—Mira, Pedro, no quiero presionarte, pero… No estaría mal que se conocieran. ¿No sientes curiosidad por ver a Cristian, Ezequiel y Diego? ¿Y a Javier?
—No —contestó él, sin mirarlo. Aunque no era cierto del todo.
Luis asintió, pero no parecía a punto de rendirse.
—Podrías venir como un vecino más. Y los chicos no van a molestarte. Ahora mismo les interesa más tu carrera en el rodeo que hablar sobre vuestro parentesco.
—Yo no estoy interesado en la vida de Francisco Ramírez.
—Pues ya tienes algo en común con ellos —sonrió Luis—. Ninguno de los tres quiere saber nada de su padre.
Pedro se lo pensó un momento.
—Podríamos ir —intervino Paula entonces—. Si te cansas, volveremos a casa cuando tú digas.
¿Qué tenía que perder?, se preguntó él.
—¿El sábado?
—Sí —contestó Luis—. A la hora que te parezca, después de las seis. Con mi ama de llaves, Rosa, es difícil saber cuándo se cena, así que cualquier hora es buena.
—Allí estaremos —dijo Paula.
—Si no recuerdo mal, tu madre es una buena cocinera. Y seguro que tú has heredado ese talento.
—No se me da mal. No te preocupes, llevaré algo.
—Estupendo. Entonces, nos vemos el sábado —se despidió Luis.
Cuando se quedaron solos, Paula se volvió hacia Pedro.
—Vaya, qué sorpresa, Alfonso.
Él se encogió de hombros.
—Estoy intentando cumplir mi promesa.
—¿Qué promesa?
—La de hacer lo posible por cambiar de actitud.
—Entonces, ¿Quieres conocer a tus hermanos?
—Sólo tengo un hermano y es Federico. Para mí, los Ramírez son sólo… Unos vecinos.
Aunque no pensaba admitir que, también él, sentía curiosidad por conocerlos.
—En fin, algo es algo —sonrió Paula.
—¿Qué quieres decir?
—Nada. Los Ramírez son buena gente. Pero ya lo verás por tí mismo.
Tres días después, Paula y Pedro fueron al Círculo B. Durante el camino, ella le fue contando la historia del rancho y cómo Luis, después de muchos años de trabajo, lo había dejado en manos de los tres hermanos, a los que prácticamente había criado. El Círculo B, junto con una sección del rancho de Cristian y Juana, del de Diego y Agustina y otra de Javier y Daniela, formaban el Mustang Valley, un rancho de recreo abierto al público. Incluso una parte del rancho de Federico estaba incluido en el paquete. Aunque, como estaban en invierno, no había turistas. Paula miró a Pedro de reojo. No había dicho nada desde que salieron de casa. Sin duda, la idea de conocer a sus hermanastros no le hacía mucha gracia.
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