martes, 28 de febrero de 2023

Desafío: Capítulo 48

Esa tarde, Pedro fue a la consulta del doctor Morris.


—Tiene buen aspecto —murmuró el médico, examinando la pierna—. No puedo creer que seas el mismo hombre que hace un par de meses, ése que se veía pegado a la silla de ruedas de por vida. Pero, claro, una buena fisioterapeuta hace milagros. Aunque no tengo que decírtelo a tí. Por cierto, ¿Dónde está Paula?


—En casa —contestó Pedro.


—No sé qué habría sido de tí de no ser por ella. La verdad, era nuestra última esperanza.


—Sí, paula es maravillosa —murmuró él, apartando la mirada—. Doctor Morris, me gustaría saber si ya puedo volver al circuito. ¿Estoy recuperado del todo?


—Has recuperado masa muscular y el hueso ha curado muy bien, aunque siempre cojearás un poco. En cuanto al rodeo, la verdad es que no me hace ninguna gracia decirle esto a un paciente, pero… No hay ninguna razón médica que te lo impida.


Pedro asintió. Después de tanto tiempo, había llegado el día. Sin embargo, no estaba seguro…


—Gracias, doctor Morris.


—Dale las gracias a tu mujer. Ella es la que te ha devuelto a la vida. Por cierto, esos clavos en la pierna no te aseguran nada. Si vuelves a caerte del toro y caes mal… La lesión podría ser irrecuperable. A lo mejor es hora de pensar en un cambio de vida, ¿No?


Cuando salió de la consulta, Federico lo estaba esperando.


—¿Qué te ha dicho?


—Que estoy bien del todo.


—¿Y qué piensas hacer?


—Lo que siempre he querido hacer: Volver al rodeo.


—Pero… ¿Paula y la niña?


—Paula y yo hemos hablado mucho sobre esto. Ella sabe que es lo que quiero hacer.


—Ya, pero seguramente preferiría que te quedases en el rancho —suspiró Federico—. Y yo también, por cierto. Lo de la sociedad sigue en pie.


—Ya sabes que yo necesito un poco de emoción en mi vida — intentó sonreír Pedro—. Me gustar estar en la carretera, de un lado a otro…


Aunque Paula cada día era más importante para él, ¿Cuánto tiempo podría estar encerrado?, se preguntó. ¿Y si no podía darle lo que ella necesitaba?


—Ya, pero es que nunca has probado otra cosa —replicó su hermano—. A lo mejor te sorprendes.


—Sí, es verdad. Pero también es posible que haciendo otra cosa sea un completo fracaso.



Seis días después, Pedro estaba en un hotel de Lubbock, mirando el teléfono. Llevaba una semana separado de Paula y estaba empezando a resultar insoportable. Había vuelto al circuito, aunque sólo para firmar autógrafos. En otras circunstancias, estaría encantado con la atención de las mujeres, de la prensa, de los fans… Sin embargo, no lo estaba. Ni siquiera estaba seguro de querer volver a montar un toro. Sólo podía pensar en Paula, cómo estaría, si el embarazo se le notaría un poco más… Frustrado, se acercó a la ventana. Tenía que dejar de pensar en ella. Pero cuando no pensaba en Paula, pensaba en la propuesta de su hermano. Federico incluso le había ofrecido venderle parte de su rancho… ¿No sería lo mejor?, se preguntaba. En ese momento llamaron a la puerta. Era Tomás Andrews, uno de los jóvenes prometedores del circuito.

Desafío: Capítulo 47

Dos semanas después, Pedro despertó con Paula entre sus brazos. Para ser un hombre que no solía compartir cama, se le daba bastante bien eso de abrazar a su mujer. Y la idea de despertar solo empezaba a parecerle… Extraña. Pero había llegado el momento de hacer planes. Su representante llamó el día anterior para ofrecerle un tour firmando autógrafos, pero aún le parecía pronto para marcharse. Demasiado pronto, pensó, mirando a su mujer. En ese momento, Paula abrió los ojos.


—Buenos días —murmuró Pedro, inclinándose para besarla.


—Me encanta cómo me das los buenos días —dijo ella, medio dormida.


—¿Ah, sí? Pues esto es sólo el principio.




Una hora después, Pedro estaba observando el toro que había comprado su hermano.


—Es un Brahma. Mira qué fiera —sonrió Federico.


Él lo miraba como hipnotizado. Por primera vez en mucho tiempo sintió la emoción del peligro, el deseo de dominar a aquella bestia.


—¿Qué te parece? ¿Crees que Tornado será un buen toro de rodeo?


—¿Tornado?


—Te juro que me lo vendieron con ese nombre —rió su hermano.


—¿Lo han montado ya?


—No, pero vamos a intentarlo esta mañana.


—Podría hacerlo yo.


—¿Tú? ¿Estás loco? No puedes hacerlo, Pedro…


—¿Por qué no? Si puedo montar a caballo, también puedo intentar averiguar si Tornado es un buen toro. Te habrá costado un dineral, ¿No?




Paula estaba aburrida. Pedro parecía creer que necesitaba dormir horas y horas, pero ella estaba acostumbrada a moverse. De modo que, después de desayunar, se puso la cazadora y decidió echar un vistazo en los corrales. Seguro que Pedro andaba por allí. Iba sonriendo… hasta que lo vió sobre el portón, a punto de montar a un toro. ¿Qué iba a hacer? ¿Estaba loco? No podía verlo, no podría soportar que le pasara algo… Pero tampoco podía prohibirle que lo hiciera. Entonces, como si hubiera intuido su presencia, Pedro giró la cabeza. Incapaz de decir nada, Paula se dió la vuelta. Quería volver a casa, esconderse, olvidar que lo había visto sobre el portón, olvidar que aquel toro podría matarlo…


—¡Pau!


Ella no le hizo caso y siguió caminando sin detenerse. No quería pensar en Pedro Alfonso, no quería pensar en aquel hombre que le partía el corazón. Cerró de un portazo, pero Pedro entró un segundo después.


—¡Paula!


—No me apetece hablar —dijo ella, sin mirarlo.


—Pero tengo que explicarte…


—No tienes que explicarme nada. Dijiste desde el principio que tu objetivo era volver al rodeo, ¿No? Pues felicidades, parece que estás a punto de hacerlo.


—No he montado al toro, Pau. No iba a hacerlo, sólo estaba enseñándole unos trucos a los peones…


—¿Y tenías que subirte al portón?


—Sólo estaba… Pau, tú sabes que quiero volver al circuito. Ése es mi trabajo, es mi vida.


Sí, lo sabía. Pero esperaba que ella fuera más importante. Y, de nuevo, había vuelto a equivocarse.


—Muy bien. ¿Por qué no dejas de hablar y te vas de una vez?


—¿Eso es lo que quieres? —preguntó Pedro.


—Sí, eso es lo que quiero.


Desafío: Capítulo 46

La despertó la luz del sol. Paula intentó abrir los ojos, pero tuvo que cerrarlos de nuevo. Estaba en la cama de Pedro. No debería haber ocurrido, pensó. Pedro se marcharía algún día, quizá muy pronto. Pero, ¿Cómo iba a lamentar haber hecho el amor con él? Thiago nunca fue tan tierno, nunca la abrazó así después de hacer el amor. Nunca se preocupó por lo que ella quería o deseaba… En ese momento se abrió la puerta y Pedro asomó la cabeza.


—Buenos días, señora Alfonso.


—¿Qué hora es?


—Tarde —rió él.


—Pero tenemos que hacer rehabilitación.


—No te preocupes, antes hay que desayunar. ¿Lamentas lo que pasó anoche?


Paula apartó la mirada.


—¿Estás buscando un halago?


—No, todo lo contrario. Quiero que seas sincera —suspiró él.


—Perdona, Pedro. Esto no se me da bien.


—Estamos casados, Pau. No ha pasado nada malo.


¿Y cuando me dejes?, se preguntó ella.


—Nuestro matrimonio no es real y tú lo sabes.


Pedro la miró entonces como si lo hubiera abofeteado.


—Ah, claro. Perdona, yo pensé que lo nuestro era algo especial.


Después de decir eso salió de la habitación dando un portazo. Paula se mordió los labios. ¿Qué podía hacer? Estaba completamente enamorada de él. Quizá tendrían poco tiempo, pero debía aprovecharlo… Tenía que convencerlo de que tanto ella como su hija lo necesitaban. Una hora después, fue al establo. Sabía que lo encontraría allí.


—Ten cuidado con Cheyenne —murmuró Pedro a modo de saludo—. Esta mañana no está de buen humor.

—No pasa nada, estoy acostumbrada a los caballos.


—¿Querías algo?


Paula dejó escapar un suspiro.


—¿Podemos hablar, Pedro?


—¿De qué?


—De lo que ha pasado esta mañana.


—No hace falta. Creo que has dejado muy claro lo que sientes.


—No, eso no es verdad. Es que tenía miedo —suspiró ella—. No lamento lo que pasó anoche, de verdad. Pero no sabía cómo portarme…


—Sí, entiendo.


—De verdad, Pedro. Nunca lamentaré haber hecho el amor contigo. Aunque haya sido sólo una vez.


—¿Sólo una vez? ¿Quieres decir que no puede volver a pasar?


—No, no quiero decir eso.


—¿Entonces?


—¿Podemos hablar en privado? No quiero que nos oiga nadie.


—Muy bien, vamos.


Hicieron el camino en completo silencio y, una vez de vuelta en casa, Pedro se cruzó de brazos.


—Dime.


—Las cosas han cambiado entre nosotros —empezó a decir Paula—. Y no sé… No sé si quieres seguir casado conmigo.


—Claro que quiero.


—Yo también, pero debes saber que no intentaré detenerte si vuelves al rodeo. Y, como acordamos, dentro de seis meses decidiremos si el matrimonio sigue adelante o…


—Pase lo que pase, no abandonaré a la niña.


—Lo sé, pero…


—Esta niña tiene un padre, así que deja de ser tan testaruda — la interrumpió Pedro—. Esto puede funcionar, Paula. Confía en mí.


Deseaba tanto creerlo. Pero, ¿Confiar en él? Ese era el problema.

Desafío: Capítulo 45

 —¿Quieres que te ayude a poner la mesa?


—No, por favor, siéntate. Debes estar agotada.


—No, estoy bien.


—¿Ah, sí? En menos de una semanas has tenido que organizar una boda, has visto tu luna de miel interrumpida por un tornado y, encima, haciendo rehabilitación con Pedro. Yo estaría por los suelos.


—Verás, es que…


—Paula, no tienes que darme ninguna explicación —la interrumpió Romima.


—Todo ocurrió tan rápido que no sé… Pedro se ha casado conmigo porque mi padre quería saber de quién era el niño. Yo no sabía qué decir y Pedro soltó que el padre era él. Así, de repente.


—Porque le importas de verdad. Así son los Alfonso —sonrió sucuñada—. Además, yo creo que eres perfecta para él.


—Pero Pedro no quería casarse.


—Ningún hombre quiere casarse, tonta. Hay que convencerlos.


—¿Y qué pasará cuando vuelva al rodeo?


—Podría cambiar de opinión, ¿No? A lo mejor descubre que le apetece vivir una vida tranquila. ¿Crees que podrá irse cuando conozca a su hija?



Cuando volvieron a casa, Paula intentó disimular un bostezo.


—Deberías haberme dicho que estabas cansada. Habríamos vuelto antes.


—No, estoy bien. ¿Y tú? Deberías estar agotado.


—Para mí ha sido un día perfecto —sonrió Pedro—. Y no quiero que termine —añadió, inclinándose para buscar sus labios. 


Paula no protestó. No podía hacerlo.


—Pedro…


—Dime que tú también lo deseas —musitó él, con voz ronca—. Dime que también quieres lo mismo que yo. Quiero hacerte el amor, Paula.


—Yo también —susurró ella.


En silencio, Pedro la llevó de la mano a la habitación y cerró la puerta. No tuvo tiempo de llegar a la cama, no podía esperar. Mientras la besaba, acariciaba su espalda por debajo de la camisa. Luego desabrochó el sujetador y acarició sus pechos con ansia. La oyó gemir y ésa fue la señal… Él le quitó camisa y el sujetador de un tirón, inclinando la cabeza para chupar sus pezones.


