cama, y había funcionado al principio, pero después solo había sentido más dolor. Al parecer, su predicción se había cumplido. Ella quería que Pedro la amase, pero él no podía darle su amor. Por ese motivo, había decidido empezar a construirse la vida que tendría cuando su matrimonio se terminase.


–He decidido aceptar un trabajo en Milán –le contó mientras se vestían para acudir a un estreno en Broadway.


Pedro levantó la mano para tomar una camisa. Solo llevaba una toalla alrededor de la cintura.


–Me marcharé el sábado por la mañana, para estar descansada y lista para empezar a trabajar el lunes.


«Por favor, pídeme que no me marche», le rogó en silencio. «Dime que no puedes vivir sin mí».


–¿No irás a volar en turista?


–No, en primera. Y pagan a Juan para que me acompañe.


–Vete en mi avión.


–Ya está todo organizado. No hace falta derrochar tanto.


–El dinero no me importa.


–¿Y qué te importa? –inquirió ella, arrepintiéndose al instante.


Él suspiró.


–¿Qué quieres que te diga, Paula? Me has puesto en una situación complicada. Si te pido que no trabajes, te estoy reteniendo. Si te dejo marchar, te abandono.


–En realidad, la situación es muy sencilla. Tú no querías estar conmigo. Me marcho y te dejo solo, que es como te gusta estar, y ni siquiera me das las gracias.


Paula notó que la voz se le empezaba a quebrar. Salió del vestidor y fue al salón.


–Te lo dije –le advirtió él, siguiéndola–. Te dije que esto era lo que iba a pasar.


–Sí, y tenías razón, duele. Aunque me sienta amada cuando estamos en la cama, el dolor vuelve después, cuando recuerdo que en realidad no me amas. Por eso me marcho.


–Paula…


–No te preocupes por mí, Pedro. No se puede obligar a alguien a amar. Hace tiempo que lo acepté, pero necesito poner distancia. Si no te importa, preferiría no salir. Me daré un baño y me acostaré temprano.




Pedro se despertó agitado, excitado, y alargó la mano, pero Paula no estaba allí. Se despertó y gimió como un animal herido, preguntándose qué iba a hacer. Llevaba seis días así y no podía más. Y no era solo deseo sexual. La echaba de menos. La necesitaba como necesitaba el aire, el agua y la luz del sol. Apartó las sábanas y tomó el teléfono mientras pensaba qué le diría si respondía. Era mediodía en Milán, debía de estar trabajando. Entonces vió en la pantalla un mensaje de Juan que hizo que se le detuviese el corazón. 


Acuerdo: Capítulo 51

Él arqueó las cejas.


–Porque algún día, mucho después de que nos divorciemos, cuando sea vieja y me sienta nostálgica, me los pondré. Mi hija me preguntará de dónde los he sacado y yo le contestaré que su padre jamás me permitió ponérmelos porque sabía que me hacían pensar con profundo afecto en mi primer marido. Con amor. Con mucho amor. Con tanto amor que le dolía todo el cuerpo.


–Pero no le contaré por qué los recuerdos eran tan buenos porque hay cosas que los niños no quieren saber de sus madres.


La expresión de Pedro no cambió.


–Pensé que habías dicho que no querías tener hijos.


Ella se encogió de hombros.


–En cualquier caso, recordaré la noche pasada cuando me los ponga. Y se los puso sabiendo que él también lo haría.




"Ha infringido las condiciones del servicio. Acceso denegado. Suba a la sala de reuniones de la décima planta".


–¿Qué? ¿Por qué?


Paula supo inmediatamente lo que había ocurrido. Esa mañana había actualizado la aplicación y el software de Pedro había sobrescrito su código. Tampoco podía restaurarlo desde la copia de seguridad. No tenía acceso. Juan apareció en la puerta y le dijo:


–Llamaré al departamento informático, señora Alfonso.


–No. Dime dónde está la sala de reuniones de la décima planta. Y, por favor, llámame Paula.


–Solo el señor Alfonso la llama así, he supuesto que era un apelativo cariñoso, señora.


–¿Vas a acompañarme a la comida de mañana? –le preguntó ella a Juan cuando estaban en el ascensor.


–Por supuesto.


–Todavía no sé moverme en esta ciudad. Podrías enseñarme cómo funciona el metro.


Él se echó a reír, pero después se puso serio.


–Perdón, no pensé que lo dijese en serio. Puede utilizar el coche del señor Alfonso cuando quiera, ¿Para qué quiere ir en metro?


