jueves, 16 de febrero de 2023

Desafío: Capítulo 35

—¿Qué quiere cenar, señora Alfonso?


Ella lo miró, incómoda.


—No sé, lo que te apetezca.


—Paula, deja de mirarme como si fuera un violador —suspiró Pedro—. ¿Qué te pasa?


—No sé, me encuentro rara. Nos hemos casado y…


—Lo sé, yo también estaba allí.


—Pero mis padres creen que es un matrimonio de verdad.


—Es tan de verdad como nosotros queramos —dijo él, apoyándose en el bastón.


—Deberías sentarte.


—Sí, la verdad es que estoy cansado —suspiró Pedro, dejándose caer sobre una silla—. Pero quiero hacer la cena.


—No, la haré yo. Tú descansa.


—De eso nada. La que tiene que descansar eres tú. Llevas todo el día de un lado para otro…


—No, en serio. Yo lo haré.


—Que no —insistió Pedro—. Tú relájate en el sofá mientras yo pongo la mesa, ¿De acuerdo?


—Muy bien, como quieras —sonrió Paula por fin.


—Por cierto, no sé si te lo he dicho, pero estás preciosa.


—Gracias. Y gracias por el vestido. Aunque te has gastado mucho dinero.


—Ha merecido la pena, ¿No?


—Sí, espero que sí. Bueno, si estás tan decidido a encargarte de la cena, voy a quitarme el vestido. ¿Te parece?


—Muy bien, aquí te espero.


Paula volvió diez minutos después, con el pelo suelto y un pantalón vaquero. Él se había quitado la chaqueta y remangado la camisa. Cenaron ensalada César, pollo frío y pastel de queso. Después, se sentaron frente a la chimenea para hablar de la boda. Poco a poco, empezaron a relajarse… pero sólo hasta que llegó el momento de irse a la cama. De nuevo, entró en el cuarto de baño para cambiarse de ropa. 


Pedro se desvistió en el dormitorio y abrió la bolsa de viaje. Afortunadamente, su hermano había guardado un pantalón de pijama. Pero en lugar de meterse en la cama fue a comprobar que la chimenea estaba apagada, a cerrar la puerta… Debía reconocer que estaba nervioso. Aquello era ridículo. No había estado tan nervioso desde que le robó un beso a Ludmila Phillips, en sexto. Ya no era un adolescente y aquél no era un juego, se dijo. Se había casado con Paula para protegerla y para proteger a su hijo, no para aprovecharse de la situación. Pero eso no lo bacía olvidar que la deseaba… Con todas sus fuerzas. Al menos, en su casa tenían dos habitaciones. Mientras allí sólo había una cama y montones de velas por todas partes. Eso y el olor romántico de las flores. 


Cuando Paula salió del baño, Pedro tuvo que contener el aliento.


—Lo siento, esto es lo que mi madre había guardado en la maleta.


Llevaba un camisón de seda color champán, con un escote que dejaba al descubierto el nacimiento de sus senos. Los pezones se marcaban bajo la tela y también la suave protuberancia de su abdomen. Pedro asintió, sin decir nada. ¿Cómo iba a salir vivo de aquella noche?

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