—¿Te gusta? —preguntó, con voz ronca.


—Sí —logró decir Paula.


—Entonces, te va a encantar lo que tengo en mente.


La desnudó poco a poco, tumbándola después en la cama. Ella se dejaba hacer. Quería estar en sus brazos, quería sentirse amada por él.


—Eres preciosa —murmuró Pedro, deslizando una mano por su cuerpo—. ¿Seguro que podemos hacerlo? —preguntó, dejándola reposar sobre su abdomen.


—Claro que sí. La doctora Parks dice que no tengo ningún problema y que las relaciones sexuales son buenas para la madre y para el feto.


—Si tienes alguna duda, dímelo…


—No tengo ninguna duda —lo interrumpió ella—. Hazme el amor, Pedro.


Él se desnudó en menos de un segundo. Le temblaban las manos mientras abría sus piernas. Pero Paula estaba preparada. Más que eso. Parecía haber estado esperándolo siempre. Cuando por fin estuvo dentro de ella, empezó a moverse despacio hasta que sintió que eran uno solo. Estaba ardiendo, pero intentaba controlarse para darle placer. Cuando Paula enredó las piernas alrededor de su cintura, tuvo que hacer un esfuerzo para no dejarse ir. Quería disfrutar de aquel momento… Pero no pudo esperar mucho. Paula dejó escapar un gemido al sentir las convulsiones y Pedro perdió el control. Se quedaron abrazados, sin separarse un solo centímetro hasta que el sueño los atrapó.

jueves, 23 de febrero de 2023

Desafío: Capítulo 44

 —¿Ah, sí?


Entonces, sin previo aviso, inclinó la cabeza para buscar sus labios.


—¿Y ahora?


—Sigo un poquito enfadada.


Sonriendo, Pedro volvió a besarla, esta vez con más pasión.


—Estoy siguiendo el consejo de mi sobrina.


Paula no pudo evitar una sonrisa.


—Y no lo haces nada mal.


Aunque no estaba jugando limpio. Nada limpio.



Por la tarde fueron a la consulta de su ginecóloga, la doctora Parks.


—Parece que todo va bien. ¿Sigues teniendo náuseas?


—No, hace dos semanas que no las tengo.


—Estupendo. Por cierto, me han dicho que te has casado, enhorabuena.


—Gracias.


—¿El padre del niño ha venido contigo?


—Pedro Alfonso es mi marido, pero el padre del niño ha muerto —explicó Paula.


—Ah, ya veo. De todas formas, te deseo lo mejor.


—Gracias, doctora Parks.


En ese momento llamaron a la puerta y, enseguida, Pedro asomó la cabeza en la consulta.


—¿Va todo bien?


—Todo va estupendamente. Paula está perfecta.


—Sí, lo sé. Pero es un poco mandona. ¿Podría hacer algo? — sonrió Pedro.


—¿Por qué? Si quiere algo, déselo. Es lo mejor.


—Ah, qué buena idea.


—Bueno, vamos a hacer esa ecografía —sonrió la doctora Parks—. Señor Alfonso, ¿Quiere ver al niño?


—Sí, claro.


—Estupendo. Paula, te advierto que la crema está un poquito fría.


—Lo sé.


Pedro tenía los ojos clavados en la pantalla.


—¿Qué es ese ruido?


—Los latidos del corazón.


—¿Del niño?


—Claro.


Poco a poco se fue formando una imagen en la pantalla. Al principio era una mancha borrosa, pero enseguida vieron una diminuta figura. Era el niño.


—Parece un niño muy activo —sonrió la ginecóloga—. ¿Ves cómo se mueve, Paula?


—Sí —contestó ella, con voz temblorosa.


—¿Quieren saber el sexo del feto?


—Sí, por favor.


—A ver, vamos a investigar un poco… Sí, me parece que tienen una niña. Y, según mis cálculos, nacerá a mediados de agosto.


Pedro se quedó sin aliento.


—Vamos a tener una hija —murmuró, mirando a Paula—. Justo lo que queríamos.


—Es una niña.





Pedro entró como una tromba en casa de su hermano.


—¡Es una niña! —repitió, blandiendo la ecografía.


—A ver, déjame verla —sonrió Romina.


—Qué pequeñita —rió Federico—. Enhorabuena, Pedro. ¿Ya han elegido nombre?


—¿Cómo que es pequeñita? A mí no me parece pequeña…


En ese momento oyeron un golpe en el piso de arriba.


—Muy bien, ya estamos. Pedro, tienes que practicar —rió Romina—. Sube y soluciona el problema.


—Iré contigo —suspiró Federico—. Seguramente Catalina y Nicolás se están peleando. Otra vez.


Cuando se quedaron solas, Paula se aclaró la garganta. Romina no había comentado nada sobre el «Repentino» embarazo y temía que le hiciera alguna pregunta.

Desafío: Capítulo 43

Iba a matarlo. ¿Cómo se atrevía a montar a caballo sin decirle nada? Paula paseaba de un lado a otro, sin percatarse de que Romina la estaba observando atentamente. Aquel hombre estaba loco. Pero, ¿Qué esperaba?


—¿Dices que ha ido con Federico?


Romina asintió.


—Han ido todos para comprobar cómo han quedado las cabañas después del tornado.


—Tía Paula, ¿Estás enfadada con el tío Pedro? —preguntó Catalina.


—No estoy enfadada, cariño, sólo preocupada. Su pierna no está curada del todo.


—Mi mamá se enfada con mi papá a veces —dijo la niña—. Pero luego se besan y ya no están enfadados. A lo mejor tú deberías besar al tío Pedro.


Romina miró a Paula, intentando contener la risa.


—Y yo pensando que se pasaba el día con sus muñecas… Está atenta a todo.


En ese momento se abrió la puerta y Pedro entró en casa, seguido de Federico.


—Paula, te has levantado.


Ella se cruzó de brazos.


—Pues sí, me he levantado. Suelo estar levantada a estas horas. Y no sabía que pensabas montar a caballo.


—Sí, bueno, la verdad es que no tenía previsto estar fuera tanto tiempo…


—Creo que deberíamos irnos, Catalina —sonrió Romina, tomando a su hija de la mano.


—Pero mamá, tengo que decirle una cosa al tío Pedro.


—Dime, cariño —sonrió él, inclinándose.


—Tengo que decírtelo al oído.


—Muy bien.


La niña le dio un mensaje y él le contestó en voz baja, asintiendo con la cabeza.


—Podrían venir a cenar a casa esta noche —sugirió Romina.


—Muy bien, lo haremos.


—No lo olvides, tío Pedro —insistió Catalina—. Bésala hasta que se le pase el enfado, como hacen mi papá y…


El mensaje se vió interrumpido por un portazo. Pedro se volvió hacia Paula.


—Iba a decírtelo, pero estabas dormida.


—Podrías haberme dejado una nota.


—Sí, tienes razón.


—Pero, claro, sabías que me enfadaría.


—El doctor Morris ha dicho que podía hacer vida normal.


—¿El doctor Morris ha dicho que podías montar a caballo? — replicó ella, irónica—. ¿Y si te hubieras caído?


—No me he caído.


Paula sabía que estaba siendo una tonta. Era verdad que Pedro debía empezar a hacer una vida más o menos normal Y su determinación de volver al rodeo lo empujaba más de lo que ella pudiera hacerlo.


—Hoy no has hecho rehabilitación.


—Lo sé, pero puedo hacerla por la tarde.


—No podré ayudarte, tengo que ir al ginecólogo.


—Muy bien, iremos al ginecólogo y haremos rehabilitación a la vuelta.


—No tienes que venir conmigo —dijo ella entonces.


—Lo sé, pero me gustaría —sonrió Pedro—. A menos que no quieras claro.


—Van a hacerme una ecografía.


—¿Y podremos ver al niño?


—Sí.


Pedro la estrechó en sus brazos.


—¿Sigues enfadada?


—Un poco.

Desafío: Capítulo 42

Al día siguiente, el cielo estaba completamente despejado. Además de algunos árboles caídos y el suelo mojado, era como si nunca hubiese habido tormenta. Pedro salió al porche para respirar el aire fresco de la mañana. Llevaba horas despierto. Paula seguía durmiendo y no quería despertarla… Para evitar problemas. Además, tenía que descansar. Tantas emociones no podían ser buenas para el embarazo. Decidió entonces hacer algo que llevaba meses deseando: Montar a caballo. Si pensaba volver al rodeo, lo mejor sería empezar a entrenarse cuanto antes. Montaría a Cheyenne e iría con su hermano a inspeccionar los pastos. Si de verdad quería volver a su vida normal, tenía que hacer un esfuerzo. Además, montado a caballo no tendría que usar la pierna. Pedro saludó a los peones y entró en el establo, pero Cheyenne no estaba en su cajón, de modo que fue a buscar a Federico. Lo encontró en el corral, ensillando a Cheyenne y a otro caballo.


—Eh, se supone que uno no puede montar si no ensilla a su caballo.


—No te acostumbres, es sólo por hoy. Para ahorrar tiempo.


—¿Cómo sabías que iba a montar hoy? —sonrió Pedro.


—Porque te conozco, hermanito.


—Te crees muy listo, ¿Verdad?


—Soy muy listo. Sabía que, después de lo de anoche, sólo podrías relajarte montando a Cheyenne.


—Muy bien, amigo —sonrió Pedro, acariciando al animal—. Tranquilo, ¿Eh? Aún no estoy en plena forma.


Le costó trabajo mover la pierna izquierda y tenía el muslo derecho un poco dolorido, pero consiguió subir a la silla.


—¿Nos vamos? —preguntó su hermano.


—Ahora mismo.


El viento en la cara era como una caricia. Nada le había gustado tanto en mucho tiempo, pensó Pedro, respirando a pleno pulmón. Llevaba meses pegado a una silla de ruedas o a un par de muletas y aquello era un regalo del cielo. Al principio iba al trote, pero a Cheyenne le gustaba galopar, así que se lanzó cuando llegaron al valle. Cuando por fin se detuvo, Federico apareció a su lado, con cara de pocos amigos.


—Oye, podrías tomártelo con un poco más de calma, ¿No? Paula me mataría si te pasara algo.


—No va a pasar nada. ¿Me has visto, Fede? Puedo galopar, como antes.


—Claro que te he visto. Pero ve más despacio, quiero que vuelvas de una pieza.


Cuando llegaron a las cabañas, comprobaron que muchas de ellas habían sufrido daños. Cristian, Diego, Ezequiel, Javier y Luis ya estaban allí.


—Los estábamos esperando —los saludó Cristian.


—Buenos días —sonrió Federico.


—Debería haberlos sacado de aquí ayer —suspiró Luis—. Pero es que nadie había avisado que se acercaba un tornado.


—No te preocupes, estamos bien.


—¿Y Paula?


—Durmiendo —contestó Pedro—. La pobre está agotada.


—No me extraña —dijo Javier—. Me alegro de verte a caballo, por cierto. ¿Cuándo podrás volver al circuito?


—No estoy seguro. Pronto, espero.


—Iremos a verte —sonrió Ezequiel.


—Claro —murmuró Dylan.


Debía reconocer que los Ramírez le caían bien. No estaba preparado para aceptar que eran parte de su familia, pero… Podían ser amigos.

Desafío: Capítulo 41

 —Paula… Duérmete.


—Te necesito —confesó ella entonces, mirándolo a los ojos.


Pedro apartó el pelo de su cara.


—No podemos hacer esto. No quiero que lo lamentes por la mañana.


—Nunca lamentaría haber estado contigo.


Él no era más que un hombre. De modo que inclinó la cabeza para buscar sus labios y Paula le devolvió el beso con una pasión desconocida. Sabía de maravilla. Y su cuerpo era tan suave, tan tentador, que empezó a acariciar sus pechos por encima de la camiseta.


—Pau, te deseo tanto…


La declaración fue interrumpida por un golpe en la puerta.


—¡Maldita sea! Debe ser Federico. Vuelvo enseguida… No te muevas.


