—Paula… Duérmete.
—Te necesito —confesó ella entonces, mirándolo a los ojos.
Pedro apartó el pelo de su cara.
—No podemos hacer esto. No quiero que lo lamentes por la mañana.
—Nunca lamentaría haber estado contigo.
Él no era más que un hombre. De modo que inclinó la cabeza para buscar sus labios y Paula le devolvió el beso con una pasión desconocida. Sabía de maravilla. Y su cuerpo era tan suave, tan tentador, que empezó a acariciar sus pechos por encima de la camiseta.
—Pau, te deseo tanto…
La declaración fue interrumpida por un golpe en la puerta.
—¡Maldita sea! Debe ser Federico. Vuelvo enseguida… No te muevas.
Estaba poniéndose el chándal cuando su hermano entró en la habitación.
—¿Por qué no me has llamado?
—Lo siento, es que Paula estaba muerta de frío y… Ven, vamos al salón.
—¿Están bien?
Pedro asintió, mientras cerraba la puerta.
—Estamos bien, pero menudo susto. La cabaña ha quedado completamente destrozada.
—Lo sé —suspiró su hermano—. Sólo tú podías estar en medio de un tornado durante tu luna de miel.
—Sí, ya. Pero me parece que ha sido demasiado emocionante hasta para mí —sonrió Pedro.
—Siento haber interrumpido.
—No pasa nada. Pero estamos agotados.
—Sí, bueno, yo también me voy a casa. No quiero que Romina se preocupe —sonrió Federico, apretando el hombro de su hermano—. ¿Seguro que están bien?
—Seguro.
—Bueno, pues vuelve a la cama con tu mujer. Yo me voy con la mía.
Paula, su mujer. Era su mujer. Y había prometido cuidar de ella.
—Buena idea. Hablaremos mañana.
Pedro volvió al dormitorio y cerró la puerta.
—Era Fede, haciendo de hermano mayor, como siempre.
—Porque te quiere mucho —dijo Paula en voz baja.
—¿Estás bien?
Sabía que lamentaba lo que había estado a punto de pasar. Seguramente, también él se lo estaba pensando.
—Sí, es que lo de antes… No lo había planeado.
—Ya lo sé. Ninguno de los dos lo planeó. Ha sido una noche movidita —intentó sonreír Pedro.
—Ya, pero supongo que tampoco habías planeado casarte con alguien a quien le da por llorar y, al minuto siguiente, se te echa encima.
—Es normal, cariño. Lo de esta noche ha hecho que nos sintiéramos… Vivos.
—Sí, es verdad —murmuró Paula, con los ojos llenos de lágrimas.
—No llores, tonta —Pedro la apretó contra su corazón, acariciando su pelo. Poco después, la oyó respirar rítmicamente. Se había quedado dormida.
Era la primera vez que acunaba a una mujer, pensó. Pero la llegada de su hermano había sido providencial. Ahora no podía dejarla, pero lo haría tarde o temprano. Suspirando, cerró los ojos, sabiendo que iba a ser una noche muy larga. Si fuera un poco listo, saldría corriendo, se dijo. Antes de que fuera demasiado tarde.
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