—A mí me gustaría que nos quedásemos, Pau. No creo que sea una tormenta muy fuerte y en la cabaña estaremos a salvo. Además, nos merecemos unos días de vacaciones —dijo Pedro, inclinando la cabeza para besarla de nuevo.
—Oye, ¿Y esto por qué?
—Porque eres muy guapa.
—No estás jugando limpio, Pedro Alfonso.
—Tienes razón. Podríamos meternos en un buen lío —suspiró él, muy serio—. Un lío para el que no estamos preparados. Pero me gustaría que nos quedásemos. Y prometo no tocarte. Conmigo estás a salvo, Pau.
Justo eso era lo que una recién casada quería oír.
Alrededor de medianoche, como Luis había predicho, empezó la tormenta. Los truenos parecían sacudir la cabaña y los relámpagos iluminaban la habitación, incluso con las cortinas echadas. Paula estaba en la cama, despierta, escuchando los suaves ronquidos de Pedro. ¿Cómo podía dormir en esas circunstancias? Normalmente, ella no tenía miedo de las tormentas porque en Texas eran el pan nuestro de cada día, pero aquélla… Los cristales retumbaban como si estuvieran a punto de romperse. De repente, él se volvió.
—¿Pasa algo?
—No, no. ¿Crees que en la radio estarán informando sobre la tormenta?
—Sí, supongo que sí —contestó él, medio dormido.
Justo en ese momento sonó el móvil.
—Dígame… ¿Estás seguro? Muy bien, de acuerdo. Gracias, Cristian.
—¿Qué pasa?
—Un tornado viene en esta dirección…
—¿Qué? ¿Un tornado?
—Eso parece.
—¿Luis viene a buscamos?
—No, no hay tiempo. Tenemos que ponernos a cubierto de inmediato.
—¿Cómo? ¿Dónde?
—Cristian ha dicho que nos metamos en el cuarto de baño… en la bañera —contestó Pedro, tomando el edredón—. Venga, vamos.
—Oye, tengo un poco de miedo…
—No va a pasar nada, no te preocupes.
Poco después, el sonido del viento se volvió ensordecedor. Y algo golpeó una de las paredes de la cabaña.
—Tranquila, no pasa nada.
Paula nunca había estado tan asustada. No podía dejar de temblar. Nerviosa, escondió la cara en el cuello de Pedro… Pero entonces oyeron algo así como el ruido de una locomotora y la cabaña empezó a temblar.
—¡Pedro!
Él se colocó encima para protegerla con su cuerpo.
—Tranquila, cariño. No va a pasar nada, ya lo verás.
Paula empezó a rezar por su hijo, por ellos, por todos. La cabaña se movía como si estuviera a punto de caer en pedazos. Y entonces oyeron ruido de cristales rotos, pero Pedro no la soltó. Y ella esperaba que no lo hiciera nunca.
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