jueves, 22 de septiembre de 2022

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 30

Paula no durmió nada bien aquella noche. Había trabajado hasta muy tarde en el ordenador, adaptando las ilustraciones a fin de dejar espacio suficiente para el nombre de un niño. También había añadido pequeños detalles a modo de marco para darles un aspecto un poco más acabado. Se había entregado al trabajo con absoluta concentración, en gran parte para evitar que Pedro Alfonso irrumpiera en sus pensamientos. Estuvo muy bien hasta que llegó a la letra X, y entonces el vivido recuerdo de Pedro en el parque confesándole sus pensamientos eróticos y el beso que a ella le provocó los mismos pensamientos, se apoderaron de su mente. Revivió la escena, hasta el momento en que se dedicaron a alimentar a los patos sin volver a hablar de lo ocurrido. Más tarde,  pasearon lentamente por el parque camino a la oficina. Hablaron de música, de arte en general buscando gustos e intereses comunes. Descubrieron que a ambos les encantaba Mozart, el jazz moderno y Frank Sinatra. Y que sus gustos en arte moderno coincidían plenamente. Justo cuando se acercaban al coche de ella, le preguntó por qué se había trasladado a Nueva York. En lugar de satisfacer su curiosidad, él preguntó:


—¿Puedo ayudarte?


—No, gracias. Puedo manejarme sola —respondió intentando no hacer torpezas al acometer la complicada tarea de instalarse ante el volante.


Era algo que hacía automáticamente, casi sin pensar. Pero con Pedro observando la maniobra se sintió incómoda, consciente de sí misma. Minusválida. Por fin aferrada al volante, volvió la cabeza para despedirse de él. Había anticipado que le daría un fraternal beso de despedida en la mejilla, como cuando besaba a Daniela. Pero ni siquiera hizo eso. Se limitó a cubrirle una mano con la suya. 


—¿Llevarás el disco a la oficina cuando hagas los cambios?


—Estaré muy ocupada, pero lo mandaré con un mensajero.


Paula pensó que iba a protestar, pero no lo hizo.


—Llama a Leticia. Ella se encargará de todo —dijo en cambio.


Paula tragó saliva al tiempo que se decía que era estúpido sentirse desilusionada. A fin de cuentas, era eso lo que ella quería.


—Lo haré.


—Hasta el sábado, entonces. ¿Te parece bien a las ocho, o es demasiado pronto para tí?


Ella negó con la cabeza.


—Las ocho es buena hora.


Con un último toque a su mano, Pedro se alejó. Ella lo miró por el espejo retrovisor hasta que desapareció de su vista. Entonces puso en marcha el motor y, completamente decidida a no permitirle entrar en su mente, se concentró en la carretera. A partir de la X tuvo que esforzarse para acabar con las dos últimas letras antes de copiar todo el trabajo en un disco. Cuando finalmente reposó la cabeza en las almohadas, dispuesta a dormir cómodamente, los sueños no la dejaron en paz. Y muy temprano en la mañana, se había puesto a hacer su programa de ejercicios con más energía de lo habitual. Trabajó con las piernas, brazos y hombros hasta sentir que le quemaban. Cuando hubo acabado, llamó a Leticia para decirle que el disco estaba listo para que pasaran a buscarlo. Estaba ordenando los papeles para empezar a hacer la declaración de la renta cuando sonó el timbre de la puerta de calle.


—¿Sí? —preguntó a través del portero automático.


—Mensajero. ¿Un paquete para Coronet?


Casi había esperado que fuese Pedro, pero el tono de voz era decididamente escocés. Tras abrir la puerta, fue a su mesa para recoger el paquete con el disco. 

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