Iba a matarlo. ¿Cómo se atrevía a montar a caballo sin decirle nada? Paula paseaba de un lado a otro, sin percatarse de que Romina la estaba observando atentamente. Aquel hombre estaba loco. Pero, ¿Qué esperaba?
—¿Dices que ha ido con Federico?
Romina asintió.
—Han ido todos para comprobar cómo han quedado las cabañas después del tornado.
—Tía Paula, ¿Estás enfadada con el tío Pedro? —preguntó Catalina.
—No estoy enfadada, cariño, sólo preocupada. Su pierna no está curada del todo.
—Mi mamá se enfada con mi papá a veces —dijo la niña—. Pero luego se besan y ya no están enfadados. A lo mejor tú deberías besar al tío Pedro.
Romina miró a Paula, intentando contener la risa.
—Y yo pensando que se pasaba el día con sus muñecas… Está atenta a todo.
En ese momento se abrió la puerta y Pedro entró en casa, seguido de Federico.
—Paula, te has levantado.
Ella se cruzó de brazos.
—Pues sí, me he levantado. Suelo estar levantada a estas horas. Y no sabía que pensabas montar a caballo.
—Sí, bueno, la verdad es que no tenía previsto estar fuera tanto tiempo…
—Creo que deberíamos irnos, Catalina —sonrió Romina, tomando a su hija de la mano.
—Pero mamá, tengo que decirle una cosa al tío Pedro.
—Dime, cariño —sonrió él, inclinándose.
—Tengo que decírtelo al oído.
—Muy bien.
La niña le dio un mensaje y él le contestó en voz baja, asintiendo con la cabeza.
—Podrían venir a cenar a casa esta noche —sugirió Romina.
—Muy bien, lo haremos.
—No lo olvides, tío Pedro —insistió Catalina—. Bésala hasta que se le pase el enfado, como hacen mi papá y…
El mensaje se vió interrumpido por un portazo. Pedro se volvió hacia Paula.
—Iba a decírtelo, pero estabas dormida.
—Podrías haberme dejado una nota.
—Sí, tienes razón.
—Pero, claro, sabías que me enfadaría.
—El doctor Morris ha dicho que podía hacer vida normal.
—¿El doctor Morris ha dicho que podías montar a caballo? — replicó ella, irónica—. ¿Y si te hubieras caído?
—No me he caído.
Paula sabía que estaba siendo una tonta. Era verdad que Pedro debía empezar a hacer una vida más o menos normal Y su determinación de volver al rodeo lo empujaba más de lo que ella pudiera hacerlo.
—Hoy no has hecho rehabilitación.
—Lo sé, pero puedo hacerla por la tarde.
—No podré ayudarte, tengo que ir al ginecólogo.
—Muy bien, iremos al ginecólogo y haremos rehabilitación a la vuelta.
—No tienes que venir conmigo —dijo ella entonces.
—Lo sé, pero me gustaría —sonrió Pedro—. A menos que no quieras claro.
—Van a hacerme una ecografía.
—¿Y podremos ver al niño?
—Sí.
Pedro la estrechó en sus brazos.
—¿Sigues enfadada?
—Un poco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario