martes, 21 de febrero de 2023

Desafío: Capítulo 38

 —Por cierto, me parece que vamos a tener suerte —dijo él entonces, señalando un grupo de caballos que se dirigían hacia ellos. 


Un semental blanco iba en cabeza, seguido de una yegua oscura y un potrillo. Había otros más, todos diferentes debido a la mezcla de razas.


—¡Son preciosos! —exclamó Paula, buscando la cámara fotográfica.


—Y parece que no les preocupa nuestra presencia.


—Mi padre me ha contado que Luis los ha protegido siempre. Supongo que están acostumbrados a los seres humanos — murmuró ella, haciendo varias fotografías.


—Se te da muy bien. Y esa cámara es buena.


—¿Sabes una cosa? Una vez quise ser fotógrafa. Quería ver el mundo y trabajar para la CNN.


—¿Y por qué decidiste hacerte fisioterapeuta?


—Porque puse los pies en el suelo —suspiró Paula.


—Uno no debe olvidar sus sueños.


—No los he olvidado. Pero tengo que ganarme la vida.


Pedro sonrió.


—Tu niño tendrá mucha suerte de tenerte como madre.


Ella sonrió, nerviosa.


—Gracias. Intentaré hacerlo lo mejor posible.


—Y yo quiero ayudarte, Paula. Quiero formar parte de tu vida y de la vida del niño.


¿Cuántas veces había oído promesas similares? ¿Cuántas veces la había engañado Thiago? En los cuatro meses que vivieron juntos, había aprendido a no confiar en él.


—Por favor, Pedro, no hagas promesas. Los dos sabemos que piensas seguir con el rodeo.


—Pero volveré a casa.


—Pedro…


Él le puso un dedo sobre los labios.


—No digas nada.


Luego inclinó la cabeza para rozar sus labios. Y Paula dejó de pensar, dejó de hacerse preguntas, dejó de preocuparse por el futuro. Pedro quería seguir besándola, tocándola, acariciándola. Pero no podía ser. Sin embargo, cuando la miró a los ojos y vió el deseo reflejado en ellos, estuvo a punto de cambiar de opinión.


—Eres una mujer muy tentadora —dijo en voz baja.


—Tú también.


Pedro rió, bajito.


—Mira, acabo de ver un jinete. Si queremos que crean que somos marido y mujer deberíamos volver a besarnos, ¿No?


—Sí, supongo que sí —sonrió ella. Entonces le sorprendió, tomando la iniciativa. Pero el beso era tan ardiente que Pedro tuvo que apartarse. Si iban a interrumpirlos, lo mejor sería mantener la cabeza fría.


—Luego seguiremos, en privado —dijo con voz ronca.


Luis Barrett llegó a su lado y bajó del caballo.


—¡Hola, chicos!


—Hola, Luis. ¿Qué haces por aquí?


—Siento molestarlos, pero me han pedido que les dé un mensaje. Por lo visto, habrá tormenta esta noche. Pueden quedarse  en la cabaña, pero he venido por si querían volver a casa. Aunque le he dicho a todo el mundo que una tormenta no iba a preocuparles lo más mínimo.


Pedro miró el cielo.


—¿Esta noche?


—Sí, empezará alrededor de las doce —contestó Luis, sacando un móvil del bolsillo de la cazadora—. Esto es por si ocurriera algo. Están grabados los teléfonos de toda la familia.


—Muchas gracias, Luis.


—De nada —contestó el hombre, subiendo de nuevo a la silla.


—¿Crees que deberíamos marcharnos, Pedro? —preguntó


Paula cuando se quedaron solos.


—¿Tú quieres irte?


—Seguramente será lo mejor —contestó ella, mirándolo a losojos.


Si pasaban otra noche juntos…

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