Porque tenía que aprender. Por mucho que amase a Pedro, su matrimonio no podía durar y no quería depender de él. Salieron del ascensor y Juan abrió la primera puerta del pasillo.


–Aquí es.


Ella entró y descubrió que había por lo menos cincuenta personas en la habitación.


–Hola –saludó, sonriendo.


Todo el mundo la miró boquiabierto mientras avanzaba por la habitación. Estaban sentados mirando a Pedro, que estaba delante de una pantalla en la que se proyectaba la nota que le había mandado a Paula. Ésta no pudo creer que fuese a echarle la bronca en público.


–¿Por qué están tan sorprendidos? –preguntó a la sala–. La belleza no está reñida con la inteligencia. Gracias por venir. Paula, te presento a mi equipo de desarrollo de software. Cada una de estas personas tiene a su mando a entre cincuenta y cien personas, pero ellos son los mejores.


Paula lo miró con cautela, pero después sonrió y miró al resto:


–Buenas tardes.


–Les he enseñado lo que hiciste con mi software y algunos ejemplos de tu código. Y han tardado dos horas en descifrar tu control de acceso y bloquearte.


–Tu abuela era muy cauta –comentó ella–. Yo solo pretendía proteger sus intereses, no hackear tu programa.


–No, pero pudiste hacerlo, y no hay muchos hackers a tu nivel, pero eso significa que nuestros clientes son vulnerables. He creado una actualización que va a afectar a la funcionalidad mientras se esté implementando. Me gustaría que tú la supervisases.


Paula lo miró para ver a quién se refería, porque no era posible que se refiriese a ella.


–Y luego dirán que he nombrado vicepresidenta de desarrollo de software a mi esposa solo porque es mi esposa. ¿Qué les parece? –preguntó a todo el mundo.


Se hizo un silencio.


–Que en realidad es un genio y nos ha dado una lección –respondió, por fin, una voz.


–Sí, y pronto los hará brillar, como a mí –respondió Pedro, tendiéndole la mano.


Ella lo reprendió con la mirada, pero sonrió. 


-¿Podemos hablar? 

Acuerdo: Capítulo 50

Empezaron a moverse juntos a un ritmo primitivo y elemental, pero delicioso. La piel de Pedro olía a tierra y a fuego, a lluvia y a metal. Paula lo abrazó y se apretó contra él para que la penetrase todavía más. Él gimió y le lamió el cuello, le dijo cosas que ella no pudo entender, pero que sabía que le decía de verdad. La intensidad del momento fue tal que pensó que el corazón le iba a explotar. Pedro tuvo el orgasmo más potente de toda su vida, que culminó con los gemidos de Paula, su respiración entrecortada, y una increíble sensación de paz. Consiguió quitarse el preservativo y después la abrazó. Ella se acurrucó contra su cuerpo y lo besó en el pecho. Y él sintió que los muros que durante tanto tiempo había levantado a su alrededor se desquebrajaban. Todo había empezado cuando ella había hackeado su software, había continuado con sus lágrimas en París y había cobrado fuerza con los vientos de África y con las ganas de Paula de disfrutar. Ella le había recordado que el mundo era mucho más que ambición, usuarios y privilegios. Paula había querido saber cómo era sentirse amada. Él enterró los dedos en su grueso pelo y le dió un beso en la cabeza. Pensó que estaría dispuesto a darle casi cualquier cosa, salvo su corazón. Y esperaba que aquello fuese suficiente.


Paula tardó en levantarse a la mañana siguiente, se sentía cohibida. Pedro la había despertado antes del amanecer con besos y caricias y le había hecho el amor. Después del primer clímax, le había preguntado si quería más, y ella le había respondido que sí. Y así hasta cuatro veces. Estaba dolorida, pero no se arrepentía. Se sentía lánguida y satisfecha. Y sospechaba que estaba enamorada. Era una emoción nueva que todavía debía examinar, que debía intentar comprender. Sobre todo, necesitaba entender por qué, después de haberse pasado toda la vida buscando el amor, al descubrir lo que era no se sentía segura. Deseaba que Pedro la amase, pero, sobre todo, quería que permitiese que ella lo amase a él. Pero ya había intentado hacer aquello con su madre y esta la había mandado en un avión a Singapur. El corazón se le encogió al pensar en que él pudiese rechazar su amor. Como conocía su historia, comprendía sus reservas y deseaba poder aliviar su dolor. Pero también sabía que debía ser fuerte. Que podía amarlo, pero que no podía ser esclava de ese amor. Hizo acopio de valor y fue a desayunar vestida solo con un albornoz.