Estaba poniéndose el chándal cuando su hermano entró en la habitación.


—¿Por qué no me has llamado?


—Lo siento, es que Paula estaba muerta de frío y… Ven, vamos al salón.


—¿Están bien?


Pedro asintió, mientras cerraba la puerta.


—Estamos bien, pero menudo susto. La cabaña ha quedado completamente destrozada.


—Lo sé —suspiró su hermano—. Sólo tú podías estar en medio de un tornado durante tu luna de miel.


—Sí, ya. Pero me parece que ha sido demasiado emocionante hasta para mí —sonrió Pedro.


—Siento haber interrumpido.


—No pasa nada. Pero estamos agotados.


—Sí, bueno, yo también me voy a casa. No quiero que Romina se preocupe —sonrió Federico, apretando el hombro de su hermano—. ¿Seguro que están bien?


—Seguro.


—Bueno, pues vuelve a la cama con tu mujer. Yo me voy con la mía.


Paula, su mujer. Era su mujer. Y había prometido cuidar de ella.


—Buena idea. Hablaremos mañana.


Pedro volvió al dormitorio y cerró la puerta.


—Era Fede, haciendo de hermano mayor, como siempre.


—Porque te quiere mucho —dijo Paula en voz baja.


—¿Estás bien?


Sabía que lamentaba lo que había estado a punto de pasar. Seguramente, también él se lo estaba pensando.


—Sí, es que lo de antes… No lo había planeado.


—Ya lo sé. Ninguno de los dos lo planeó. Ha sido una noche movidita —intentó sonreír Pedro.


—Ya, pero supongo que tampoco habías planeado casarte con alguien a quien le da por llorar y, al minuto siguiente, se te echa encima.


—Es normal, cariño. Lo de esta noche ha hecho que nos sintiéramos… Vivos.


—Sí, es verdad —murmuró Paula, con los ojos llenos de lágrimas.


—No llores, tonta —Pedro la apretó contra su corazón, acariciando su pelo. Poco después, la oyó respirar rítmicamente. Se había quedado dormida.


Era la primera vez que acunaba a una mujer, pensó. Pero la llegada de su hermano había sido providencial. Ahora no podía dejarla, pero lo haría tarde o temprano. Suspirando, cerró los ojos, sabiendo que iba a ser una noche muy larga. Si fuera un poco listo, saldría corriendo, se dijo. Antes de que fuera demasiado tarde.

martes, 21 de febrero de 2023

Desafío: Capítulo 40

Luego, el silencio. Un silencio maravilloso, roto sólo por el sonido de la lluvia que entraba por la ventana del baño, empapándolo. Pedro apartó el edredón.


—¿Estás bien, Paula? —casi tenía miedo de preguntar.


—Sí, estoy bien.


—Gracias a Dios.


Consiguió incorporarse y mirar alrededor, pero no veía nada.Todo estaba a oscuras.


—Vamos a comprobar los daños.


—¿Crees que podemos salir de aquí?


—Parece que el tornado ha pasado muy cerca —en ese momento, volvió a sonar el móvil—. ¿Cristian?


—Sí, soy yo. ¿Están bien?


—Sí, pero creo que la cabaña está hecha polvo —suspiró Pedro, pasándose una mano por el pelo.


—Eso da igual. Diego va para allá en el jeep. Voy a llamar a Federico para decirle que están bien.


—Gracias, Cristian.


Cuando por fin consiguieron salir de] baño, los dos se quedaron de piedra. Había un árbol en medio del salón y faltaba parte del tejado. Todo estaba lleno de agua y barro.


—Qué horror. ¿Y si hubiéramos estado aquí? —murmuró Paula, llevándose una mano al corazón.


—Pero no estábamos aquí. Tú estás a salvo, nuestro niño está a salvo…


En ese momento oyeron un claxon.


—Es Diego. Vamos, Paula.


—¡Menos mal que no les ha pasado nada! Estábamos muy preocupados.


—Gracias por venir. Sí, ha sido tremendo.


El viaje pareció durar un siglo, pero por fin llegaron a casa. Después de despedirse de Diego Ramírez, Pedro subió los escalones del porche, apoyándose pesadamente en el bastón.


—Tienes que darte una ducha de agua caliente, Pau. Estás temblando.


Sin decir nada, ella entró en el cuarto de baño y se quitó el camisón que su madre había guardado para su noche de bodas. Su noche de bodas… Qué ironía, pensó. Podrían haber muerto aquella noche. Su hijo también. Su hijo… La emoción hizo que se pusiera a llorar de una forma tan desgarradora que le fallaron las piernas. Pero cuando estaba a punto de caer, unos fuertes brazos la levantaron.


—No pasa nada, cielo —oyó la voz de Pedro.


—Podríamos haber muerto —murmuró.


No le importaba que Pedro la viera desnuda. Sólo le importaba que estaba allí, con ella.


—Lo sé. Pero ya estamos a salvo. Los tres —musitó él, sacándola de la ducha y envolviéndola en una toalla—. Tienes que meterte en la cama, cariño.


Prácticamente saltando sobre la pierna derecha, la llevó al dormitorio y la ayudó a tumbarse, pero ella seguía temblando. Sacó entonces una camiseta del cajón y se la puso a toda prisa, pero Paula estaba muy pálida. Quizá debería llevarla al hospital, pensó.


—Tengo mucho frío…


—Lo sé, cariño. Espera, voy a secarte el pelo.


Pedro frotó su pelo vigorosamente con una toalla y luego sacó otra manta del armario.


—¿Mejor?


—No, sigo teniendo… Frío.


Entonces supo que debía llamar a Federico. Pero cuando iba a salir de la habitación, ella lo retuvo.


—No, por favor. No te vayas. Abrázame.


—Tengo los pantalones mojados, Pau.


—Quítatelos y métete en la cama conmigo.


Él obedeció y la estrechó en sus brazos para hacerla entrar en calor.


—¿Mejor ahora?


—Sí, estás tan calentito…


Pedro no se movía, pero ella parecía tener otras ideas. Y cuando le pasó una pierna por encima, creyó que se iba a desmayar.


Desafío: Capítulo 39

 —A mí me gustaría que nos quedásemos, Pau. No creo que sea una tormenta muy fuerte y en la cabaña estaremos a salvo. Además, nos merecemos unos días de vacaciones —dijo Pedro, inclinando la cabeza para besarla de nuevo.


—Oye, ¿Y esto por qué?


—Porque eres muy guapa.


—No estás jugando limpio, Pedro Alfonso.


—Tienes razón. Podríamos meternos en un buen lío —suspiró él, muy serio—. Un lío para el que no estamos preparados. Pero me gustaría que nos quedásemos. Y prometo no tocarte. Conmigo estás a salvo, Pau.


Justo eso era lo que una recién casada quería oír.


Alrededor de medianoche, como Luis había predicho, empezó la tormenta. Los truenos parecían sacudir la cabaña y los relámpagos iluminaban la habitación, incluso con las cortinas echadas. Paula estaba en la cama, despierta, escuchando los suaves ronquidos de Pedro. ¿Cómo podía dormir en esas circunstancias? Normalmente, ella no tenía miedo de las tormentas porque en Texas eran el pan nuestro de cada día, pero aquélla… Los cristales retumbaban como si estuvieran a punto de romperse. De repente, él se volvió.


—¿Pasa algo?


—No, no. ¿Crees que en la radio estarán informando sobre la tormenta?


—Sí, supongo que sí —contestó él, medio dormido.


Justo en ese momento sonó el móvil.


—Dígame… ¿Estás seguro? Muy bien, de acuerdo. Gracias, Cristian.


—¿Qué pasa?


—Un tornado viene en esta dirección…


—¿Qué? ¿Un tornado?


—Eso parece.


—¿Luis viene a buscamos?


—No, no hay tiempo. Tenemos que ponernos a cubierto de inmediato.


—¿Cómo? ¿Dónde?


—Cristian ha dicho que nos metamos en el cuarto de baño… en la bañera —contestó Pedro, tomando el edredón—. Venga, vamos.


—Oye, tengo un poco de miedo…


—No va a pasar nada, no te preocupes.


Poco después, el sonido del viento se volvió ensordecedor. Y algo golpeó una de las paredes de la cabaña.


—Tranquila, no pasa nada.


Paula nunca había estado tan asustada. No podía dejar de temblar. Nerviosa, escondió la cara en el cuello de Pedro… Pero entonces oyeron algo así como el ruido de una locomotora y la cabaña empezó a temblar.


—¡Pedro!


Él se colocó encima para protegerla con su cuerpo.


—Tranquila, cariño. No va a pasar nada, ya lo verás.


Paula empezó a rezar por su hijo, por ellos, por todos. La cabaña se movía como si estuviera a punto de caer en pedazos. Y entonces oyeron ruido de cristales rotos, pero Pedro no la soltó. Y ella esperaba que no lo hiciera nunca.

Desafío: Capítulo 38

 —Por cierto, me parece que vamos a tener suerte —dijo él entonces, señalando un grupo de caballos que se dirigían hacia ellos. 


Un semental blanco iba en cabeza, seguido de una yegua oscura y un potrillo. Había otros más, todos diferentes debido a la mezcla de razas.


—¡Son preciosos! —exclamó Paula, buscando la cámara fotográfica.


—Y parece que no les preocupa nuestra presencia.


—Mi padre me ha contado que Luis los ha protegido siempre. Supongo que están acostumbrados a los seres humanos — murmuró ella, haciendo varias fotografías.


—Se te da muy bien. Y esa cámara es buena.


—¿Sabes una cosa? Una vez quise ser fotógrafa. Quería ver el mundo y trabajar para la CNN.


—¿Y por qué decidiste hacerte fisioterapeuta?


—Porque puse los pies en el suelo —suspiró Paula.


—Uno no debe olvidar sus sueños.


—No los he olvidado. Pero tengo que ganarme la vida.


Pedro sonrió.


—Tu niño tendrá mucha suerte de tenerte como madre.


Ella sonrió, nerviosa.


—Gracias. Intentaré hacerlo lo mejor posible.


—Y yo quiero ayudarte, Paula. Quiero formar parte de tu vida y de la vida del niño.


¿Cuántas veces había oído promesas similares? ¿Cuántas veces la había engañado Thiago? En los cuatro meses que vivieron juntos, había aprendido a no confiar en él.


—Por favor, Pedro, no hagas promesas. Los dos sabemos que piensas seguir con el rodeo.


—Pero volveré a casa.


—Pedro…


Él le puso un dedo sobre los labios.


—No digas nada.


Luego inclinó la cabeza para rozar sus labios. Y Paula dejó de pensar, dejó de hacerse preguntas, dejó de preocuparse por el futuro. Pedro quería seguir besándola, tocándola, acariciándola. Pero no podía ser. Sin embargo, cuando la miró a los ojos y vió el deseo reflejado en ellos, estuvo a punto de cambiar de opinión.


—Eres una mujer muy tentadora —dijo en voz baja.


—Tú también.


Pedro rió, bajito.


—Mira, acabo de ver un jinete. Si queremos que crean que somos marido y mujer deberíamos volver a besarnos, ¿No?


—Sí, supongo que sí —sonrió ella. Entonces le sorprendió, tomando la iniciativa. Pero el beso era tan ardiente que Pedro tuvo que apartarse. Si iban a interrumpirlos, lo mejor sería mantener la cabeza fría.


—Luego seguiremos, en privado —dijo con voz ronca.


Luis Barrett llegó a su lado y bajó del caballo.


—¡Hola, chicos!


—Hola, Luis. ¿Qué haces por aquí?


—Siento molestarlos, pero me han pedido que les dé un mensaje. Por lo visto, habrá tormenta esta noche. Pueden quedarse  en la cabaña, pero he venido por si querían volver a casa. Aunque le he dicho a todo el mundo que una tormenta no iba a preocuparles lo más mínimo.


Pedro miró el cielo.


—¿Esta noche?


—Sí, empezará alrededor de las doce —contestó Luis, sacando un móvil del bolsillo de la cazadora—. Esto es por si ocurriera algo. Están grabados los teléfonos de toda la familia.


