jueves, 27 de julio de 2023

Un Trato Arriesgado: Capítulo 8

 –¿Y qué te parece la lisonja? ¿Crees que me conducirá a alguna parte?


Con ansias de igualar su ingenio, ella batió las pestañas.


–Descúbrelo por tí mismo.


Los labios de Pedro se curvaron en una lenta y seductora sonrisa capaz de acabar con cualquier resistencia.


–Trato hecho.


Paula se reclinó en la silla, cruzó las piernas y Pedro vislumbró las tentadoras medias. Anheló acariciar cada centímetro de la suave piel hasta hacerle pedir más. Desde que entró en el local apenas había podido apartar la mirada de ella. En ese instante tuvo que convencer a sus manos para que hicieran lo mismo.


–¿Así que sabes cómo funciona esto? –preguntó Paula.


Incluso su preciosa voz parecía estar cargada de promesas sensuales. Si persistía en esos pensamientos, le iba a costar mucho trabajo concentrarse en lo que ella dijera en los próximos siete minutos, así que se esforzó por volver al presente.


–Sí, Alicia me lo explicó. Paso siete minutos con siete mujeres maravillosas y al final elijo a mi pareja perfecta. Con este sistema se acaban las laboriosas citas a ciegas, la pérdida de tiempo en conversaciones triviales y las charlas en cenas que suelen durar una eternidad. Aquí se trata de ir al grano.


Paula le lanzó una mirada furiosa.


–Hay algo que no me dices. Se comenta que te encantan las citas. «Cuantas más citas, más feliz», parece ser tu lema. ¿Así que para qué recurrir a esto? Creí que eras la clase de hombre a quien le encanta la emoción de la caza.


–Seguro, me encanta la caza como a cualquier otro, pero mis prioridades han cambiado.


Pedro esperaba que su respuesta satisficiera a Paula. No estaba preparado para decirle la verdad. Él apenas podía asumirla. Ella alzó las manos en un gesto de rendición. Pedro miró los largos y elegantes dedos al tiempo que se los imaginaba acariciando su cuerpo. Le resultaba cada vez más difícil mantener la compostura.


–Muy bien, digas lo que digas, todavía creo que estás tramando algo. Espero poder arrancarte el secreto, lo quieras o no –dijo entre risas.


Un dulce tintineo que a Pedro le hizo recordar cálidas tardes de verano, cuando ambos compartían sueños y confidencias. Él alargó la mano, capturó la de ella y le acarició la palma con el pulgar.


–Me siento más dispuesto al halago. ¿Te importa si lo intento? –Paula sintió la garganta repentinamente seca y tragó saliva. 


El pulgar de Pedro enloquecía sus sentidos. Ondas de placer recorrían su cuerpo. Y saboreó la caricia, ajena a todo pensamiento lógico. Al mirarlo directamente a los ojos sintió un vuelco en el estómago. Lo deseaba más que cualquier otra cosa en la vida. Afortunadamente, sólo lo vería esa vez. Pedro Alfonso era peligroso. En un día había sido capaz de hacerle revivir sentimientos que había enterrado durante años. No podía con él, era demasiado hombre para ella. Paula retiró la mano. Necesitaba restablecer las fronteras entre ellos.


–No he venido aquí buscando tus halagos. ¿Me quieres decir qué mosca te ha picado? Si no lo haces, no creas que me importa. Nuestra amistad terminó hace mucho tiempo, así que, ¿Por qué no seguimos con el asunto que nos ha traído aquí y luego nos separamos?


Él se echó hacia atrás, se cruzó de brazos y le lanzó una mirada furiosa. Paula se sintió como un bicho bajo el microscopio.


–¿Qué te hace pensar que esta noche será el final?


Pedro sonrió. Maldición, siempre le había resultado difícil resistirse a esa sonrisa.


–No fui yo la que cortó la relación, Pedro. Si no recuerdo mal, fuiste tú quien decidió apartarme de tu lado.


El dolor volvió a apoderarse de ella. Había sido su primer amor. Y si era totalmente sincera, su único amor. Y allí estaba, después de todo ese tiempo, como si nada hubiera sucedido. No, no se lo pondría fácil.


–Lo pasado, pasado está. Hay que mirar hacia delante. Además, en aquel entonces eras sólo una niña. ¿Qué esperabas que hiciera?


Para su fastidio, las lágrimas se agolparon en los ojos de Paula. Lágrimas de rabia, de vergüenza y de innegable pesar.


Un Trato Arriesgado: Capítulo 7

Pedro también la había apoyado. Había escuchado su aflicción, le había gastado bromas, la había ayudado con los deberes. Paula se había sentido desgarrada cuando se marchó a la universidad y sólo podía verlo durante las vacaciones. Sin embargo, cuando volvió a casa el primer año, algo había cambiado. La abierta relación que había entre ellos se vió afectada por una tensión casi tangible. Ella sabía que era por su culpa. No había sido capaz de ocultar el apego hacia él, que en ese tiempo había aumentado en gran medida. Estaba claro que Pedro lo sabía, porque a partir de entonces la había tratado con guante blanco. Se acabaron las caricias juguetonas, los abrazos impulsivos. El objeto de su afecto guardaba las distancias y eso la hacía sufrir enormemente. Todo siguió igual hasta el día de su decimoctavo cumpleaños. Todavía le daba un vuelco el estómago al recordar el rechazo de Pedro. Incluso ese mismo día, al verlo aparecer inesperadamente en la agencia, casi se había desmayado.


–Perdone. ¿Está libre este asiento? –una voz profunda irrumpió en sus recuerdos.


–La verdad es que estoy esperando a…. –alcanzó a decir, y luego se quedó sin habla.


–Hoy debe de ser mi día de suerte. Te he visto dos veces en unas horas. ¿Qué probabilidades había de que ocurriera?


Ella absorbió con los ojos todos los detalles de su rostro. Era un hombre muy apuesto. Con el corazón galopando en el pecho sintió que el deseo la invadía.


–No lo sé, Pedro –dijo con las manos apretadas bajo la mesa–. Dímelo tú que eres el jugador, a juzgar por lo que comenta la prensa respecto a tu presencia en las carreras de Randwick.


–Diría que una entre un millón. Aunque siempre sucedería algo para que acabáramos juntos. A propósito, me alegra saber que estás muy atenta a mi vida a través de los periódicos. ¿Me has echado de menos? –preguntó. Ella no pudo responder. Para su sorpresa, Pedro se sentó y cruzó las largas piernas. Sus rodillas se tocaron y ella se estremeció–. ¿Por qué no tomamos ahora la copa que mencioné esta tarde? –preguntó mientras se inclinaba hacia ella, creando una intimidad que la atraía como un imán.


–Creo recordar que rechacé tu invitación.


La intensa mirada de Pedro le llegó al alma.


–Sin ninguna convicción. Digamos que esto es obra del destino. Estábamos destinados a encontrarnos nuevamente y ahora nos hallamos aquí. ¿Qué tiene de malo que dos viejos amigos compartan una copa?


Paula se hundió en el líquido pozo azul de sus ojos, incapaz de resistirse.  Siempre había sido así cuando estaba con él. Indecisa. Perdida. Anhelante.


–Mmm, dentro de muy poco me voy a reunir con unas personas. ¿Por qué no lo dejamos para otra ocasión?


Tenía que alejarlo antes de que descubriera la verdadera razón de su presencia allí, y tomar una copa era el mínimo precio que tendría que pagar.


–A decir verdad, soy una de las personas que esperas –dijo con una sonrisa que dejó al descubierto su blanca dentadura.


De pronto, Paula se quedó apabullada. En su mente lo vió entrando en la agencia, recordó a Alicia contándole que había atendido a un nuevo cliente, y por último la coincidencia de ambos en ese bar, a la misma hora. ¡No había la menor duda! Pedro había ido a ver a Alicia por motivos que no eran profesionales.


–¿Estás bromeando? El famoso Pedro Alfonso, rey de las fiestas, no puede conseguir una cita. Dime la verdadera razón por la que estás aquí. ¿Alicia te incitó a hacerlo? –preguntó con un tono sarcástico que no pudo evitar.


Pedro se cruzó de brazos y se reclinó en la silla.


–No seas ridícula. Encontré la agencia de Alicia por casualidad. Estoy aquí porque me inscribí en el programa esta misma tarde. No te debo ninguna explicación, Paula. Mi vida no es un libro abierto, así que no saques conclusiones precipitadas.


–¿Pero una agencia matrimonial? ¿Por qué un tipo como tú necesita ayuda para conseguir una cita?


Las palabras salieron de su boca antes de pensárselo dos veces. Maldición, tendría que justificar su significado.


–¿Un tipo como yo? –preguntó en voz baja, y ella sintió un escalofrío en la columna vertebral.


–Ya sabes. Un hombre de éxito. Y rico, además –respondió al tiempo que desviaba la mirada.


–Te olvidas de lo atractivo que soy –bromeó.


Paula se sonrojó y luego intentó engañarlo con un tono frívolo.


–Sí, eso también. Así que dime, ¿Cuál es tu historia? –preguntó. A juzgar por la expresión de Pedro, no lo consiguió.


–No tan rápido. ¿Qué te parece si disfrutamos de nuestros siete minutos y si quieres saber algo más me eliges para tu próxima cita?


Ella se echó a reír.


–¡No tienes remedio! El chantaje no te llevará a ninguna parte.


Él se inclinó hacia delante. 

Un Trato Arriesgado: Capítulo 6

Paula entró en el Blue Lounge minutos antes de las ocho. Puntual como era, había dado unas vueltas a la manzana para matar el tiempo y no parecer demasiado ansiosa. Gracias a Dios que lo hacía para ayudar a Alicia, sin ninguna implicación personal, a diferencia del resto de los clientes, que iban allí para encontrar a su amor verdadero. En cuanto a ella, cumpliría lo prometido y luego se iría a casa tras dejar a los candidatos suspirando de amor. Examinó la estancia suavemente iluminada, con mesas para dos esparcidas por todas partes. El pulso empezó a latirle de aprensión ante el pensamiento de pasar siete minutos con siete candidatos diferentes. Las mesas eran suficientemente pequeñas para crear un ambiente de intimidad entre sus ocupantes. En vez de fingir indiferencia se vería forzada a entablar una breve y amable charla para luego marcharse rápidamente. Maldición, estaba ansiosa y esperaba que no se notara. Esa noche se había arreglado para impresionar: un vestido negro de falda muy corta, medias de seda, sandalias con lentejuelas y un bolso a juego. A continuación, un leve toque de maquillaje para realzar los ojos y los labios. Después se había recogido el pelo en un elegante moño. Sabía que podría aprobar cualquier examen. Claro que esa imagen ocultaba un tembloroso amasijo de nervios. En cuanto se sentó localizó a Alicia, que le sonrió mientras se desplazaba entre las mesas saludando a todo el mundo como una reina. Alicia era asidua del local porque lo utilizaba semanalmente como punto de reunión para sus clientes.


–Hola, tesoro. ¡Estás sensacional!


Paula se encogió de hombros.


–¿Con estos trapos?


–Te conozco, querida. ¿Un vestido y maquillaje maravillosos? Apuesto a que estás muy nerviosa.


–¿Qué te hace pensar eso?


Las dos se rieron al unísono. Alicia estaba al tanto de que Paula prefería una elegancia comedida más que vestidos hechos para impresionar, así que no había duda de que se sentía muy nerviosa.


–No importa. No tendrás tiempo para preocuparte una vez que empiece la función. ¿Te acuerdas de las reglas?


–No fastidies, Sal. Hace años que las conozco. ¿Quién más que yo se dedicaba a escuchar tus desvaríos acerca de la agencia?


Alicia le pellizcó cariñosamente la nariz, con una amplia sonrisa.


–Tú me animaste a emprender esta aventura. No lo olvides.


–¡Vaya! Eso fue antes de saber que sería víctima de tus dotes de casamentera. Quién sabe con cuántos perdedores voy a malgastar mi tiempo esta noche.


La sonrisa de Alicia se hizo más amplia.