–No sabía si seguirías aquí –murmuró, sentándose con él a la mesa. Eran casi las diez.


–¿Por qué te ha concertado Juan una cita con ese profesor con el que hablamos anoche? –le preguntó él, levantando la vista y fijándose en que se había maquillado solo un poco y llevaba el pelo recogido.


–Ah. Quiere hablarme de la posibilidad de trabajar como modelo. Le dije que se pusiera en contacto con mi asistente, pero no pensé que lo haría. ¿Te importa?


–No –replicó él, pero su gesto decía lo contrario–. Pero no te precipites. Quizás solo quiera que lo vean contigo. Déjale claro que no necesitas el dinero y que solo le estás haciendo un favor.


–¿Pero le dejo pagar la comida porque en realidad no tengo dinero?


–Tienes una tarjeta de crédito y una generosa asignación. Si quieres dinero en efectivo, manda a Juan al banco.


Ella sacudió la cabeza mientras se ponía la servilleta en el regazo.


–Rechacé la asignación en el contrato. Pensé que íbamos a hablar del tema, pero nos casamos y aquí estamos.


–Yo volví a añadirla con un cero más. Presta atención a lo que firmas. Si no lo haces, la comida de hoy no es buena idea.


–Pedro, sabes que eso me incomoda. No quiero cosas… –se interrumpió al ver que los pendientes de diamantes estaban en el plato del café que tenía delante.


Tomó uno con mano temblorosa y un nudo en el estómago.


–Te dije que solo los aceptaría si tú querías que los tuviera –le recordó.


Había querido saber cómo era sentirse amada y, en su lugar, se sentía engañada.


–Quiero que los tengas –admitió él.


Pero Paula supo que con aquello le estaba advirtiendo que estaba dispuesto a darle diamantes y tarjetas de crédito, pero nada más. Aquel era el trato. Mientras tanto, ella le había dado su pasión, su virginidad, y quería darle mucho más. Se dió cuenta de que Pedro no le había dicho que no pudiese hacerlo.


–Los acepto –decidió, tragándose el nudo que tenía en la garganta–. ¿Sabes por qué? 

Acuerdo: Capítulo 49

 –Yo no bebo –comentó–. No más que tú.


–Ya me he fijado. Eso me gusta.


–¿Entonces…?


–Paula, eres demasiado vulnerable.


–Acabas de decir que no tienes que preocuparte por mí.


–Pero no puedo evitar hacerlo.


–¡Pues yo también estoy preocupada por tí! Te acuestas con personas que ni siquiera te gustan.


–Eso fue un error… Olvídalo.


Pedro suspiró.


–No podemos acostarnos juntos, ¿de acuerdo? No puedo permitir que empieces a pensar que esto es real.


–¿El sexo haría que esto fuese más o menos real? Los matrimonios tienen sexo. ¿Tienes miedo a que, si nos acostamos juntos, yo desee que te enamores de mí?


–Sí.


Paula se cruzó de brazos, dolida, porque ya lo deseaba.


–No puedo asegurarte que eso no vaya a ocurrir –admitió–. Siempre he deseado que alguien me quisiera.


–No es tan idílico como parece. Yo he sufrido mucho la pérdida de mi madre, porque la quería. Y mi padre no lo soportó. Fue una pesadilla. Él me advirtió que no amase jamás porque se sufría demasiado.


Pedro se acababa de abrir a ella y Paula se lo imaginó de niño, sin madre, con un padre alcohólico y solo. Solo hasta que empezó a ganar dinero y todo el mundo se acercaba a él por interés. Se quitó los pendientes y se acercó a devolvérselos.


–Me encantan, son preciosos, pero no me los voy a quedar salvo que tú quieras que los tenga. Tú me has dado cosas que necesitaba, Pedro. Me has escuchado, me has preparado un baño y me has dicho que soy inteligente. Eso vale mucho más que cualquier objeto que pueda comprarse con dinero. Y jamás te lo voy a poder recompensar.


Él separó los labios para protestar.


–Solo puedo ofrecerte lo que tengo, lo que soy –continuó Paula–. No pasa nada si no me amas, pero quiero acariciarte y abrazarte, y sentir como solo tú me haces sentir. Quiero saber cómo me sentiría si alguien me amase. Por favor.


