martes, 21 de febrero de 2023

Desafío: Capítulo 37

 —Hola. He hecho el desayuno.


¿Podría oír los latidos de su corazón?, se preguntó él.


—Pau, sobre lo de esta mañana…


—No, tú tenías razón. No tiene ninguna importancia. Además, la culpa ha sido mía. Era yo la que estaba en tu lado de la cama.


—Pero no debería haberme enfadado. Y créeme, Pau, yo nunca haría nada si tú no quisieras. Te lo aseguro.


—Lo sé, lo sé. Pero tenías razón sobre otra cosa —murmuró Paula entonces, apartando la mirada.


—¿Sobre qué?


—Lo de sentirnos atraídos el uno por el otro. Pero yo no quiero…


—Lo sé. No te preocupes, no va a pasar nada. Somos amigos, ¿No?


—Claro que sí.


—Si conseguimos sobrevivir a esta luna de miel, todo será más fácil.


—Eso espero. Mira, he hecho tostadas francesas. ¿Te gustan?


—Muchísimo —contestó Pedro, con una sonrisa en los labios.


Pero en lo último que pensaba era en comer. Lo que necesitaba era ejercicio, mucho ejercicio. Tenía que acabar agotado para no pensar en Paula. Aunque jamás olvidaría lo guapa que estaba con aquella camisa. Sin el banco y las pesas, tuvieron que improvisar la sesión. Pedro se tumbó en el sofá para que ella le diera el masaje diario en las piernas. Normalmente charlaban mientras lo hacía, pero aquel día no. Nunca había estado tan nervioso, además. Después del masaje, hizo unos ejercicios de apoyo sobre la pierna izquierda hasta que Paula lo notó cansado.


—Bueno, ya está bien. Ahora deberías meterte un rato en eljacuzzi.


—No te rindes nunca, ¿Eh?


—¿Quieres que me rinda?


—No —contestó Pedro, secándose el sudor con una toalla.


—Bueno, voy a llenar la bañera.


—Por cierto, es muy grande. Cabemos los dos —dijo él entonces, con una sonrisa en los labios—. ¿Te apetece?


—No, gracias.


—¿Por qué? Tú también has trabajo mucho. Y prometo no tocarte.


—Lo siento. No he traído bañador.


—Ah, genial. Ahora tengo una imagen que va a ayudarme del todo: Paula desnuda —murmuró Pedro, irritado, mientras entraba en el cuarto de baño.


Por el momento, aquel matrimonio era un infierno.


Por la tarde decidieron ir de excursión. Paula quería llevar el coche de golf, pero Pedro insistió en ir caminando. Con un poco de suerte, podrían ver caballos salvajes, le dijo. Los famosos caballos salvajes de aquel valle, con sus leyendas.


—¿Seguro que no estás cansado? A mí me gustaría sentarme un rato —dijo Paula cuando vió que él empezaba a sudar.


—Estoy bien, de verdad. No me he caído todavía.


—Ya veo. Y estás orgulloso de tí mismo, ¿Eh?


—Mucho. Cualquier día de éstos tiro el bastón.


Nada le gustaría más, pensó ella. Pero cuando llegase ese momento, Dylan ya no la necesitaría.


—Ese día haremos una fiesta.


Poco después llegaron a un prado y Brenna colocó la manta que llevaba en la mochila.


—Vamos a sentarnos un rato.


—Muy bien, mamá.


—Madre, perdona.


Riendo, Pedro se dejó caer sobre la manta.


—Este sitio es precioso, ¿Eh?


—Es una maravilla. Y tan solitario… No me extraña que los caballos salvajes vengan por aquí.

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