—Muchas gracias, Luis.


—De nada —contestó el hombre, subiendo de nuevo a la silla.


—¿Crees que deberíamos marcharnos, Pedro? —preguntó


Paula cuando se quedaron solos.


—¿Tú quieres irte?


—Seguramente será lo mejor —contestó ella, mirándolo a losojos.


Si pasaban otra noche juntos…

Desafío: Capítulo 37

 —Hola. He hecho el desayuno.


¿Podría oír los latidos de su corazón?, se preguntó él.


—Pau, sobre lo de esta mañana…


—No, tú tenías razón. No tiene ninguna importancia. Además, la culpa ha sido mía. Era yo la que estaba en tu lado de la cama.


—Pero no debería haberme enfadado. Y créeme, Pau, yo nunca haría nada si tú no quisieras. Te lo aseguro.


—Lo sé, lo sé. Pero tenías razón sobre otra cosa —murmuró Paula entonces, apartando la mirada.


—¿Sobre qué?


—Lo de sentirnos atraídos el uno por el otro. Pero yo no quiero…


—Lo sé. No te preocupes, no va a pasar nada. Somos amigos, ¿No?


—Claro que sí.


—Si conseguimos sobrevivir a esta luna de miel, todo será más fácil.


—Eso espero. Mira, he hecho tostadas francesas. ¿Te gustan?


—Muchísimo —contestó Pedro, con una sonrisa en los labios.


Pero en lo último que pensaba era en comer. Lo que necesitaba era ejercicio, mucho ejercicio. Tenía que acabar agotado para no pensar en Paula. Aunque jamás olvidaría lo guapa que estaba con aquella camisa. Sin el banco y las pesas, tuvieron que improvisar la sesión. Pedro se tumbó en el sofá para que ella le diera el masaje diario en las piernas. Normalmente charlaban mientras lo hacía, pero aquel día no. Nunca había estado tan nervioso, además. Después del masaje, hizo unos ejercicios de apoyo sobre la pierna izquierda hasta que Paula lo notó cansado.


—Bueno, ya está bien. Ahora deberías meterte un rato en eljacuzzi.


—No te rindes nunca, ¿Eh?


—¿Quieres que me rinda?


—No —contestó Pedro, secándose el sudor con una toalla.


—Bueno, voy a llenar la bañera.


—Por cierto, es muy grande. Cabemos los dos —dijo él entonces, con una sonrisa en los labios—. ¿Te apetece?


—No, gracias.


—¿Por qué? Tú también has trabajo mucho. Y prometo no tocarte.


—Lo siento. No he traído bañador.


—Ah, genial. Ahora tengo una imagen que va a ayudarme del todo: Paula desnuda —murmuró Pedro, irritado, mientras entraba en el cuarto de baño.


Por el momento, aquel matrimonio era un infierno.


Por la tarde decidieron ir de excursión. Paula quería llevar el coche de golf, pero Pedro insistió en ir caminando. Con un poco de suerte, podrían ver caballos salvajes, le dijo. Los famosos caballos salvajes de aquel valle, con sus leyendas.


—¿Seguro que no estás cansado? A mí me gustaría sentarme un rato —dijo Paula cuando vió que él empezaba a sudar.


—Estoy bien, de verdad. No me he caído todavía.


—Ya veo. Y estás orgulloso de tí mismo, ¿Eh?


—Mucho. Cualquier día de éstos tiro el bastón.


Nada le gustaría más, pensó ella. Pero cuando llegase ese momento, Dylan ya no la necesitaría.


—Ese día haremos una fiesta.


Poco después llegaron a un prado y Brenna colocó la manta que llevaba en la mochila.


—Vamos a sentarnos un rato.


—Muy bien, mamá.


—Madre, perdona.


Riendo, Pedro se dejó caer sobre la manta.


—Este sitio es precioso, ¿Eh?


—Es una maravilla. Y tan solitario… No me extraña que los caballos salvajes vengan por aquí.

jueves, 16 de febrero de 2023

Desafío: Capítulo 36

Pedro estaba teniendo un sueño estupendo. Pero cuando abrió los ojos y la luz del sol que entraba por la ventana iluminó la habitación, descubrió que no era un sueño. Paula estaba apretada contra él, con una mano sobre su torso desnudo. Pedro intentó moverse un poco para terminar con aquella deliciosa tortura, pero ella no le dejó.


—Pau… Pau, despierta.


Con los ojos cerrados, ella le pasó una pierna por encima.


—Bésame —murmuró.


Con el corazón acelerado, Pedro tragó saliva.


—Si eso es lo que quieres…


Inclinó la cabeza para buscar sus labios, que ella entreabrió, invitadora. Y aquel camisón que era prácticamente nada lo excitaba como nunca… Pero no podía ser.


—Paula, despierta. ¡Despierta!


Por fin, ella abrió los ojos, sorprendida.


—Oh. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué estoy en tu lado de la cama?


—No lo sé. Supongo que buscabas calor —contestó él, con voz ronca.


—Lo siento.


—No me quejo, pero no quería que las cosas fueran demasiado lejos porque… Estabas dormida.


—Lo siento, no me he dado cuenta…


—No pasa nada —la interrumpió él—. Además, no es nada extraño que nos deseemos. De hecho, es natural.


—¿Ah, sí? Pues si te has casado conmigo esperando esto, será mejor que hablemos muy en serio —replicó Paula.


—Un momento, un momento. No puedo negar que te deseo, pero no suelo aprovecharme de las mujeres. Y si dejaras de mentirte a tí misma, te darías cuenta de que tú también me deseas. Para tu información, no he sido yo el que te ha pedido un beso — replicó Pedro, levantándose para ir al cuarto de baño.


Tenía razón, pensó Paula. ¿Qué le había pasado? Y, sobre todo, ¿Qué iban a hacer? Entonces oyó el ruido de la ducha e imaginó a Pedro desnudo bajo el chorro de agua… No tenía que imaginar mucho porque ya lo había visto sin ropa. Suspirando, se levantó de la cama y buscó su maleta, pero entonces recordó que estaba en el baño. Tenía que ponerse algo encima, no podía ir por ahí con aquel camisón… Se puso la camisa de Pedro y fue a la cocina para preparar el desayuno. Esperaba que después de comer algo las cosas volvieran a estar en su sitio.


Pedro no dejaba de pensar mientras estaba en la ducha. Tenían que volver a ser amigos, como antes, se decía. Lo más importante para él era volver al rodeo y Paula lo estaba ayudando. Nada más. A cambio, él la ayudaba a ella. Era sólo un acuerdo entre amigos. Pero cuando miró el jacuzzi y la imaginó desnuda… No, eso no podía ser. Paula no lo quería, pensó mientras se afeitaba. Y cuanto antes se metiera eso en la cabeza, mejor. Cuando salió del baño buscó una camisa en la maleta y, apoyándose en el bastón, salió del dormitorio. Pero al verla con su camisa le dió un vuelco el corazón. Tenía unas piernas de escándalo. Y unos pies… Él nunca se había fijado mucho en los pies de las mujeres, pero Paula Chaves Alfonso tenía unos pies preciosos. Con las uñitas pintadas de rosa. Pedro sacudió la cabeza. Aquello no podía ser.

Desafío: Capítulo 35

—¿Qué quiere cenar, señora Alfonso?


Ella lo miró, incómoda.


—No sé, lo que te apetezca.


—Paula, deja de mirarme como si fuera un violador —suspiró Pedro—. ¿Qué te pasa?


—No sé, me encuentro rara. Nos hemos casado y…


—Lo sé, yo también estaba allí.


—Pero mis padres creen que es un matrimonio de verdad.


—Es tan de verdad como nosotros queramos —dijo él, apoyándose en el bastón.


—Deberías sentarte.


—Sí, la verdad es que estoy cansado —suspiró Pedro, dejándose caer sobre una silla—. Pero quiero hacer la cena.


—No, la haré yo. Tú descansa.


—De eso nada. La que tiene que descansar eres tú. Llevas todo el día de un lado para otro…


—No, en serio. Yo lo haré.


—Que no —insistió Pedro—. Tú relájate en el sofá mientras yo pongo la mesa, ¿De acuerdo?


—Muy bien, como quieras —sonrió Paula por fin.


—Por cierto, no sé si te lo he dicho, pero estás preciosa.


—Gracias. Y gracias por el vestido. Aunque te has gastado mucho dinero.


—Ha merecido la pena, ¿No?


—Sí, espero que sí. Bueno, si estás tan decidido a encargarte de la cena, voy a quitarme el vestido. ¿Te parece?


—Muy bien, aquí te espero.


Paula volvió diez minutos después, con el pelo suelto y un pantalón vaquero. Él se había quitado la chaqueta y remangado la camisa. Cenaron ensalada César, pollo frío y pastel de queso. Después, se sentaron frente a la chimenea para hablar de la boda. Poco a poco, empezaron a relajarse… pero sólo hasta que llegó el momento de irse a la cama. De nuevo, entró en el cuarto de baño para cambiarse de ropa. 


Pedro se desvistió en el dormitorio y abrió la bolsa de viaje. Afortunadamente, su hermano había guardado un pantalón de pijama. Pero en lugar de meterse en la cama fue a comprobar que la chimenea estaba apagada, a cerrar la puerta… Debía reconocer que estaba nervioso. Aquello era ridículo. No había estado tan nervioso desde que le robó un beso a Ludmila Phillips, en sexto. Ya no era un adolescente y aquél no era un juego, se dijo. Se había casado con Paula para protegerla y para proteger a su hijo, no para aprovecharse de la situación. Pero eso no lo bacía olvidar que la deseaba… Con todas sus fuerzas. Al menos, en su casa tenían dos habitaciones. Mientras allí sólo había una cama y montones de velas por todas partes. Eso y el olor romántico de las flores. 


Cuando Paula salió del baño, Pedro tuvo que contener el aliento.


—Lo siento, esto es lo que mi madre había guardado en la maleta.


Llevaba un camisón de seda color champán, con un escote que dejaba al descubierto el nacimiento de sus senos. Los pezones se marcaban bajo la tela y también la suave protuberancia de su abdomen. Pedro asintió, sin decir nada. ¿Cómo iba a salir vivo de aquella noche?

Desafío: Capítulo 34

Veinte minutos después, Federico conducía a los recién casados hasta la carretera de tierra que llevaba a las cabañas del Mustang Valley. Pero, como no se permitía el paso de vehículos en el rancho de recreo, tuvieron que llegar a la cabaña en un cochecito de golf.


—Ya estamos aquí —anunció Pedro, señalando la construcción de madera.


Paula miró alrededor. A unos cincuenta metros había un arroyo y, aunque estaban en invierno, el paisaje era espectacular. Una sensación de serenidad la envolvió al ver todos aquellos árboles movidos por la brisa. Una sensación que desapareció al ver otro cochecito de golf alejándose por el camino. Seguramente alguien de la familia que había ido a comprobar si todo estaba perfecto. Y lo estaba. Aquél era un sitio perfecto para dos enamorados que no querían ver a nadie… Dos enamorados. Tuvo que tragar saliva. Ellos no eran dos enamorados. Se había casado con Pedro sin apenas conocerlo y aquella era su luna de miel. Aunque no era una luna de miel de verdad. Genial. Con su maleta en la mano para que Pedro pudiera apoyarse en el bastón, subieron los escalones que llevaban a la cabaña… Pero nada la había preparado para lo que encontró en el interior. El salón estaba iluminado por velas y la chimenea, encendida. Sobre la mesa, un ramo de rosas rojas. Suspirando, entró en el dormitorio. En la cama, un edredón de raso color vino… cubierto por pétalos de rosas. Aquello sería maravilloso para dos enamorados de verdad, pero Pedro y ella…


—Muy bien. ¿Y ahora qué hacemos?


—A mí se me ocurren muchas cosas —sonrió Pedro—. Pero no creo que quieras oírlas.


—¿Cuánto tiempo tenemos que quedarnos aquí?


—No podemos volver en menos de cuatro o cinco días.


—Pero si sólo hay una cama.