-Solo soy un hombre -le respondió él-. Cuando esto se vaya al infierno, quiero que recuerdes este momento. He intentado respetarte. 


-¿De verdad? –preguntó ella emocionada e inquieta al mismo tiempo.


–Llevo toda la noche deseando arrancarte ese vestido –le dijo él, devorándola con la mirada.


–¡No lo hagas! Me encanta.


–Te han puesto en este mundo para volverme loco. Enciérrate en tu habitación ahora mismo o ven a la mía.


Ella corrió escaleras arriba mientras Pedro las subía también de dos en dos. Paula rió y fue directa a la habitación de Pedro, y una vez allí se giró a esperarlo. Él llegó con la camisa ya abierta y se quitó los pantalones. Paula dió un grito ahogado al ver su pecho fuerte y bronceado. Él se acercó y la agarró por las caderas antes de besarla apasionadamente.


–Dime que quieres hacerlo –le pidió Pedro–. Porque estoy perdiendo el control de la situación.


–Quiero hacerlo –respondió ella, acariciándole los hombros.


–Entonces, quítate el vestido.


Ella tragó saliva, se quitó la cinta que se lo sujetaba a los pechos y después se giró y se apartó el pelo de la espalda para que Pedro le bajase la cremallera.


–Tu olor me vuelve loco –admitió–. Quiero lamer cada centímetro de tu piel.


Le mordisqueó el lóbulo de la oreja mientras el vestido caía al suelo y ella echó la cabeza hacia atrás y apoyó el cuerpo en el de él.


–Quiero verte –le pidió Pedro.


Y ella se giró y retrocedió. Pedro la recorrió con la mirada y después volvió a sus ojos. Paula se humedeció los labios y esperó. Él sonrió con satisfacción y bajó una mano para acariciarla entre los muslos.


–¿Es esto lo que quieres? –le preguntó.


–Sí –respondió ella, gimiendo con satisfacción–. Por favor.


–Está bien. Siéntelo.


Ella lo abrazó por el cuello y lo besó. Intentó decirle que lo deseaba, que quería sentirlo en su interior, pero de repente estalló de placer por dentro y se quedó temblando.


–Lo sabía –comentó Pedro–. Sabía que sería así entre nosotros.


Paula se dejó llevar a la cama, no tenía fuerza. Él terminó de desnudarla y recordó ponerse un preservativo a pesar de que solo podía pensar en ella, en estar dentro de su cuerpo. Pero antes la besó. Le besó la barbilla, bajó al cuello y al suave escote. Y llegó a los deliciosos pechos.


–Pedro –gimió ella, enterrando los dedos en su pelo con desesperación.


Pero él siguió torturándola con sus besos y sus caricias hasta que sintió que no podía más. Entonces se colocó encima y buscó la parte más íntima de su cuerpo. La besó, notó cómo Paula se relajaba y le acariciaba la base de la espalda. Él continuó adentrándose en su calor y pensó que ella era suya, y que le parecía un intercambio justo. Porque él era suyo también. Completamente suyo. 

jueves, 14 de marzo de 2024

Acuerdo: Capítulo 48

 –Preséntame a tu esposa.


–Brenda Farris –dijo él tras una pausa–. Paula Alfonso.


Brenda le lanzó un par de besos al aire y quiso saber todos los detalles de su relación.


Paula ya había conocido antes a mujeres como aquella. Algunas de las chicas que había conocido en Venezuela eran realmente agradables e inseguras y se esforzaban por hacer amigas. Otras, como ella, estaban allí para ganar. No eran malas personas, pero no hacían amigas porque sabían que solo podría haber una ganadora y no querían sufrir. Y luego estaban las que eran como aquella: Las que actuaban como si fuesen amigas, pero en las que no se podía confiar.


–Paula se ha dedicado a gestionar los negocios de mi abuela durante los últimos ocho años –le explicó Pedro.


–¡He leído la noticia de tu herencia! –exclamó la otra mujer entusiasmada, haciendo un puchero justo después–. Aunque también siento tu pérdida. Ni siquiera sabía que tuvieses una abuela y, mucho menos, una aventura con su gerente.


Miró a Paula de reojo.


–Debes de ser muy inteligente, si has mantenido su relación en secreto durante tanto tiempo.


Paula hizo lo mismo que con la otra arpía que había pensado que podía molestarla con un cumplido.


–Pedro me llamó ingeniosa el otro día, ¿Verdad?


