—Pero estoy hablando con el tío Pedro…
—Catalina, por favor.
—Bueno —murmuró la niña, saliendo de la cocina con la cabeza gacha.
Romina soltó una carcajada.
—Los niños tienen mucha imaginación.
—Ya lo he visto. Hay que tener cuidado con ella.
—¿Por qué, porque ha visto que hay algo entre Paula y tú? — preguntó Federico.
—No, porque me contó la semana pasada que Romina tenía un niño en la barriga —rió Pedro—. Por lo visto, los oyó hablar en el dormitorio.
Romina se puso colorada.
—Será gamberra…
Federico levantó los ojos al cielo.
—No me preocupa que haya oído lo del niño. Pero a saber qué habrá oído…
—¡Federico! Creo que deberías hablar con ella.
—¿Yo? Por favor, Romina. Sabes que no puedo regañarla.
—Ah, qué hombre. Tendré que hacerlo yo —suspiró su mujer—. Bueno, voy a subir a vestir a Catalina. Vuelve cuando quieras, Pedro.
—Lo haré.
—Fede, no olvides llevar a Nicolás al Lazy S esta tarde, después del colegio.
—No lo olvidaré.
Cuando su cuñada salió de la cocina, Pedro le dió un codazo a su hermano.
—Te tiene dominado.
—Sí, bueno, hay cosas peores. Y ahora cuéntame qué pasa con Paula.
—Nada. Es mi fisioterapeuta, nada más.
—Ya, seguro. O sea, que eres totalmente inmune a una pelirroja guapísima, ¿No?
Pedro dejó escapar un suspiro.
—Fuiste tú quien la contrató, listo. Pensé que te gustaría saber que no hay nada entre nosotros.
—¿Por qué? ¿Tiene novio?
—Lo tuvo —contestó él, recordando la expresión de tristeza de Paula cuando habló de Thiago—. Pero da igual. Pronto volveré al circuito y ella volverá a su vida normal.
—Pero si no volvieras al circuito… Lo digo por decir, ¿Eh? ¿No te gustaría Paula Chaves?
Pedro se lo pensó un momento.
—Claro que sí. Es una mujer guapísima, pero ya sabes que a mí no me gustan los compromisos —contestó. Pero tenía que cambiar de tema lo antes posible—. ¿Qué tal si me enseñas el rancho?
Federico levantó una ceja.
—¿En serio? ¿Quieres verlo?
—Claro. Quiero echarle un vistazo a esos toros que voy a montar.
Su hermano soltó una carcajada.
—Tengo algunos jóvenes que prometen mucho, pero Gabriel y los peones se llevaron a los buenos al rodeo de Arizona.
—¿Y por qué no has ido tú?
Federico tomó su taza de café y apoyó la espalda en el respaldo de la silla.
—Eso es lo bueno de ser el jefe. Ya he viajado más que suficiente. Además, tengo tres buenas razones para quedarme en casa. Y para ser feliz. Bueno, cuatro con el niño que estamos esperando.
Media hora después, Federico y Pedro estaban visitando el rancho. Era impresionante, con cercas altas y modernos establos donde Federico guardaba sus pura sangre. Había invertido mucho dinero en el rancho y estaba consiguiendo beneficios.
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