–Yo en tu lugar no me preocuparía tanto. Mi ordenador es muy hábil para detectar lo que una mujer necesita. Ha batido el récord: Ocho bodas en dos años. ¿Quién sabe si tal vez encuentres al hombre de tus sueños? Entonces le darás las gracias a la vieja Alicia en lugar de regañarla.


–¡Vamos! No necesito un hombre. He de ocuparme de mi negocio y no tengo tiempo para nada ni nadie más. Y en cuanto a encontrar al hombre de mi vida, creo que sería más fácil que me tocase la lotería.


Alicia la miró con ojos chispeantes.


–No digas que no te lo advertí. Suceda lo que suceda esta noche, gracias por ayudarme, querida.


Paula se sintió culpable. Lo menos que podía hacer era actuar con entusiasmo. Después de todo, la agencia era el orgullo y la alegría de Alicia. Y ella más que nadie podía comprenderlo. Su propio negocio marchaba con dificultad y haría cualquier cosa para salvarlo. Abrazó a la mujer mayor.


–Todo saldrá bien, Ali. Esta noche vas a unir a tu milésima pareja y la agencia marchará viento en popa durante los próximos diez años. Te lo digo yo. Me alegra poder ayudarte. Si no, ¿Para qué están las hijas?


Tras acariciarle la mejilla, Alicia se alejó.


Paula echaba de menos a sus padres, aunque el tiempo hubiera suavizado el terrible dolor de la pérdida. Alicia se había encargado de hacerlo a fuerza de amor, atención, calidez y seguridad. Sin embargo, ella nunca olvidaría las interminables noches vacías, cuando se dormía llorando. 

Un Trato Arriesgado: Capítulo 5

 –Tú también estás estupenda, Alicia –dijo con una sonrisa al ver que las ya rubicundas mejillas se sonrojaban aún más.


–¡No seas zalamero! –exclamó ella al tiempo que le palmeaba los brazos–. ¿Qué te trae a Matchmaker? No creo que un hombre como tú necesite nuestra ayuda.


–¿Tú diriges la agencia? –preguntó aliviado.


Si Alicia era la directora, era obvio que Paula había ido a visitar a su madre adoptiva y no a pedir sus servicios. Alicia asintió con la cabeza.


–Sí. Abrí esta oficina hace unos cuantos años, cuando Paula emprendió sus propios negocios. Siempre había tenido la idea de proporcionar un poco de alegría a la gente que se siente sola, así que después de leer muchas novelas románticas, decidí dar el salto.


–Eso es fantástico –dijo Pedro. Luego pensó en preguntarle acerca del negocio de Paula, pero decidió postergarlo. Tenía mucho tiempo para hacerlo–. Necesito tu ayuda.


–Entra y acomódate.


Pedro la siguió hasta el pequeño despacho, tan bien decorado como la oficina, en el que predominaban los tonos suaves que lo hacían más espacioso.


–¿Qué pasa, Pedro? Cuéntamelo todo –dijo suavemente.


Pedro se reclinó en el cómodo sillón y cruzó las piernas.


–Necesito un cambio de imagen. Mi padre piensa que mi reputación perjudica la imagen de la empresa.


–Entiendo. Regularmente suelo enterarme de tus travesuras a través de la prensa. Eres un hombre muy aficionado a las mujeres.


Él negó con la cabeza.


–No creas todo lo que dicen. Mi vida no es tan emocionante como la pintan los periodistas. De todos modos, mi padre dice que no me dejará participar como socio de la empresa hasta que no mejore mi conducta –dijo al tiempo que se pasaba la mano por el pelo–. Ya conoces a mi padre. Alfonso y Asociados es la niña de sus ojos. No tengo ninguna esperanza hasta que no demuestre «una actitud más responsable respecto a mi vida personal», fin de la cita.


Alicia dejó escapar un suspiro.



–Fui vecina de tu padre durante mucho tiempo. Está muy orgulloso de tí. Él te quiere, independientemente de que tengas pareja estable o no.


¿Amor? Su padre ignoraba el significado de esa palabra.


–Necesito demostrar en la firma que soy un buen abogado que no depende de su padre. Quiero formar parte de la sociedad. Y cuanto antes, mejor.


Le hervía la sangre cada vez que pensaba en las insinuaciones que hacían acerca de su creciente posición en la empresa. Era un abogado de primera clase, sin la ayuda de su padre. Y no porque Horacio Alfonso se la hubiera ofrecido.


–¿Cómo puedo ayudarte?


Ésa era la parte más espinosa de la cuestión. 


–Como te he dicho, necesito un cambio de imagen. Necesito conocer rápidamente a una mujer que concuerde con mi forma de pensar. Había pensado en hacer un trato con ella. Podría acompañarme en calidad de novia estable a todos los actos sociales de la profesión. Naturalmente, cobraría por sus servicios.


Alicia pestañeó.


–Eso suena demasiado frío y calculador. Lo mío es el romance, no la organización de citas. Por lo demás, ¿no crees que sería engañar a tu padre? ¿No hay otro modo de solucionar el asunto?


Pedro negó con la cabeza.


–He hecho indagaciones. Las citas organizadas son la manera más rápida y fácil de conocer a una mujer que encaje con mis necesidades. Sé que el servicio es confidencial, así que mi padre no se va a enterar. Por lo demás, ¿Quién es él para atreverse a juzgar? Basta con mirar su vida privada.


–Sigo pensando que no es correcto ocultárselo a tu padre.


Alicia siempre había defendido a su padre, aunque Pedro no entendía por qué. A veces había sido un progenitor duro de corazón, pero Alicia siempre sostenía que la paternidad no era asunto fácil. El problema era que Horacio Alfonso lo ignoraba todo sobre la paternidad.


–Quiero hacerlo, Alicia. Lo antes posible.


Pedro había puesto las cartas sobre la mesa y ella no se había reído de él. Los ojos oscuros de Alicia lo miraron con una chispa de malicia.


–De acuerdo, basta de sermones. Rellena estos cuestionarios y pondré tus datos en el ordenador. Esta noche irás al Blue Lounge, a las ocho. Yo estaré allí para explicarte cómo funciona el sistema. ¿Alguna pregunta?


Pedro se preguntó a qué se debía la mirada divertida de Alicia. Llegados a ese punto, decidió tentar a la suerte.


–Sí, una. ¿Cómo puedo ponerme en contacto con Paula?


Alicia rompió a reír al tiempo que agitaba el índice ante él.


–Déjalo de mi cuenta, jovencito. Lo sabrás antes de lo que crees. 

martes, 25 de julio de 2023

Un Trato Arriesgado: Capítulo 4

Paula se escabulló antes de que Pedro pudiera responder. «No mires atrás, porque va a pensar que todavía estás colada por él» Pero como nunca se le había dado bien escuchar la voz de la razón, arriesgó una rápida mirada por encima del hombro. Él la miraba a través de una ventana, situado directamente bajo las letras rojas del cristal: «Agencia Matrimonial». Una divertida coincidencia. Sin embargo, no había la menor posibilidad de que eso sucediera. No se imaginaba a Pedro Alfonso, un famoso playboy, junto a la compañera idónea gracias a los servicios de una agencia matrimonial.


Pedro contempló la espalda de Paula intentando ignorar las imágenes eróticas que se filtraban en su mente. Había crecido. Se había convertido en una hermosa rubia escultural de grandes ojos verdes. Estaba acostumbrado a las mujeres hermosas que inundaban su mundo. Mujeres estupendas, inteligentes y profesionales, más que ansiosas por estar junto a él. La lista era interminable. Sin embargo, hacía mucho tiempo que ninguna le llamaba la atención. Hasta que había vuelto a ver a Paula. Era asombrosa, con sus ojos verdes de gata y la brillante melena rubia con toques rojizos que le caía por la espalda como una sedosa cortina. Había sido una agradable muchachita que había florecido a los dieciséis años. Todavía recordaba las interminables charlas, las confidencias compartidas, la fluida amistad que había entre ellos… Hasta que ella creció. Y le revolucionó las hormonas. Y a partir de entonces, la figura de Paula llenó sus horas de vigilia y de sueño. 


La había deseado con una intensidad que lo había asustado. Por ser mayor y más maduro, como un hermano para ella, debió haber sabido lo que ocurriría. Incluso en ese momento, no podía olvidar la pasión inocente de la joven cuando se lanzó a sus brazos y lo besó el día que cumplía dieciocho años. Durante un breve instante, Pedro sintió que todas sus fantasías se volvían realidad, hasta que recordó que la estaba besando a ella. Entonces reaccionó y la apartó de sí con palabras frías, interponiendo una barrera verbal. Palabras capaces de apagar hasta las llamas más ardientes. Después de todo, no había querido que la historia se repitiese. Bastaba con un asaltacunas en la familia Alfonso y las consecuencias de su acto. A veces pensaba que podría matar a su padre, de veras que sí. Sí, había hecho la única cosa decente que cabía hacer: Evitar a Paula como a la peste. Hasta ese mismo día. Maldición, todavía estaba obsesionado. Pensó que ella había correspondido a su saludo con la misma calidez que él y que luego se había arrepentido. Seguro que no había nada malo en haberla invitado a una copa, ¿Verdad? De acuerdo, ella probablemente había recordado el modo en que la había tratado durante esos años, así que no debería sorprenderle que no quisiera salir con él. ¿Y qué demonios hacía en la agencia matrimonial? Una mujer como Paula no estaría sola mucho tiempo. ¡Lo que daría por estar a solas con ella en ese momento! Pedro desechó esos pensamientos al tiempo que llamaba al timbre del mostrador.


–Estaré con usted en un minuto –gritó una voz desde el despacho interior.


Pedro miró a su alrededor. La oficina estaba perfectamente decorada en tonos negros y cromo con algunos toques de rojo para animar el conjunto. Allí no había corazones pegados en las paredes, sólo algunos carteles muy modernos, obra de algún artista desconocido para él. Bueno, tampoco era un experto en la decoración de agencias matrimoniales. Era la primera vez que iba a una y esperaba que fuese la última.


–Siento haberlo hecho esperar.


Pedro se volvió rápidamente. La voz le resultaba extrañamente familiar.


–¿Alicia? ¡Maldición, qué día más curioso! Primero Paula y luego tú.


La mujer mayor lo abrazó.


–Me alegro de verte, Pedro. Estás tan apuesto como siempre –dijo al tiempo que le quitaba una imaginaria hebra de hilo de la chaqueta.


Ese gesto familiar le llevó a la memoria el preciado recuerdo de su primer baile cuando, junto a sus padres, en la puerta de su casa, Alicia lo despidió como si fuera su propio hijo. De hecho, había sido más cariñosa con él que su propio padre. 

Un Trato Arriesgado: Capítulo 3

Él sonrió, con la misma sonrisa diabólica que la había cautivado durante años. Paula alzó la barbilla y lo miró, furiosa.


–Sí, suele sucederle a las niñas pequeñas –contestó.


Se preguntó si él recordaba las penosas palabras que había pronunciado la noche de su decimoctavo cumpleaños. La noche que le había destrozado el corazón. Una chispa de conciencia brilló por unos segundos en sus profundos ojos azules.


–Bueno, ya no eres pequeña. Tienes un aspecto maravilloso. Es una pena que no nos hayamos visto en todos estos años.


Paula podría haberse sumergido en el azul infinito de esos ojos. Nunca había visto una tonalidad como aquélla, una mezcla de violeta, zafiro y un leve toque de esmeralda. La joven sintió que se sonrojaba al tratar de adivinar el sentido de las palabras de Pedro. De pronto recordó sus manos y sus labios acariciando cada centímetro de su cuerpo, explorando sus más íntimos secretos. Como si adivinara sus pensamientos, él le rozó una mejilla con la mano.


–Eres adorable cuando te sonrojas de esa manera. Sí, eres la misma Paula de siempre.


La voz baja y ronca le hizo vibrar los nervios. De pronto anheló apoyar la mejilla en esa mano y sentir el consuelo que sólo él podía darle. Luego recordó el beso intenso, las manos frenéticas y el firme rechazo que para ella había durado una vida. Pedro Alfonso la había apartado de sí de la manera más cruel posible, con tal desprecio que ella había decidido no volver a hablarle más. Y en ese momento estaba allí, irrumpiendo en su vida como un superhéroe, con sus músculos flexibles, su ancho pecho, su rostro de rasgos acusados y su sonrisa asesina. Todo lo que necesitaba era una capa y el cuadro estaría completo. Paula no pudo evitar la risa.