Él la miró por encima de la copa mientras bebía.


–Es cierto –respondió él–. Y lo dije porque lo pensaba.


Entonces llegó otra persona que obligó a Brenda a marcharse. Pedro estuvo ocupado toda la noche y siguió presentando a Paula como la administradora de los negocios de Sara, incluso cuando un profesor de una prestigiosa escuela de diseño sugirió que ella podría dedicarse al modelaje. Pedro le apretó la mano en ese instante para advertirle que fuese cauta.


–A todas las chicas altas les dicen que deben modelar o jugar al baloncesto, ¿Verdad? –comentó ella.


–Pero no a todas se lo dicen tan en serio como te lo estoy diciendo yo a tí. Tengo contactos con varias agencias. Pedro, la tienes que inmortalizar en Vogue, vestida de Chanel. No puedes dejar que esos pómulos languidezcan en un despacho. 


–¿Por qué no? Es lo que les está pasando a los míos –respondió Pedro–. Paula es una de las mejores programadoras que conozco, así que haré todo lo posible por retenerla.


Ella no supo si estaba siendo sincero, pero el hombre se marchó y otras personas se acercaron a ellos.


–Has estado muy callada –comentó Pedro varias horas después, cuando llegaron al ático–. ¿Ha sido demasiado?


–No –murmuró Paula–, pero la noche ha sido larga y me duele la cara de tanto sonreír.


–No sientas que tienes que hacerlo. Yo no sonrío.


Paula se dejó caer en el sofá cuyos cojines, según le había informado Pedro, estaban rellenos de plumas de oca. Todos los muebles habían sido fabricados para él por un diseñador italiano. Una de las doncellas apareció con té chino, bebida que ella había confesado echar de menos desde que se había venido abajo en París. A partir de entonces lo tomaba todas las noches, ni siquiera tenía que pedirlo.


–Gracias –dijo, sonriendo a la muchacha.


Ésta se inclinó ante ella.


Paula suspiró. «Soy una de las suyas», quiso decirle.


–Pensé que Brenda había dicho algo que te había podido disgustar – continuó Pedro mientras cerraba la puerta.


Se quitó la chaqueta, se aflojó la corbata y dejó ambas en el sofá sin apartar la mirada de Paula.


–¿Cuándo?


–Salió del servicio de señoras detrás de tí y me sonrió con malicia.


–Por favor –respondió Paula, girando el rostro para que Pedro no la viese arrugarlo–. Conozco una escuela en Venezuela donde le podrían enseñar a sacar las uñas de verdad.


–Entonces, te dijo algo –insistió él en tono tenso.


–Me contó que se habían acostado juntos –admitió ella, mirándolo–. En realidad, me preguntó si tú me habías contado que habían sido amantes.


Se sirvió más té y dejó la tetera a un lado.


–Yo le respondí que, probablemente, no te parecía lo suficientemente importante como para mencionármelo.


Él giró la cabeza, pero Paula le vió torcer el gesto.


–Después me advirtió que podía poner en mi contra a las élites de aquí. Yo le respondí que debía de estar muy disgustada con que las cosas no hubiesen salido bien entre ustedes, y que tal vez se debiese a que hablaba de tí a tus espaldas.


Se sirvió una cucharada de azúcar.


–Añadí que te preguntaría. Y eso no le gustó.


Pedro resopló y juró entre dientes.


–Cada vez que me preocupo por tí, descubro que eres perfectamente capaz de cuidarte sola.


–¿De verdad? –preguntó ella en tono jocoso, aunque en realidad todavía se sintiese celosa–. No entiendo que te hayas acostado con alguien así. ¿Por qué no te reservaste para alguien especial?


–Porque yo no soy virgen.


Ella se giró y vió que Pedro se había metido los puños en los bolsillos. Tenía la mandíbula apretada. Todo él estaba en tensión.


–¿Es más sencillo mantenerse célibe cuando uno no sabe lo que se pierde?


A Paula se le ocurrió una idea terrible.


–¿No habrás estado con alguien desde que…?


–¡No! ¿Cuándo? Si estamos todo el tiempo juntos. Me he mantenido célibe desde que te conocí y te aseguro que no es sencillo.


–Entonces… ¿Cuánto tiempo va a durar este matrimonio, Pedro? ¿Se supone que ambos vamos a esperar a que termine para tener sexo?


–¿Me estás preguntando si tienes permiso para acostarte con otras personas? No. Ninguno de los dos va a hacer eso. Eso provocaría rumores que no necesitamos.


–Así que tengo que vivir contigo y preguntarme cómo debe de ser eso del sexo.


Pedro cerró los ojos.


–Ya te he explicado el motivo por el que no debemos acostarnos.


–Porque podrías herir mis sentimientos cuando se termine. Pues te voy a decir algo: Me duele más que prefieras acostarte con alguien como ella a acostarte conmigo.


–¿Te refieres a Brenda? ¿Por eso estás así? Todo el mundo quiere algo de mí, Paula. Siempre. En ocasiones es más sencillo acostarse con mujeres que vienen de frente. Aunque si hubiese sabido cuánto bebe jamás me habría acercado a Brenda. Estuve con ella menos de una semana.


Pedro le había contado que su padre había sido alcohólico. Paula deseó preguntarle por aquello, pero lo vió tan tenso que se contuvo. 

Acuerdo: Capítulo 47

 –Quiero hacer esas transferencias de las que hablamos en el avión. Me dijiste que continuase con mi trabajo por el momento.


–Trabaja en tu escritorio. Éste es tu despacho.


Pedro se movió para que ella viese la placa que habían puesto en la puerta: Paula Alfonso.


–Juan lo tiene todo organizado. Es tu asistente personal. Si necesitas cualquier cosa: Chinchetas, tintorería, entradas para algún espectáculo de Broadway, él te ayudará, pero cuenta también conmigo.


Luego miró a Juan.


–Sincroniza nuestras agendas.


–Hecho, señor.


–Gracias. Juan habla español –añadió Pedro, dirigiéndose a Paula–. Es uno de los motivos por el que me pareció que encajarían bien.


–Yo ya casi no lo hablo –murmuró ella–. Ha pasado mucho tiempo.


–Esta noche tenemos planes –continuó Pedro–, así que échate una siesta en el sofá de mi despacho si te hace falta.


E, incapaz de resistirse, le dió un beso en la mejilla antes de marcharse.


«Ponte algo llamativo», le había dicho Pedro tras informarle de que iban a asistir a una gala benéfica en un museo. Y Paula escogió un vestido de encaje con dragones bordados que le sentaba como un guante. El forro era de satén color carne, así que debajo solo se puso un tanga. El pronunciado escote no permitía llevar sujetador y se lo sujetó con cinta adhesiva de doble cara para evitar accidentes. Se calzó unos tacones muy elegantes y se peinó hacia atrás para tener el rostro descubierto y que resaltasen sus ojos, maquillados en tonos malvas y dorados, verdes y azules. Y se pintó los labios con un carmín rojo oscuro llamado Salem.


–¿Estás intentando matarme? –le preguntó Pedro al verla.


–¿De verdad? –le dijo ella, sonriendo y haciendo una pose.


Después cambió de postura y se tocó le pelo, levantó la barbilla y miró a lo lejos, como si no tuviese ninguna preocupación.


–Vas a hacer que media ciudad termine en el hospital.


Pedro fingió que respondía a una llamada.


–Sí, era mi esposa. No puedo evitar que sea tan sexy.


Paula se echó a reír, sintiéndose halagada y asombrada por el comportamiento de Pedro, que la ayudó a relajarse y a llegar a la alfombra roja con una amplia sonrisa en los labios. La multitud dejó escapar un grito de sorpresa. Los fotógrafos se colocaron para inmortalizarlos, le preguntaron de quién iba vestida, cómo había sido su luna de miel y cómo se habían conocido. Pedro la condujo dentro antes de que le diese tiempo a contestar.


–¿Necesitas ver a alguien en concreto esta noche? –le preguntó Paula mientras él le ofrecía una copa de champán.


Quería estar preparada y ayudar en todo lo posible.


–Ellos se acercarán a nosotros –le respondió él con arrogancia.


Paula resopló.


–¿Qué pasa? –le preguntó él.


–Me pregunto si tú nunca te acercas a nadie.


–No si puedo evitarlo –admitió Pedro–. Odio a la gente. Solo hablo con otros si estoy obligado.


–Ah –dijo ella, mirando a su alrededor.


–Tú no cuentas –le aclaró Pedro.


–Porque no soy nadie.


Paula se fijó en la tiara de una señora que pasaba por su lado. Ella llevaba unos pendientes de diamantes que Pedro le había dado antes de salir de casa. No había querido aceptarlos, pero él le había dicho que solo se los prestaba, salvo que ella decidiese quedárselos. No se los iba a quedar, aunque le encantasen y desease hacerlo.