Iba a matar a su hermano. Porque seguro que el culpable era él. En otras circunstancias no le importaría lo más mínimo estar encerrado con una mujer guapa, pero con Paula…


—No sabía que iban a organizar esto, te lo aseguro.


—Ya lo sé —suspiró ella—. Pero no te preocupes. Llevamos varias semanas viviendo juntos, así que no pasa nada.


—Muy bien. Tú puedes dormir en la cama, yo dormiré en el sofá.


—No puedes dormir en el sofá, es muy pequeño. Yo dormiré en el sofá.


—De eso nada —replicó Pedro.


—Pero no puedes dormir ahí, te dará un tirón en la pierna.


—Y tú y tu niño tienen que dormir bien.


—Yo no soy tan grande y mi niño está muy cómodo donde está —rió Paula.


—¿Alguna sugerencia?


—No.


—Podríamos… Compartir la cama —dijo él entonces.


—¿Qué?


—¿Por qué no? Es una cama de matrimonio, cabemos los dos. Yo podría dormir encima del edredón, si quieres. Ni siquiera notaremos que estamos durmiendo juntos.


Sí, seguro. ¿A quién quería engañar?


—No sé si es buena idea —suspiró Paula, agotada.


—¿Te encuentras bien?


—Sí, bueno… La verdad es que tengo hambre. Estaba tan nerviosa en el banquete que no probé bocado.


—Venga, vamos a ver qué podemos comer.


Pedro se quedó helado al abrir la nevera. Literalmente.


—Mira esto, Paula.


Había varias tarteras con ensaladas de pasta y verduras, además de una bandeja con pollo frito. También había queso, aceitunas, fruta, zumos y una botella de vino.


—Parece que han pensado en todo.

Desafío: Capítulo 33

Los invitados prorrumpieron en aplausos cuando Pedro entró con su esposa en el rancho. Le sorprendía aquella sensación de felicidad… Sobre todo cuando la besaba. Y como las cosas podrían cambiar cuando estuvieran solos, decidió aprovechar la ocasión y volver a besarla.


—Me vengaré, Alfonso —le dijo ella al oído—. Vas a hacer doble rehabilitación.


Como respuesta, Pedro volvió a besarla.


—Espera… ¿No te estás pasando?


—Queremos convencer a todo el mundo, ¿No?


—Yo creo que ya están convencidos —suspiró Paula.


Su madre se acercó entonces, emocionada.


—Hija, estás tan guapa. Sé que no ha sido una boda religiosa, como nosotros queríamos, pero ha sido bonita, ¿No? Y parecían tan felices…


—Voy a hacer muy feliz a tu hija, Alejandra —sonrió Pedro.


—Sé que lo harás —murmuró la mujer, antes de alejarse.


—Estás haciendo muchas promesas —le recordó Brenna entonces.


—Y pienso cumplirlas. Por favor, deja de preocuparte. Confía en mí, ¿De acuerdo? —rió él, apretando su cintura.


—Muy bien. Venga, creo que hay una tarta con nuestro nombre en alguna parte —suspiró ella.


Después de hacerse las pertinentes fotografías, se sentaron en el sitio de honor, rodeados de parientes y amigos. Federico se levantó, con una copa de champán en la mano.


—Quiero brindar por mi hermano y su esposa. Pedro, nunca pensé que una mujer podría soportarte, pero… Me alegro. Paula, bienvenida a la familia. Que vuestra vida en común sea muy feliz.


Luego se levantó Cristian Ramírez.


—Como soy el mayor, hablo por toda mi familia —dijo, mirando a los novios—. Pedro y Paula Alfonso, queremos daros la bienvenida como merecen, así que hemos decidido regalarles una luna de miel —sonrió, sacando una llave del bolsillo—. La familia Ramírez quiere ofrecerles la cabaña nupcial del Mustang Valley. Hay comida en la nevera y suficiente leña como para que les dure al menos una semana. Y, como el rancho está cerrado al público hasta la primavera, estarán completamente solos.


Todos aplaudieron y brindaron de nuevo. Horas después, cuando los invitados empezaban a despedirse, Paula intentó ayudar a Romina.


—¿Qué? Tú no puedes hacer nada, eres la novia.


Federico apareció entonces con la maleta de Paula y una bolsa de viaje.


—¿Y eso?


—Tu madre se ha encargado de todo. Fede los llevará a la cabaña —rió Romina.


Paula miró a Pedro, que se encogió de hombros.


—Yo no sabía nada. Pero estamos listos —sonrió su flamante marido—. Vamos, Paula, parece que quieren librarse de nosotros cuanto antes.


Ahora sí que no había vuelta atrás.

martes, 14 de febrero de 2023

Desafío: Capítulo 32

Seis días después, con la ayuda de un bastón, Pedro salía del ascensor seguido de Federico, Romina y los niños. Llevaba un traje de chaqueta azul marino, camisa blanca y corbata de seda azul cielo… Que parecía estrangularlo. Incluso se había cortado el pelo. Pero cuando vió a Paula se quedó sin aliento. Y decidió que todo merecía la pena. Estaba preciosa con aquel vestido de novia. Llevaba el pelo sujeto en un moño y adornado con florecitas.


—Pau… Estás guapísima.


—Gracias. Tú también estás muy guapo —consiguió decir ella, con un nudo en la garganta—. Y caminas muy bien con el bastón. Pero ten cuidado, no apoyes todo el peso en la pierna izquierda.


—Deja de ser mi fisioterapeuta, Paula. Estoy perfectamente.


—Lo siento, es una costumbre —suspiró ella—. Oye, si has cambiado de opinión, lo entenderé —le dijo al oído.


—No he cambiado de opinión. Todo lo contrario —sonrió Pedro.


Paula miró alrededor.


—Pero hay mucha gente, ¿No?


—En cuanto se lo dije a Romina, las cosas se me fueron de las manos.


—Aún podemos echarnos atrás.


—¿Cómo puedo convencerte de que no quiero echarme atrás? Ah, ya sé —dijo él entonces, tomándola por la cintura—. Sólo hay una manera.


Pedro la besó y Paula, nerviosa, tuvo que sujetarse a las solapas de la chaqueta para no caer al suelo.


—¡Es la hora! —gritó alguien.


—Venga, vamos —sonrió él, apoyándose de nuevo en el bastón.


—Últimamente, vamos mucho de boda —rió Luis Barrett—. Ésta es la sexta en tres años.


El juez les indicó cómo debían colocarse. Al lado del novio estaba Federico y al lado de la novia, su dama de honor, Romina. Sus padres y hermanos, detrás. Paula respiró profundamente.


—Estamos aquí reunidos…


Durante la ceremonia, miraba a Pedro de reojo hasta que, por fin, el juez dijo las últimas palabras:


—Puede besar a la novia.


Cuando Pedro se volvió, pensaba que estaba preparada para el beso, pero no era así. Tuvo que enredar los brazos alrededor del cuello de su flamante marido porque le temblaban las rodillas. Después de la ceremonia, Romina había organizado un banquete en el comedor del rancho, donde los esperaban los Ramírez. Y todo el mundo parecía tan feliz que ya no podía volverse atrás.

Desafío: Capítulo 31

No recordaba haber dicho que sí, pensó Paula. Pero dos días después, estaba probándose el vestido que llevaría el día de su boda. Era un vestido de color marfil, con el corpiño ajustado y manga larga, acampanada. Se llevó una mano al estómago, intentando calmar los nervios.


—Cariño, estás preciosa —sonrió su madre—. Y el collar de perlas de tu abuela quedará de maravilla. Sencillo, pero elegante.


Paula hubiese querido poner fin a aquella locura. ¿Cómo había pasado?, se preguntó. Pero cuando fueron a hablar con sus padres, todo el mundo dio por sentado que iban a casarse de inmediato. De hecho, sus hermanos prácticamente amenazaron a Pedro. Y ella no quería ser una obligación para nadie. Iba a casarse con un hombre al que apenas conocía. Un hombre que no estaba hecho ni para el matrimonio ni para la paternidad. Un hombre que nunca dejaría su profesión por ella.


—Yo creo que estás maravillosa —insistió Alejandra—. Aunque el vestido de encaje antiguo también es bonito. ¿Tú qué crees?


Paula no quería tomar más decisiones. Sólo quería salir corriendo. Pero tenía que pensar en su hijo…


—Estás absolutamente preciosa —dijo la dependienta—. Ese vestido parece hecho para tí.


Entonces miró la etiqueta y se llevó un susto. Sus padres no podían pagar ese dineral.


—¿No hay nada un poco más… Asequible?


—No tienes que preocuparte por eso, cariño. El señor Alfonso ha dado instrucciones muy precisas al respecto. El precio del vestido no es un problema.


—Pero no puedo…


—Entonces nos llevamos éste —la interrumpió su madre—. Ah, y necesitamos zapatos.


—¡Mamá!


—Ese hombre te quiere, cielo. Y si Pedro quiere verte guapísima el día de la boda…


—Pero no lo entiendes…


—Claro que lo entiendo. No hay nada malo en dejar que tu futuro marido te regale el vestido de novia —suspiró su madre—. Lo que siento es que tu padre y yo no podamos pagar la boda.


—Mamá, no les he dado tiempo para planear nada. No es culpa suya.


—Y, además, tenemos un regalo: Un nieto.


—Entonces, ¿Estás contenta? —preguntó Paula.


—Estoy muy contenta, hija. Sobre todo, porque has encontrado a un hombre que te quiere.


Paula tuvo que morderse los labios para contener las lágrimas. Iba a casarse con un hombre al que apenas conocía… Peor, iba a casarse con un hombre del que empezaba a enamorarse. Y Pedro no la querría nunca. De modo que iba de cabeza al desastre.

Desafío: Capítulo 30

Pedro se levantó antes del amanecer. Parecía un día normal, pero todo había cambiado desde el día anterior. Por la tarde fueron a visitar a los padres de Paula… Y allí se encontró con sus hermanos: Lautaro, Santiago y Marcelo. Pero fue Alejandra quien hizo más preguntas. Miguel, sin embargo, parecía encantado. Como para casarse por la iglesia católica debían esperar seis meses, tendrían que conformarse con una boda civil. Que tendría lugar unos días más tarde. Esa mañana, fue a visitar a Federico para darle la noticia.


—Buenos días, hermano.


—Buenos días, ¿Qué tal?


—Bien, todo bien. Bueno, en realidad, venía a darte una noticia.


—¿En serio? Espero que sea buena.


—Sí, es una buena noticia —sonrió Pedro, aclarándose la garganta—. Paula y yo vamos a casarnos.


Federico lo miró, muy serio, durante unos segundos.


—¿Desde cuándo estáis juntos?


—Desde hace… Algún tiempo. Ah, y por cierto, Paula está embarazada.


—Ah, muy buena la rehabilitación. Pero hay algo más, ¿No?


Pedro se encogió de hombros.


—No es asunto de nadie.


—Haz el favor de contarme toda la historia. Soy tu hermano.


Federico siempre había sido muy protector y Pedro no quería que lo convenciese de que no era buena idea. Pero no podía mentirle.


—No quiero que lo sepa nadie más, pero Paula estaba embarazada cuando la contrataste. El padre del niño murió en un accidente de ala delta hace tres meses…


—¿Y por eso vas a casarte con ella?


—Sus padres vinieron a verla hace dos días y no sabían nada, así que… Bueno, les dije que yo era el padre del niño.


Federico lanzó un silbido.


—Sigues tirándote de cabeza, ¿Eh?


—Tengo que hacerlo. Pau me ha ayudado muchísimo. Si no hubiera sido por ella seguiría muerto de asco.


—Y por eso vas a casarte.


—Sí, pero pienso volver al circuito. Ese niño necesita un padre, Fede, así que se quedarán en la casa, si no te importa.


—Es tu casa, ya lo sabes. Puedes hacer lo que quieras con ella.


—Gracias. Si el médico me da el alta, me gustaría seguir en lo mío. Pero volvería aquí entre rodeo y rodeo —sonrió Pedro—. Y también he pensado en esa escuela de la que me hablaste. La verdad, creo que sería una buena idea.


—Ah, esto me suena muy bien —sonrió su hermano—. Curioso que una mujer pueda hacerte ver las cosas de otra forma.


