Los invitados prorrumpieron en aplausos cuando Pedro entró con su esposa en el rancho. Le sorprendía aquella sensación de felicidad… Sobre todo cuando la besaba. Y como las cosas podrían cambiar cuando estuvieran solos, decidió aprovechar la ocasión y volver a besarla.
—Me vengaré, Alfonso —le dijo ella al oído—. Vas a hacer doble rehabilitación.
Como respuesta, Pedro volvió a besarla.
—Espera… ¿No te estás pasando?
—Queremos convencer a todo el mundo, ¿No?
—Yo creo que ya están convencidos —suspiró Paula.
Su madre se acercó entonces, emocionada.
—Hija, estás tan guapa. Sé que no ha sido una boda religiosa, como nosotros queríamos, pero ha sido bonita, ¿No? Y parecían tan felices…
—Voy a hacer muy feliz a tu hija, Alejandra —sonrió Pedro.
—Sé que lo harás —murmuró la mujer, antes de alejarse.
—Estás haciendo muchas promesas —le recordó Brenna entonces.
—Y pienso cumplirlas. Por favor, deja de preocuparte. Confía en mí, ¿De acuerdo? —rió él, apretando su cintura.
—Muy bien. Venga, creo que hay una tarta con nuestro nombre en alguna parte —suspiró ella.
Después de hacerse las pertinentes fotografías, se sentaron en el sitio de honor, rodeados de parientes y amigos. Federico se levantó, con una copa de champán en la mano.
—Quiero brindar por mi hermano y su esposa. Pedro, nunca pensé que una mujer podría soportarte, pero… Me alegro. Paula, bienvenida a la familia. Que vuestra vida en común sea muy feliz.
Luego se levantó Cristian Ramírez.
—Como soy el mayor, hablo por toda mi familia —dijo, mirando a los novios—. Pedro y Paula Alfonso, queremos daros la bienvenida como merecen, así que hemos decidido regalarles una luna de miel —sonrió, sacando una llave del bolsillo—. La familia Ramírez quiere ofrecerles la cabaña nupcial del Mustang Valley. Hay comida en la nevera y suficiente leña como para que les dure al menos una semana. Y, como el rancho está cerrado al público hasta la primavera, estarán completamente solos.
Todos aplaudieron y brindaron de nuevo. Horas después, cuando los invitados empezaban a despedirse, Paula intentó ayudar a Romina.
—¿Qué? Tú no puedes hacer nada, eres la novia.
Federico apareció entonces con la maleta de Paula y una bolsa de viaje.
—¿Y eso?
—Tu madre se ha encargado de todo. Fede los llevará a la cabaña —rió Romina.
Paula miró a Pedro, que se encogió de hombros.
—Yo no sabía nada. Pero estamos listos —sonrió su flamante marido—. Vamos, Paula, parece que quieren librarse de nosotros cuanto antes.
Ahora sí que no había vuelta atrás.
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