–Paula –le dijo él en tono compungido. Le tocó el brazo.


Ella le hizo ver que lo había dicho en broma. Pedro chasqueó la lengua y torció el gesto. Paula no sabía por qué, pero aquello le resultaba divertido. Rió con ganas y él la miró con tal admiración que hizo que se derritiese por dentro. Eran tan guapo que le dolían los ojos de mirarlo. Pero le había dicho que se reservase para una relación que le importase de verdad, para alguien especial. ¿No se daba cuenta de que él era especial?


–¡Pedro!


A su lado apareció una mujer que lo agarró del brazo y pegó sus pechos al codo de Pedro. 

Acuerdo: Capítulo 46

No era la primera vez que Pedro decepcionaba a una mujer, pero sí era la primera que se sentía como un cretino. No obstante, seguía pensando lo que le había dicho a Paula. No era práctico tenerla gestionando los bienes de su abuela solo por mantenerla ocupada. Aunque también era cierto que nunca le habían dado completamente la responsabilidad. Con el tiempo podría mejorar su asertividad y tener éxito, pero ya le buscaría él otra actividad. Mientras tanto, se temió que volviese a intentar bloquearlo para que no pudiese acceder a las cuentas de Sara. Al parecer, Paula no era rencorosa, porque volvió de las compras con una tableta de chocolate y le ofreció un poco.


–Te encontraré algo –le prometió Pedro.


–No quiero nepotismos. Nadie me respetaría, ni siquiera yo misma – protestó ella mientras se metía una onza en la boca–. Antes de empezar a trabajar con Sara lo único que conocía eran los concursos de belleza y volveré a encontrar otra salida sola. No tienes que darme trabajo solo para que me sienta útil.


Pedro respetaba su deseo de independencia, pero todavía quería cuidarla. Era un tema peligroso. Deseaba poder verla como a una empleada, como a un proyecto o como a una criatura exótica a la que acariciar y con la que jugar, con la que sentirse satisfecho después de haberla rescatado y rehabilitado. Pero no podía evitar verla como a una mujer incluso cuando se vestía como un hombre. Se la llevó al trabajo con él cuando aterrizaron en Nueva York. Todavía se estaba ocupando de las inversiones de Sara y tenía algunas ideas para utilizar sus habilidades, pero antes necesitaba poner algunas cosas en orden. La había llevado con él, sobre todo, porque no soportaba la idea de dejarla sola en su ático todo el día. Paula lo había visto vestido de traje y se había puesto también un traje de pantalón de raya diplomática y una camisa blanca. Se recogió el pelo y tomó el maletín que costaba tanto como el ordenador que contenía. Y, para terminar, tomó prestada una corbata de Pedro y se la colocó suelta al cuello. No podía estar más sexy. El estilo masculino de su ropa contrastaba con sus interminables curvas femeninas. Tras una semana haciendo lo posible por evitarla vestida con pantalones ajustados, camisetas, y con sudor entre los pechos, tuvo que concentrarse para comportarse de manera civilizada y no como una bestia desesperada por aparearse. Pero no sabía cuánto tiempo más iba a aguantar. Todo el mundo se giró a mirarla cuando llegaron a sus oficinas.


–Esa es la reunión que estaba teniendo cuando me llegó tu mensaje –le explicó a Paula señalando una sala de juntas donde lo esperaba una docena de personas–. Entra a buscarme si me necesitas. Voy a estar encerrado varias horas.


Después se dirigió a una puerta abierta que había junto a su despacho.


–Paula, éste es Juan.


–Señor.


Un hombre latino, guapo y bien vestido, dejó de escribir al ordenador y se puso en pie. Era algo mayor que Paula y la miró con interés mientras se acercaba a ellos.


–Enhorabuena por su matrimonio, señor –añadió–. Y gracias por el ascenso. Le agradezco mucho que se acordase de mí.


Le dió la mano a Pedro y sonrió a Paula y le apretó la mano también.


–Bienvenida, señora Alfonso.


–Encantada –murmuró Paula con timidez, fijándose en que se veía el Central Park por la ventana–. ¿Me quedo aquí y compruebo cómo va todo por Singapur mientras tú estás ocupado?


Pedro la miró y pensó que era adorable.


–Paula, ya hemos hablado de eso –la reprendió él.


Ella se ruborizó, incómoda. 

