Además, nunca iba a ningún sitio sin antes examinarlo. Tenía que asegurarse de que habría una rampa para la silla de ruedas, que el tocador de señoras no estuviera en una primera planta. Incluso, si estaba en la planta baja, evitar quedarse atrapada en la puerta del lavabo. De acuerdo, podía con todo eso; pero no lo haría.
—Dije que tal vez nos veríamos cuando volvieras. Pero no has ido a ninguna parte —le recordó.
—Al contrario, ayer fui a Sussex —afirmó, y ella visualizó el brillo de sus ojos y el leve pliegue en la comisura de la boca, que era el inicio de una sonrisa—. Una invitación forzosa a comer con la familia.
—¿Por qué será que se me hace difícil creer que obedezcas órdenes de nadie?
—Bueno, necesitaba pedir un coche.
—¿A tu familia le sobran los coches?
—Es uno viejo que sólo ocupa espacio en el garaje. Me habría gustado que me acompañaras.
—Me alegro de que no me hayas invitado.
—Tienes razón. Es un aburrimiento. Bueno, como ves, he estado en alguna parte y ahora he vuelto.
—Bien sabes que no me refería a eso.
—No recuerdo que hayas estipulado un lugar preciso. ¿Es que Sussex no cuenta?
Sí que contaba. Ése era el problema, porque Paula deseaba comer con él. Ya había soñado con esa escena. Ambos estaban sentados a la mesa de un restaurante elegante y simulaban ser sólo dos personas que compartían una comida. Pero luego él se levantaría de la mesa y se marcharía andando. Sí, un sueño del que había despertado.
—De veras que lo siento, Pedro, pero debo entregar un trabajo que tiene fecha tope y casi se me ha agotado el tiempo. Temo que mi almuerzo se limitará a un bocadillo. Pero gracias por la invitación —Paula cortó la comunicación sin darle oportunidad para replicar.
Reclinado en el sillón de piel tras la mesa del despacho, Pedro reconoció que podría haber manejado mejor las cosas. Giovanni's había sido su primer error. Realmente había deseado verla, conversar con ella, pero en lugar de decírselo había arrojado una invitación a comer en el restaurante más lujoso que se le ocurrió, a sabiendas de que pocas mujeres se resistían. Pero ella no era como otras mujeres y él no le había dado oportunidad de decidir dónde le gustaría ir. Tampoco se le había ocurrido pensar que su vida estuviera tan ocupada como para no disponer de un momento para él. Nada nuevo. Durante años había tratado a las mujeres de un modo casual, al estilo de «O lo tomas o lo dejas». Las mujeres decentes habían optado por lo último cuando se daban cuenta de que no ofrecía nada más. Sólo las interesadas en acudir a restaurantes caros y mezclarse con gente famosa aceptaban sus invitaciones. Y no había estado mal. Cada uno conseguía lo que deseaba sin molestarse en disimular algo más que la más superficial de las relaciones. Nada que fuera a interferir en lo único que realmente le importaba: su carrera.
—Pedro, ¿Has descolgado el teléfono? —preguntó Leticia al verlo con el auricular en la mano—. Oh, perdona, estás hablando.
Él alzó la vista.
—He terminado —dijo al tiempo que colocaba el auricular en su sitio—. ¿Qué deseabas?
—Nuestro cliente más importante quiere reunirse contigo. Alberto solía invitarlo a comer y lo trataba muy bien.
—¿Y de qué hay que hablar?
—De la gama de artículos para el próximo año.
—¿Y tenemos algo? ¿Por qué no lo he visto? El modo en que ella se encogió de hombros fue muy elocuente.
—Al final de su vida Alberto no prestaba demasiada atención a sus negocios —explicó al tiempo que se sentaba con cierta brusquedad en la silla frente a él—. Todavía no me puedo acostumbrar a su ausencia — balbuceó al tiempo que buscaba un pañuelo en el bolsillo.
—Lo siento, Leticia. Trabajaste mucho tiempo para él. Esto debe de ser duro para tí.
—Le tenía mucho afecto. Era un caballero —declaró con manifiesta emoción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario