jueves, 9 de febrero de 2023

Desafío: Capítulo 26

 —¿De cuántos meses estás?


—De tres y medio.


—¿Y sabías que estabas embarazada cuando aceptaste este trabajo?


—Sí.


—Supongo que el padre es Thiago.


—Sí, claro.


—Pero si has estado ayudándome, cargando con mi peso… ¡Maldita sea, Paula!


—Tenía que hacerlo. Necesitaba este trabajo —murmuró ella.


—¿Y tus padres? ¿Quieres que los llame?


—No, no. Aún no se lo he dicho.


—¿Por qué no? Supongo que podrán ayudarte.


—Mis padres tienen suficientes problemas. Pidieron un préstamo para enviarme a la universidad y no quiero pedirles ningún otro favor —suspiró Paula—. Por favor, Pedro, no digas nada.


—Muy bien, de acuerdo. Pero no podrás mantener el secreto para siempre, ¿No?


—Ya lo sé. Necesito un poco más de tiempo. Si quieres despedirme, lo entenderé…


—No digas bobadas —la interrumpió él—. Además, prometiste que volvería a caminar y te necesito aquí.


Paula levantó la mirada.


—Gracias.


Incapaz de resistir, Pedro se dejó caer en el suelo, a su lado, y la abrazó.


—¿Thiago sabía lo del niño?


—No. Murió antes de que yo misma lo supiera.


Un extraño deseo de protección lo envolvió entonces.


—¿Y has cargado con ese secreto tú sola?


—Este niño no es una carga, Pedro. Lo adoro…


Paula no pudo terminar la frase porque se deshizo en lágrimas.


—No llores, tonta. Ya verás, encontraremos la forma de solucionarlo —le dijo él al oído—. Te prometo que el niño y tú estarán bien.


Una hora después, Paula había conseguido calmarse. Encontró a Pedro en la cocina, calentando un bote de sopa.


—Siéntate, anda. Tienes que comer algo…


—¡Pero si vas con una sola muleta!


—Ah, sí, he probado la pierna mala esta mañana.


—¿Y qué tal?


—No está mal.


—No puedes seguir apoyando en ella todo el peso del cuerpo, Pedro. Si lo haces, te empezará a doler.


—Sí, señorita. Pero ahora siéntate y come algo. Ese niño tuyo debe estar hambriento.


—No tienes que cuidar de mí, Pedro. Estoy embarazada, no enferma —suspiró Paula—. Esta mañana me encontraba mal, pero ya ha pasado.


—De todas formas, tienes que comer algo. Siéntate.


—Muy bien, de acuerdo.


—Así me gusta. Para que sepas que aquí mando yo… Por hoy.


—Oye, Pedro, ahora que has tenido tiempo para pensar, necesito saber si de verdad quieres que me quede.


—¿Por qué no iba a querer? Por supuesto que sí, pero nada de cargar con peso. Si me caigo, me caigo. Ya me levantaré.


—¿Te han dicho alguna vez que eres muy mandón?


—No —contestó él—. Pero sexy sí.


Sin ninguna duda, pensó Paula. En ese momento llamaron a la puerta y ella se levantó a abrir. Era Miguel y Alejandra Chaves.


—¡Mamá, papá! ¿Qué hacen aquí?


—Vaya, nosotros también nos alegramos de verte —dijo su madre, abrazándola.


—¿No piensas invitarnos a entrar? —protestó su padre.


—Ah, sí, sí, claro —contestó ella, nerviosa—. Es que me ha sorprendido tanto verlos…

No hay comentarios:

Publicar un comentario