jueves, 23 de febrero de 2023

Desafío: Capítulo 42

Al día siguiente, el cielo estaba completamente despejado. Además de algunos árboles caídos y el suelo mojado, era como si nunca hubiese habido tormenta. Pedro salió al porche para respirar el aire fresco de la mañana. Llevaba horas despierto. Paula seguía durmiendo y no quería despertarla… Para evitar problemas. Además, tenía que descansar. Tantas emociones no podían ser buenas para el embarazo. Decidió entonces hacer algo que llevaba meses deseando: Montar a caballo. Si pensaba volver al rodeo, lo mejor sería empezar a entrenarse cuanto antes. Montaría a Cheyenne e iría con su hermano a inspeccionar los pastos. Si de verdad quería volver a su vida normal, tenía que hacer un esfuerzo. Además, montado a caballo no tendría que usar la pierna. Pedro saludó a los peones y entró en el establo, pero Cheyenne no estaba en su cajón, de modo que fue a buscar a Federico. Lo encontró en el corral, ensillando a Cheyenne y a otro caballo.


—Eh, se supone que uno no puede montar si no ensilla a su caballo.


—No te acostumbres, es sólo por hoy. Para ahorrar tiempo.


—¿Cómo sabías que iba a montar hoy? —sonrió Pedro.


—Porque te conozco, hermanito.


—Te crees muy listo, ¿Verdad?


—Soy muy listo. Sabía que, después de lo de anoche, sólo podrías relajarte montando a Cheyenne.


—Muy bien, amigo —sonrió Pedro, acariciando al animal—. Tranquilo, ¿Eh? Aún no estoy en plena forma.


Le costó trabajo mover la pierna izquierda y tenía el muslo derecho un poco dolorido, pero consiguió subir a la silla.


—¿Nos vamos? —preguntó su hermano.


—Ahora mismo.


El viento en la cara era como una caricia. Nada le había gustado tanto en mucho tiempo, pensó Pedro, respirando a pleno pulmón. Llevaba meses pegado a una silla de ruedas o a un par de muletas y aquello era un regalo del cielo. Al principio iba al trote, pero a Cheyenne le gustaba galopar, así que se lanzó cuando llegaron al valle. Cuando por fin se detuvo, Federico apareció a su lado, con cara de pocos amigos.


—Oye, podrías tomártelo con un poco más de calma, ¿No? Paula me mataría si te pasara algo.


—No va a pasar nada. ¿Me has visto, Fede? Puedo galopar, como antes.


—Claro que te he visto. Pero ve más despacio, quiero que vuelvas de una pieza.


Cuando llegaron a las cabañas, comprobaron que muchas de ellas habían sufrido daños. Cristian, Diego, Ezequiel, Javier y Luis ya estaban allí.


—Los estábamos esperando —los saludó Cristian.


—Buenos días —sonrió Federico.


—Debería haberlos sacado de aquí ayer —suspiró Luis—. Pero es que nadie había avisado que se acercaba un tornado.


—No te preocupes, estamos bien.


—¿Y Paula?


—Durmiendo —contestó Pedro—. La pobre está agotada.


—No me extraña —dijo Javier—. Me alegro de verte a caballo, por cierto. ¿Cuándo podrás volver al circuito?


—No estoy seguro. Pronto, espero.


—Iremos a verte —sonrió Ezequiel.


—Claro —murmuró Dylan.


Debía reconocer que los Ramírez le caían bien. No estaba preparado para aceptar que eran parte de su familia, pero… Podían ser amigos.

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