–¿A qué viene esa risa?


–Lo siento. Viejos recuerdos.


–No creo que nuestros recuerdos fueran tan divertidos –dijo al tiempo que le frotaba los brazos bajo las mangas de la camiseta. Era una caricia íntima que llegó a atemorizarla.


Paula dió un paso atrás para no hacer algo tan estúpido como quedarse quieta y esperar que la besara.


–Esos son recuerdos del pasado. Sé que estás haciendo cosas más grandes e importantes. Tu vida como abogado, y playboy además, debe de estar llena de cosas más emocionantes que los viejos recuerdos.


Pedro entornó los ojos, que de pronto habían perdido su brillo.


–No creas todo lo que lees por ahí. Los medios de comunicación se dedican a chismorrear para aumentar sus ventas.


–Seguramente tendrás algún beneficio, porque lo que dicen de tí da para vender un millón de ejemplares –comentó. Su reputación de playboy en gran parte se debía a que aparecía continuamente en la prensa de Sidney, siempre acompañado de hermosas y provocativas mujeres–. Hablando de reputación, ¿Qué haces aquí? Eres el último hombre que esperaría ver en una agencia matrimonial. ¿Problemas con tu encanto personal?


A pesar de que la broma era bienintencionada, Paula notó que la sonrisa de Pedro disminuía.


–A mi encanto personal no le sucede nada. Deberías saberlo –dijo con una sonrisa forzada.


–Entonces, ¿Por qué estás aquí?


Su respuesta fue breve, cortante y amenazadora.


–Por negocios.


Maldición, si los abogados habían empezado a perseguirla, Alicia debía de tener más problemas de lo que Paula suponía.


–La tratarás con suavidad, ¿Verdad?


La joven no pudo interpretar la fugaz expresión de sus ojos.


–¿Paula, estás bien? Te has sonrojado.


La joven supo que tenía que escapar. Aún ejercía aquel extraño poder hipnótico sobre ella. Durante nueve largos años no había aprendido a controlar sus sentimientos respecto a él. Los años y las incontables citas habían ayudado muy poco a borrarle de la cabeza la imagen de ese hombre. Al parecer, había quedado impresa para siempre en su espíritu y en su mente.


–Sí, estoy bien, Pedro. Me ha encantado volver a verte. Espero que tengas suerte con lo que te ha traído hasta aquí –dijo al tiempo que su mirada intentaba memorizar cada detalle del rostro masculino.


–Gracias. Yo también me alegro de verte. Tal vez podríamos ir a tomar una copa alguno de estos días.


Ella ignoró los fuertes latidos de su corazón.


–No creo. Gracias de todos modos. Adiós. 

Un Trato Arriesgado: Capítulo 2

 –¿Vieja, tú? Tienes algunas canas y un par de arrugas de reírte en torno a los ojos, ¿Pero vieja? ¿Por eso prefieres entrevistar personalmente a los candidatos varones? Te he visto con la cara iluminada después de una entrevista con alguno de tus atractivos aspirantes.


–Gracias por tu estímulo. Bueno, basta de charla. Rellena los cuestionarios porque necesito procesarlos inmediatamente. Y luego sería mejor que fueras a casa a arreglarte. Tengo una última entrevista con un candidato y todo quedará preparado para esta noche. Una vez que haya unido a mi milésima pareja, el premio DATY será mío.


Al ver la expresión afligida de Alicia, Paula sintió que se le encogía el estómago.


–¿La agencia tiene muchos problemas económicos, Ali?


Los fondos de Paula eran muy limitados porque había invertido casi todo el dinero en Inner Sanctum, su estudio de diseño de interiores. Aun así, si era necesario, pediría un préstamo para ayudar a Alicia.


–Si no gano el DATY, Matchmaker tendrá que cerrar. El dinero del premio serviría para modernizar el sistema informático y el prestigio del DATY sería una buena publicidad para la agencia –suspiró Alicia–. Sí, se podría decir que estoy en un apuro.


–¿Pero, cómo? –preguntó Paula, aunque sabía que la respuesta no le iba a gustar.


–Sabes que nunca he sido una mujer rica, querida. Invertí todo lo que tenía en crear un hogar para nosotras y en esta agencia –dijo al tiempo que con los brazos abiertos abarcaba la oficina, que era la sede de Matchmaker–. Tal vez no hice bien las cuentas.


Lo que Alicia no mencionó fue el dinero que le había prestado para abrir Inner Sanctum.


–Ali, si puedo hacer algo más aparte de esto, no dejes de decírmelo.


–Tú escribe y yo me ocuparé del resto, corazón.


–Lo haré.


En unos cuantos minutos, Paula completó los formularios. Y en unas cuantas horas más estaría bebiendo unas copas en compañía de un puñado de desconocidos con el propósito de encontrar un candidato apropiado para ella. Si no fuera por el hecho de que Alicia estaba desesperada, habría roto la solicitud allí mismo. Desde luego, ése no era su mejor día. Los Smithson prácticamente la habían estado acosando para que se ocupara de redecorar el conservatorio. Desgraciadamente, había tenido que soportar el lamento del violín de la nieta prodigio durante las dos horas que les llevó discutir los planes.  Así que había recibido con alivio la llamada de Alicia a su teléfono móvil. Momentáneamente. De hecho, entre una velada con posibles pretendientes y unas cuantas horas soportando el chirrido de un violín, prefería lo último.


–¿Así que nos vemos esta noche?


–Supongo que sí –convino Paula con un suspiro.


–Conozco esa expresión. La misma que cuando tenía que arrastrarte al dentista –se rió la mujer mayor.


–No te equivocas.


Alicia le palmeó cariñosamente la mejilla.


–¿Por qué no vas a casa a relajarte? La velada acabará antes de que te des cuenta.


–Mmm.


Tras cerrar la puerta del despacho de Alicia, Paula echó una mirada a la zona de recepción con orgullo. No estaba mal para una principiante. La oficina había sido uno de sus primeros proyectos. Adoraba su trabajo. Le encantaba combinar colores, formas y dimensiones de un modo particularmente imaginativo. Era una lástima que sus clientes no pensaran lo mismo. Tras unos cuantos meses muy ocupados después de la inauguración del estudio, los negocios habían bajado considerablemente. Alicia no era la única que necesitaba dinero con urgencia. Cuando llegó a la salida, la puerta se abrió con tal ímpetu que casi la empujó hacia un lado.


–Lo siento. ¿Se encuentra bien? –oyó que preguntaban. «No», pensó ella antes de reconocer el rostro del último hombre que hubiera esperado encontrar en una agencia matrimonial–. ¿Paula? Qué sorpresa.


Los fuertes brazos de Pedro Alfonso la estrecharon con fuerza. Todos los antiguos sentimientos se apoderaron de ella en ese instante: Su anhelo por ese hombre, su dolor por no ser la mujer que él deseaba. En un segundo percibió que todavía tenía el poder de reducirla a un estado de total estupidez. Claro que no lo iba a demostrar.


–Hola, Pedro. Me alegro de verte –saludó al tiempo que se zafaba de sus brazos, con el pulso latiéndole aceleradamente.


–Sí que has crecido.


Mientras la mirada masculina recorría su cuerpo, Paula sintió que se le erizaba la piel. La mirada se detuvo en sus senos un largo segundo antes de volver a la cara. Cruzó los brazos en un gesto fingidamente casual. 

Un Trato Arriesgado: Capítulo 1

 –¿Qué quieres que haga?


Paula Chaves miró a su mejor amiga con incredulidad. Quería a Alicia entrañablemente, pero había ido demasiado lejos.


–Por favor, Paula. Por favor. Sabes que estoy con el agua hasta el cuello. Los negocios no marchan bien –pidió en tono zalamero, pero había temor en su mirada.


Paula supo que la había derrotado. Nunca había visto a Alicia tan desesperada. La agencia debía de tener más problemas de lo que Alicia dejaba entrever. Tras dejarse caer pesadamente en una silla, se cruzó de brazos.


–De acuerdo, lo haré. Pero sólo por esta vez.


Alicia, una mujer mayor de cabellos grises ensortijados en torno a su cara mofletuda, se acercó a ella y la abrazó con fuerza.


–Gracias, tesoro. Tú vales mucho –dijo, con sus ojos marrones empañados en lágrimas.


Paula sintió el corazón henchido de amor hacia esa sorprendente mujer que, sin dudarlo, se había hecho cargo de ella tras la muerte de sus padres. Sólo tenía doce años cuando los seres más importantes de su vida fallecieron en un accidente de coche. Alicia, la mejor amiga de su madre, le ofreció su hogar. Y no sólo un hogar. La había apoyado, estimulado y querido a lo largo de los difíciles años de la adolescencia hasta ese mismo día. El favor que le haría a Alicia, difícil para ella, sólo sería una pequeña recompensa por todos esos años de amor y amistad.


–Bueno, ahora que estoy con la soga al cuello, dime qué tengo que hacer.


Alicia rebuscó entre los papeles que se amontonaban en la mesa.


–Aquí están. Para empezar, rellena estos cuestionarios. Todo tiene que ser legal, así que debes completar los formularios y firmar en la línea de puntos.


Paula leyó rápidamente.


–Tienes que estar de broma, Ali. ¿Color de ojos del candidato deseado? ¿La cena más romántica? ¿La zona del cuerpo más erótica? ¿De dónde sacas todo esto? –preguntó con incredulidad.


Alicia cruzó los brazos sobre el pecho, infló las mejillas y exhaló lentamente.


–Necesito toda esa información para procesar tus datos en el ordenador. Ya conoces el procedimiento. Te has reído de él durante años. ¿Por qué desanimarse ahora?


Paula dejó escapar una risita.


–Me he reído cuando hacías estas preguntas ridículas a otras personas. Pero ahora que estoy bajo el microscopio no lo encuentro tan divertido. ¿No puedo saltarme esta parte y acabamos de una vez?


Alicia negó con la cabeza.


–Si quiero ganar el premio que otorgan en Sidney a la Agencia Matrimonial del Año, necesito que completes todos los datos. Tu solicitud será procesada junto a las demás. Paula, no te pediría que lo hicieras si no estuviera en una situación tan apremiante. No sabía qué hacer cuando Marcela se marchó esta mañana. Lo único que necesito es que asistas esta noche a la cita de siete minutos con cada uno de los candidatos.


–¡Ah! Eso es muy fácil de decir. ¿Y si me ve alguien conocido? Pensará que soy incapaz de conquistar a un tipo por mí misma.


Paula notó que sus palabras la habían herido. Para Alicia, el oficio de relacionar a personas que se encontraban solas era su mundo. Su propia profesión era preciosa, ¿Por qué la de Alicia tenía que ser diferente?


–¿Quieres decir como el resto de mis clientes?


–Lo siento, Ali. No estoy acostumbrada a esto. Prefiero elegir a mis pretendientes a la manera tradicional.


Alicia alzó las cejas.


–¿Y qué manera es ésa? Hace más de un año que no sales con nadie.


La verdad era dolorosa. Hacía más de doce meses que había renunciado a los hombres, cansada de su juego. La mayoría de sus citas tenían un solo propósito y eso había llegado a enfermarla.


–Lo que dices es un poco duro. He tenido muchas citas en los últimos años.


Alicia ignoraba la sensación de vacío que le producía hablar de hombres. Solamente uno la había hecho sentirse especial y ese hombre se había ido. Hacía mucho tiempo.


–Seguro que sí, querida, por eso pasas la mayor parte de tu tiempo libre con una vieja como yo. 

Un Trato Arriesgado: Sinopsis

Había acabado en una cita a ciegas con su ex novio.


Pedro Alfonso, un rico y sexy abogado, sólo había salido con Paula Chaves porque estaba buscando una novia para poder seguir avanzando en su carrera. Así que decidió que lo mejor era contratar a alguien y proponer un trato que Paula no podía rechazar... Pero no tardaron mucho en estar deseando fijar otra cita... Esa vez ante el altar. 

jueves, 20 de julio de 2023

Tentación: Epílogo

 -¿Estás preparada?


