Pedro se levantó antes del amanecer. Parecía un día normal, pero todo había cambiado desde el día anterior. Por la tarde fueron a visitar a los padres de Paula… Y allí se encontró con sus hermanos: Lautaro, Santiago y Marcelo. Pero fue Alejandra quien hizo más preguntas. Miguel, sin embargo, parecía encantado. Como para casarse por la iglesia católica debían esperar seis meses, tendrían que conformarse con una boda civil. Que tendría lugar unos días más tarde. Esa mañana, fue a visitar a Federico para darle la noticia.
—Buenos días, hermano.
—Buenos días, ¿Qué tal?
—Bien, todo bien. Bueno, en realidad, venía a darte una noticia.
—¿En serio? Espero que sea buena.
—Sí, es una buena noticia —sonrió Pedro, aclarándose la garganta—. Paula y yo vamos a casarnos.
Federico lo miró, muy serio, durante unos segundos.
—¿Desde cuándo estáis juntos?
—Desde hace… Algún tiempo. Ah, y por cierto, Paula está embarazada.
—Ah, muy buena la rehabilitación. Pero hay algo más, ¿No?
Pedro se encogió de hombros.
—No es asunto de nadie.
—Haz el favor de contarme toda la historia. Soy tu hermano.
Federico siempre había sido muy protector y Pedro no quería que lo convenciese de que no era buena idea. Pero no podía mentirle.
—No quiero que lo sepa nadie más, pero Paula estaba embarazada cuando la contrataste. El padre del niño murió en un accidente de ala delta hace tres meses…
—¿Y por eso vas a casarte con ella?
—Sus padres vinieron a verla hace dos días y no sabían nada, así que… Bueno, les dije que yo era el padre del niño.
Federico lanzó un silbido.
—Sigues tirándote de cabeza, ¿Eh?
—Tengo que hacerlo. Pau me ha ayudado muchísimo. Si no hubiera sido por ella seguiría muerto de asco.
—Y por eso vas a casarte.
—Sí, pero pienso volver al circuito. Ese niño necesita un padre, Fede, así que se quedarán en la casa, si no te importa.
—Es tu casa, ya lo sabes. Puedes hacer lo que quieras con ella.
—Gracias. Si el médico me da el alta, me gustaría seguir en lo mío. Pero volvería aquí entre rodeo y rodeo —sonrió Pedro—. Y también he pensado en esa escuela de la que me hablaste. La verdad, creo que sería una buena idea.
—Ah, esto me suena muy bien —sonrió su hermano—. Curioso que una mujer pueda hacerte ver las cosas de otra forma.
—No voy a cambiar —protestó Pedro—. Pero un hombre debe pensar en el futuro.
Tenía dinero en el banco, pero no duraría para siempre, de modo que la escuela podría ser una buena inversión. Además, tendría que abrir una cuenta para el niño de Paula.
—¿Cuándo se casan? —preguntó Federico.
—Probablemente, la semana que viene. ¿Quieres ser mi padrino?
—Por supuesto, encantado —sonrió su hermano, pasándole un brazo por los hombros—. Parece que el último de los Alfonso ha caído en el lazo, ¿Eh? Cuando encontramos a la mujer de nuestra vida, no perdemos el tiempo.
—No es eso, Fede —insistió Pedro.
—Ya, eso es lo que decimos todos.
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