—No voy a cambiar —protestó Pedro—. Pero un hombre debe pensar en el futuro.


Tenía dinero en el banco, pero no duraría para siempre, de modo que la escuela podría ser una buena inversión. Además, tendría que abrir una cuenta para el niño de Paula.


—¿Cuándo se casan? —preguntó Federico.


—Probablemente, la semana que viene. ¿Quieres ser mi padrino?


—Por supuesto, encantado —sonrió su hermano, pasándole un brazo por los hombros—. Parece que el último de los Alfonso ha caído en el lazo, ¿Eh? Cuando encontramos a la mujer de nuestra vida, no perdemos el tiempo.


—No es eso, Fede —insistió Pedro.


—Ya, eso es lo que decimos todos.


Desafío: Capítulo 29

 —¿Y cómo explicaremos que el niño se haya concebido antes de que nos conociéramos?


Pedro lo pensó un momento.


—Podríamos decir que nos conocimos el verano pasado.


—No puedo mentirle a mis padres.


—Paula, no has sido exactamente sincera con ellos, ¿No?


—Sí, ya… No quiero que se preocupen por mí. Mi padre tiene muchas deudas y si le cargo con esto…


—Entonces, deja que te ayude —la interrumpió Pedro.


—Pero yo puedo cuidar de mí misma.


—Muy bien, no necesitas ayuda económica. Pero, ¿Y si llevaras mi apellido? A menos que tengas algo en contra. Ya sabes, por Francisco Ramírez.


—Claro que no. Pero no quiero cargarte con un hijo que no es tuyo —protestó Paula.


—Al contrario que Federico, yo nunca había pensado sentar la cabeza. Pero el matrimonio podría tener sus ventajas.


Sí, claro. Pedro El Diablo Alfonso podría usar una alianza para que las mujeres del circuito supieran que no podían esperar nada de él.


—En realidad, quiero hacerlo por tí. Estoy de pie gracias a tí, Paula. Si consigo volver al rodeo, será por tí.


—No es verdad. Tú querías volver a caminar. Si no fuera así, no te habrías esforzado tanto.


—Paula, por favor, deja que te ayude. Podrías vivir aquí con el niño… Yo estaré de acá para allá y cuando venga a casa podríamos seguir como hasta ahora.


Paula se mordió los labios. Estaba pensando seriamente aquella proposición.


—Puedes seguir trabajando o volver a la universidad para hacer un máster, lo que tú quieras. En un par de años, cuando me retire, quizá me haga socio de mi hermano.


—¿En serio?


—Sí, me ha propuesto abrir una escuela de rodeo en San Angelo y la verdad es que no me parece mala idea.


—Ya, pero… ¿Y el niño? Mi hijo se acostumbrará a tí y, de repente, un día, tú te marcharás.


Pedro la miró, sorprendido.


—Yo nunca haría eso. Si nos casamos, siempre estaré ahí.


Paula se dió cuenta de que quería que Pedro estuviera ahí para ella. Pero sabía que nunca iba a sentar la cabeza…


—¿Y si alguno de los dos conoce a alguien? Deberíamos poner una fecha. No sé, seis meses después de que nazca el niño. Entonces volveremos a hablar del asunto.


—¿Para qué?


—Por si alguno de los dos quiere el divorcio. Podríamos decirle a la gente que tu profesión nos ha separado.


—Si eso es lo que quieres —suspiró él—. Pero hay una cosa más. Para todo el mundo, este niño será hijo mío. Y yo seré su padre. Pase lo que pase entre nosotros, siempre cuidaré de él, Paula. ¿Estás de acuerdo?


Esa promesa hizo que los ojos de Paula se llenaran de lágrimas.


—Estoy de acuerdo.


—Bien —sonrió Pedro entonces—. Y ahora deberíamos ir a hablar con tu padre… Antes de que vuelva con un rifle.

jueves, 9 de febrero de 2023

Desafío: Capítulo 28

 —¿Estás loco? —exclamó Paula cuando se quedaron solos.


Pedro se estaba preguntando lo mismo, pero le había parecido la única solución. Cuando salió de su cuarto y vió el rostro angustiado de Paula supo que era lo que debía hacer.


—Seguramente. Pero no sería la primera vez que hago una locura.


—Pero ahora tengo que contarle la verdad a mis padres, ¿No te das cuenta? ¿No has pensado que mi padre espera que… Te cases conmigo? Lo siento, de verdad. No sé cómo nos hemos metido en este lío…


—Paula, no te preocupes. La culpa es mía. No quería complicar las cosas, pero he metido la pata.


Durante aquellas semanas se habían hecho amigos y Paula le importaba mucho. Y le rompía el corazón verla triste. Sin duda, era una mujer muy fuerte y podía resolver su problema ella sola, pero no pensaba dejar que lo hiciera. Tenían que pensar en el niño. Un niño inocente que no merecía llegar al mundo en aquella situación.


—Paula, escúchame —dijo entonces, abrazándola—. He tenido una idea que podría funcionar. Hablaremos con tus padres y les diremos que no tienen nada de qué preocuparse porque… Porque voy a casarme contigo.


Paula se apartó de golpe.


—¿Qué?


—Lo que has oído.


—Esto no tiene gracia, Pedro. Y no me gustan las bromas.


—No estoy de broma. Escúchame un momento, por favor.


—¿Para qué? Estamos hablando de mi vida, de mi hijo.


—Y yo también. Sé lo que es crecer sin un padre, te lo aseguro. Y sé que si Thiago no hubiera muerto, las cosas habrían sido completamente diferentes, pero no es culpa de tu hijo. Supongo que tus padres conocían a Thiago…


Paula negó con la cabeza, recordando la excusa que inventó cuando Thiago no fue a su ceremonia de graduación. Más tarde descubrió que la había plantado para bajar el río Colorado en canoa.


—Debían haberse conocido en mi ceremonia de graduación, pero no apareció. Y les dije que… Habíamos roto.


—Ah, pues entonces es creíble que yo sea el padre del niño, ¿No?


—¡No! Cuando nazca, todo el mundo se dará cuenta de que es imposible. Estoy embarazada de tres meses y medio y sólo llevo aquí seis semanas. Aunque hubiéramos estado juntos desde el primer día…


—Oye, que yo soy famoso por encandilar a las mujeres — intentó bromear Pedro.


—Pero yo no soy así. No me acuesto con cualquiera…


—¡Oye!


—No quería decir eso. Quería decir que… Sólo he estado con un hombre en toda mi vida.


La sonrisa de Pedro desapareció.


—Al contrario que yo, que he estado con cientos de mujeres. No sé de dónde he sacado el tiempo y la energía para convertirme en un campeón del rodeo —dijo, irónico.


—Perdona, no quería decir eso —suspiró Paula.


—Sí querías decirlo. Y te sorprendería saber que los campeones del rodeo somos atletas, o sea que tenemos que entrenar horas y horas. En un buen día, te cuesta trabajo hasta levantarte de la cama, así que imagínate ir de fiesta… No digo que sea un monje, pero todas las mujeres con las que he estado sabían que no soy de los que sientan la cabeza —explicó Pedro entonces—. Lo más importante para mí siempre ha sido mi trabajo.


—Más razón para olvidarnos de esa idea absurda.


—No estoy de acuerdo. Si nos casáramos, yo no tendría que preocuparme por las distracciones del circuito.


Aquello era una locura. Sin embargo, Paula empezaba a pensarlo…

Desafío: Capítulo 27

Alejandra Chaves seguía siendo una mujer muy hermosa con su pelo castaño y sus ojos de color ámbar.


—En realidad, hemos pasado por el rancho de Luis y él sugirió que viniéramos a verte. Dijo que al señor Alfonso no lo molestaría.


—Pero es que estoy trabajando ahora mismo…


Pedro se levantó de la silla.


—No pasa nada, Paula. Claro que puedes recibir a tus padres. Hola, señor y señora Chaves. Y soy Pedro, no el señor Alfonso.


—Encantada de conocerlo —sonrió Alejandra, acercándose para estrechar su mano.


—Lo mismo digo. Señor Chaves.


—Encantado. Llámame Miguel, por favor. Y mi mujer es Alejandra. Por cierto, veo que estás muy bien —dijo el padre de Paula—. Espero que mi hija haya tenido algo que ver.


—Por supuesto. Si no hubiera sido por ella, seguiría en la cama —sonrió Pero—. Bueno, voy a darme una ducha. Por favor, Paula, sírveles un café o lo que quieran.


Paula intentó sonreír, pero no las tenía todas consigo.


—Pensaba ir a verlos este fin de semana.


—Paula, ¿Te encuentras bien? Te veo muy pálida —dijo su madre.


—No, estoy bien. ¿Quieres un café, mamá?


—¿Seguro que no te pasa nada?


—Nada en absoluto —contestó ella, volviéndose para sacar las tazas del armario.


—Miguel, ¿Te importa traer las magdalenas del coche? —dijo su madre entonces.


—Ah, es verdad.


Cuando su padre las dejó solas, Paula se echó a temblar.


—Muy bien, hija. Ahora puedes contarme la verdad.


—Mamá, no me pasa nada…


Alejandra Chaves la miró de arriba abajo y se fijó en su cintura.


—Estás embarazada.


Ella se mordió los labios. Nunca había podido mentir y, en cualquier caso, tenía que contárselo tarde o temprano.


—Sí. Lo siento, mamá —murmuró, echándose en sus brazos— . Lo siento mucho.


—No llores, cariño. Todo va a salir bien.


—Yo no quería que pasara…


—Lo sé —la interrumpió Alejandra—. Pero ha pasado y ya está. ¿Qué piensas hacer?


—Trabajar y cuidar de mi hijo.


—¿Y el padre del niño?


Antes de que Paula pudiera hablarle de Thiago, su padre volvió a entrar con una caja.


—¿Qué ocurre?


Contárselo a su padre sería mucho más difícil, pero tenía que hacerlo.


—Cuéntaselo, Paula —murmuró su madre.


—Yo… Verás, papá. Voy a tener un niño.


Miguel Chaves abrió los ojos como platos.


—¡Pau! Hija mía, ¿Estás bien?


—Sí, sí, estoy bien. Y el niño está bien.


—Pues entonces dime quién es el responsable. Tendrá que hacerse cargo y…


—Papá, no lo entiendes.


—Claro que lo entiendo. Entiendo que el padre del niño tendrá que hacerse responsable. ¿Quién es? Dímelo, hija.


Paula no sabía cómo decirle que el padre de su hijo había muerto. Que su nieto sería hijo de soltera. Abrió la boca para hacerlo, pero en ese momento entró Pedro en el salón.


—Soy yo, señor Chaves. Yo soy el padre del niño.


Paula se quedó tan perpleja que no pudo decir nada. Miguel se acercó a Pedro, muy serio.


—Si eso es verdad, espero que hagas lo que debe hacer un hombre. Y lo antes posible.

Desafío: Capítulo 26

 —¿De cuántos meses estás?


—De tres y medio.


—¿Y sabías que estabas embarazada cuando aceptaste este trabajo?


—Sí.


—Supongo que el padre es Thiago.


—Sí, claro.


—Pero si has estado ayudándome, cargando con mi peso… ¡Maldita sea, Paula!


—Tenía que hacerlo. Necesitaba este trabajo —murmuró ella.


—¿Y tus padres? ¿Quieres que los llame?


—No, no. Aún no se lo he dicho.


—¿Por qué no? Supongo que podrán ayudarte.


—Mis padres tienen suficientes problemas. Pidieron un préstamo para enviarme a la universidad y no quiero pedirles ningún otro favor —suspiró Paula—. Por favor, Pedro, no digas nada.


—Muy bien, de acuerdo. Pero no podrás mantener el secreto para siempre, ¿No?


—Ya lo sé. Necesito un poco más de tiempo. Si quieres despedirme, lo entenderé…


—No digas bobadas —la interrumpió él—. Además, prometiste que volvería a caminar y te necesito aquí.


Paula levantó la mirada.


—Gracias.


Incapaz de resistir, Pedro se dejó caer en el suelo, a su lado, y la abrazó.