Paula clavó la vista en los preciosos ojos azules de su esposo y asintió.


–Claro –dijo.


La limusina los estaba esperando en el exterior para llevarlos al aeropuerto. En cuestión de minutos, cruzarían los cielos de California en dirección a Caltarina, en el primer viaje que hacían durante el año que llevaban de casados. Había sido una de las bodas más maravillosas que Paula se habría podido imaginar, una ceremonia sencilla, sin más invitados que varios amigos suyos y de Pedro. Silvina, que no había quitado ojo a un millonario griego, había estado presente, y también lo habían estado Gerardo, Carmen y el chef de Pedro, Ricardo. Además, todos se habían quedado encantados con la inesperada presencia del jeque Kadir al Marara, y hasta la madre de Paula se lo había pasado en grande, presumiendo de que su hija se había casado con uno de los hombres más ricos e importantes del mundo. Pero no permitió que eso le molestara. Estaba tan feliz que nada le habría podido molestar. Reconciliadas tras el anuncio de la boda y decidida a olvidar sus desencuentros, pidió a su madre que la ayudara a hacer el vestido de novia y, mientras lo hacían, hablaron con más sinceridad que nunca. Gracias a ello, supo que su madre se había sentido tan sola tras la muerte de su marido que había volcado en ella todo su dolor y su amargura. Pero también le confesó que su marcha la había obligado a reflexionar sobre su vida y cambiar de actitud. El vestido de novia fue un gran éxito y, por supuesto, lo llevó con el pelo suelto. De hecho, se había visto en medio mundo, porque las fotografías se habían vendido a varios periódicos, generando unos beneficios que Pedro invirtió en su fundación. Una fundación en la que ella trabajaba ahora, porque había decidido que ayudar a niños necesitados era más importante que hacer bolsos para mujeres ricas. Sin embargo, no había renunciado completamente a sus diseños. Bien alcontrario, había dejado la producción en manos de un equipo de empleados tan comprometidos como bien pagados, y ya estaban considerando la posibilidad de diversificar el negocio con zapatos y mantones que llevarían la firma de Paula. Incluso habían pensado en sacar una colonia sencilla, una fragancia de limón que evocara los soleados días sicilianos. Naturalmente, ella estaba encantada con la fundación, pero lo estaba todavía más con Pedro, que la amaba con toda su alma y se lo decía todos los días, cada vez que surgía la ocasión. Pero había pasado algo. Algo importante. Y, como ya no podía guardarlo en secreto, dijo:


–¿Te gustaría tener hijos?


Pedro no contestó inmediatamente, pero ella no se lo tomó a mal. Al fin y al cabo, era un asunto sobre el que debía reflexionar. Por eso se llevó una sorpresa cuando abrió la boca y le dio la respuesta que esperaba.


–Por supuesto que sí.


A Paula se le llenaron los ojos de lágrimas.


–¿Estás seguro?


Él asintió.


–Tan seguro como de que quiero estar el resto de mi vida contigo. Pero no lo preguntas por curiosidad, ¿Verdad? Estás embarazada.


Paula se quedó atónita.


–¡No sé cómo ha podido pasar!


–¿Ah, no? –dijo Pedro, sonriendo.


–Sí, bueno, claro que lo sé, pero no quiero que pienses…


–Calla –la interrumpió él, tomándola entre sus brazos–. Sé que últimamente no he prestado mucha atención con los preservativos, pero ya no me parecía importante. De hecho, es posible que haya pecado de descuidado. O que me haya relajado a propósito. 


Ella se apartó un poco y lo miró a los ojos.


–¿Estás insinuando que…?


–Estoy diciendo que me parece muy bien, tan bien como tú misma.


–¿Y crees que seremos buenos padres? ¿No te asusta la paternidad? – preguntó ella.


Pedro carraspeó.


–Por supuesto que me asusta –dijo, retomando su nueva costumbre de confesarle sus dudas y temores–. Pero los dos sabemos lo que queremos para nuestros hijos y, sobre todo, lo que no queremos. Por no mencionar que nos tenemos el uno al otro y que nos ayudaremos constantemente.


Paula sonrió.


–Te amo, Pedro Alfonso. ¿Lo sabías? Te amo con locura.


Para entonces, Paula había empezado a llorar, pero él la besó apasionadamente y puso fin a sus lágrimas. Momentos después, miró la hora y dijo, mirándola a los ojos:


–El coche puede esperar un poco más. ¿No crees?


–Eso depende –contestó ella.


–¿De qué?


–De lo que tengas en mente.


–Lo sabes de sobra. Te deseo. Y necesito tenerte ahora mismo.


La voz de Pedro sonó intensa, sensual, profunda. No era la primera vezque pronunciaba esas palabras, ni mucho menos; pero Paula se excitó más que nunca porque ahora significaban algo diferente. Ya no era una simple cuestión de sexo. Ahora, eran palabras de amor. 






FIN

Tentación: Capítulo 52

Pedro tragó saliva.


–Pensé que, si podía controlarte…


–Tendrías todo el poder en tus manos y yo no te abandonaría como tu madre –lo interrumpió ella–. No querías que te volvieran a hacer daño.


A Pedro se le hizo tal nudo en la garganta que casi no podía respirar, porque su grado de comprensión era devastador. Aparentemente, sabía lo que estaba pensando. Aparentemente, tenía acceso directo a su alma. Pero lo que en otro momento le habría asustado, ahora le llenó de alegría.


–He comprendido que, si sigo jugando sobre seguro, me perderé todas las cosas buenas de la vida. Y lo he comprendido porque, cuando te fuiste, descubrí que el mundo estaba vacío sin tí –declaró con amargura–. Al intentar controlarte, me arriesgué a destruir tu fuerza interior y toda esa rebeldía que tanto me gusta. Pero te pido perdón, Lina. Te pido que me perdones y que me concedas otra oportunidad.


–Oh, Pedro…


–Quiero casarme contigo, ¿Sabes? Quiero estar contigo hasta el fin de mis días, dándote todo el amor que te mereces.


Paula no tuvo que pensárselo demasiado, porque era la solución perfecta para los dos. Admiraba a Pedro desde antes de conocerlo, y había aprendido a amarlo después. Había visto la oscuridad de su alma y había deseado llenarla de luz. Y no le importaba nada su dinero. Si le hubiera propuesto que se fueran a una casucha de Sicilia, habría ido sin dudarlo. Aunque no a Caltarina, porque su madre estaría demasiado cerca. Quiso decirle todas esas cosas, y se las habría dicho si la emoción no se lo hubiera impedido; pero no hizo falta que hablara, porque él lo vió en sus ojos, la tomó entre sus brazos y la besó durante tantos minutos que, cuando por fin se apartaron, el café de la encimera se había quedado frío.


–Nunca te haría daño, Pedro –dijo, acariciándole la mandíbula.


Él inclinó la cabeza y le chupó el dedo.


–Eso no lo puedes saber.


–Claro que lo sé –le contradijo ella–. Desde luego, podemos discutir o estar en desacuerdo de vez en cuando, porque la vida es así… Pero mi corazón está tan lleno de amor que no tiene sitio para nada más, ni lo tendrá nunca.


Los ojos de Pedro brillaron con una mezcla de comprensión y miedo, y Paula se dijo que el miedo desaparecería con el tiempo. El amor se encargaría de ello. Eliminaría las preocupaciones y los obstáculos que se pudieran presentar. Los animaría, los confortaría y, por supuesto, los estimularía emocional y físicamente. Justo entonces, él le acarició un pezón, y ella se estremeció.


–Es hora de acostarse –dijo Pedro con algo de inseguridad–. ¿No crees? 

Tentación: Capítulo 51

 –¿Tienes hambre? –preguntó ella.


Él sacudió la cabeza.


–No, pero desayuna tranquilamente.


–Yo tampoco tengo hambre. Se me ha quitado –replicó ella–. ¿Por qué no dices lo que tengas que decir, para que pueda ponerme a trabajar?


Pedro había estado toda la noche pensando en ese momento, pero se quedó súbitamente sin palabras, dominado por el miedo. ¿Qué pasaría si ya era demasiado tarde? ¿Qué ocurriría si su arrogancia, su ceguera y su incapacidad de olvidar el pasado habían destruido totalmente su relación?  Fuera como fuera, no tenía más remedio que arriesgarse. Además, todo el mundo se arriesgaba a quedar en ridículo cuando conocía a alguien que le gustaba lo suficiente y le abría su corazón. Era la única vía.


–He sido un estúpido, Paula.


–No seré yo quien lo niegue.


Pedro se maldijo para sus adentros. Obviamente, Paula no le iba a facilitar las cosas.


–Me has obligado a afrontar mi pasado –declaró, haciendo un esfuerzo–, y me he dado cuenta de que puedo perder el futuro si no cambio.


–Me alegro mucho.


Él suspiró.


–La casa está terriblemente vacía desde que te marchaste, al igual que mi cama. Extraño tu risa y hasta tu forma de perder la paciencia.


Paula no dijo nada, y él volvió a respirar hondo antes de continuar.


–Estoy enamorado de tí, Paula Chaves. No quería enamorarme. No lo tenía previsto. Pero estoy enamorado.


Pedro se quedó atónito con su reacción. No le habría extrañado que soltara una carcajada o rompiera a llorar, pero le extrañó terriblemente que lo mirara con odio.


–¿Te refieres a una de las mujeres con las que estuviste anoche?


–¿Qué mujeres?


–Las que he visto en la fotografía del periódico.


–Ah, esas, las del club.


–¿Insinúas que hay más?


–No, ninguna, ninguna en absoluto. De hecho, ni siquiera estuve con las mujeres que has visto. Nos siguieron por el club como perros de presa, y no nos dejaron en paz hasta que nos subimos al coche.


–Ya –dijo ella, escéptica.


–Escúchame, Paula. Es todo lo que te pido.


–Está bien…


–Desde que te fuiste, me he dedicado a repetirme una y mil veces que no soy lo suficientemente bueno para tí, que estarás mejor sin mí y, por supuesto, que yo lo estaré sin tu compañía –le confesó–. Pero ayer quedé con un viejo amigo mío y, mientras nos tomábamos unas copas, tomé una decisión.


–¿Qué decisión, Pedro? 


Él suspiró de nuevo. Había salido con Máximo con la esperanza de encontrar una solución fácil para su angustia, es decir, alguna mujer que le hiciera olvidar a Paula. Pero no pudo olvidarla. De hecho, no quería olvidarla. Ella era la única persona que había accedido a su corazón, a pesar de todos sus intentos por impedirlo. Entonces, se dió cuenta de que estaba huyendo de los sentimientos por miedo a que le hicieran daño. Él, uno de los hombres más poderosos del país, se comportaba como un cobarde. Y, por mucho dinero que donara a organizaciones benéficas, no arreglaría el desaguisado de su vida emocional.


–La de venir a verte y decirte la verdad, que es increíblemente sencilla – respondió–. Te amo, Paula. Te amo con locura.


–Oh, Pedro… –dijo ella, emocionada–. No sigas hablando, por favor.


–Tengo que hablar, Paula. Escúchame, te lo ruego –insistió él–. Me enamoré de tí la primera vez que te vi. Por eso rompí mis normas y me acosté contigo. Me conquistaste con tu frescura y tu encanto, y me hiciste sentir como si me quisieras por lo que soy y no por lo que tengo. Pero me asusté porque perdía el control cuando estaba contigo, y toda mi vida depende del control. Sin él, no habría podido sobrevivir.


–Por eso te apartabas de mí y te volvías a acercar constantemente –declaró ella en voz baja–. Por eso me decías cómo me debía vestir y cómo debía llevar el pelo.


–Bueno, es cierto que lo prefiero suelto.


–Y yo.


