Una sonrisa que nació en los ojos de él, y lentamente invadió todo su rostro, fue la respuesta que ella necesitaba.
—Mi dama, ¿Quiere bailar conmigo? —murmuró.
Como no fue capaz de responder ni de mirarlo, Paula optó por ocultar la cara en su cuello. Y cuando pudo reunir fuerzas para decirle que no hiciera tonterías, Pedro ya canturreaba un vals como para sí mismo.
—¡No! —exclamó al darse cuenta de que iba en serio.
Pero ya era tarde. Con un brazo en torno a la cintura y el otro bajo sus brazos, la ciñó contra su cuerpo y, cantando, empezó a moverse lentamente en grandes círculos, aproximándose cada vez más a la puerta. Paula no estaba bailando exactamente, pero cada partícula de su cuerpo revivió repentinamente y deseó echarse a reír. Al llegar a la puerta, la tomó en brazos.
—Es una bailarina sorprendente, señorita Chaves, y estoy impaciente por bailar un tango con usted.
—No sin que lleves una rosa entre los dientes.
—Tienes razón. Y ahora sujétate bien —dijo al tiempo que la llevaba a la puerta totalmente abierta y a la luz del sol.
Cuando empezaron a subir la escalera, Paula deseó que no se hubiera cansado mucho con el baile. Como para confirmar sus pensamientos, los músculos del cuello de Pedro se tensaron y ella sintió en la mejilla su pulso acelerado. Y al llegar al nivel de la calle, vio a una agente de tráfico que abría la puerta de un Bentley de época cuyas curvas voluptuosas e inmensos faros plateados brillaban a la luz del sol. Mientras ella continuaba con la boca abierta, Pedro cruzó la calle.
—Cuidado con la cabeza —dijo mientras la colocaba con todo cuidado en el asiento delantero—. ¿Todo bien? ¿Necesitas cojines? —preguntó sin soltarla mientras ella se acomodaba.
Sin esperar respuesta, Pedro se inclinó hacia los asientos traseros y, tras sacar unos cojines pequeños, los acomodó en torno a ella. Paula deslizó las manos sobre la suave piel de la tapicería.
—¿Ésta es tu idea de un coche viejo?
—Siempre ha estado en la casa familiar, desde que mi abuelo lo adquirió en tiempos inmemoriales. Desde luego, es más viejo que yo.
—Y desde luego que tú eres un anciano.
—Estoy en la plenitud de mi vida —respondió, con los labios muy cerca del rostro de ella.
Ya no podría huir de su cercanía, pensó Paula sin respirar, con la secreta esperanza de recibir otro beso robado.
—Cuando dijiste que lo habías pedido prestado a tu familia me imaginé algo menos... Fastuoso.
—¿No me digas que por primera vez te he dejado impresionada? — preguntó con una sonrisa irónica.
—El coche es lo que me ha impresionado. Por Dios, Pedro, puedo abrocharme el cinturón sola, no estoy completamente impedida —rezongó y, antes de que se diera cuenta, él volvió a besarla.
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