Seis días después, con la ayuda de un bastón, Pedro salía del ascensor seguido de Federico, Romina y los niños. Llevaba un traje de chaqueta azul marino, camisa blanca y corbata de seda azul cielo… Que parecía estrangularlo. Incluso se había cortado el pelo. Pero cuando vió a Paula se quedó sin aliento. Y decidió que todo merecía la pena. Estaba preciosa con aquel vestido de novia. Llevaba el pelo sujeto en un moño y adornado con florecitas.
—Pau… Estás guapísima.
—Gracias. Tú también estás muy guapo —consiguió decir ella, con un nudo en la garganta—. Y caminas muy bien con el bastón. Pero ten cuidado, no apoyes todo el peso en la pierna izquierda.
—Deja de ser mi fisioterapeuta, Paula. Estoy perfectamente.
—Lo siento, es una costumbre —suspiró ella—. Oye, si has cambiado de opinión, lo entenderé —le dijo al oído.
—No he cambiado de opinión. Todo lo contrario —sonrió Pedro.
Paula miró alrededor.
—Pero hay mucha gente, ¿No?
—En cuanto se lo dije a Romina, las cosas se me fueron de las manos.
—Aún podemos echarnos atrás.
—¿Cómo puedo convencerte de que no quiero echarme atrás? Ah, ya sé —dijo él entonces, tomándola por la cintura—. Sólo hay una manera.
Pedro la besó y Paula, nerviosa, tuvo que sujetarse a las solapas de la chaqueta para no caer al suelo.
—¡Es la hora! —gritó alguien.
—Venga, vamos —sonrió él, apoyándose de nuevo en el bastón.
—Últimamente, vamos mucho de boda —rió Luis Barrett—. Ésta es la sexta en tres años.
El juez les indicó cómo debían colocarse. Al lado del novio estaba Federico y al lado de la novia, su dama de honor, Romina. Sus padres y hermanos, detrás. Paula respiró profundamente.
—Estamos aquí reunidos…
Durante la ceremonia, miraba a Pedro de reojo hasta que, por fin, el juez dijo las últimas palabras:
—Puede besar a la novia.
Cuando Pedro se volvió, pensaba que estaba preparada para el beso, pero no era así. Tuvo que enredar los brazos alrededor del cuello de su flamante marido porque le temblaban las rodillas. Después de la ceremonia, Romina había organizado un banquete en el comedor del rancho, donde los esperaban los Ramírez. Y todo el mundo parecía tan feliz que ya no podía volverse atrás.
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