Tentación: Capítulo 50

El departamento de Sean estaba encima de un restaurante chino, que ofrecía descuentos en su apetecible comida. Y, para sorpresa de Paula, la calle estaba llena de árboles, tiendas de regalos y músicos callejeros, además de los turistas que se hacían continuamente fotos junto al conocido edificio. Su habitación era bastante grande y, como había puesto la cama contra la pared, tenía espacio de sobra para la máquina de coser y los materiales de trabajo. Además, el actor trabajaba todo el día y no volvía hasta la noche, cuando ensayaba el guion que debía interpretar por la mañana. Por lo visto, la vida de los actores no estaba precisamente llena de glamour. Por supuesto, Sean le hacía preguntas de vez en cuando o, por lo menos, lo intentaba. Pero ella siempre decía que no quería hablar de Pedro. No estaba preparada. Sus emociones eran tan volátiles que tenía miedo de romper a llorar. En cualquier caso, su relación había terminado, como lo demostraba el hecho de que Pedro ni siquiera la hubiera llamado por teléfono. Y, por si no lo tuviera claro, Sean le enseñó un periódico en el que aparecían Pedro y otro hombre saliendo de un club nocturno, aunque eso no le molestó tanto como el detalle de que estuvieran en compañía de dos rubias verdaderamente impresionantes. Al parecer, se había dado mucha prisa en olvidarla. Solo había pasado un mes, y ya estaba ligando de nuevo. Paula pasó una noche terrible y se levantó con dolor de cabeza y la imperiosa necesidad de tomar algo dulce, de modo que bajó a comprar algo en la pastelería del barrio. Y acababa de volver a la casa cuando llamaron al timbre. Al oírlo, pensó que sería alguna entrega para Sean, que se pasaba la vida comprando cosas por Internet. Pero no lo era. Allí, ocupando todo el espacio de la entrada, estaba Pedro. Llevaba un traje oscuro, camisa blanca y corbata de seda. No podía estar más fuera de lugar, teniendo en cuenta que Haight Ashbury era un sitio de lo más pintoresco. Pero no se había afeitado y, al verlo así, con barba de dos días y unas oscuras ojeras, sufrió tal ataque de celos que estuvo a punto de cerrarle la puerta en las narices. Sin embargo, no quería dar la impresión de que le importaba, así que sonrió y dijo con entusiasmo, como si fueran viejos amigos que no se habían visto en mucho tiempo:


–¡Pedro! ¡Qué sorpresa! ¿Has traído mi correo?


–¿Qué correo?


–El de mi madre. Te dije que estaba esperando una carta suya. Pero no hacía falta que vinieras en persona.


–No ha llegado nada.


–Oh, vaya. Será que sigue enfadada conmigo –comentó Paula–. No ha contestado a ninguna de las que yo le he escrito.


–No he venido a hablar de tu madre.


–¿Ah, no?


–¿Puedo pasar, Paula?


Ella respiró hondo.


–¿Para qué? ¿Qué sentido tiene, si ya no hay nada que decir?


Pedro se sintió como si le hubieran pegado un puñetazo en la boca del estómago, aunque eso no impidió que admirara su aspecto. Estaba preciosa con su vestido de algodón y su larga melena cayéndole sobre un hombro. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido? ¿Cómo podía haber perdido a una mujer así?


–Por favor, déjame entrar. No quiero mantener esta conversación en el pasillo.


Paula lo miró un momento y asintió.


–Está bien, pasa.


–Gracias.


Pedro entró, cerró la puerta y la siguió por una vieja escalera de madera hasta llegar a una pequeña cocina, donde vió una taza de café y un croissant, el que Paula acababa de comprar en la pastelería. 

Tentación: Capítulo 49

Terminada su jornada laboral, se fue a casa y llamó a Gerardo para pedirle un vaso de agua helada. Sin embargo, éste tardó en aparecer y, cuando lo hizo, estaba tan extrañamente alterado que su jefe preguntó:


–¿Ocurre algo?


–Es la señorita Chaves, señor. Se ha ido.


–¿Cómo que se ha ido?


En lugar de contestar, Gerardo sacudió la cabeza con expresión de angustia, y Pedro se levantó y se fue al chalet. Efectivamente, Paula se había ido, aunque no antes de limpiar la casa y cambiar la ropa de cama. No había ni rastro de ella. No había ni ropa ni libros ni máquinas de coser ni piezas de terciopelo ni abalorios de ninguna clase, salvo un par de cuentas que se le habían caído en la alfombra y que, al parecer, no había visto. Confundido, metió una mano en el bolsillo de la chaqueta para sacar el teléfono móvil, y fue entonces cuando vió el sobre que estaba en la chimenea, junto a un jarrón con flores. Rápidamente, lo abrió y extrajo su contenido, consistente en una hoja de papel y un desconcertante puñado de billetes, que dejó a un lado. Nunca había visto la letra de Paula, y le pareció bonita y fácil de leer, como ella misma. Pero su contenido no le gustó tanto: "Querido Pedro: No sé por dónde empezar, pero supongo que debería darte las gracias por haberme traído a los Estados Unidos y haberme ofrecido un techo hasta que pudiera establecerme por mi cuenta. Ha sido toda una experiencia, pero he tenido más éxito del que jamás me habría imaginado, y empiezo a creer que mis sueños se pueden hacer realidad. Me voy a la casa de Sean. No sé si te acuerdas de él. Es el encantador actor con el que estuve en la gala. Tiene un piso en Haight Ashbury, y afirma que me puedo quedar en la habitación de invitados durante el tiempo que necesite, cosa que voy a hacer. Si mi madre me escribe, ¿Podrías enviarme sus cartas? Como verás, he dejado dinero en el sobre, con intención de pagarte el vestido y los zapatos que me compraste para la gala. Por favor, acéptalo. Si empezar esta carta era difícil, terminarla lo es más. Solo puedo decir que nunca te olvidaré, y que te deseo toda la felicidad del mundo. Tuya, Paula" Pedro pensó que la carta de ella no podía ser más irónica. Durante años, había recibido montones de misivas de mujeres que no significaban nada para él, aunque lo llenaban todo de besos. Y Paula, que sí le importaba, no le daba ninguno. ¿Cómo podía dolerle tanto? ¿Cómo había permitido que le doliera? Su teléfono sonó en ese momento, y se llevó una decepción cuando vió que no era Paula, sino un buen amigo, Máximo Díaz. De hecho, estuvo a punto de no responder, pero no quería ofender al poderoso español, un hombre tan ocupado como él.


–Hola, Máximo –dijo sin energía.


–Vaya, la gente suele reaccionar con más entusiasmo cuando les llamo –se burló el rico industrial.


Pedro soltó una carcajada.


–Discúlpame. Ha sido una semana muy larga. ¿Qué puedo hacer por tí?


–Llegaré a San Francisco a finales de mes, y he pensado que podríamos vernos. Salvo que prefieras estar con la joven que he visto en las fotos.


–No, de ninguna manera. Ese barco ha partido, y estaré encantado de tomarme algo contigo, como en los viejos tiempos.


Cuando terminaron de hablar, Pedro se intentó animar con la perspectiva de ver a Máximo y tomar unas copas. A fin de cuentas, los dos estaban solteros y llamaban la atención de las mujeres. Lo intentó, sí. Pero no lo consiguió. 

martes, 18 de julio de 2023

Tentación: Capítulo 48

 –Sí, he cometido el error de mirarlo –dijo con sorna–. ¿Me puedes traer los archivos sobre el orfanato de Rumanía? Los necesito tan pronto como sea posible.


Mariana puso mala cara, como si le hubiera molestado que cambiara de conversación, negándose a ampliar la información del periódico; pero a Pedro no le importó. No le apetecía hablar de su relación. Cuando su secretaria se fue, se puso a trabajar y se olvidó durante varias horas de las inquietudes que tenía últimamente. Además, no dejaba de repetirse que el final de su relación con Paula era lo mejor que le podía pasar, porque recuperaría su libertad de antaño. Pero, a pesar de ello, sintió la extraña necesidad de descolgar el teléfono y llamarla. Era la primera vez que le pasaba eso. Nunca la había llamado desde el despacho; quizá, porque solía estar tan saciado tras sus noches de amor que podía esperar hasta la noche. Y ahora no lo estaba. Desesperado, se giró hacia la ventana, pero la impresionante vista no tuvo el efecto tranquilizador de otras veces. ¿Cómo lo iba a tener? Cuando Paula le dijo que se fuera, se subió a la limusina, se fue a su casa y se sentó en la terraza, mirando las estrellas. Sabía que su relación estaba a punto de terminar, pero la deseaba tanto como de costumbre, y sabía que ella también lo deseaba a él. Mientras la esperaba, sintió algo parecido a un acceso de nostalgia. Le apetecía abrir una botella de champán, brindar por su éxito y llevarla al dormitorio para recuperar el tiempo que habían perdido desde que él se marchó a Río de Janeiro. Además, ¿Dónde estaba escrito que no pudieran seguir como hasta entonces cuando ella encontrara otra casa y se mudara? ¿Por qué no podían seguir disfrutando de lo que tenían? 


Un buen rato después, Pedro oyó que un coche se detenía en la entrada y que alguien cerraba una portezuela y saludaba a uno de los empleados. Era Paula, por supuesto. Pero no fue a buscarlo, aunque sabía que estaba allí porque las luces de la terraza se veían desde la entrada. ¿Por qué no iba? Al cabo de unos minutos, llegó a la conclusión de que se había acostado, y su sorpresa y rabia iniciales se transformaron en deseo. Estuvo tentado de ir al chalet y entrar directamente, como en tantas ocasiones. Se metería en su habitación, la tomaría silenciosamente y los absolvería a los dos de la necesidad de hablar sobre lo sucedido. A fin de cuentas, era lo que más quería: entrar en su cuerpo, apretar los labios contra su suave piel y verla estremecerse de placer cuando alcanzara el orgasmo. ¿No era eso lo que siempre había ido bien en su relación? ¿El sexo? Por desgracia, seguirla en esas circunstancias era como buscar el perdón, y no estaba dispuesto a admitir tácitamente que había hecho algo malo. Al final, lo dejó por imposible y se resignó a verla por la mañana, porque tenían la costumbre de desayunar juntos. Pero Paula tampoco apareció, y fue entonces cuando el humor de Pedro se agrió por completo. Desde su punto de vista, no había nada que justificara su actitud. Pasara lo que pasara entre ellos, tendría que haberle dado las gracias por haberse presentado en la fiesta de Silvina y haberle dado su sello de aprobación. 

Tentación: Capítulo 47

A Paula se le hizo un nudo en la garganta. Si hubiera podido, habría salido corriendo; pero no era posible, porque sus zapatos de tacón alto y el muro de personas que abarrotaban la tienda se lo impedían. Y, aunque hubiera sido posible, no se podía ir sin dañar su futuro profesional, porque estaba rodeada de clientes e inversores potenciales. Silvina le había dado la oportunidad de llevar a cabo sus sueños, y estaba empezando a dar sus frutos. A decir verdad, había conseguido más de lo que nunca se había imaginado, aunque la diseñadora afirmaba que llegaría más lejos. Además, había aprendido algo por el camino. En su afán por gustar a los demás y evitar los conflictos, se había dejado dominar por personas como su madre, y no se quería arriesgar a sufrir lo mismo con Pedro. Él no estaba interesado en ella, sino en sus propias y egoístas necesidades. Mientras lo pensaba, su miedo y su nerviosismo desaparecieron de repente. Ahora sabía que podía sobrevivir a esa noche y a cualquier otra cosa si se alejaba de él. ¿Por qué se empeñaba en aferrarse a un hombre que le hacía daño? ¿Por qué insistía en pedirle lo que no le podía dar? ¿Iba a renunciar a todo por algo tan ridículo como perseguir a una persona que siempre había estado fuera de su alcance? No, no se podía hacer eso.


–Mira, es evidente que no te estás divirtiendo, y yo tengo que hablar con los invitados. Vete a casa. Yo me tengo que quedar un rato más.


Él sacudió la cabeza.


–Te esperaré.


–No, Pedro. Márchate –dijo Paula, decidida–. No te necesito aquí.


Pedro abrió la boca para decir algo, tan perplejo como si no se pudiera creer que Paula le estuviera plantando cara. Como si él fuera el único que tenía derecho a tomar decisiones en aquella relación. Pero no dijo nada, porque no podía. ¿Qué habría podido objetar, si Paula se estaba limitando a darle lo que quería? Le había ofrecido una ruta de escape. Le había pedido que se alejara de él. Y ahora, ella le devolvía el favor. 