—¿Thiago sabía lo del niño?


—No. Murió antes de que yo misma lo supiera.


Un extraño deseo de protección lo envolvió entonces.


—¿Y has cargado con ese secreto tú sola?


—Este niño no es una carga, Pedro. Lo adoro…


Paula no pudo terminar la frase porque se deshizo en lágrimas.


—No llores, tonta. Ya verás, encontraremos la forma de solucionarlo —le dijo él al oído—. Te prometo que el niño y tú estarán bien.


Una hora después, Paula había conseguido calmarse. Encontró a Pedro en la cocina, calentando un bote de sopa.


—Siéntate, anda. Tienes que comer algo…


—¡Pero si vas con una sola muleta!


—Ah, sí, he probado la pierna mala esta mañana.


—¿Y qué tal?


—No está mal.


—No puedes seguir apoyando en ella todo el peso del cuerpo, Pedro. Si lo haces, te empezará a doler.


—Sí, señorita. Pero ahora siéntate y come algo. Ese niño tuyo debe estar hambriento.


—No tienes que cuidar de mí, Pedro. Estoy embarazada, no enferma —suspiró Paula—. Esta mañana me encontraba mal, pero ya ha pasado.


—De todas formas, tienes que comer algo. Siéntate.


—Muy bien, de acuerdo.


—Así me gusta. Para que sepas que aquí mando yo… Por hoy.


—Oye, Pedro, ahora que has tenido tiempo para pensar, necesito saber si de verdad quieres que me quede.


—¿Por qué no iba a querer? Por supuesto que sí, pero nada de cargar con peso. Si me caigo, me caigo. Ya me levantaré.


—¿Te han dicho alguna vez que eres muy mandón?


—No —contestó él—. Pero sexy sí.


Sin ninguna duda, pensó Paula. En ese momento llamaron a la puerta y ella se levantó a abrir. Era Miguel y Alejandra Chaves.


—¡Mamá, papá! ¿Qué hacen aquí?


—Vaya, nosotros también nos alegramos de verte —dijo su madre, abrazándola.


—¿No piensas invitarnos a entrar? —protestó su padre.


—Ah, sí, sí, claro —contestó ella, nerviosa—. Es que me ha sorprendido tanto verlos…

Desafío: Capítulo 25

Luego fueron al tráiler de Pedro para que sacase algo de ropa y los cinturones de campeón que iba a enseñarle a Nicolás. También pasaron por el establo para echarle un vistazo a su caballo.


—Hola, amigo —sonrió, acariciando a Cheyenne.


El animal levantó la cabeza para saludarlo y Pedro intentó mantener el equilibrio, pero Cheyenne estaba demasiado emocionado. Afortunadamente, su hermano lo sujetó.


—Parece que te ha echado de menos.


—No puedo darle lo que necesita, una buena carrera.


—Está todo el día en el corral, no te preocupes. Y lo monta uno de los peones para que haga ejercicio. ¿Alguna cosa más?


—No, nada —suspiró él.


Al salir del establo, se subió el cuello de la chaqueta vaquera porque hacía frío, pero le gustaba sentir aquel viento fresco en la cara.


—Mira, son de raza Hereford —dijo su hermano, señalando unas vacas.


—No me puedo creer que te dediques al ganado.


—¿Por qué? Nuestro abuelo materno fue un ganadero muy conocido.


—Ya.


—Mira, Pedro, sé que no quieres reconocer a nuestro padre biológico, pero Alberto Ramírez no tuvo nada que ver con las circunstancias de nuestro nacimiento. Él no era un canalla, como Francisco. Además, el ganado da buenos beneficios. Y soy socio del Mustang Valley.


—Parece que los Ramírez y tú se llevan muy bien, ¿No?


Pedro sentía cierta envidia, no lo podía evitar. Toda su vida habían sido Federico y él, nada más. Y de repente…


—Sí, nos hemos hecho amigos. Si hicieras un esfuerzo por conocerlos verías que son muy buena gente.


—No tengo nada contra los Ramírez, pero mi vida no está aquí. Está en el rodeo y tú lo sabes.


Federico asintió.


—Muy bien, pero cuando decidas retirarte podrías vivir aquí. Podemos dividir el rancho.


—¿Y qué haría yo en un rancho?


—Lo que mejor se te da, enseñar a montar. Abrir una escuela. Tu nombre atraería a muchísima gente —contestó su hermano—. Además, podrías ayudarme a comprar ganado. Tú sabes bien cuando un toro es bueno y cuándo no.


Pedro no quería reconocer que se sentía entusiasmado con la idea.


—Te agradezco la oferta, pero ya veremos.


—Como tú quieras. Pero es mejor que volvamos a casa antes de que Paula envíe una expedición de búsqueda.




Pedro llegó alrededor de las diez. El salón estaba desierto, pero oyó ruido en el cuarto de baño. Paula estaba vomitando.


—Paula, ¿Te encuentras mal?


La respuesta fue un gemido.


—Paula, voy a entrar —le advirtió.


La encontró tumbada sobre la alfombra, al lado de la bañera, aún en pijama.


—¿Qué ha pasado?


—Por favor, déjame —murmuró ella.


—Voy a llamar al médico.


—No, por favor. No hace falta.


—¿Cómo que no? Voy a llamar ahora mismo.


Usando la muleta, Pedro salió del baño. Entonces empezó a pensar… Paula estaba vomitando y el otro día, cuando le dijo que alguien estaba embarazada, ella se puso pálida… Sin decir nada, entró en su habitación y tomó una almohada. Luego volvió al cuarto de baño y se fijó en su abdomen. Parecía ligeramente abultado.


—Toma, ponte esto bajo la cabeza —murmuró.


Cuando lo miró a los ojos, Pedro tuvo la respuesta. No se había equivocado.

martes, 7 de febrero de 2023

Desafío: Capítulo 24

 —Pero estoy hablando con el tío Pedro…


—Catalina, por favor.


—Bueno —murmuró la niña, saliendo de la cocina con la cabeza gacha. 


Romina soltó una carcajada.


—Los niños tienen mucha imaginación.


—Ya lo he visto. Hay que tener cuidado con ella.


—¿Por qué, porque ha visto que hay algo entre Paula y tú? — preguntó Federico.


—No, porque me contó la semana pasada que Romina tenía un niño en la barriga —rió Pedro—. Por lo visto, los oyó hablar en el dormitorio.


Romina se puso colorada.


—Será gamberra…


Federico levantó los ojos al cielo.


—No me preocupa que haya oído lo del niño. Pero a saber qué habrá oído…


—¡Federico! Creo que deberías hablar con ella.


—¿Yo? Por favor, Romina. Sabes que no puedo regañarla.


—Ah, qué hombre. Tendré que hacerlo yo —suspiró su mujer—. Bueno, voy a subir a vestir a Catalina. Vuelve cuando quieras, Pedro.


—Lo haré.


—Fede, no olvides llevar a Nicolás al Lazy S esta tarde, después del colegio.


—No lo olvidaré.


Cuando su cuñada salió de la cocina, Pedro le dió un codazo a su hermano.


—Te tiene dominado.


—Sí, bueno, hay cosas peores. Y ahora cuéntame qué pasa con Paula.


—Nada. Es mi fisioterapeuta, nada más.


—Ya, seguro. O sea, que eres totalmente inmune a una pelirroja guapísima, ¿No?


Pedro dejó escapar un suspiro.


—Fuiste tú quien la contrató, listo. Pensé que te gustaría saber que no hay nada entre nosotros.


—¿Por qué? ¿Tiene novio?


—Lo tuvo —contestó él, recordando la expresión de tristeza de Paula cuando habló de Thiago—. Pero da igual. Pronto volveré al circuito y ella volverá a su vida normal.


—Pero si no volvieras al circuito… Lo digo por decir, ¿Eh? ¿No te gustaría Paula Chaves?


Pedro se lo pensó un momento.


—Claro que sí. Es una mujer guapísima, pero ya sabes que a mí no me gustan los compromisos —contestó. Pero tenía que cambiar de tema lo antes posible—. ¿Qué tal si me enseñas el rancho?


Federico levantó una ceja.


—¿En serio? ¿Quieres verlo?


—Claro. Quiero echarle un vistazo a esos toros que voy a montar.


Su hermano soltó una carcajada.


—Tengo algunos jóvenes que prometen mucho, pero Gabriel y los peones se llevaron a los buenos al rodeo de Arizona.


—¿Y por qué no has ido tú?


Federico tomó su taza de café y apoyó la espalda en el respaldo de la silla.


—Eso es lo bueno de ser el jefe. Ya he viajado más que suficiente. Además, tengo tres buenas razones para quedarme en casa. Y para ser feliz. Bueno, cuatro con el niño que estamos esperando.


Media hora después, Federico y Pedro estaban visitando el rancho. Era impresionante, con cercas altas y modernos establos donde Federico guardaba sus pura sangre. Había invertido mucho dinero en el rancho y estaba consiguiendo beneficios.

Desafío: Capítulo 23

Al día siguiente, Pedro se levantó a las seis de la mañana y fue a casa de su hermano en el coche de golf, que podía conducir sin usar las piernas. El doctor Morris había dicho que podía empezar a usar sólo una muleta y apoyar el peso del cuerpo en la pierna herida, pero sólo unos minutos al día. Y él estaba cada día más convencido de que volvería a caminar. Usando la barandilla, consiguió subir los escalones del porche y apoyar un poco el peso en la pierna izquierda. La notaba muy dura, pero no había dolor. Cuando entró en la cocina, se encontró a Federico y Romina abrazados, mirándose a los ojos.


Pedro tosió suavemente.


—Perdón…


—¡Pedro!


—¿Es que no paran nunca? Recuerden que en esta casa hay niños inocentes.


—A esta hora sólo hay hermanos inconvenientes —rió Federico.


—No seas tonto —lo regañó su mujer, que estaba un poco despeinada… Seguramente por las caricias de su marido—. Pedro, tú eres bienvenido a la hora que quieras. Por favor, siéntate. Llegas justo a tiempo para desayunar.


—Eso es lo que yo llamo una bienvenida. Gracias, Romina.


—Espera, un momento —dijo Federico entonces—. Me parece que has perdido una muleta.


Pedro se dejó caer en la silla.


—No, está fuera, en el coche. He pensado que era el momento de probar la pierna.


—¿Y qué tal?


—Regular. No voy a correr una maratón por ahora, desde luego.


—¿Y has venido para presumir o querías contarnos algo? —rió su hermano.


—¿No puedo venir a verte y a desayunar contigo?


—Paula te ha echado de casa.


—No —rió Pedor—. Sólo ha sugerido que salga un poco de casa. Además, no ha tenido un día libre desde que llegó y ya era hora.


—Pobre, ése es un castigo demasiado cruel.


Pedro fulminó a su hermano con la mirada.


—¿Estás intentando decir que soy insoportable?


—Más o menos. Pero te queremos de todas formas.


En ese momento, Catalina entró en la cocina con su pijama rosa.


—¡Tío Pedro! —gritó, echándose en sus brazos—. ¿Vas a desayunar con nosotros?


—Si no te importa…


—¡Puedes comer aquí todos los días! —exclamó la niña.


—Me parece que tus papas se cansarían de verme —rió Pedro.


—Pero yo no, yo te quiero —dijo Catalina entonces.


A él se le hizo un nudo en la garganta. No sabía por qué, pero tanto Catalina como Nicolás habían conseguido meterse en su corazón.


—Yo también te quiero. ¿Quieres ser mi chica?


—¡No puedo! Tu chica es Paula.


—No, cielo, Paula me está ayudando a caminar —dijo él entonces, un poco cortado.


—Pero te gusta, ¿Verdad?


—Sí, bueno…


—A mi mamá le gusta mi papá y van a tener un niño. A lo mejor tú también puedes tener un niño con Paula…


—¡Catalina! —exclamó Romina—. Venga, tienes que vestirte para ir al colegio. Yo subiré enseguida para peinarte.

Desafío: Capítulo 22

 —No. Quizá por eso la relación de Romina y Federico me parece tan especial.