Acuerdo: Capítulo 45

Paula frunció el ceño al conectarse y ver que el saldo había disminuido mucho más de lo esperado. Entró en la cuenta y dió un grito ahogado.


–¡Lo has conseguido!


Miró a Pedro, que estaba tumbado en el sofá, enfrente de ella, con los pies levantados y el ordenador portátil en el regazo. Parecía divertido.


–Entré anoche. Has tardado en darte cuenta.


–No he tenido la oportunidad –replicó ella.


Habían estado todo el día en la sabana, luego se habían dado un baño en la piscina, habían cenado y solo habían encendido el ordenador unos minutos antes. Cerró el suyo y lo dejó a un lado.


–No sé si darte la enhorabuena.


Él arqueó ligeramente las cejas, como si su logro no le pareciese tan importante. Teniendo en cuenta su modo de vida, Paula había pensado que lo conseguiría mucho antes, pero le gustaba ver que podía estar a su nivel como contrincante.


–¿Y ahora, qué? –añadió.


Pedro ya era, de los dos, quien tenía todo el poder. Incluso la supremacía sexual. Daba igual si estaban medio desnudos en la piscina, practicando tai chi el uno al lado del otro o así sentados. A él no parecía afectarle su presencia mientras que Paula vivía en un constante estado de tensión. Su olor, el calor de su cuerpo, su risa, todo le hacía desear más. Y no dejaba de recordarse que el consentimiento iba en ambas direcciones.


–Acércate y cuéntame que está pasando aquí –le pidió Pedro, señalando la pantalla con la cabeza. 


Ella se acercó.


–Ah. No estaba de acuerdo con Sara en esto, pero hacía mucho tiempo que tenía relación con esa empresa.


Estuvieron media hora hablando del tema y después realizaron varias transacciones. La tolerancia al riesgo de Pedro era más alta que la de Sara, lo que hizo que Paula se pusiese a la defensiva con respecto a las decisiones que había tomado en el pasado. Pedro observó los labios de Paula mientras hablaba, lo que la distrajo. Estaban pasando cada minuto del día juntos. Al fin y al cabo, de aquello se trataba una luna de miel, pero las parejas casadas solían calmar aquella tensión con sexo. Y ella lo deseaba tanto que le costaba concentrarse par responder a las preguntas de él. Paula se sentó y apoyó las manos en el regazo, dobló las piernas y se colocó enfrente de él.


–Necesito saberlo, Pedro. ¿Me vas a bloquear? Te aseguro que me gusta mucho mi trabajo.


–Lo sé –le respondió él en tono burlón–. Tengo directivos que no reflexionan sus decisiones tanto como tú. Y yo no puedo ocuparme de todo durante mucho más tiempo. No es práctico.


–¿Me estás despidiendo?


–Considérate avisada. Sigue haciendo lo que hacías por el momento, pero comparte todas tus decisiones conmigo. Empezaré a desglosar todo esto y a repartir el trabajo cuando estemos de vuelta en Nueva York y pueda reunirme con mi gente.


–¡Pero si acabas de decir que a mí se me da bien!


–No, he dicho que eres exhaustiva y cuidadosa, pero has estado haciendo micro gestión, lo que también tiene sus inconvenientes.


–¿Me vas a despedir porque me implico? ¿Qué voy a hacer si no hago eso?


–¿Dedicarte a ser mi esposa?


–Ja, ja. Tú no quieres una esposa. O no a mí, en todo caso. ¿Por eso quieres relevarme de ese cargo también? –le preguntó, entendiendo de repente el motivo por el que Pedro la había rechazado al saber que no quería tener hijos–. ¿Porque me implico demasiado?


–Sí.


Paula se sintió fatal, pero no quiso que Pedro se lo notase. Se sentó recta y se abrazó las rodillas, e intentó pensar. 



–Paula –le dijo él, suspirando y dándole un suave codazo–. Me importas lo suficiente para querer cuidar de tí. No te preocupes por si estás trabajando o no.


–Yo quiero cuidar de mí misma –murmuró ella, golpeando el suelo con los pies–. Por supuesto que me preocupo.


–¿Adónde vas? –le preguntó Pedro, al verla avanzar hacia la puerta.


–A donde van las esposas cuando sus maridos les dicen que dejen el trabajo para quedarse en casa, a gastarse su dinero en la tienda más cercana.


–Como vuelvas vestida con un estampado de cebra, me divorciaré inmediatamente.


–Entonces, ya sé qué comprar –le contestó ella, cerrando la puerta.