Pedro miró el periódico que había dejado sobre la mesa. Se había levantado de mal humor, y ahora estaba a punto de estallar. En páginas interiores, había un reportaje sobre la fiesta de presentación de los bolsos, con las habituales fotografías de invitados sonrientes. Pero Solo tuvo ojos para una de las imágenes, donde Paula y él aparecían tan pegados que el periodista se había lanzado a especular sobre la posibilidad de que el soltero más deseado de San Francisco hubiera encontrado la horma de su zapato. Y, desgraciadamente, eso no era todo. Tras resistirse al impulso de tirar el periódico a la basura, había mirado la fotografía con más detenimiento y había visto algo que lo había inquietado sobremanera, porque reivindicaba su decisión de alejarse de ella: la expresión de sus ojos, la prueba evidente de que se había enamorado de él. Se le encogió el corazón, aunque bloqueó la emoción inmediatamente. No quería sentirse así. Momentos después, Mariana entró en el despacho con una taza de café, y su mirada se clavó en el periódico.


–Ah, ¿Ya lo has visto? –preguntó–. Te iba a decir que le echaras un vistazo, aunque sé que no sueles leer esas tonterías.


Él alcanzó el café y lo probó. Estaba delicioso. 

Tentación: Capítulo 46

 –Menuda fiesta, ¿Eh?


–¿Te gusta? –preguntó Paula.


–Yo no he dicho eso.


–Pero lo has insinuado.


Pedro se bebió el vaso de agua y se lo dio a otro camarero.


–En absoluto –replicó–. Nunca me han gustado las entrevistas con individuos como Benjamín Forrester.


–Ni a mí.


–De hecho, tampoco me gusta que los paparazzi me persigan por todas partes.


–¿Y por qué no llevas un equipo de seguridad?


–Tienes razón. Debería llevarlo –contestó él, enfadado.


Paula sacudió la cabeza.


–Dime una cosa, Pedro. ¿Por qué has venido, si estás de tan mal humor?


–Supongo que he venido para apoyarte.


–Pues discúlpame, pero esto no me ayuda en modo alguno.


Pedro lo sabía perfectamente. Lo sabía, pero no podía detener la amargura que surgía de algún lugar profundo y oscuro de su ser. Hasta le costaba respirar.


–Has avanzado mucho desde que nos conocimos –dijo, mirando a una de las ayudantes de Silvina, que estaba escribiendo algo en su móvil–. Has cambiado, Paula.


Ella sacudió la cabeza como si no se pudiera creer lo que estaba diciendo.


–Claro que he cambiado. Tenía que cambiar. ¿O no cambiaste tú cuando llegaste a este país? –le preguntó–. ¿Crees que habría encajado en San Francisco si hubiera ido por ahí con mi motocicleta, unas viejas zapatillas de deporte y aspecto desaliñado?


Pedro guardó silencio.


–¿Habrías preferido que siguiera igual? –continuó ella–. ¿Eso es lo que querías? ¿Que siguiera siendo la misma?


Él pasó la vista por su moño, por el brazalete y los pendientes de diamantes y por la tela de su vestido, que enfatizaba todas y cada una de sus curvas.


–Sí, habría sido preferible. Ya no te pareces a la Paula que conocí.


–¿Ah, no? Entonces, ¿Por qué te enfadaste con la Paula de siempre, la que te preparó un plato siciliano para darte una sorpresa? De hecho, reaccionaste como si hubiera cometido un delito –le recordó.


–¡Porque quiero que seamos amantes, no una familia! –bramó él–. ¡No vine a los Estados Unidos para vivir recreaciones de lo que dejé atrás!


Paula lo miró con intensidad.


–¿Quieres saber una cosa?


–¿Qué? 


–¡Que he cometido el error de encariñarme contigo! –contestó ella–. ¡Sí, lo admito, he caído en la trampa de tantas otras, a pesar de que me lo habías advertido! Y me importas tanto porque me gusta el hombre que se oculta en tu interior. A veces, hasta lamento que seas rico, porque te da la excusa perfecta para esconderte tras el hecho de que las mujeres solo te quieren por tu dinero, ¿Verdad?


Pedro no supo qué decir.


–Y, por si eso no fuera suficiente, tu madre te abandonó y tu padre te dejó en la estacada –prosiguió Paula–. Pero no podemos cambiar el pasado. No, no podemos, por mucho que queramos. Solo podemos curarnos las heridas, y tú no te curarás nunca porque no te quieres curar.


–Ya basta –protestó él.


–No, no basta. Me he cansado de oírte hablar de tus condiciones, y ahora me vas a oír a mí. Porque ninguna mujer podría cumplir tus expectativas, ¿No? Ninguna en absoluto. ¿Y sabes por qué? ¡Porque son absurdas, contradictorias, imposibles!


–Estás en lo cierto. Lo son. Y lo son porque no quiero sentir nada por nadie. No quiero tener una familia. No quiero tener hijos que sufran después por la desastrosa relación de sus padres. Y, desde luego, tampoco estoy buscando las cadenas matrimoniales a las que otros hombres se condenan – dijo Pedro con vehemencia–. ¿Por qué no te haces un favor a tí misma, Paula? Aléjate de mí.

Tentación: Capítulo 45

Entonces, no se le ocurrió nada mejor que limpiar el desastre que habían dejado en el suelo y pedir a Pedro que le echara una mano, para su absoluta sorpresa. Evidentemente, no estaba acostumbrado a las tareas domésticas. Pero ella insistió, influida aún por la energía de su intenso encuentro sexual.


–¿Crees que se va a limpiar por arte de magia? ¿O pretendes dejárselo a tus empleados, para que lo limpien por la mañana? –preguntó ella de mala manera–. ¡Lo has tirado tú! 


–¡Pues no recuerdo que te hayas quejado en su momento! –se defendió él.


Los dos se enfadaron, y Paula estuvo a punto de marcharse al chalet para marcar las distancias y evitar que las cosas fueran a más. Pero algo se lo impidió. Quizá, que siempre se sentía más cerca de él en la oscuridad de la noche. Y no necesariamente cuando hacían el amor, sino después, cuando él se tumbaba a su lado y le acariciaba el pelo. Durante esos momentos, se sentía como si todas las preocupaciones hubieran desaparecido y estuvieran solos en el mundo. Durante esos momentos, Pedro bajaba la guardia y se mostraba tal como era. Por eso le permitió que la tomara en brazos y la volviera a besar después de limpiar la cocina. Se sintió a salvo, segura. Pero fue una ilusión pasajera.



–Ah, mira, tu novio acaba de llegar –dijo el periodista.


Paula se giró hacia el recién llegado, que la estaba mirando desde el otro lado de la sala. Y, al verlo, se sintió tan angustiada que se hizo una promesa a sí misma: Encontrar la forma de demostrar que no lo necesitaba ni emocional ni físicamente. Pero ¿Qué podía hacer para volverse inmune a sus encantos? La pregunta ella no era muy diferente a la que se estaba formulando el propio Pedro. 


No se habían visto en dos semanas, desde que se marchó a Río de Janeiro; pero el tiempo transcurrido no había enfriado lo que sentía. Ninguna mujer le había gustado tanto. Cada vez que la miraba, se le encogía el corazón. Y, por si eso fuera poco irritante, Paula tenía la curiosa habilidad de enfadarlo o excitarlo a su antojo. Y no se quería sentir así. Ni con ella ni con nadie. Justo entonces, se dió cuenta de que llevaba el vestido que se había puesto la noche de la gala benéfica, cuando no la reconoció. Pero aquella noche la reconoció sin problemas, a pesar del maquillaje, de las joyas y del rígido e intrincado moño que se había hecho. Mientras la admiraba, vió al hombre que estaba a su lado y tuvo un acceso salvaje de celos. ¿O solo era instinto de protección? Fuera lo que fuera, empezó a caminar hacia ellos sin hacer caso de los invitados que querían hablar con él ni de las muchas mujeres que intentaron llamar su atención con sonrisas sensuales. Y, cuando llegó a su altura, el hombre lo miró con intensidad y le ofreció una mano.


–Hola. Soy Benjamín Forrester, del San Francisco Daily. Nos conocimos el año pasado, en las carreras. ¿Te acuerdas? 


–No, no me acuerdo –replicó Pedro con brusquedad, esperando inútilmente que se marchara.


–Bueno, ¿Qué te parecen los diseños de tu novia, Peter?


Pedro se puso en tensión al oír su diminutivo, porque nadie le llamaba así desde su infancia. Y sintió el deseo de pegarle un puñetazo, como hacía cuando el resto de los niños se burlaban de él y llamaban puttana a su madre. En cualquier caso, Paula debió de notar su incomodidad, porque le puso una mano en el brazo y dijo, mientras una mujer les sacaba fotografías:


–No es necesario que nos quedemos. Si quieres, nos podemos ir.


Pedro estuvo a punto de decirle que no necesitaba su compasión, pero se refrenó.


–¿Irnos? Es tu noche, Paula. Estoy seguro de que querrás disfrutar de tu éxito.


El periodista notó la tensión que había entre ellos, y sacó una libreta y un bolígrafo.


–¿Cómo se conocieron? –se interesó.


–Eso no es asunto de interés público –contestó Pedro.


–Los dos son sicilianos, ¿Verdad? –insistió Forrester.


–Mira, solo voy a decir que estoy encantado de que Paula Chaves triunfe en San Francisco. Es lo único que me vas a sacar.


–Pero…


–Lo único –repitió Pedro, implacable.


Su duro tono de voz consiguió que el periodista se retirara con su acompañante, dejándolos a solas. Y entonces, Pedro se dió cuenta de que Paula estaba extrañamente nerviosa, como si no supiera a qué atenerse con él. Pero él tampoco lo sabía. De hecho, no se atrevió a abrir la boca por miedo a decir algo improcedente.


–Me alegra que hayas podido venir –declaró ella, rompiendo el silencio.


Él respiró hondo, se giró hacia un camarero que pasaba y alcanzó un vaso de agua con gas para calmar su sed. 

jueves, 13 de julio de 2023

Tentación: Capítulo 44

La tienda estaba decorada como si ya fuera Navidad, y casi no había sitio para moverse. Paula se había quedado cerca de la entrada, para echar un vistazo a la gente que se abría paso entre los guardias de seguridad. Pero no estaba tan interesada en los invitados como en la persona que echaba en falta. ¿Dónde se habría metido? Acababa de mirar la hora por enésima vez cuando Silvina se le acercó con su vestido de gasa, que flotaba a su alrededor como una nube.


–¿Qué estás haciendo aquí? –preguntó la diseñadora con una sonrisa–. Deberías estar dentro, disfrutando de las mieles de tu triunfo.


Paula también sonrió. No había hecho otra cosa que sonreír desde que empezó a sonar la música siciliana entre luces de colores y camareros con bandejas llenas de champán. Pero, naturalmente, era una sonrisa forzada, porque sus pensamientos estaban en otra parte. Sin embargo, Silvina no necesitaba saber que echaba de menos a Pedro y que estaba preocupada porque no había hablado con él en dos días y porque su última conversación había sido bastante extraña. Tenía la impresión de que se habían separado un poco más desde que hicieron el amor en la cocina. Y empezaba a sospechar que esa brecha creciente era el principio del fin.


–Estaba mirando la calle, por si aparece el coche de Pedro –respondió, encogiéndose de hombros–. Es muy famoso, y la gente querrá verlo.


–Sí, la gente siempre quiere ver a Pedro Alfonso–replicó Silvina, jugueteando con su collar de perlas–. Pero no debes olvidar que tú eres la estrella de esta noche. Puedes tener éxito de todas formas, con o sin tu amante multimillonario.


Paula tuvo la sensación de que la estaba intentando advertir contra el error de depender de un hombre que solo sería una presencia temporal en su vida, y agradeció que confiara en su talento, aunque ella no se sentía particularmente segura.


–Gracias, Silvina.


–Vas a hablar con el periodista, ¿Verdad? Está un poco preocupado. Dice que le has estado rehuyendo desde que llegó.


–Oh, vamos… Ya he concedido una entrevista a los de Trend.