—Aquí parece que hay una epidemia. Me sentía como un intruso en esa fiesta. ¿A tí no te ha pasado lo mismo? —suspiró Pedro.


Paula asintió con la cabeza.


—Sí, un poco. Por cierto, ¿Has visto cómo se miran Luis y Rosa?


—Vaya, pensé que sólo lo había visto yo —rió Pedro—. Tengo que salir más.


—Esa es una buena noticia. Significa que estás recuperándote.


—Pero no puedo conducir.


—A tu hermano le encantaría enseñarte el ganado, los pastos y todo lo demás. Y puedes ir en el cochecito de golf, ¿No?


—Sí, no sé…


—Podrías darle una sorpresa —insistió Paula.


—No lo sé, es posible. Oye, pareces cansada. ¿Por qué no te tomas un día libre?


—No puede ser. Tienes que hacer ejercicio todos los días. Estamos en una fase crítica.


—No te preocupes, no quiero dejar de hacerlo. Mírame, estoy mejor que nunca —sonrió él—. Incluso he engordado un poco. A lo mejor podría usar una sola muleta, ¿No te parece?


—No, será mejor esperar hasta que vayas a la consulta del doctor Morris.


—Sí, es verdad.


Pedro fue a levantarse pero, al hacerlo, resbaló. Paula intentó ayudarlo y acabaron los dos encima de la cama.


—Gracias por tu ayuda, Paula. Pero a partir de ahora, me levanto solo —sonrió él.


Paula intentaba quitarle importancia a la situación, pero le resultaba difícil teniéndolo encima.


—Lo hago por instinto. Normalmente, no dejo que mis pacientes se caigan —dijo, tragando saliva.


—Hace mucho tiempo que no necesito ayuda para levantarme de una cama —sonrió Pedro.


Ella se puso colorada al recordar su cuerpo desnudo.


—Deberías estar orgulloso. Has progresado mucho en poco tiempo.


—Estaré más orgulloso cuando pueda tirar las muletas — suspiró él, apartándose—. Oye, muchas gracias por ir conmigo al rancho.


—De nada. Lo he pasado bien.


—Ya te ví, con ese niño en brazos parecías muy feliz.


Paula apartó la mirada.


—Sí, es que me gustan los niños.


Él se quedó mirándola un momento.


—Siento que las cosas no funcionaran entre Thiago y tú. Tú mereces algo mejor, Paula.


Ella no supo cómo responder. Pero Pedro no parecía esperar respuesta porque salió de la habitación sin decir nada más.


—No sé si yo merezco algo mejor —dijo en voz baja—. Pero mi hijo sí.

Desafío: Capítulo 21

Pero no podía dejar de mirar a Paula. Con aquel niño en brazos estaba preciosa, como si hubiera nacido para ser madre. Y ésa era una buena razón para alejarse de ella. Aunque no resultaba fácil, sobre todo después de haberla besado. Pedro no podía dejar de recordar aquel beso… Pero si quería volver al circuito del rodeo, lo mejor sería dejar de pensar en ello.


—Admítelo, los Ramírez no son tan malos —insistió Paula cuando volvían a casa.


Pedro tenía la mirada fija en la carretera.


—No, pero eso no significa que vayamos a ser como hermanos.


—Seguro que al principio Federico pensaba lo mismo. Date tiempo para conocerlos.


—Muy bien, lo haré. Pero de todas formas pienso volver al circuito. Si no recuerdo mal, para eso me convenciste, ¿No? Prometiste que volvería a caminar. ¿Estás diciendo que eso no puede ser?


—Yo no he dicho eso. Sólo que me parece absurdo que arriesgues tu vida…


—Paula, es mi vida —la interrumpió él—. No es asunto tuyo.


—Muy bien. Mi trabajo es que vuelvas a caminar, lo que hagas después es cosa tuya —dijo Paula entonces, frenando bruscamente frente a la casa.


Ni siquiera intentó ayudarlo a bajar de la furgoneta porque Pedro lo hizo por su cuenta. Y cuando entraron en casa se metió en su habitación y cerró de un portazo. Maldito Pedro Alfonso, pensaba. ¿No había aprendido la lección de una vez por todas? Pero no, su vida era el rodeo y no podía vivir sin ello. Prefería eso a una familia. Y no volvería a mencionar el tema. Thiago le había enseñado una amarga lección: Ella no era tan importante como para que un hombre abandonara una vida peligrosa. Suspirando, se dejó caer sobre la cama, con la mano en el abdomen. Aquella noche, viendo el cariño que los Ramírez sentían por sus mujeres, se sintió muy sola. Sabía que ninguna de las parejas lo tuvo fácil, pero todo salió bien y cada uno había conseguido su final feliz. Quizá ella no tendría esa suerte. Jason había muerto y su hijo no tenía padre. Y pronto no podría esconder que estaba embarazada. Además, tenía que contárselo a su familia y en cuanto su madre la viera sabría que pasaba algo… Entonces oyó un golpecito en la puerta.


—Entra.


—Quiero pedirte disculpas —murmuró Pedro—. No debería haber dicho eso.


—Y yo no debería insistir en lo que debes o no debes hacer — suspiró ella—. Mira, haber ido al Círculo B esta noche ha hecho muy feliz a tu hermano, eso es lo que cuenta.


—No creo que a mi hermano le resulta difícil ser feliz. Lo que más le importa es su mujer y su familia. Y ahora que va a ser padre…


—Sí, es verdad. Está encantado.


Pedro se dejó caer sobre la cama, a su lado. Paula iba a protestar, pero le pareció absurdo.


—¿Tú eras feliz con… Thiago?


Ella lo miró, sorprendida por la pregunta.

jueves, 2 de febrero de 2023

Desafío: Capítulo 20

La siguiente en llegar fue Josefina Ramírez, que estaba casada con el hermano menor, Ezequiel. Tenían una niña de dos años, Bianca. Josefina era hija biológica de Luis, un hecho que habían descubierto sólo un par de años atrás. Poco después llegó Daniela Shayne Trager, que estaba casada con Javier, otro hijo ilegítimo de Francisco Ramírez. Daniela tenía un hijo de cinco años, Luca, y otro niño en camino. Por fin, Romina se reunió con ellas y anunció que Federico y ella iban a tener un hijo en septiembre. Los Ramírez se mostraron encantados. Paula no pudo aguantar más y le pidió a Agustina que le dejara tomar en brazos a Germán, que se parecía mucho a su padre y, sorprendentemente, también a Pedro. Entonces se preguntó a quién se parecería su hijo. ¿Sería igual que Thiago? El mayor problema era explicar la situación a su familia. ¿Aceptarían con entusiasmo la noticia de que iban a ser abuelos, aunque no estuviera casada? ¿Y cómo se lo tomaría Pedro? ¿Dejaría que siguiera siendo su fisioterapeuta?


—Miren eso —rió Juana, asombrada—. Los seis hermanos juntos. Al fin.


Pedro respondía a las preguntas de Cristian, Diego y Ezequiel por turnos y escuchaba las historias de su infancia. Enseguida supo lo duro que había sido para ellos. Aunque Luis los crió como si fueran sus hijos, no les resultó fácil. Tuvieron que convencer a mucha gente de que no eran como su padre.

 

—Nuestras vidas deben parecerte aburridas en comparación con la tuya —sonrió Ezequiel—. Supongo que echas de menos el rodeo.


—Sí, lo echo de menos —admitió Pedro—. Pero mira cómo me he quedado. Aún me queda mucho para poder competir otra vez.


—¿Piensas volver al circuito? —le preguntó Diego.


—Me encantaría. No sé hacer nada más.


—Yo lo que quiero es que se quede aquí y sea mi socio en el rancho —intervino Federico.


—Aún no estoy preparado para retirarme —dijo su hermano—. Con la rehabilitación lograré recuperar la movilidad de la pierna y aún me queda por lo menos un año de competiciones.


Diego soltó una carcajada.


—Cómo se nota que eres soltero. Agustina me mataría si intentara hacer algo peligroso.


—Y Juana, y Josefina —afirmó Cristian—. Pero una mujer de verdad es más excitante que un toro. No lo digo para ofenderte, Pedro.


—No, claro que no. Cuando uno se enamora hace muchas tonterías.


—Desde luego —rió Javier—. Yo me he hecho carpintero, Cristian está con sus caballos, Diego con las acciones del rancho y Ezequiel con la empresa de seguridad. Yo diría que todos nos hemos rendido de una forma u otra.


Pedro asintió, pero él no era como sus hermanastros. Todos tenían un hogar, una familia… Una mujer especial. Él no quería eso. Entonces, ¿Por qué sentía cierta envidia? Cuando miró alrededor buscando a Paula la vió charlando con las esposas de los Ramírez. Tenía un niño en brazos y sonreía con una expresión de auténtica felicidad. Entonces, como si hubiera notado que él la miraba, volvió la cabeza y sus ojos se encontraron. Pedro tuvo que tragar saliva. Cristian le dijo algo, pero no lo oyó.


—Déjalo, ¿No ves que está distraído? No ha oído una sola palabra —rió Diego.


—¿Qué? ¿Qué estaban diciendo?


—Nada importante, no te preocupes.


—Pues yo sí tengo algo importante que decir —sonrió Federico entonces—. Romina está embarazada.


Después de dar la noticia, recibió palmaditas en la espalda y apretones de manos. Pedro también se alegraba.

Desafío: Capítulo 19

 —Los Ramírez no van a obligarte a nada. Sólo quieren conocerte un poco, como Luis. Y están impresionados por tu fama.


—Sí, debería haberme traído los cinturones de campeón — replicó él, irónico.


—No te pongas así. Recuerda que también ellos debieron quedarse de piedra al saber que tenían dos hermanos más.


—Sí, tienes razón —suspiró Pedro—. Me comportaré, no te preocupes.


—Luis dice que ahora que la familia ha crecido tanto, cada vez que se reúnen para comer tienen que hacerlo en el comedor de los clientes —sonrió Paula, mientras pasaba bajo el cartel del Círculo B.


—Sí, bueno, vamos a acabar con esto de una vez —suspiró Pedro cuando ella detuvo la camioneta frente a la casa.


—Espera —lo detuvo Paula—. Por supuesto, no quiero que lo pases bien. Si empiezas a pasarlo bien, avísame y te sacaré de aquí a toda velocidad.


—Muy graciosa.


Pedro bajó con la ayuda de las muletas y ella lo ayudó a subir los escalones del porche. Federico salió a recibirlos.


—Ya era hora. ¿Algún problema?


—Nada que no pueda solucionar —contestó Paula.


—Bueno, esta tarde no estás de servicio. Yo me encargo de mi hermano, tú pásalo bien.


—Lo intentaré.


Paula conocía a los Ramírez, pero no mucho. Eran mayores que ella y, en el colegio, iban varios cursos por delante. El comedor estaba lleno de gente y había muchos niños correteando de un lado a otro. Dejó la tartera con arroz con setas sobre una mesa, donde había varias tarteras más, bandejas y hasta una cacerola llena de pollo frito.


—¡Pero si es Paula Chaves! —oyó a sus espaldas.


Al darse la vuelta, se encontró con el ama de llaves del Círculo B, Ella. Era una mujer mayor con pantalones vaqueros y una camisa a cuadros.


—Hola, Rosa. ¿Qué tal estás?


El ama de llaves le dió un abrazo.


—Como siempre, pero tú te has convertido en una belleza. Me habían dicho que habías vuelto a casa… Seguro que tu madre está encantada.


—Sí, aunque no he podido pasar mucho tiempo con ellos. Estoy trabajando.


Ella levantó una ceja.


—Ya sé que los Alfonso son muy guapos, pero no olvides visitar a tus padres, ¿Eh?


—Te lo prometo. Pero es que Pedro necesita toda mi atención durante estas primeras semanas.


—Pues parece que le va bastante bien —sonrió la mujer.


Poco después, se acercaron Juana y Agustina Ramírez. Juana estaba casada con el hermano mayor, Cristian. Tenía una hija, Martina y un niño de tres meses, Germán. Agustina estaba casada con el segundo de los Ramírez, Diego. Tenía dos niños, Ignacio y Santiago.