—¿Y cómo explicaremos que el niño se haya concebido antes de que nos conociéramos?
Pedro lo pensó un momento.
—Podríamos decir que nos conocimos el verano pasado.
—No puedo mentirle a mis padres.
—Paula, no has sido exactamente sincera con ellos, ¿No?
—Sí, ya… No quiero que se preocupen por mí. Mi padre tiene muchas deudas y si le cargo con esto…
—Entonces, deja que te ayude —la interrumpió Pedro.
—Pero yo puedo cuidar de mí misma.
—Muy bien, no necesitas ayuda económica. Pero, ¿Y si llevaras mi apellido? A menos que tengas algo en contra. Ya sabes, por Francisco Ramírez.
—Claro que no. Pero no quiero cargarte con un hijo que no es tuyo —protestó Paula.
—Al contrario que Federico, yo nunca había pensado sentar la cabeza. Pero el matrimonio podría tener sus ventajas.
Sí, claro. Pedro El Diablo Alfonso podría usar una alianza para que las mujeres del circuito supieran que no podían esperar nada de él.
—En realidad, quiero hacerlo por tí. Estoy de pie gracias a tí, Paula. Si consigo volver al rodeo, será por tí.
—No es verdad. Tú querías volver a caminar. Si no fuera así, no te habrías esforzado tanto.
—Paula, por favor, deja que te ayude. Podrías vivir aquí con el niño… Yo estaré de acá para allá y cuando venga a casa podríamos seguir como hasta ahora.
Paula se mordió los labios. Estaba pensando seriamente aquella proposición.
—Puedes seguir trabajando o volver a la universidad para hacer un máster, lo que tú quieras. En un par de años, cuando me retire, quizá me haga socio de mi hermano.
—¿En serio?
—Sí, me ha propuesto abrir una escuela de rodeo en San Angelo y la verdad es que no me parece mala idea.
—Ya, pero… ¿Y el niño? Mi hijo se acostumbrará a tí y, de repente, un día, tú te marcharás.
Pedro la miró, sorprendido.
—Yo nunca haría eso. Si nos casamos, siempre estaré ahí.
Paula se dió cuenta de que quería que Pedro estuviera ahí para ella. Pero sabía que nunca iba a sentar la cabeza…
—¿Y si alguno de los dos conoce a alguien? Deberíamos poner una fecha. No sé, seis meses después de que nazca el niño. Entonces volveremos a hablar del asunto.
—¿Para qué?
—Por si alguno de los dos quiere el divorcio. Podríamos decirle a la gente que tu profesión nos ha separado.
—Si eso es lo que quieres —suspiró él—. Pero hay una cosa más. Para todo el mundo, este niño será hijo mío. Y yo seré su padre. Pase lo que pase entre nosotros, siempre cuidaré de él, Paula. ¿Estás de acuerdo?
Esa promesa hizo que los ojos de Paula se llenaran de lágrimas.
—Estoy de acuerdo.
—Bien —sonrió Pedro entonces—. Y ahora deberíamos ir a hablar con tu padre… Antes de que vuelva con un rifle.
No hay comentarios:
Publicar un comentario