–Sí, soy consciente de ello –dijo la diseñadora, sin apartar la mano de su collar–, pero Benjamín Forrester es de un periódico local, donde tiene una columna de ecos sociales que todo el mundo lee. Además, no es para tanto. Solo tienes que hablarle un poco de tí, contarle cómo empezaste y añadir un par de detalles sobre lo que haces en tu tiempo libre. Los lectores adoran ese tipo de cosas.


A Paula se le hizo un nudo en la garganta, porque ese tipo de cosas le daban miedo. ¿Qué podía decir sobre su vida? ¿Qué disfrutaba cosiendo abalorios de distintos tamaños y colores en pedazos de terciopelo? ¿Qué le encantaba pasear por los enormes jardines de Pedro? ¿Qué había conseguido que su estirado mayordomo se relajara un poco con ella? ¿Qué su principal pasión era el propio Pedro? Fuera como fuera, esa pasión se había convertido en un problema, porque había desarrollado sentimientos imprevistos. De hecho, sospechaba que ese era el motivo de que su relación se hubiera desequilibrado de forma radical, dándole la impresión de que Pedro y ella vivían en dimensiones diferentes. Y todo había empezado cuando le preparó esa maldita cena. Precisamente, para intentar cambiar su relación.


–¿Tengo que hablar con él? ¿En serio? –dijo, nerviosa.


Silvina asintió.


–Es esencial. Y hablando del rey de Roma, viene hacia aquí en este mismo momento… ¿Por qué no te lo llevas a algún lugar tranquilo, lejos del equipo de música? Por ejemplo, a la zona de los abrigos.


Paula tragó saliva. Benjamín Forrester era un cuarentón rubio de chaqueta de cuero y vaqueros ajustados que llevaba un flequillo largo, como recién salido de la década de los sesenta. En lugar de tomar champán, estaba bebiendo whisky en grandes cantidades. Y, cuando Silvina los presentó, lanzó una mirada escéptica a la mujer que pretendía entrevistar. La diseñadora se marchó entonces, y el periodista alzó una mano para llamar la atención de su acompañante, una mujer con una cámara gigantesca.


–Te sacaremos unas cuantas fotos de inmediato, y unas cuantas más cuando llegue tu novio –anunció.


Paula se ruborizó.


–No creo que…


–Lámete los labios, querida –la interrumpió el periodista–. Y borra esa cara de susto, que la cámara no te va a comer. Además, todo esto es por tí.


Paula ya no estaba tan segura de que lo fuera. Se sentía como si hubiera abierto la jaula de un monstruo. ¿Quién iba a decir que la tienda de Silvina se llenaría de gente hasta el punto de que parecían sardinas en lata? Por no mencionar que la música estaba demasiado alta y que el champán rosado se le estaba subiendo a la cabeza. La única cara amable que había visto en toda la noche era la de Sean MacCormack, el actor al que había conocido durante la gala benéfica de Pedro, cuando se puso el vestido que él le había comprado. Un vestido que no había usado desde entonces, y que solo se había puesto aquella noche porque no tenía más prendas adecuadas para una fiesta. Además, Silvina se había empeñado en que se pusiera algunas de las joyas que vendía en la tienda, lo cual la había obligado a recogerse el pelo para lucir dos largos pendientes de diamantes. Y, por si eso fuera poco, le había puesto un brazalete a juego que soltaba destellos de todos los colores cada vez que se movía. Sin embargo, debía admitir que la fiesta la había distraído de sus preocupaciones. Como no había tenido tiempo ni para pensar, tampoco lo había tenido para torturarse con sus problemas sentimentales, que habían empeorado notablemente desde la noche de la cena, después de hacer el amor. 

Tentación: Capítulo 43

 –Ni tú.


–Pensaba que te gustaba este plato. Fue lo que comiste en Sicilia, el día en que nos conocimos. Lo recuerdo como si hubiera sido ayer.


Él se encogió de hombros.


–Supongo que es como comprarse una camiseta cuando estás en otro país. No te gusta tanto cuando vuelves a casa.


–No, claro que no.


Derrotada, Paula retiró los platos y los llevó a la pila de la cocina, donde los dejó. Momentos más tarde, notó un cambio en el ambiente y supo que Pedro acababa de entrar. No necesitaba oírlo para saberlo. Cuando aparecía, todo se cargaba de electricidad. Era como los instantes anteriores a una tormenta. Por una vez, él no le tomó el pelo sobre su aversión a los lavavajillas, como hacía cuando fregaba tazas en el chalet. Y ella, que no se atrevió a mirarlo a los ojos por miedo a que descubriera su caos emocional, se preguntó si sería consciente de lo mal que se sentía por haberse enamorado de él a pesar de sus advertencias. ¿Lo habría adivinado? ¿Sería ese el motivo de lo que pasó a continuación, cuando cruzó la cocina, le pasó un brazo alrededor de la cintura y le apartó el cabello de la nuca para poder besarla? No lo sabía, pero ella se estremeció de todas formas.


–¿Te he dicho que mañana me voy a Río de Janeiro? –preguntó él en voz baja.


–No, no me has dicho nada –contestó Paula–. ¿Cuánto tiempo estarás fuera?


–Un par de semanas.


–Ah –dijo ella, pensando que era la primera vez que se iban a separar–. ¿Crees que volverás a tiempo de asistir a la fiesta?


–Haré lo posible.


No era la respuesta que Paula estaba esperando, pero supo que era la única que iba a conseguir, así que cerró los ojos y se preguntó qué intenciones tendría para aquella noche. Por una parte, quería que se acostara con ella. Por otra, que se marchara. Pedro asaltó su boca al cabo de unos instantes, y ella se entregó con un fervor que no era solo de deseo, sino también de enfado. Quería castigarle por lo que había hecho. Quería hacerle tanto daño como él a ella. Sin embargo, los besos y las caricias hicieron que perdieran el control y, al final, Pedro la sentó en la mesa de la cocina, le mordisqueó los pezones por encima del vestido y se lo quitó después. Para entonces, Paula estaba tan excitada que no prestó atención a los platos y cubiertos que cayeron al suelo. A decir verdad, nada la habría podido detener. Lo deseaba demasiado, y sintió un escalofrío de placer mientras él le quitaba el sujetador y las braguitas entre palabras de admiración. Luego, él abrió un preservativo, se lo puso, le separó las piernas y la penetró hasta el fondo. Paula pensó que nunca había tenido una erección tan impresionante o, por lo menos, que ella no lo había sentido de un modo tan contundente. Y el orgasmo la pilló por sorpresa, poco antes de que él soltara un gemido de satisfacción y diera unas acometidas más, agotado. Durante los segundos posteriores, Pedro hundió la cabeza entre sus rizos y ella contempló el desastre del suelo, que estaba lleno de restos de pasta y fragmentos de platos. Pero, afortunadamente, él no parecía arrepentido de haber perdido el control. De hecho, le dió un beso en los labios y dijo, con afecto:


–Olvídate de las comidas caseras. Solo hay una cosa que quiero que hagas en la cocina.


–¿Cuál?


–La que acabamos de hacer. 

Tentación: Capítulo 42

No encontraba a Paula por ninguna parte. De hecho, no encontraba a nadie. La casa estaba inusualmente silenciosa, y no había ni rastro de Gerardo ni de Carmen, quien solía servir la cena. Entonces, Pedro entró en el más pequeño de los comedores y vió que alguien había preparado una de las mesas, pero no le extrañó demasiado. Estaba lloviendo, y era lógico que cenaran dentro de la casa en lugar de hacerlo en el exterior. Sin embargo, las velas encendidas y la botella de champán que descansaba en una cubitera lo pusieron en guardia. ¿Qué estaba pasando allí? Un segundo después, Paula salió de la cocina con el pelo suelo, un rubor en las mejillas y un vestido rojo que se ajustaba maravillosamente a sus lujuriosas y generosas curvas, lo cual activó todas sus alarmas. Le gustaba que vistiera de rojo, pero tenía la sensación de que no se lo había puesto por casualidad.


–¿Qué pasa? ¿Dónde están todos? 


–Gerardo tiene la noche libre, y le he dicho que no hacía falta que buscara un sustituto.


–¿Y Ricardo, el chef?


–Le he dicho que se tomara un descanso.


–¿Cómo?


–Pensé que no te importaría. Trabaja mucho, y se ha alegrado al saber que se podía ir –explicó Paula–. Pero no te preocupes. No necesitamos a nadie. He preparado la cena.


–Esa no es la cuestión –dijo Pedro, frunciendo el ceño–. ¿Desde cuándo asumes papeles que no te corresponden? ¿Crees que acostarte conmigo te da derecho a disponer de mis empleados como te venga en gana?


–No, claro que no.


–Entonces, ¿Por qué no me has pedido permiso?


–Porque quería darte una sorpresa.


Pedro parpadeó, perplejo. Odiaba las sorpresas desde el día en que había llegado a su casa y había descubierto que su madre estaba a punto de marcharse con un desconocido. Pero optó por no decírselo a Paula, porque le habría dado lástima y se habría mostrado compasiva con él, algo que no le apetecía.


–Ah, vaya –dijo, forzando una sonrisa–. En ese caso, ¿Por qué no sirves la cena?


Paula volvió a la cocina, y él alcanzó la botella de champán y la abrió. No necesitaba ser muy listo para saber que su actitud la había herido, pero se negó a sentirse culpable. Embriagado con su naturaleza apasionada y la intensidad de su relación sexual, había hecho caso omiso de unos preocupantes síntomas: los que decían que se estaba encariñando demasiado con él. Ya había servido dos copas cuando ella regresó con la cena.


–¿Qué es? –preguntó Pedro, reconociendo el olor.


–Pasta alla Norma –respondió Paula con entusiasmo–. Tu preferida.


Pedro se estremeció. Tenía la impresión de que dos mundos completamente distintos estaban a punto de chocar.


–¿Celebramos algo?


Paula se sentó enfrente, y él se dió cuenta de que era la primera vez que no la besaba al llegar a casa, porque también era la primera que no la había mirado con deseo. Pero, desde su punto de vista, la culpa era enteramente suya. ¿Cómo se atrevía a destruir una relación perfecta con la manipuladora táctica de hacer que se sintiera como si fueran una familia?


–Sí, es una especie de celebración.


–¿Y eso? –preguntó él, disimulando su irritación.


–Mis bolsos se venden muy bien, y Silvina está verdaderamente encantada conmigo. Incluso ha hablado con la directora de la revista Trend.


–¿Trend?


Ella asintió.


–Es la biblia de las revistas de moda, y quieren publicar un artículo en su sección de accesorios –le explicó–. Silvina dice que deberíamos dar una fiesta a final de mes, para aprovechar la publicidad al máximo. Ya sabes, abrir unas cuantas botellas de champán e invitar a personas importantes.


–¿Y qué vas a hacer? –preguntó Pedro, echando un trago de champán–. Si no recuerdo mal, ya tienes dificultades para cubrir la demanda de Silvina Simon, y tendrás muchas más si te vuelves famosa.


–Bueno, Silvina ha pensado que podemos contratar a varias personas para que me ayuden en el proceso. Serían trabajos a tiempo parcial, para mujeres que no pueden tener horarios de oficina porque deben cuidar de sus hijos – respondió Paula–. Así, podríamos aumentar la producción y el alcance.


–Y tú te labrarías un nombre, claro.


–Eso nunca ha estado entre mis ambiciones –declaró ella, a la defensiva.


–Pero lo conseguirás de todas formas –dijo él, alzando su copa para brindar–. Enhorabuena. Supongo que dentro de poco tendrás dinero suficiente para marcharte a vivir a otro sitio.


Paula se mordió el labio inferior, dolida. El comentario de Pedro le había hecho daño; particularmente, porque no se lo esperaba. Había cocinado y había comprado una botella de champán porque quería celebrar su éxito con él. Y él solo quería que se fuera de su casa. Pero, por otra parte, ¿Qué podía esperar? Sabía que aquello era una situación temporal. Lo había sabido desde el principio. ¿O es que albergaba la esperanza de que el sexo le hiciera cambiar de opinión hasta el punto de rogarle que se quedara en el chalet indefinidamente? Eso no iba a pasar. Ni en sueños.


–Casi no has probado la cena –comentó ella. 

Tentación: Capítulo 41

 –Entonces, ¿Por qué me llamas al trabajo? Estoy ocupado.


