martes, 13 de septiembre de 2022

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 20

Desilusionada, Paula tragó saliva. ¿Qué había esperado? Aquello no era nada más que un asunto de negocios. Los bocadillos y el vino habían sido su modo de ganarse las ilustraciones. Y en ese momento las tenía. ¿Así que para qué perder más tiempo con ella? Aunque también había dicho que había ido a verla porque ella lo hacía reír. «Baja a la tierra, Paula», se dijo con firmeza. «Él sabía que tú tenías algo que podía serle útil y fue lo suficientemente listo como para que pareciera una ocurrencia tardía».


—¿Señorita Chaves?


—Lo siento. Estaba... Atendiendo a alguien. Ahora sí que la escucho.


—Decía que tal vez podríamos reunimos para discutir los detalles. ¿Le viene bien aquí en la oficina? —sugirió. Leticia Appleby no era tan sutil como Pedro Alfonso. Él no habría hecho una petición tan abierta y con ello darle una oportunidad para negarse. Habría ofrecido dos alternativas, obligándola a elegir una—. O si lo prefiere, podríamos comer en algún lugar de su gusto. Lo que sea más conveniente para usted.


—Realmente, señora Appleby...


—Leticia, por favor.


—Leticia, no me interesa vender una opción. Tal vez Pedro no le dijo que estoy buscando un editor —puntualizó. Desde luego, hablaba por puro orgullo. Pedro Alfonso estaba dispuesto a pagarle bien simplemente por conservar sus ilustraciones durante seis meses. No había ilustradores en el país que no tuvieran un abecedario que ofrecer a los editores, y la mayoría habría brincado ante tamaña oferta. Era un dinero que ganaría sin tener que trabajar y que podría destinar al fondo para su futura casa campestre. Además, en seis meses el libro volvería a sus manos y tal vez pudiera encontrara un editor interesado en publicarlo—. ¿Eso es todo?


—¡No! —exclamó Leticia precipitadamente—. Pedro quería que conversara con usted sobre el mercado en general. Quedó realmente impresionado con su trabajo. Volvió a la oficina lleno de planes respecto a una serie alfabética. Desgraciadamente nada utilizable, pero me autorizó para que le ofreciera una comisión por cualquier idea que a usted se le ocurriera.


—¿Y de eso quiere hablar conmigo?


—Sí —contestó, claramente aliviada. 


Bueno, aquello era diferente. Tal vez se mostrara un tanto dura. Ya había echado a Sebastian una vez y quizá por eso enviara un delegado en aquella ocasión. Una demostración de su interés por los negocios. Tal vez fuera hora de dejar de soñar y de adoptar un criterio más mercantil.


—¿Está ahí? ¿Puedo hablar con él?


—Me temo que no es posible. No vendrá a la oficina hasta el jueves —la informó. De acuerdo, él se estaba tomando el asunto verdaderamente en serio—. Me haría un gran favor personal si al menos considerase la opción, señorita Chaves. Ésta es una promoción para mí, y cuando Pedro vuelva a Estados Unidos va a necesitar a alguien que se haga cargo de la empresa y...


Leticia se paró en seco, pero el mensaje estaba claro.


—Y usted necesita ese cargo, ¿No es así?


Paula se dió cuenta de que Leticia Appleby ignoraba lo que estaba sucediendo en la empresa. Pedro le había dado un cargo de adorno y ella había pensado que tendría la oportunidad de probarse a sí misma. Pero la triste la verdad era que, con o sin comprador, la iban a echar. ¡Qué bastardo!


—Durante los últimos tres años he tenido que encargarme casi totalmente de la empresa. He hecho de todo, menos la elección final del material gráfico. Para serle sincera, George... Alberto Alfonso... El fundador de la compañía...


—Pedro me habló del señor Alfonso —Paula fue en su rescate cuando le pareció que la voz de Leticia Appleby se quebraba—. ¿Trabajaste para él durante mucho tiempo? —preguntó amistosamente.


—Fui la primera persona que contrató. Yo acababa de terminar mi carrera de Secretariado. Él era muy fino, muy apuesto.


Venía de familia. Estaba claro que Alberto Alfonso había robado el corazón de su joven secretaria y nunca se lo había devuelto.


—No lo dudo.


—A pesar del triple bypass se recuperó muy bien, pero nunca volvió a ser el mismo. Probablemente debió de haberse retirado, tomarse las cosas con más calma, pero realmente disfrutaba viniendo a la oficina. Si puedo demostrarle a Pedro que soy capaz de manejar el material gráfico y encontrar nuevos diseños, tendrá que darme una oportunidad, ¿No crees? Porque a mi edad nunca volveré a tenerla. 


—Cielo santo, lo siento mucho. No sé qué me ha pasado —dijo muy turbada.


—De acuerdo, Leticia. Sí, acepto la opción —declaró. No lo hacía por Pedro, ni siquiera por sí misma, sino por otra mujer que estaba en apuros. Haría lo posible por contribuir a la venta de la empresa para que Leticia no lo perdiera todo—. La opción sobre el abecedario es tuya y será un placer conversar contigo.



Pedro pasó la tarde del martes y la mayor parte del miércoles hablando con los comerciantes al por menor y, aparte de examinar una creciente colección de artículos de gran salida, todos producidos por la competencia, no aprendió nada útil, salvo que el público de cualquier edad parecía mostrar un apetito insaciable por las tarjetas con ositos y erizos. También tuvo oportunidad de enterarse de que cualquier persona con acceso a un ordenador podría hacer lo que él había deseado: Una tarjeta personalizada con el nombre de un niño. De hecho, tenían una inmensa ventaja sobre él, ya que podían utilizar el nombre que quisieran, por muy especial que fuera.


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