–Sí, ya lo sé.


Ella lo dijo de una forma extraña, como si se sintiera insegura por alguna razón, y Pedro se tuvo que resistir al impulso de decir algo cariñoso. Tenía que aprender que no debía llamar al despacho.


–¿Qué puedo hacer por tí, Paula?


–¿A qué hora llegarás a casa?


Pedro frunció el ceño.


–¿Has llamado para preguntarme eso? –dijo con incredulidad–. Llegaré hacia las siete, como siempre. ¿Por qué quieres saberlo?


–No importa –contestó ella con rapidez–. Nos veremos luego.


Paula cortó la comunicación, pensando que había hecho mal al llamarle a la oficina. Sin embargo, no tenía intención de convertirlo en costumbre. Le había llamado porque le estaba preparando una sorpresa, y necesitaba saber a qué hora llegaba. Pedro había sido enormemente generoso con ella; la había aceptado bajo su techo y la había ayudado a salir adelante, y había llegado el momento de darle algo a cambio. Tras cascar unos huevos y echarlos en un plato con harina, empezó a hacer la masa. Mientras trabajaba, se acordó de la pasta casera que preparaba su madre y, aunque tuvo un acceso de nostalgia, se alegró de haberse alejado de ella. Ya no era la jovencita apocada que había sido. Había cambiado. Y su nueva vida se debía en gran parte a Pedro, el hombre que le hacía sentirse sexy, deseable y divertida en cualquier caso, hasta sin intentarlo. A veces, cuando volvía pronto, se acercaba al chalet con alguno de sus impresionantes trajes y llamaba a la puerta. Sabía que no debían verse hasta más tarde, pero lo invitaba a entrar con naturalidad, como si fuera un vecino o un amigo que estaba de visita. Y, en cuanto entraba, la apretaba contra la pared y la besaba con toda su alma mientras ella se afanaba por quitarle la ropa, desesperadamente. A veces, ni siquiera llegaban a la cama. Su relación era tan física e intensa que se ruborizaba cada vez que lo pensaba. ¿Les pasaría lo mismo a todas las mujeres? ¿Sentirían lo mismo? Había descubierto un nuevo tipo de poder, el de su atractivo sexual. Pero, al mismo tiempo, estaba sumida en un mar de dudas que no se podía quitar de la cabeza, por mucho que lo intentara; dudas que se escondían en los rincones de su mente y la asaltaban en cualquier momento, sin previo aviso. ¿Se estaría engañando a sí misma? ¿Se habría convertido en víctima de sus propios deseos? ¿O era algo natural? En cualquier caso, no podía compartimentar su vida de tal manera que sus partes no entraran en contacto. Si trabajaba todo el día y llevaba sus creaciones a Silvina, era inevitable que acabaran en el brazo de un maniquí o en un estante de cristal con un precio desconcertantemente alto. No podía hacer lo primero sin pasar por lo segundo. Y Pedro estaba en el centro de su existencia, presente en todos sus espacios. Además, algo había cambiado entre sus comidas, paseos turísticos y noches de amor. Ya no estaba tan segura de poder mantener una relación sexual sin esperar otra cosa. Cada vez le costaba más, y le costaba porque había desarrollado sentimientos más complejos y profundos. No había sido de la noche a la mañana. Había sido un proceso más lento, como un goteo. Pero no lo podía negar. Al principio, pensó que era consecuencia del sexo, de que su hambriento cuerpo estaba rompiendo su equilibrio emocional. Sin embargo, ni los orgasmos ni la preciosa calma posterior podían explicar que ardiera en deseos de pronunciar palabras de amor, de acariciarle el pelo con dulzura o de rozar los labios contra su boca en los momentos más inapropiados. Se sentía como si se estuviera enamorando de él.


–Maldita sea…


Sus dedos se volvieron a hundir en la masa. Sus sentimientos eran demasiado complicados para un hombre que huía de las emociones, y también lo eran para ella, porque no quería sentirse así. Quería despertarse una mañana y descubrir que se había liberado de la angustia que atenazaba su corazón; pero el instinto le decía que eso era imposible, y que su relación terminaría pronto si no la encauzaba en una dirección diferente. Por fortuna, su éxito profesional le había dado una seguridad de la que antes carecía, y estaba dispuesta a probar. Sus bolsos eran muy populares. Las mujeres ricas se peleaban por pagar sumas asombrosas por un producto artesanal, y Silvina Simon la apreciaba tanto que se había puesto en contacto con la directora de una de las revistas de moda más importantes del país, con un resultado indiscutiblemente positivo. Esa era la segunda razón de la cena que estaba preparando. Quería celebrar su buena suerte. Pero, sobre todo, quería dar a Pedro lo que sus millones no le podían dar: Cariño y atención, ya que el amor le habría asustado. Una demostración de gratitud mediante un gesto tan sencillo como una comida casera. Terminados los preparativos culinarios, se giró hacia el espejo de la cocina y se miró el pelo, que se había recogido por miedo a que se le metiera en la salsa. Al verse, sonrió con malicia y se apartó un mechón que se le había soltado del moño. Sería mejor que se quitara las horquillas antes de que Pedro apareciera.

martes, 11 de julio de 2023

Tentación: Capítulo 40

Silvina Simon estaba encantada con ella. Pedro lo sabía porque le había preguntado, y había descubierto que los bolsos de Paula tenían mucho éxito. Y no solo en San Francisco, sino también en otras ciudades. Cuanto más tiempo pasaba, más perplejo estaba. Era la primera vez que vivía con una mujer, descontando a su madre, y le parecía increíble que lo disfrutara tanto. ¿Sería porque, al estar en la misma propiedad, no podía mantener las distancias con ella? ¿O porque le hablaba en dialecto siciliano, un dialecto que ninguna de las personas de su entorno comprendía? Quizá fuera por eso. A fin de cuentas, el idioma los unía en una especie de mundo privado y maravillosamente familiar, aunque a veces resultara claustrofóbico. En todo caso, esperaba cansarse de ella en pocas semanas, pensando que las luces de la gran ciudad destruirían el atractivo de una simple chica de provincias. Pero no lo habían destruido, y empezaba a estar preocupado. Se había obsesionado con la modista de Sicilia. Estaba hechizado, hasta el punto de que la miraba con fascinación cuando se cepillaba su rizada melena negra. Y ella, que sabía que la estaba mirando, sonreía de forma coqueta, como si fuera perfectamente consciente de que la prefería con el pelo suelto. Había roto muchas de sus normas por Paula Chaves. La llevaba a sitios turísticos de la ciudad y le enseñaba las fantásticas vistas de los alrededores. Hacía lo que fuera por contentarla. Pero nada era tan satisfactorio como estar con ella en la habitación y mirar sus ojos mientras llegaba al clímax, porque no los cerraba cuando hacían el amor. Y, por supuesto, adoraba su voluptuoso cuerpo y su generosidad como amante. Además, Paula no utilizaba el sexo como arma. Ni siquiera lo usaba como instrumento para conseguir algún fin. Nunca le había pedido nada. No dejaba caer que le gustaban los diamantes o las perlas. No insinuaba que quisiera un coche como los suyos. Y, para un hombre acostumbrado a que lo quisieran por su dinero, su actitud era toda una novedad. Desgraciadamente, había descubierto un inquietante paralelismo entre su difunto padre y él. ¿O no era verdad que se había obsesionado con una mujer y había permitido que lo controlara? Pedro había pensado mucho en la relación de sus padres. De niño, no podía entender que su madre hubiera sido tan cruel con su marido; pero luego, cuando se fue a los Estados Unidos, descubrió que algunas mujeres despreciaban a los hombres que las querían demasiado y se sentían atraídas por los que no. Lo había visto mil veces. Y él era un buen ejemplo, porque su indiferencia las atraía constantemente. Pero no iba a cometer el error de su padre. No bajaría la guardia. No permitiría que otra mujer le hiciera daño.


–¿Pedro? ¿Sigues ahí? –insistió Mariana, sacándolo de sus pensamientos–. ¿Quieres que te la pase? 


Pedro suspiró, tentado con la idea de decirle que no. Sin embargo, era la primera vez que le llamaba a la oficina y, por otra parte, cabía la posibilidad de que necesitara algo o se hubiera metido en algún lío.


–Pásamela.


–Como quieras.


Su secretaria le pasó la llamada, y él se estremeció al oír la voz de Paula.


–Hola, Pedro.


–¿Ha pasado algo? –preguntó él, inquieto.


–No, nada.


Pedro sintió una mezcla de alivio y deseo, aunque sin dejar de estar preocupado por la influencia que Paula tenía sobre él. 

Tentación: Capítulo 39

 –Pues yo no busco el matrimonio –dijo en voz baja, temiendo que alguien los oyera–. No estoy aquí por eso, sino por los sueños de los que te hablé en Sicilia. Y Silvina me ha demostrado que se pueden hacer realidad. No soy tan tonta como para creer que voy a conquistar el mundo; pero, si puedo ganarme la vida y ser independiente, me daré por satisfecha.


Él asintió.


–Me alegra que nos entendamos, Paula. Y, ya que has sacado el asunto de la satisfacción, ¿Qué te parece si vamos más allá? Por lo visto, ni tú ni yo estamos particularmente interesados en la comida que nos han servido. ¿Por qué no volvemos a mi casa y pasamos el resto de la tarde en el dormitorio?


A ella se le encogió el corazón. Pedro hablaba del sexo con tanta naturalidad como si estuviera pidiendo la cuenta y, aunque lo encontrara demasiado prosaico, Paula no podía negar que le gustaba. Además, ahora lo conocía mejor y comprendía mejor su forma de ser. ¿Cómo no iba a tener aversión a las relaciones amorosas, si su propia madre le había dado la espalda? Había abandonado a su hijo y había dejado a su marido porque era un simple pescador, un hombre sin dinero. En cambio, a ella no le habría importado que Pedro fuera pobre. De hecho, se habría sentido más cómoda si no hubiera tenido mansiones, aviones y servidumbre. Pero, en cualquier caso, era obvio que él no estaba buscando comprensión. Sus necesidades eran puramente físicas y, como quería seguir adelante, aceptaba sus condiciones sin dudarlo. No iba a permitir que unas cuantas nociones románticas destruyeran su primera relación sexual. Sin embargo, eso no le daba derecho a tratarla mal. Pedro debía comprender que no estaba a su entera disposición, que no podía chasquear los dedos y esperar que cayera rendida a sus pies, que el deseo implicaba lo mismo que el amor: respeto.


–Es una idea tentadora, pero imposible.


–¿Imposible? –preguntó él, desconcertado–. ¿Estás bromeando?


Paula sacudió la cabeza.


–Tengo que comprar una máquina de coser y los materiales que necesito para hacer bolsos. Le he prometido a Silvina que le llevaré tres propuestas tan pronto como pueda, y voy a cumplir mi palabra –respondió, con una sonrisa en los labios–. Y, como tú conoces San Francisco mejor que yo, se me ha ocurrido que podrías acompañarme. Si te apetece, claro.




La luz roja del intercomunicador de Pedro se encendió repentinamente. Era su secretaria, Mariana, cuya voz resonó en el despacho.


–La señorita Chaves está en la línea tres –le informó–. ¿Qué hago? ¿Te paso la llamada? ¿O le digo que has salido?


Su secretaria le había hecho muchas veces esa pregunta, cuya respuesta daba inevitablemente pistas sobre el estado de la relación amorosa que Pedro mantenía. Durante sus primeras fases, se mostraba indulgente con ellas y permitía que llamaran al despacho, aunque no las animaba a llamar. Pero, al cabo de un mes, se enfadaba cuando lo interrumpían, porque ya sabían que estaba trabajando y eran incapaces de esperar. Sin embargo, con Paula era distinto. Y lo era desde el principio, todo el tiempo. Incluso había rechazado acostarse con él para comprar una máquina de coser y llevarlo a tiendas de telas en zonas de la ciudad que desconocía hasta entonces. Además, no podía negar que trabajaba mucho. Trabajaba día y noche en el pequeño chalet de invitados y, cuando por fin salía de la casa, tenía los ojos cansados y una sonrisa de inmensa satisfacción por haber terminado más bolsos.